domingo, 16 de diciembre de 2012

Agoreros de la desgracia



Un ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, en tiempos de Zapatero, calificó de agoreros de la desgracia a quienes se atrevían a sostener que España estaba en crisis. Prueba de que no era cierto, destacaba los 200.000 nuevos empleos creados durante 2007 ligados a la prestación de servicios sociales contemplada por la Ley de Dependencia. Cinco años después, los nuevos responsables del ministerio de Empleo y Seguridad Social han argumentado los malos datos publicados a principios de este mes de diciembre diciendo que las cifras se leen mejor si se descuentan los miles de afectados por la decisión del Gobierno de dejar de cubrir la cotización a la Seguridad Social de los familiares que se hacen cargo de dependientes, dados de alta en 2007 en aplicación de aquella ley.

Es la última muestra simbólica de un hecho axiomático y paradójico. El patrón de crecimiento que entonces se señalaba como modelo –empleos ligados a los servicios sociales: “un gran yacimiento de empleo” en la línea de los países “más avanzados” se argumentaba– ha sido desarbolado por el ímpetu mismo de la crisis que afecta a la Unión Europea, y por las obligaciones que dentro de la UE los países del norte imponen a los del sur. Asimismo quienes alertaban contra los agoreros de la desgracia, negando la crisis tras alardear de haber situado a España en la Champions League de las economías del mundo, son los mismos que identifican hoy la política de recortes como la responsable del sufrimiento social, y señalan su inutilidad por cuanto dificulta aún más la salida de la crisis, siendo calificados éstos a su vez como agoreros de la desgracia por parte del actual gobierno y adláteres.

De paradojas está hecha la viña del Señor, pero debemos cuidarnos de tanto falso profeta, propagadores de simples mensajes de muerte, incapaces de convenir en las razones del mal y de anteponer la salvación de todos a dudosas ventajas de capilla o partido fundadas bien en la mezquina esperanza del ‘cuanto peor, mejor’, fácilmente interiorizada por la oposición; bien en el apego a los bienes terrenales de la política o del poder (también económico), que impide una verdadera transformación del sistema desde dentro. Está lógica perniciosa que tiende a apoderarse de todos, contribuye fatalmente a la extensión del pesimismo, pero éste es tan inútil políticamente como lo fue el 98, que sólo consiguió agostar el verdadero espíritu regeneracionista.

A los hombres de negro que amenazan con hurgar en las tripas del Estado, y a los políticos fracasados que heridos en su orgullo se revuelven contra lo que queda de ese Estado, hay que añadir los cuervos que revolotean arriba –anunciando una y otra vez la llegada de la gran catástrofe, sea a propósito del rescate o de la quiebra territorial de España– antes de que exista un cadáver o de que haya finalizado propiamente la batalla, en lugar de sumar esfuerzos para ahuyentar los peligros reales que se ciernen sobre el futuro colectivo. Todos –políticos, agentes sociales, medios de comunicación, críticos o intelectuales–  debemos ser más conscientes de la responsabilidad que tenemos ante las generaciones futuras, y actuar en consecuencia extrayendo lo mejor de nuestro imaginario colectivo.

A estas alturas sorprende que deba insistirse en la necesidad de superar la lógica de las dos Españas y el conflicto de nacionalismos para volver sobre la esencia del mito de las dos naciones, divulgado en su día por Costa reproduciendo el modelo francés: la contraposición entre una nación sana –la nación de subsuelo, sin problemas ni fisuras, la nación del porveniry una minoría política dominante, corrupta e ineficiente (la nación en el poder). Frente al pesimismo del 98 se alzó el empeño positivo de la generación de 1914, que transformará las constataciones desilusionadas costistas de la inexistencia de la segunda España (la nación de subsuelo), en un reto desde el cual proponer un proyecto de modernización para el país, proyecto que ha sido llevado en gran medida a la práctica durante la democracia.

La misma ambición que movió primero a Ortega y luego a la generación de 1978 a trabajar por el afloramiento e institucionalización de una España nueva, es la que se precisa hoy día. Sin miedo a llamar las cosas por su nombre, pues es evidente que  existen problemas y fisuras, que faltan hábitos de trabajo, que sobra el dinero fácil y el fraude por arriba y por abajo, y que es necesario un cambio de mentalidad, en las ‘dos naciones’ (también en las ‘dos Navarras’), para  recorrer el camino que ha de conducir a personas, comunidades e instituciones de lo peor (que se tiene dentro) a lo mejor (de que se es capaz). Se lo debemos a los que vienen detrás. Y si no sabemos bien qué hacer, o ni siquiera qué decirles, al menos no nos convirtamos en agoreros de la desgracia.

Publicado en Diario de Navarra, 16 de diciembre de 2012


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tribulaciones del nacionalismo cismático


Victor Turner, introductor del concepto de drama social en el vocabulario de las ciencias sociales, concebía éste como un proceso que afecta periódicamente a toda comunidad –de la familia a las relaciones internacionales– y que atraviesa en situaciones de conflicto cuatro fases: brecha, crisis, acción reparadora y reintegración del grupo inquieto o reconocimiento de un cisma irreparrable entre las partes enfrentadas. Si el actual presidente de la Generalitat catalana, con la excusa del pacto fiscal, ha abierