jueves, 24 de diciembre de 2009

El viento de la Navidad


Estamos en Navidad. Que el Niño Jesús que nació en Belén. como dicen nuestros hijos, nos ablande el corazón y nos inunde a todos de esperanza y de paz. Y para quienes sus hijos ya no viven esto, siempre quedará la alternativa de la poderosa imagen sugerida por Zapatero en la cumbre de Copenhague. Que el Viento de la Tierra, raudo y veloz, nos traiga trabajo y turrón.

No nos resignemos a nuestra propia miseria, por altos que sean nuestros índices de paro y el déficit, aunque nos los restriegue la agencia de calificación Moody's colocándonos a la cola de la UE, de esa Europa que nos disponemos a presidir de modo inmediato al estilo de los viejos hidalgos, galopando sin caballo. Y puestos a creer y a soñar con la magia de estos días, ilusionémosnos con un futuro realmente mejor, que sólo es posible alcanzar atendiendo al desarrollo de la moral colectiva.

Aspiremos con la ingenuidad de los niños a que el viento de la Navidad se lleve de nosotros la estrechez de miras y el narcisismo, la ligereza y el abuso, la mentira y el engaño, la deslealtad y la intransigencia, el rencor y el odio, la violencia y los deseos de venganza, la frivolidad y la falta de compromiso. Trabajemos por ello este Año Nuevo. También dentro del mundo de la política y de las ideas, a menudo tan mezquinos.

Felices Fiestas y lo mejor para todos en el 2010.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Las tres estaciones de Bono


La nueva ley del aborto ha pasado ya por el Congreso de los Diputados, que preside Bono, quien en este difícil asunto ha pasado a su vez por tres estaciones.

Primera estación: Bono invoca a Obama. El 14 de noviembre publicó un interesante artículo en El País titulado Obama, Benedicto XVI y el aborto, que pasó tal vez desapercibido, pero que parecía alimentar un deseo sincero de que pudiera llegarse en España a un mínimo acuerdo al menos en el modo de enfocar tan desagradable cuestión. Abogaba, como había hecho a Obama, a tratar el tema de un modo equilibrado, prestando oídos al otro y evitando caricaturizar o demonizar a quien se oponía al aborto, como si lo que pretendiera fuera infligir sufrimiento a las mujeres. Aquí en España, el gran argumento en favor de la reforma de la ley ha sido -hasta el último día- impedir que las mujeres fueran a la cárcel por abortar, como si estuvieran yendo fecetivamente, o la derecha quisiera que así fuera. Invocaba Bono también a algún ínclito cardenal de la curia para reforzar esa necesidad de llegar con "realismo político" a un "terreno común" como la reducción de abortos y la regulación de la objeción de conciencia. Su pregunta final "¿No es posible en España este diálogo? ¿No buscaremos, como Obama, ese precioso minimum de acuerdo?" parecía anunciar un cambio de escenario o al menos su decidida voluntad de trabajar activamente para ello.

Segunda estación: Bono prepara el camino a Zapatero. Unos días más tarde, el 26 de noviembre, Bono vuelve a publicar otro artículo en El País sobre el aborto: "Ni derecho ni obligación". Algo había pasado, porque nuestro tercer hombre parecía más empeñado en justificar su postura personal ante la ley, un sí pero no, que en volver sobre la argumentación y el propósito anteriores. Su llamada final, erigido una vez más en sumo intérprete de los destinos eclesiásticos, era en verdad estentórea, y tenía el efecto de allanar el camino a Zapatero y a su ministra para el debate parlamentario:
"Hay sectores de la Iglesia católica que exigen al Estado que actúe con mano justiciera, aplicando penas y castigos, mientras se reservan para ellos la mano acogedora del perdón o de la penitencia purificadora. Como político que quiere inspirar su vida en el Evangelio de Jesús, aspiro a que también la nueva ley incluya una dimensión de comprensión y de misericordia. ¡Mujer actúa en conciencia, esta ley no te condena!"
Tercera estación: Bono sale a buscar el apoyo de los "democristianos" vascos. En diciembre los señores diputados han estado muy afanados con la tramitación de la ley del aborto, que lejos de avanzar hacia ese terreno común, ha derivado hacia la izquierda buscando alargar el período del aborto libre hasta las 22 semanas y de facto que las menores puedan hacerlo sin contar con los padres, pues finalmente -aunque se venda como una rectificación hacia el consenso- las menores no tendrán que informar siquiera en caso de que pudiera plantearse conflicto parental, y bastará aludir a eaa posibilidad para que pueda abortar sin más. Pero era necesario escenificar que se había buscado y llegado a un consenso. Y, al parecer, fue el propio Bono quien en secreto -no fuera a ser que se pusiera en cuestión su neutralidad institucional- negoció con los nacionalistas vascos el apoyo a la ley. El PNV que había planteado como enmiendas "irrenunciables", además del derecho de los padres a ser informados en el caso de las menores, el que se reconociera la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios, ha acabado alineado con quienes han defendido en la tramitación de la ley que se enseñe a practicar abortos en las facultades de medicina.

Bono no trabajaba sólo para los socialistas. En su particular cruzada contra la Conferencia Episcopal (que con su habitual don de lenguas había advertido poco antes que los políticos católicos que votaran la ley, tendrían que confesarse y rectificar públicamente para poder recibir la comunión), Bono puede contar con el refuerzo de algunos "democristianos" para hacer saber a los obispos, y a todo aquel que le interese, que tiene "la conciencia tranquila".

martes, 15 de diciembre de 2009

España del revés


España es rica en imágenes y las que vemos en los últimos días tienen la capacidad de mostrarnos el país del revés, que es la mejor forma de conocer sus hechuras, y su aguante, a pesar de los descosidos que le va haciendo Zapatero.

No es normal que los sindicatos se manifiesten contra los empresarios directamente, pero aquí lo tenían prometido y lo han hecho. Lejos de tocar al gobierno, o de reprocharle algo, que a nadie le habría extrañado, pues Zapatero ha hecho méritos por no saber cómo afrontar la crisis, los sindicatos la han tomado contra los que crean empleo, para que se les quiten definitivamente las ganas de hacerlo y tengan que postrarse ante los sindicatos, que para eso están con el poder: son parte del actual poder, y hasta alguno de sus dirigentes se cuenta entre los consejeros aúlicos del presidente. Están con Zapatero, pero no son tan poderosos como imaginan. Prueba de ello es que a la manifestación convocada del pasado día 12, no acudió ni la décima parte de los que habían previsto, y eso pese a que fletaron autobuses y trenes gratis, y anunciaron y repartieron dietas entre los afiliados y simpatizantes para facilitar que acudiera la gente.

Debe ser dinero que les sobra de las subvenciones del Estado -es decir, del dinero que les damos-, mientras a las pequeñas y medianas empresas no les llega la bolsa ni la vida para continuar a final de mes, y a todos nos suben los impuestos como genial ocurrencia. El gobierno no se implica para mediar entre sindicalistas y empresarios, si es que hubiera afán realmente de salir juntos de la crisis. El gobierno toma partido y se contenta con escapar de la responsabilidad de la crisis asistiendo complaciente a esa burda escenificación contra el capitalismo irresponsable. Más chapapote ideológico.

Como el de la Conferencia de Presidentes autonómicos de ayer: conmigo o contra mí, y como el PP no está con las recetas económicas de ZP, que convencer no convencen a nadie (ni envueltas en navideña Ley de Economía Sostenible), pues ya ha encontrado para el día de hoy a quien encasquetarle la responsabilidad de la crisis y del paro. Y así hasta que no haya crisis, que algún día saldremos de la recesión, y cuanto más bajo caigamos, mejores serán luego los números de la recuperación, y mayores los méritos de nuestro guía y conductor..., si es que llega a esa estación.


Más sorprendente o difícil de comprender es la inacción del gobierno respecto a las consultas independentistas celebradas el día 13 nada menos que en 160 municipios de Cataluña. El ciudadano de a pie no acaba de entender cómo han podido llegar a celebrarse, o incluso que se defienda su legalidad, por más que se subraye desde el gobierno y aledaños que los votos no son representativos o que esa consulta es jurídicamente inocua. El gobierno relativiza y quita importancia al asunto, pero permite que se hagan este tipo de cosas, en tono alegre y festivo, simplemente porque los nacionalistas a los que deja sacar músculo, son los mismos que le están sacando las castañas del fuego en el parlamento español.

La imagen que se traslada, es que aquí no hay estado ni autoridad política. Hasta el propio gobierno lo afirma cuando pretende, una vez más, eludir su responsabilidad en el caso de la sarahui Haimar y trasladar la culpa de la situación creada a la policía de fronteras o a las simples autoridades administrativas, negando la existencia de cualquier directriz política desde Madrid, lo que ha provocado la reacción indignada de distintos sindicatos policiales, que manejaban información directa de lo ocurrido. La culpa es de los policías y el entuerto que lo resuelva el premio nobel de la paz Obama, o el siempre activo Sarkozy, o los dos. Es el reverso de cualquier gobierno normal de un Estado normal que tiene además responsabilidad histórica en la materia, pues le guste o no a Zapatero, la ONU respecto al Sahara sigue considerando a España, no a Marruecos, potencia colonizadora.

Zapatero se rasga las vestiduras cuando le dejan solo, pero no valora el vacío -de gobierno, de país, de estado- que está generando con su forma de proceder. La fallida Conferencia de Presidentes autonómicos así lo ha venido a demostrar. Zapatero acusa de falta de lealtad y de madurez institucional al PP, por no querer prestarse a la utilización de la conferencia para el propio alimento político del presidente, muy necesitado, pero sin ningún rasgo de autocrítica. Lealtad y madurez institucional la tiene que demostrar en las presentes circunstancias Zapatero el primero, porque con mayor o menor conciencia está poniendo a España del revés. No es la mejor imagen del país en vísperas de que España asuma la presidencia de la Unión Europea, por mucho que el recién estrenado Tratado de Lisboa reste protagonismo al presidente de turno en beneficio del nuevo presidente permanente.

martes, 8 de diciembre de 2009

Chapapote ideológico

El gobierno Zapatero es un como un petrolero, de dimensiones más reducidas que las que gusta aparentar, que anda sin norte, con el casco averiado, vertiendo crudo al mar. Lo de menos es si hay rotos o simples grietas en los costados, si son hilillos o auténticas fugas sin control del oliscoso líquido negro lo que ensombrece el panorama español. Más allá de los obstáculos que se haya podido encontrar la embarcación a su paso, y de la responsabilidad que pueda tener el capitán de la nave por no haberlos valorado suficientemente ni tomado las debidas precauciones, o por no haberlos sabido evitar, se tiene la impresión de que la razón del desastre no es tanto externa como interna. El problema no está fuera, en las condiciones de la mar y en la presencia de obstáculos insalvables, sino en los propios motores del petrolero.

El gobierno y sus corifeos insisten en que el gobierno es estable, puesto que no pierde votaciones en el parlamento. Matices a parte, es esa misma política de geometría variable en las cortes españolas la que está debilitando considerablemente a Zapatero. Zapatero gana las votaciones fundamentales que se propone, pero la imagen que transmite y que percibe la ciudadanía es de debilidad, de sumisión a los grupos o lobbies que le sostienen, de falta de solidez en lo que dice, y de falta de coherencia en lo que hace. A base de forzar los motores en una dirección, y enseguida en la contraria, a base de bandazos, de dar marcha atrás y otra vez hacia delante, está claro que el mareo y el caos no afecta sólo a la tripulación.

Esa imagen trasciende fuera y es la que proyecta ahora España. Una imagen que hace aguas por todos los lados, o al menos por los principales aspectos que deben regir la vida de cualquier nación o Estado que se precie: la economía, la política interior y la exterior. España no tiene credibilidad y se ha situado a la cola de la recuperación económica, provocando comentarios crueles en medios financieros de prestigio. Resulta igualmente preocupante que los últimos debates de política interior o que hayan hecho reaccionar a la ciudadanía tengan que ver con las dudas o amenazas directas por parte del gobierno a los derechos y libertades fundamentales, como ha sucedido a propósito del controlador de escuchas Sitel y de Internet.

Que un ciudadano no sepa si está siendo vigilado en sus movimientos y comunicaciones como un terrorista o un narcotraficante, o que el gobierno pueda hacerlo sin permiso judicial y sin que llegue siquiera a saberse, es ciertamente inquietante. Pero que un gobierno apueste directamente por cerrar webs y controlar el acceso de los ciudadanos a Internet, una vea más sin orden judicial, como ha pretendido hacer de rondón en la disposición adicional de la Ley de Economía Sostenible, es verdaderamente indicador de su pérdida de sensibilidad democrática (y hace mucho más plausibles las veladas acusaciones de la oposición sobre la presunta incorrecta utilización del Sitel por parte del ministerio del interior). La rebelión de los internautas contra esa medida ha sido tan fulminante y contundente que el propio Zapatero tuvo que desdecir a la ministra de cultura, más preocupada por los intereses restringidos del gremio a que pertenece, que por la auténtica cultura y la libertad de expresión.

Cuando no se percibe que la política interior esté orientada al servicio de los intereses generales, más complicada se vuelve la política exterior. A España no se le toma en serio fuera. No hay asunto que le afecte que no dé sensación de impotencia, aislamiento y falta de decisión por parte del gobierno. Del secuestro del Alakrana por los piratas somalíes, al más reciente de los tres cooperantes españoles en Mauritania de manos de Al Qaeda, pasando por las relaciones con Marruecos actualmente en jaque a propósito de la activista saharaui Aminatu Haidar, o por la complaciente actitud española ante Gibraltar, donde las fuerzas británicas se permiten hacer prácticas de tiro con la bandera española o detener a guardias civiles españoles cuando estos persiguen a presuntos narcotraficantes que se refugian en el peñón. Hechos todos, que hemos presenciado o vivimos estos días, donde España no es respetada, y no lo es porque no es capaz de tener ni de adoptar una posición clara.

Zapatero es víctima de sus propios prejuicios ideológicos. Juega a inventar un ejército pacifista de simples tintes policiales y una seguridad privada de carácter militar. Apela a la memoria histórica y se afana en abrir tumbas (siempre que se trate de refrescar el franquismo), pero no entiende de responsabilidades históricas (reniega y se desentiende de los últimos restos del colonialismo español, como si cupiera también pedir responsabilidades al difunto Franco por el problema del Sahara, pero da carta de naturaleza al imperialismo británico en Gibraltar). Zapatero confiaba en llegar en buenas condiciones a la presidencia española de la Unión Europea y repostar allí para encarar el resto de la legislatura. Pero su imagen se ha deteriorado enormemente, no tiene un proyecto que ofrecer y carece de verdadero impulso.

En estos momentos de dificultad objetiva se observa con mayor claridad que todo lo que se halla a su alrededor es chapapote ideológico. Lo busque o no, es lo que consigue. Chapapote ideológico es su huera Ley de Economía Sostenible y su verdad más íntima, el golpe sorpresivo a Internet. Chapapote ideológico es su planteamiento de la reforma de la ley del aborto, y la polémica sobre los crucifijos en las escuelas. ¿Cuántos crucifijos hay actualmente en la escuela pública? ¿Y piensa Zapatero realmente que cabe exigir retirarlos de los centros concertados y de los centros privados, por mucho que lo quieran los republicanos independentistas catalanes de ERC? Cuando a través de la propia legislación que se promueve sólo se mira al pasado (felizmente desaparecido) o a un futuro utópico (que no se alcanza por el deseo de formularlo, trátese de producir el cambio del modelo productivo o el freno del cambio climático), lo único que se consigue es obviar el presente. Lejos de favorecer el esfuerzo conjunto para solucionar los problemas del momento, lo único que se consigue es manchar y dividir.

Por supuesto, la culpa del chapapote ideológico, como en todo, es del PP. Y lo que tiene que hacer, por ejemplo, el Tribunal Constitucional con el Estatut catalán es emplearse a fondo para desenmascarar el cinismo del PP, que plantea un recurso para Cataluña y vota eso mismo para Andalucía. Ese es el verdadero problema y no otro, como afirma hoy todo un profesor de derecho constitucional en la tribuna de El País, pretendiendo que el tribunal falle explícitamente contra el PP y no tanto contra el Estatut. El chapapote ideológico lo ha contaminado todo. Bien hará el PP a partir de ahora en emplearse a fondo para recuperar el mejor paisaje de la política española, por la cuenta que le trae si quiere gobernar, que de chapapote en efecto Rajoy y los populares tienen experiencia y saben un rato.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Ex Euskadi lux

En este día sombrío, donde el calendario se empeña en celebrar la Constitución, sin que los ánimos acompañen mucho, lo único novedoso es la presencia del lehendakari vasco en los actos conmemorativos de la carta magna. Lo extraordinario es la normalidad vasca, la bandera política que levanta con decidida voluntad Patxi López desde el PSE, con el apoyo del PP de Basagoiti.

El hecho invita a la reflexión, en un momento en que el gobierno Zapatero anda a la deriva perdiendo crudo, y cuando el chapapote alcanza ya a los principales lugares de la política española. A estas alturas nadie duda de que el más cierto proyecto de Zapatero es la ausencia de todo verdadero proyecto. Los errores de Zapatero no sólo han comprometido su política sino que han puesto en cuestión la cultura política de 1978. Ese ha sido su error más ontológico, si es que no ha sido algo deliberado, y el problema es que ahora, encallados, no sabe como salir de ahí.

No lo sabe él y no se sabe si alguien lo sabe. Queremos creer que el Tribunal Constitucional nos sacará del atolladero del Estatut, auténtico nudo gordiano de la deconstrucción política del espíritu de la Transición a que nos ha sometido Zapatero, alentando de modo irresponsable una auténtica reforma de la Constitución y de la organización del Estado por la puerta falsa de las reformas estatutarias, todo condimentado con el picante del regreso al mito de dos Españas, que de su mano nos retrotrae no ya a los años 30 del siglo pasado, sino a los comienzos mismos de la historia de España, si es que podemos hablar de España en algún momento concreto de la historia de nuestros ancestros.

No es fácil celebrar con un poco de entusiasmo una Constitución en la que el gobierno ni cree ni deja de creer, porque ni siquiera plantea su reforma, pero que sin duda ha contribuido a debilitar estos últimos años. El PSOE actual de "patriotismo constitucional" anda más bien escaso, por mucho que en otros tiempos tocara esa tecla. Claro que tampoco son necesarios muchos ardores guerreros, pero cuando no abundan las ideas, más imprescindible se hace un mínimo de lealtad constitucional.

Un poco de lealtad basta. El ejemplo de Euskadi es elocuente. El escenario más conflictivo –si obviamos ahora el terrorismo– se ha trasladado a otros lares políticos, cuando Ibarretxe había conseguido no hace mucho extenuar hasta a los suyos. A los más pesimistas, que no ven una salida fácil a la actual situación política española, ciertamente enrarecida, con un gobierno desnortado, descoordinado y con signos visibles de nerviosismo y agotamiento, únicamente hay que decirles: ex Euskadi lux.

La luz viene de Euskadi. Cuando parece que no hay solución, o que es imposible convenir nada, en esas circunstancias el consenso, como el río, acaba abriéndose paso precisamente porque no hay más remedio que ponerse de acuerdo. Y el acuerdo más sencillo siempre es cumplir y hacer cumplir la Constitución. La actual, la que se tiene. Es la vía más segura a la normalidad. La normalidad política que anhela –que sigue anhelando, 31 años después– la sociedad española. Es preferible la falta de imaginación a la confusión y el desorden incontrolado.

PS. Por cierto: ¿dónde estaba hoy la presidenta madrileña Esperanza Aguirre, tan deseosa de articular un "discurso nacional" alternativo dentro de su partido? Si los políticos posponen la Constitución a su propio descanso ¿para cuando dejan el sentido de responsabilidad?

miércoles, 2 de diciembre de 2009

En defensa de los derechos fundamentales en Internet


Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que...

1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.

2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.

3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.

4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.

5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.

6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.

7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.

8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.

9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.

10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia

domingo, 29 de noviembre de 2009

La dignidad del Tribunal Constitucional


El pasado 26 toda Cataluña se desayunaba con un mismo editorial en la prensa. En él se apelaba a la "dignidad de Catalunya" ante la expectación de la próxima sentencia sobre el Estatut, y los temores de que afecte al texto en aspectos fundamentales. Llama la atención que se hable en nombre de Cataluña cuando, a estas alturas, todo el mundo sabe -y de ahí los temores- que la sentencia, con independencia de la forma en que module su fallo, no va a ir en contra de los intereses de la sociedad catalana, sino en todo caso de la clase política que ha promovido una reforma del Estatut de manera precipitada, inoportuna, sin buscar el necesario consenso entre las fuerzas políticas catalanas y los partidos de ámbito español, y sin llegar a interesar siquiera a la ciudadanía catalana en la bondad de la reforma.

El editorial enfatiza el hecho de que el texto sometido a examen del Tribunal haya sido ya refrendado por los electores, pero nada dice de la escasísima participación registrada entonces, ni de la lectura política que mereció y exige ese hecho. La mayoría de la sociedad catalana dio la espalda a ese texto, porque no vio que su identidad estuviera amenazada, ni tampoco la madurez democrática de la España plural, como ahora se empeñan en decir los periódicos catalanes pretendiendo poseer el alma de Cataluña. Resulta ridículo, por irreal, pretender vender que exista entre la población catalana "un creciente hartazgo por tener que soportar la mirada airada de quienes siguen percibiendo la identidad catalana (instituciones, estructura económica, idioma y tradición cultural) como el defecto de fabricación que impide a España alcanzar una soñada e imposible uniformidad". No es ese hoy, ni muchísimo menos, el cruce de miradas entre los catalanes y el resto de los españoles, o si se quiere entre Catalunya y España.

Por supuesto que "hay preocupación en Catalunya", y no es preciso "que toda España lo sepa", porque ya lo sabe. La preocupación anida en la clase política, y la clase política tiene muy preocupada a la ciudadanía, como han revelado las últimas encuestas del CIS. Pero nadie está harto de Cataluña, ni pretende conculcar su autogobierno. Si existe "hartazgo" va más bien en esa otra dirección: de los ciudadanos hacia sus gobernantes, a todos los niveles (en el marco autonómico y español). El hecho de que los medios de comunicación catalanes no tengan pudor en convertirse y actuar como agentes políticos, al servicio de los intereses inmediatos del poder, sin el menor atisbo de crítica como sería su función natural, es el mejor indicador de la verdadera naturaleza de la preocupación. A Zapatero, en una nueva muestra de su levedad política, le parece bien el editorial único y lo llama "libertad de expresión", cuando es sabido que cualquier unanimidad de la opinión publicada suele indicar más bien lo contrario, sin necesidad de hacer comparaciones con el pasado. Pero qué va a decir Zapatero, cuando es víctima de su propia cortedad de miras y hasta rehén, no ya de los nacionalistas de ERC, sino de los mismos socialistas catalanes, como ya indicamos en otra ocasión.

En nombre de la libertad de expresión se presiona al TC, con la bendición de Zapatero y de la Generalitat. Se le presiona y se le deslegitima, todos empeñados en presentarlo como una instancia política y hasta como una cuarta cámara legislativa (y habrá que preguntarse quién ha contribuido de manera particular a que eso pudiera ser así y al actual desprestigio del TC). Pero el TC está para soportar presiones y para actuar con criterios jurídicos y no políticos. Quienes sugieren ahora -después de todo lo que sabemos- que PSOE y PP se pongan de acuerdo para desbloquear la renovación de algunos miembros del TC, están dando por supuesto que el fallo ha de ser político, y sería de escándalo que después de tres años de espera para llegar a la ansiada sentencia, hubiese que esperar otros tres. El TC es el guardián de la Constitución y tiene todo el derecho y el deber de pronunciarse sobre la constitucionalidad de las leyes, máxime si afectan de manera fundamental al "marco de convivencia español", que eso es en definitiva la Constitución.

Si el problema es que a algunos políticos e intelectuales orgánicos no les gusta la actual Constitución, que trabajen abiertamente para cambiarla. Están en su derecho. Que se pronuncien claramente por una nuevas Cortes Constituyentes que procedan a la elaboración de una nueva Constitución. Pero que se haga según el procedimiento previsto en la propia Constitución, que requiere mayoría cualificada y, por consiquiente, un inevitable consenso entre los partidos mayoritarios, atendiendo al propio juicio de los ciudadanos españoles. Pero pretender reformar la Constitución por la via de la reforma estatutaria (que exige un menor respaldo parlamentario) y de los "hechos consumados", hurtando el verdadero objeto y alcance del debate, no dice mucho de la madurez democrática de quienes así han actuado.

No es posible ni nadie tiene intención de dar un "cerrojazo institucional" a Cataluña, como denuncia el editorial, pero tampoco es admisible una reforma encubierta de la Constitución, y pretender además que la sancione de oficio el TC. Eso si que sería convertirlo no en la cuarta, sino en la primera cámara legislativa. Hay quienes se afanan en confundirlo todo, haciendo gala de un pensamiento con escasos matices. Lo que está en juego con la sentencia del TC no es el cierre definitivo del Estado autonómico, sino el tránsito directo de un Estado autonómico a otro plurinacional sin que llegara a saberse cómo fue, esto es, sin tocar la Constitución. Porque es más que dudoso, por no decir incierto, que la Constitución de 1978 contemple ese modelo. Una cosa es la distinción entre regiones y nacionalidades (de mayores potencialidades que las existentes en la actualidad), y otra la cosoberanía o la bilateralidad, como asume el Estatut.

La Constitución de 1978, nacida de un gran consenso, fue cuidadosa con los nacionalismos. Éstos nunca estuvieron solos a la hora de reclamar la autonomía. El pacto democracia-autonomía, que puso los cimientos de la España plural durante la Transición, manifestó una exquisita voluntad por parte de las mayorías de no imponerse a las minorías. Si eso fue así, con mayor razón debe entenderse que lo que no es aceptable en democracia es que las minorías se impongan a las mayorías a base de chantajes o amenazas, violentando o hurtando las reglas del juego. La España plural ya existe, no depende del nuevo Estatut catalán, aunque pueda profundizarse en ella. Lo que puede quedar hecha añicos en el caso de una sentencia negativa, no es esa España, sino la credibilidad y el propio entendimiento político de Zapatero y Montilla. Ellos serían los responsables de cualquier sensación de engaño. Pero, por importante que esto pueda ser, mucho más lo es la dignidad del Tribunal Constitucional.

No nos engañemos. Es importante saber si en España funcionan las instituciones, o si el país está por el contrario abocado a un permanente desorden institucional. Lo que no es de recibo es que, al hilo del editorial, algunos intelectuales orgánicos catalanes apelen no ya a la futura presión soberanista o independentista si no se aceptan los actuales términos, ni a las dimensiones desconocidas por las que podría transcurrir la confrontación de Catalunya con España, sino a la ruptura total de la confianza con la que se tejió la Transición, cuando los responsables del actual escollo en que se encuentra el Estatut (que no son ni Aznar ni el PP, por mucho que pretendan desviar hacia ahí la atención), lo han llevado hasta aquí dando conscientemente la espalda a la Transición y al Estado autonómico, al que ya dieron unilateralmente por liquidado hace tiempo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Regreso al pasado e intolerancia

El gobierno Zapatero no reconoce ningún error, aunque tenga para ello que negar los hechos. El debate en el Congreso sobre la crisis del Alakrana fue elocuente al respecto, y no le importó a la vicepresidente De la Vega negar a la "menor" -contradecir a la ministra de defensa Chacón- con tal de que la "mayor" -ella- no quedara en entredicho. Ella se había hecho "responsable" de la gestión del asunto, pero no hay ninguna responsabilidad política que asumir, porque se había conseguido el objetivo: "misión cumplida".

Este pensamiento feliz no se corresponde con la auténtica situación del gobierno. La malhadada gestión de la crisis del Alakrana, y aunque la Armada no haya hecho nada, se ha convertido en un torpedo que le ha dado en toda la línea de flotación y el gobierno se halla con el agua al cuello. La reacción de los tripulantes y sus familias a su regreso, rehuyendo cualquier contacto con el gobierno, ha sido suficientemente elocuente, y el gobierno si tuviera vergüenza debiera estar abochornado. Pero no, la obispa laica es infalible y no se quita el solideo ni para dormir.

El gobierno que se precia de progresista, y que debiera considerar el futuro como un punto de fuga hacia delante, no ha hecho sino mirar hacia el pasado y además de forma "acelerada", lo cual es un síntoma evidente de la crisis que atraviesa el propio gobierno. Primero se le ocurrió organizar una fiesta mitín que reuniera a todas las viejas glorias del felipismo (Felipe González incluido) para arropar a Zapatero. La fiesta poco tuvo que ver con la tradición socialista, y en esa deriva glamourosa que tanto gusta al nuevo PSOE, no faltó ni la alfombra roja por la que desfilaron las estrellas antaño estrelladas. Otro motivo para el bochorno, pues si la idea era presentar a un partido unido en contraste con el PP (o para contrarrestar la buena imagen ofrecida por el PP en la última convención de Barcelona), poca gente se ha enterado.

Y en segundo lugar, en esa fuga trepidante hacia el pasado, ha tenido la ocurrencia de rescatar la memoria de los moriscos, ni más ni menos. Entre los numerosos problemas que nos afectan en el presente, el PSOE nos sensibiliza sobre la necesidad de «reparar» los daños ocasionados por la expulsión de los moriscos (1609) y de que se proceda para ello a un reconocimiento institucional de aquella comunidad, que fue víctima de la intolerancia religiosa. Al PSOE no le basta con avivar la memoria histórica de la guerra civil para identificar al PP con el franquismo, sino que trata de hacerle responsable y exponente de todos los males de la intolerancia que en la historia de España haya habido o pueda haber.

Curiosa manera de calentar el debate de la nueva ley del aborto, iniciado ayer en el Congreso, donde fueron rechazadas las distintas enmiendas a la totalidad. Intolerancia, la que demuestra el PSOE en este asunto, que no figuraba -hay que recordarlo de nuevo- en su programa electoral, y al que se opone, en los términos defendidos por el gobierno, no sólo la mayoria de la sociedad española, sino buena parte también de la opinión socialista. Empeñado en presentar el aborto como una cuestión ideológica, que fuerce la división y obligue al PP a presentar su faz más conservadora, el mismo Zapatero manifestaba ayer escasa racionalidad cuando se permitía ante los medios hablar simultáneamente de derechos fundamentales y tragedia con relación al aborto.

No puede existir ningún derecho fundamental que legitime la tragedia del aborto, ese es precisamente el quid de la cuestión, que la nueva ley pretende obviar en un ejercicio simultáneo de cinismo e intolerancia. El representante de ERC retrató muy bien los términos reales en que el gobierno de Zapatero, arropando a su ministra adolescente Aído, pretende situar el debate del aborto: "les corresponde a ustedes parar los pies a la derecha y poner a la Iglesia en el lugar que les corresponde en una sociedad del siglo XXI".

Ayer las ministras socialistas se abrazaban gozosas, sin que sea fácil saber qué celebraban, y sin que ninguna de ellas haya hecho nada porque la ley se preocupe realmente de apoyar a las mujeres que se encuentran con un embarazo no deseado y no quieren abortar. No es ese el camino al futuro, cuando lo niega haciendo gala de enorme frivolidad y no menos intolerancia a tantas vidas humanas, pues un feto, nos guste o no, es vida humana.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Confusión total


Por fin, después de casi 50 días, la tripulación del atunero español "Alakrana" ha sido liberada por los piratas somalíes. Los marineros están sanos y salvos, que es lo que todos queríamos, por lo que no hay mucho más que hablar, dice el gobierno, que sigue estando confuso después de todo lo que ha pasado.

Lo que ha quedado claro es el pacifismo ramplón de Zapatero y su ministra de defensa, que se rasgan las vestiduras ante quienes solicitan la presencia de militares profesionales, y no simples mercenarios, en los buques españoles para protegerlos de los piratas.

El Ejército no está para velar por las actividades económicas del sector privado, dicen, para eso existe la seguridad privada. Pero el Estado si está para apoyar al sector automovislístico, por ejemplo, con ayudas directas. O para abrir y cerrar zanjas, a través de los ayuntamientos, para dar trabajo a los parados. Ahora va resultar que el ejército no tiene nada que ver con el Estado. Vaya confusión mental.

La opinión pública también está confundida y no sabe si se le ha dicho la verdad. El Gobierno dijo que sabía perfectamente donde estaban los tres tripulantes que fueron llevados a tierra por los piratas para introducir presión en la negociación. Ahora se ha sabido que no llegaron a abandonar el buque. Luego, el gobierno no sabía lo que decía.

También se ha dicho que la armada española disparó a los piratas después que éstos abandonaran el atunero, pero que no les dieron y que no pudieron evitar que se escaparan. Menudo papelón el que ha reservado el Gobierno al ejércto español. El patrón del Alakrana ha aclarado algunas cosas, en medio de tanta confusión. Ha dicho que no sabe si se ha pagado rescate (luego, se ha pagado, qué remedio). Ha dicho también que no sabe si se disparó a los piratas (luego, no hubo verdaderos disparos, la cosa no iba en serio, y no se hizo nada por intentar recuperar el rescate).

La confusión es total. Lo de menos ya es quien ordenó traer a España a los dos piratas detenidos en los momentos iniciales del secuestro, y el lío montado dentro del gobierno: De la Vega y Chacón, ellas sí, en pleno combate, ajustando viejas cuentas personales. Lo que no ha impedido que el gobierno haya hecho lo que tenía que hacer, y que haya obrado en todo momento dentro de la legalidad.

¿Ordenan las leyes pagar rescate o ceder al chantaje de grupos violentos, como sin duda son los piratas? No tan rápido, porque primero hay que discutir si forman o no "asociación ilícita". Y comprender que la piratería somalí es fruto de la ausencia de Estado y de cualquier otro tipo de instituciones en Somalia. Ya sólo falta decir que el pago del rescate es una ayuda al desarrollo (de las muchas que prodiga el gobierno español, aun en tiempos de crisis), aunque no esté dentro de los planes de los piratas reinvertir en el país.

Los piratas han hecho el negocio del siglo, y España el ridículo del año. Pedían inicialmente dos millones de dólares y al final se han llevado cuatro. Traer a España a los dos piratas ha salido por un pastón. A uno de ellos se le ha ocurrido decir que quiere comprar una mujer española y quedarse a vivir en España. No le va a dar para Pilar Rubio (visto lo que ha pagado Telecinco para hacerse con los servicios de la conocida presentadora), pero todo sea por la Alianza de Civilizaciones, siempre que la ministra Aído lo consienta.

Ante este follón el simplismo del Gobierno no admite dudas. O se está conmigo o contra mí. De nada ha servido a Rajoy su prudencia en los momentos delicados del secuestro (reconocida por Zapatero en el momento de anunciar la buena nueva de la liberación). Un día después hemos sabido que el PP estaba con los piratas. Hay que ver lo que da de sí la trama Gürtel.

viernes, 13 de noviembre de 2009

20 años de libertad y 5 de extravío

A golpe de calendario, las fiestas, celebraciones y conmemoraciones profundizan en la búsqueda y el mantenimiento de la armonía colectiva; son procedimientos renovados que excitan la memoria y el reconocimiento de las raíces donde se asienta el porvenir. Tal es la función social de las conmemoraciones particularmente.

Esta semana hemos celebrado los 20 años de la Caída del Muro de Berlín, un suceso hasta cierto punto sorpresivo que varió repentinamente el curso de la historia o, de forma mucho más tangible, que cambió las vidas, el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa -por decirlo en los términos del historiador alemán Koselleck- de millones de personas.

La coincidencia de aquel acontecimiento con el bicentenario de la Revolución francesa forzó la comparación y la interpretación. La Caída del Muro, la Revolución de 1989, tuvo algo para el Este europeo de Nueva Toma de la Bastilla y puso en evidencia a la izquierda europea, que se había equivocado desde los años treinta y no había sabido apoyar a los movimientos de disidencia y oposición en esos países pensando que los cambios sobrevendrían allí en función de un auge del movimiento revolucionario en Occidente y del pacifismo y la distensión, y no en función de otras coordenadas.

Zapatero, que ha heredado buena parte de aquella desorientación, ha comparado la caída del Muro con la muerte de Franco. Todo un descubrimiento. Cuando ha sido él quien ha arruinado la cultura política de 1978 que construyeron, entre todos, los españoles a la salida de la dictadura. Zapatero presume de haber extendido derechos y libertades, pero en sus 5 años de desgobierno y extravío lo que ha conseguido, con mucha torpeza y no poca frivolidad, es resucitar la separación de las dos Españas.

En Europa celebran la reunificación de las dos Alemanias. En España jugamos a derribar el legado de la Transición. Tenemos tiempo y ganas hasta de hurgar en las tumbas de los muertos, les guste o no a los familiares, que desean que las víctimas descansen en paz, o que prefieren que no se conozca la verdad, porque el mito les favorece.

Este afán de abrir y cerrar zanjas resulta muy signaficativo de la crisis que vive España, económica, social, cultural y política. Mientras algunos festejan en Europa veinte años de libertad, otros llevan cinco de extravío. Nos encontramos como perdidos. ¿Dónde estamos? ¿Adonde vamos?

viernes, 6 de noviembre de 2009

Deslealtad y cobardía


Se suponía que esta semana iba a ser decisiva en el PP, que era mucho suponer, pero al menos ha sido esclarecedora. La presión de Génova sobre Camps y Aguirre dio sus frutos, pues el primero reorganizó formalmente el partido, respetando los procedimientos, como la dirección nacional había solicitado, y la segunda renunció a sus pretensiones de situar a Ignacio González al frente de Caja Madrid, ofreciendo su apoyo a Rato, como quería Rajoy. Esperemos ahora que la presidenta no pretenda colocar a su segundo como consejero delegado de la entidad financiera.

Pero Aguirre tenía que dar la nota, y pretendió reventar el comité ejecutivo del PP, convocado por Rajoy con cierta solemnidad para tratar de la crisis interna, no asistiendo a él. Lo que consiguió fue hacer patente su soledad política y cargar de razón a Rajoy, desoyendo su ruego de que los asuntos internos se ventilen en los órganos internos y no en los medios de comunicación. Censura y exige que se reprima al hombre de confianza de Gallardón por sus excesos contra ella en la prensa, pero ella no se expresa sino en los medios, buscando el efecto mediático de sus gestos o palabras, rehuyendo cualquier explicación o debate político serio.

En el fondo, le cogió gusto a que la siguieran por la calle, micrófono en mano, como hacían los reporteros de Caiga quien caiga en la primera legislatura de Aznar, y fascinada por el poder de los medios ha querido sustituir la imagen de ministra atalondrada de entonces por la de femme terrible de ahora, pero el personaje no da para más. No solamente ha demostrado la deslealtad de su comportamiento con la dirección del partido en que milita, sino también cobardía política. Aguirre no fue a ese comité ejecutivo porque no se atrevió (como no se atrevió a presentar su candidatura alternativa en el congreso de Valencia frente a Rajoy), y ha acabado por fabricarse una imagen de dinamitera que hipoteca cualquier futuro personal suyo en el PP.

Resulta curioso escuchar en ciertos sectores que Rajoy está favoreciendo la destrucción del PP, como sucedió con UCD en tiempos de la Transición. Tal vez pretenden con ello que abandone el partido como hizo Suárez, pero ya sabemos como terminó aquello. El discurso de Rajoy y el mandato inequívoco que recibió del comité está dirigido a evitar precisamente que eso pueda repetirse. Aguirre ya únicamente puede emular a un Herrero de Miñón, si se quiere forzar la comparación con aquel tiempo, pero ni siquiera, porque Herrero tenía al menos una inteligencia política de la que carece Aguirre. Aguirre tendrá instinto de poder, que no siempre es bueno, y a veces da miedo (según ha manifestado Cobo); pero no ideas, como se ha vuelto a comprobar estos días.

Quien así no va a llegar al 2012 es Aguirre, no Rajoy. La advertencia hecha a propósito de las listas electorales (quien se comporte de manera desleal con el partido no repetirá en ellas), parece completamente lógica, visto lo visto. Resultó esperpéntico el coro de seguidores de ayer de Aguirre, alzando el ¡No te resignes!, cuando la atención general estaba pendiente de las nuevas noticias alarmantes que llegaban del pesquero Alakrana secuestrado por los piratas somalíes, y de la angustia que están viviendo las familias directamente afectadas, que no se resignan -ellas con razón- ante la situación que padecen. Estos son los problemas reales y las víctimas reales.

No se trata de silenciar a nadie ante los medios, como se ha querido interpretar de las propias palabras vertidas por Rajoy en el famoso comité, pero la ruidera que provocan intencionadamente algunas figuras presuntamente liberales, que obligan a fijarse si llevan zapatos altos o bajos, impide atender a asuntos tan inquietantes y comprometedores para la efectiva garantía de las libertades como el del controlador de escuchas Sitel en manos del ministerio de interior, aunque esa es otra historia. Cada cual que juzgue.

viernes, 30 de octubre de 2009

La batalla insufrible de Madrid


España se empeña en ofrecer una imagen diferente de sí misma. Aunque a los españoles les duela, sus políticos trabajan hoy incansablemente para hacer valer el mito, que se creía desaparecido, de Spain is different. Cuesta ver cómo los países de cabeza emprenden la senda de la recuperación económica (Estados Unidos, superando las previsiones más optimistas, ha crecido un 3,5 en el tercer trimestre) mientras España, en la cola, permanece en la recesión (sin que la ministra Salgado se atreva ya a hacer ningún pronóstico: saldremos cuando salgamos). A la miseria económica se suma todavía la miseria política, y eso resulta más difícil de aceptar. El panorama general de corrupción que ofrece España se vuelve contra la clase política en su conjunto y cuestiona abiertamente la calidad de nuestra democracia. Y que, en éstas, dé igual lo que haga o deje de hacer el gobierno, porque toda la atención política se centra en la guerra de poder que vive la oposición, eso ya es insufrible. Más aún por haberse manifestado sin tapujos a propósito del control de la Caja.

En el PP todo el mundo habla en los últimos días de coger el toro por los cuernos y es evidente que eso va a suponer sangre en la arena. La ha vertido ya el ex secretario general valenciano, que se resistía a dejar de serlo, y a estas horas no es ni militante, ante el estupor del propio Camps. Y otros la quieren ver correr en la persona del vicealcalde de Madrid Manuel Cobo, la mano derecha de Gallardón, que fue lanzada contra Esperanza Aguirre, en una sonora bofetada en forma de declaraciones publicadas el pasado lunes en El País, y que han sentado a cuerno quemado en la dirección del PP de Madrid. Las polémicas declaraciones son seguramente inaceptables en la forma pero verdaderas en el fondo, según piensan muchos dentro y fuera del PP. El que se hayan producido no reflejan sino un hartazgo, que admite una lectura más amplia que la estrictamente personal, facciosa o de rencilla partidista. Ese cansancio alcanza a los ciudadanos y -lo que es más preocupante- acaba arruinando el crédito de los políticos sin distinción y de la misma actividad política.

Por ello, aunque resulte cansino o desagradable, hay que aplicar el zoom. Aguirre ha reaccionado exigiendo de la dirección nacional del PP un castigo ejemplar para Cobo por las "injurias" vertidas contra ella, llevando el asunto a su terreno para volver a cuestionar el liderazgo de Rajoy. No hay que engañarse. El fondo del asunto no son las rivalidades de Aguirre y Gallardón en Madrid -aguirristas contra gallardoneros-, sino la hostilidad declarada de Aguirre hacia Rajoy en una continua actitud de negación y desestabilización de la actual dirección del PP y del propio partido. Esa es la auténtica batalla con fuego real. La guerra sucia que ella practica con Rajoy no tolera que se la hagan a ella, por más que nadie haya planteado hasta ahora que se sancione a la presidenta madrileña, que se niega de forma sorprendente a acudir a una reunión cuando es convocada por el líder de su partido si antes no se satisfacen sus exigencias, y promueve manifiestos de alcaldes para presionar a Rajoy. A Aguirre le preocupa más su juego vanidoso que atender a las exigencias del cargo que desempeña, como se pudo comprobar en la entrega de premios del Observatorio Internacional de Víctimas del Terrorismo, donde -después de captar la atención de los medios- se entretuvo durante las intervenciones de Aznar u Ortega Lara en leer y responder los sms que llegaban a su teléfono móvil. Eso la retrata. Lo suyo es la ultrapolítica.

Sabe que a Rajoy le preocupa preservar la unidad del partido, y que no hará nada que pueda hacerla peligrar realmente, lo que ella aprovecha para tensar la cuerda hasta el máximo e insistir en la imagen de debilidad, indecisión y falta de autoridad de Rajoy. O me queréis a mí como comandante en jefe o nos vamos al infierno todos, ese es el designio de Aguirre y a él se orienta la apuesta o el órdago lanzado con Ignacio González en Caja Madrid, situándolo por delante de Rodrigo Rato o Manuel Pizarro (tan "queridos" y tan utilizados por ella como Aznar u Ortega Lara). Esperanza no admite que esté haciendo algo "mal o rematadamente mal", como le gusta decir de los demás, pero es ella la principal responsable del clima insufrible que se respira en el PP y que se ha extendido a la política española. Es necesario un punto y aparte, y si no está dispuesta a ponerlo, otros tendrán que poner el punto final.

Si Aguirre se atreve "hasta el final" con su despropósito en Caja Madrid estará obligando a la dirección nacional de su partido a llegar también hasta el final. Es preferible una gestora que pacifique y rehaga el PP de Madrid, que continuar asistiendo a este lamentable espectáculo, que supera el ámbito puramente interno de un partido político. El futuro y la "normalidad" de España deben estar por delante de los intereses personales o el bien de un partido. Esto, que lo entienden bien los ciudadanos y los militantes sacrificados de cualquier organización política, deben entenderlo también sus dirigentes. Cuando existen fundadas dudas o temores de que una Caja pueda caer en determinadas manos políticas (o lo que es lo mismo, de que el poder económico se ponga directamente a su servicio), mayores razones asisten para no confiar a ellas el gobierno de un partido o de la nación. La suerte está echada. De Madrid al cielo. O al infierno.

viernes, 23 de octubre de 2009

Caja Aguirre


Esperanza Aguirre es como una mula que no recula. Su característica principal no es la decisión sino la terquedad, como está demostrando en el pleito Caja Madrid. Parece que le da igual todo, con tal de salirse con la suya. Su pretensión de colocar a su mano derecha en la Comunidad de Madrid, Ignacio González, al frente de la Caja es francamente impúdica. No se trata ya de que la honorabilidad y moralidad de su candidato hayan sido abiertamente cuestionadas en el último año por propios y extraños, sino sencillamente de que no es tolerable la desfachatez con que pretende y defiende la politización de la cuarta entidad financiera española.

Aguirre debe pensar que la mayoría absoluta del PP en la Comunidad de Madrid es realmente "suya", de ella, y que ella tiene "derecho" a elegir al presidente de Caja Madrid como si ésta fuera realmente Caja Aguirre y pudiera disponer de ella para alcanzar sus ambiciones políticas no satisfechas. El dinero es poder y la falta de dinero, ausencia de poder o poder fastidiosamente "limitado". Paradógica forma de entender el liberalismo, que lleva a semejante ingerencia del poder político en las instituciones financieras. Particularísima manera de considerar la atención preferente que deben prestar las Cajas al propio entorno, cuando todo se acaba defendiendo en términos estrictamente políticos y personalistas.

La presidenta madrileña parece que disfruta echando pulsos a quienes elige como adversarios de partida y partido, moviendo cartas entre una humareda de puros, en un ambiente cada vez más enrarecido. Ella, chulipa, no negocia, ni se da por vencida. Aguirre ha conseguido que se vuelva a ver a los madrileños, o más bien al PP de Madrid, como madrigueros, gentes de covachuela, de antro, de cavernilla, de sacristía, de conventículo, según los describía un literato del siglo pasado. No es extraño que el Gürtel prendiera en los tugurios cavernarios de la Comunidad de Madrid.

Nadie la sigue en esta huida hacia adelante.
El Mundo y El País se han posicionado claramente en este asunto, censurando el enfrentamiento abierto por el poder en Caja Madrid y oponiéndose a que la entidad quede en manos de un político, sin experiencia en gestión financiera ni competencia técnica. Irresponsable, inoportuna y destructiva resulta en efecto esta guerra, y muy en particular la actuación de Aguirre, fiel a sí misma. Desde El Imparcial Ansón ha censurado, por otra parte, el despilfarro que no cesa y que afecta de manera escandalosa a la presidente madrileña, que no repara en abonar importantes sumas para poder recibir a visitantes ilustres. La pregunta salta sola. ¿Para eso quiere a Ignacio González en Caja Madrid?

jueves, 22 de octubre de 2009

De gays y machistas

Algunos lo consideran virtud y otros necedad. Pero hay que reconocer al gobierno, al PSOE y a todos los profesionales que colaboran activamente en el sostenimiento de la actual empresa socialista, una particular capacidad para enmascarar la realidad o para construir una imagen de ella que les sea beneficiosa en términos políticos, que viene a ser lo mismo.

La batalla de desinformación que libraron los medios afines al PSOE para negar u ocultar el éxito de la manifestación del pasado sábado en Madrid contra la nueva ley del aborto, rayó en lo obsesivo. Después de ver los telediarios de la TV pública quedó claro que a esa manifestación fueron los mismos (en número, y muy por debajo de los cien mil) que a la celebración del día del orgullo gay.

No es fácil saber si la comparación contenía algún mensaje subliminal, pero ya que el gobierno de Zapatero se muestra tan preocupado y complaciente en contentar a las "minorías", y contentos están los gays con la ley de matrimonio homosexual, pues que haga entonces también un esfuerzo por agradar a esta "minoría" anti-abortista retirando la ley que se empeña en sacar adelante, sin que figurara en el programa electoral del PSOE, sin el necesario consenso social, y sin escuchar siquiera a nadie. No, de eso nada, y a negar la realidad.
Es lo mismo que se ha hecho en y con el debate parlamentario sobre los Presupuestos Generales del Estado. Se sigue negando la verdadera realidad de la situación económica, de las causas y consecuencias de la crisis; se invierten las perspectivas reales y los instrumentos necesarios para recuperación. Y cuando Rajoy pone brillantemente en evidencia, con datos por sí solos elocuentes, los errores cometidos y -lo que todo el mundo sabe, después de la marcha de Solbes- el sometimiento de la política de Elena Salgado a la estricta voluntad de Zapatero, entonces -oh, escándalo- el machista es Rajoy que ningunea a la ministra.

Feminismo oscuro el que apela al "derecho al aborto" y se refiere al no nacido como "algo" y no como "alguien". Y feminismo vergonzante el que se refugia en la condición de mujer y en la derecha atávica para no reconocer las deficiencias concretas de tal cual ministra en el ejercicio de sus responsabilidades parlamentarias o políticas.

martes, 20 de octubre de 2009

Mal de foto


Decididamente es mala pata. La foto de Zapatero con Obama no figura en la web de la la Casa Blanca. Se ignora si a estas alturas Moncloa ha cursado las oportunas protestas a Washington por haber convertido en acto privado la visita oficial de nuestro presidente a Estados Unidos. Seguro que la diplomacia española, ahora que Moratinos regresa de Cuba, satisfecho de haber hecho valer brillantemente allí la causa de la democracia, hasta el punto de que ha sido totalmente innecesario cualquier contacto con la disidencia castrista, sepa ahora restablecer la mayoría de edad política de nuestro presidente, cuestionada por la administración estadounidense al ignorar la ansiada foto. Qué tendrá que ver el padre con las hijas. A base de no saber distinguir lo público de lo privado, lo importante de lo accesorio, el fondo de la forma, el político español ha conseguido confundir a todos. Pero más allá de eso, y aunque no sea preocupante, está visto que Zapatero tiene un mal de foto. De lo que no cabe duda, es que la foto del ministro español Moratinos con el nuevo dictador cubano ocupará un lugar destacado en el álbum oficial de La Habana. (Qué complicidad. Más vergüenza para España.)

viernes, 16 de octubre de 2009

Vergüenza, cinismo y mala pata


Las peores sospechas se confirmaron. El espectáculo ofrecido por el PP de Valencia el pasado martes ha sido sencillamente vergonzoso. El que fuese martes y 13 no es razón suficiente que pueda explicar el modo en que se desarrolló la crisis que ha acabado con la destitución del secretario general Ricardo Costa. Se ve que algunos no entendieron bien en que consistía la ceremonia de la humillación, y a quien pretendieron humillar fue a Rajoy. Santa paciencia la de este varón que, al final, claro, tuvo que actuar. Ni Costa ni Camps dieron la talla, que ya debían saber cuál era, después de tanto traje

Fue sorprendente contemplar a Costa -nada dispuesto a abandonar sus cargos- dando instrucciones a la dirección nacional del PP, antes y después de la reunión del comité ejecutivo del PPCV, como si realmente estuviese en una posición de fuerza. El que se lo creyera es muy sintomático de cómo se han hecho las cosas en Valencia. Fue decepcionante la actuación de Camps en este embrollo. Pretendiendo hacer equilibrios para no caer, lo único que ha demostrado es su actual falta de equilibrio personal y su incapacidad política para gestionar una situación como ésta y hacer frente a sus propias responsabilidades. La confusión de ese comité es culpa suya y su falta de resolución, lo que hizo inevitable el contundente pronunciamiento de Génova del día siguiente, haciendo tornar las sonrisas pueriles de Costa en lágrimas amargas. 


Camps está más que tocado, hundido, ánima y políticamente hablando. El hecho de que Rajoy tuviera ayer, en su comparencia pública, palabras de apoyo para el presidente valenciano se puede interpretar de varias maneras. Más que una manifestación de la generosidad del presidente nacional del PP, resulta la prueba palpable de la debilidad de Camps en estas horas, aun entre sus fieles valencianos, que tendrán que prepararse para lo que pueda venir, según se vayan desarrollando los acontecimientos, a tenor de la filosofía expuesta por Rajoy.

Porque lo que ha quedado claro, y no es poco, después de la vergüenza que todos hemos pasado, es que existen responsabilidades políticas las haya o no judiciales. Esta doctrina la ha hecho valer Rajoy frente a Costa, y sirve ciertamente para cualquier otro. El PSOE se resistió a aceptarla en el pasado, cuando se sucedieron los escándalos (de Filesa a los Gal), y ello trajo la judicialización de la política y la politización de la justicia en las que ahora lamentablemente estamos.

Únicamente aceptando la distinción, tan obvia y fundamental, entre la responsabilidad política y la penal tendrá autoridad moral el PP para denunciar los abusos -el uso interesado de las instituciones- por parte del gobierno o de la Fiscalía, que sin duda se han dado a propósito del caso Gürtel, y que pueden acabar invalidando el proceso penal. Aunque para muchos no dijera ni reconociera nada, esto es lo que vino a transmitir Rajoy ayer. Bienvenido sea.

Resulta por ello un particular ejercicio de cinismo el editorial de El Mundo que cargaba contra Rajoy calificando de injusta, falaz y antidemocrática la destitución de un pobre Costa, apartado de sus puestos sin que haya sido imputado. Con esa manera de gestionar la crisis interna del PP, Rajoy "ha cruzado el Rubicón de lo que es inaceptable" y queda invalidado para gobernar, según el diario de Pedro J. (el mismo que durante el tardofelipismo pugnaba por esa distinción de responsabilidades).


Pedro J. sigue jugando a lo suyo. Pero como mentor y consejero de los Costa frente a Rajoy, ayer se sintió también derrotado. Hace un año fue Juan, lanzado por Pedro J. como posible rival del gallego, aunque no llegó a presentarse, en el congreso de Valencia. Ahora Ricardo, tan preocupado por su honor. De nuevo un Costa utilizado por el cazador como auténtico flecha de Camps contra Rajoy.


Vergüenza de todos, cinismo de algunos y mala pata sobre todo para uno. El espectáculo servido por el PP restó prácticamente toda visibilidad al ansiado encuentro de Zapatero con Obama en la Casa Blanca. Todo ocurrió como si el acontecimiento planetario -con todos los truenos y centellas- largamente anunciado por Pajín hubiese tenido lugar en Valencia (en torno a los Kennedy españoles, como se ha atrevido denominar Pedro J. a los hermanos Costa) y la visita de Zapatero a Obama, reducida a escala local, no tuviera mayor rango que la de un alcalde a un gobernador. Al menos, todos contentos esta vez con la foto.

viernes, 9 de octubre de 2009

Ceremonia de la humillación

Estamos toda la semana con lo mismo. Después del refrigerio de las encuestas del domingo, que situaban al PP casi cuatro puntos por encima del PSOE, el levantamiento de una parte del secreto sumarial del caso Gürtel ha sumergido a los populares en una profunda inquietud. Más aún cuando la lectura del sumario debe hacerse a la luz de esas mismas encuestas. Pensar que no hay nada que hacer respecto de ese asunto, porque las encuestas son favorables al PP sería un gran error. Ni Zapatero ni su gobierno tienen credibilidad en estos momentos de crisis general, pero la oposición -según revelan esas encuestas- tampoco. Pensar que eso se debe a un simple problema de liderazgo, personificado en Rajoy, sería otro error. Esa desconfianza tiene mucho que ver con la percepción que tienen los ciudadadanos del caso Gürtel, o mejor, de la falta de respuesta de los dirigentes del partido ante la crisis particular que les atañe, y esto sin duda afecta claramente a Rajoy, que se habría dado cuenta, y que de fumarse un puro estaría ahora que fuma en pipa.

Lo de menos es que Rajoy no tenga responsabilidades en los hechos investigados, porque suya y no de sus barones es la responsabilidad última sobre el partido. Si la credibilidad de Rajoy está en juego es porque la que realmente lo está es la credibilidad de todo el partido. No sirve apelar a que son los años de Aznar los que se encuentran en entredicho, ni sería prudente hacerlo además. Aunque pueda haber dentro y fuera del partido conspiradores que pretenden aprovecharse políticamente de la situación, Rajoy está donde está para actuar como se espera que actúe. En nombre de un partido y del bien que ese partido puede prestar al conjunto de los ciudadanos. La fortaleza y unidad de un partido no puede residir en la negación de hechos incorrectos, irresponsables y escandalosos. Es Ignorar o transigir con las deficiencias de orden operativo moral en la política lo que resulta "políticamente incorrecto", y no lo contrario.

Está bien que un presidente regional del PP asuma la responsabilidad y tome las pertinentes decisiones en los asuntos que le conciernen dentro de su territorio como marcan los estatutos. Aguirre no ha hecho nada que no debiera, ni nada que Rajoy no quisiera, al forzar la separación del grupo popular en la Asamblea de Madrid de los imputados en el caso Gürtel. No ha sido excesivamente resolutiva, aunque ahora se la quiera presentar así, cuando ha esperado no ya a que los implicados estuvieran imputados, sino a conocer realmente los hechos contenidos en el sumario. No ha exigido responsabilidades políticas al margen de las judiciales, sino detrás de ellas. Y será difícil de olvidar el paripé de la comisión de investigación en el parlamento autonómico a propósito del caso de espionaje político, hoy en los tribunales, una simple escenificación que consiguió cerrar el paso a la investigación interna iniciada dentro del partido. Junto a Esperanza Aguirre continúa Granados (número dos del partido y consejero del gobierno de Aguirre), cuando hace tiempo que debería haber cesado.

Como en la ceremonia de la humillación de la Hermandad de la Macarena, de larga tradición, no se trata de optar por el Cristo de la Sentencia o la Virgen de la Esperanza, pues si empeñados están los aguirristas en que nadie les cierre el paso, tampoco pueden pretender ir por delante de Génova. Mientras hagan lo que Génova quiere, todos contentos. Como los valencianos, muy contentos están dice Camps, aunque ellos no quieran hacer ahora lo que dice Rajoy. Pues si el líder valenciano no ejerce ni asume responsabilidades, tendrá que tomar la iniciativa Rajoy, sin que nadie pueda hablar entonces de imposición de Génova. El secretario general del PP de Valencia, Ricardo Costa, puesto en evidencia al levantarse el secreto del sumario, dice que el marrón del Gürtel en Valencia no se lo va comer él sólo. Esperemos. Pero lo que no tiene mucho sentido es que diga que no está dispuesto a entregar su cabeza para dar gusto a las "pretensiones de Génova". Lo hará seguramente por "lealtad" a su jefe. O dimisión o cese.

El recado de Rajoy a Camps no admite dilaciones de ejecución tras el conocimiento del sumario. Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia, así lo ha reconocido. Rajoy puede estar convencido de que se trata de una "trama de corrupción" para aprovecharse del PP y no de una "trama de financiación irregular" del partido, y seguramente tiene razón. Pero para ser creíble tiene que actuar con firmeza respecto a lo más parecido a Filesa de lo que se va sabiendo, y eso es el PP valenciano, para sorpresa no sólo suya. Desde la perspectiva del PP, más preocupante que tal o cual barón pueda darle la espalda a Rajoy, sería que los ciudadanos dejasen de apoyar al partido. Pero pensar que una simples elecciones adelantadas en Valencia pueden ser la solución a la situación creada puede ser más propio de una lógica populista que verdaderamente democrática, máxime si se plantease en términos plebiscitarios de Camps frente a Rajoy. Por mucho fervor popular que despierte la Virgen, o por fuerte que sea la convicción que se tenga en su dimensión como corredentora, la doctrina católica es clara, y nada debe hacer olvidar que el "primero" es Cristo. Eso "el curita" Camps (según se refiere a él el responsable de la trama Gürtel en Valencia) debería saberlo, con independencia del papel que jugara hace un año para atajar la crisis de fe en el liderazgo de Rajoy.

Cuánta resistencia a humillarse. No se puede dar la palabra a los ciudadanos sin que previamente los políticos pidan, de palabra y obra, antes que el voto, perdón a los ciudadanos. Por todo el mal y por todo lo mal que lo han hecho. La ceremonia de la humillación, una estación de penitencia, debe preceder al ritual electoral. Los políticos se resisten a la humillación porque sólo se miran y se buscan a sí mismos, carecen la mayoría de la madurez que debieran, y no toleran la frustración. Su ambición de poder está tan volcada en sí mismos que impiden ellos mismos la necesaria reconciliación con la ciudadanía a través del perdón. Tal es el afán de evitar la humillación ante el sumo sacerdote del propio partido o ante los fieles de la otra iglesia, que se desprecia lo que realmente importa: la ceremonia de la humillación ante los ciudadanos por haber defraudado su confianza. Y eso que si lo hicieran, seguro que conseguirían además muchos más votos. Unos se lo merecen y otros se lo tienen merecido.

sábado, 3 de octubre de 2009

Fumando espero


Fumando espero al hombre que... ¿ya no quiero?, y mientras fumo me voy tragando... ¿sapos y culebras? No es fácil saber lo que tiene Rajoy en la cabeza, y qué música suena en la oscuridad que le rodea, pero la situación de su partido después de las ultimas novedades del caso Gürtel exige una pronta respuesta. Da igual que todo el asunto responda a una maniobra política contra el PP. Da igual que se hayan sucedido todo tipo de filtraciones de documentos judiciales o policiales a un periódico, y últimamente a dos (El Mundo compartiendo protagonismo con El País). Da igual que el último informe policial dado a conocer sea un refrito de otros anteriores, con más o menos inexactitudes. Da igual qué mano de varón o mujer socialista actúa próxima de tal o cual fiscal meciendo la cuna (que amigos dentro o próximos al poder político o judicial, con capacidad de decidir, los hay de todos los colores).

Da igual, aunque nada de eso debiera dar igual en circunstancias normales; da igual, porque nada de eso debe hacer tampoco ignorar en las presentes lo que de ningún modo puede ocultarse: la existencia de una lamentable trastienda en el PP valenciano, que se quiera o no resulta tremendamente comprometedora, y dañina para esa imagen vendida de partido triunfador, que arrasa sin más, y que debía inspirar el modelo a seguir por Rajoy en su carrera hacia la Moncloa. El PSOE estaba empeñado en hacer saltar por los aires la imagen del PP como un partido impoluto a fin de desacreditarlo ante la opinión pública e inutilizarlo como alternativa. Casi lo ha conseguido, aunque no sería capaz de hacerlo sin la inestimable ayuda del PP, o de cierto PP, que sin duda existe.

El argumento de que todo se trataba de una persecución política, imagen inicialmente favorecida por la caza de montería a la que se había prestado Garzón, no sirve ya -por réditos electorales que haya podido dar- porque no es verdad, no es toda la verdad de esta engorrosa historia, que tantas energías políticas está inutilizando, porque las acapara prácticamente todas. La ciudadanía sabe que en Valencia se ha mentido (Camps con los famosos trajes, como se deriva del auto del juez, que afirma que fueron regalos, por lo que no los pagó de su bolsillo). Y tiene serias dudas de que quienes desplazaron al otrora todopoderoso Zaplana, no hayan sucumbido a la tentación de la financiación ilegal del partido a lo Filesa, para tener bien dispuesta la maquinaria electoral de la que tanto presumen.

El caso Gürtel apareció sobredimensionado en un principio por el afán que tenía el PSOE -una vez que El País le había preparadao el terreno- de obtener buen provecho político de él en los lugares donde más problemas electorales han demostrado los socialistas. Eso lo hacía claramente sospechoso, y parecía excesivo hablar de financiación ilegal, como algunos hicieron enseguida, para poder pedir mayores responsabilidades políticas que las derivadas de una simple trama de chorizos, por bien posicionada que ésta hubiese estado en los aledaños del poder (en tiempos de Aznar), y pudiera seguir estándolo en ciertas autonomías (Madrid, Valencia). Atendiendo a las pugnas internas del PP (a las que la ciudadanía se ha tenido que acostumbrar como un plato habitual de la política española, contra su gusto, como sucede con la propaganda socialista), el asunto podía decirse que no perjudicaba tanto a Rajoy como a quienes se habían alineado más bien contra él dentro de las filas populares.

Lo de Madrid, unido al espionaje político, ha desgastado a Aguirre, y seguirá haciéndolo seguramente. Es cierto que la imputación al tesorero Bárcenas le afecta a Rajoy, pues él lo eligió en el Congreso del PP de Valencia, aunque no fue ninguna novedad, puesto que es un hombre que siempre estuvo en las finanzas del partido. Porque lo gordo estaba en Madrid, la ofensiva contra Camps por los famosos trajes resultó mucho más excesiva, y algunos perdieron la pelota. Tan decididos estaban en desactivar políticamente a Camps que se permitieron consejos a los jueces para que no se repitieran errores de instrucción como los que hubo en el caso GAL, lo que indirectamente parecía aproximar a ambos casos en su valoración.

La decisión del archivo de la causa contra Camps fue para esos mismos señal evidente de amiguismo y prevaricación por parte de algún juez del tribunal valenciano. Para otros, el informe policial ahora filtrado que arroja fuertes sombras sobre la financiación del partido, implicando en esas prácticas ilegales a los hombres más cercanos a Camps -sus número dos- en el gobierno valenciano y en la dirección del PPCV (Rambla y Costa), y cuya denuncia de "montaje" ha sido rápidamente desestimada por la justicia valenciana, sería la respuesta desde el entorno socialista a lo anterior. Pero volvemos al principio. Aunque así fuera, la cosa ya ha adquirido otro cariz y le hace verdadero daño no sólo a Camps sino también a Rajoy por su propia cercanía a Camps, que le apoyó y jugó un papel determinante a la hora de frenar la conspiración madrileña desatada contra Rajoy para hacerse con la dirección del PP después de la derrota electoral de 2008.

La suciedad de Gürtel se encuentra así no en los porches ni en los patios, sino en las habitaciones principales ocupadas por la dirección del partido o del gobierno popular en Valencia. De nada sirve a Rajoy presentarse como el hombre de las manos limpias si a base de estrechárselas a quienes las tienen manchadas o no se preocupan de lavárselas, él también se las acaba manchando. La política es así y Rajoy lo sabe. Contra tanta política inconsistente se requiere ciertamente una respuesta contundente, como reclamó Rajoy a los valencianos de su partido a través de la secretaria general Cospedal, pero ni siquiera ha habido una explicación suficiente. Fuera máscaras y fuera reverencias cortesanas. Está en juego no el futuro de Camps o de Rajoy, sino la credibilidad de la clase política y más aún de la oposición, en el momento en que más se la necesita, sumergida como se encuentra España en una crisis que no es únicamente económica, pues alcanza también al plano aocial, político e institucional.

Rajoy mide los tiempos, pero sería ingenuo pensar que para salir de esta le basta con esperar fumándose un puro, porque se le subirán a las barbas y, en todo caso, acabará quemándose. No se entiende que no haya ordenado una investigación interna (como se hizo en tiempos de Aznar con el caso Naseiro, como bien recordará Ruiz Gallardón). Es lo menos que se puede hacer, como algo previo a las inevitables dimisiones, que tendrá que haberlas. No hacerlo, además de descorazonador para la ciudadanía (mucho más que la derrota de Madrid como capital olímpica para el 2016), que espera un rearme de los valores morales en la práctica política, supondría una gran muestra de debilidad interna. No es de extrañar que Aguirre esté maquinando para situar a Ignacio González en Caja Madrid (lo que resulta sorprendente atendiendo a los escándalos políticos madrileños en los que se ha visto envuelto), y que todo el interés esté centrado ahora en las nuevas ambiciones del alcalde Gallardón. Contra tanto clientelismo y fulanismo político, no basta con lamentarse de la tropa, como hizo el conde de Romanones. Hay que actuar, con prudencia, pero con decisión.

¿Qué es eso de que no gobierna para un partido, sino para el futuro?, según le ha dicho Camps a Rajoy. Será en todo caso para el presente, atendiendo al pasado y mirando al futuro. Para estar suspendido en el tiempo, lo mejor es que se quede en su casa. Como Rajoy espere a que sea Camps quien marque los tiempos, se eternizará en la memoria de los justos, pero habrá dejado de contar en este mundo.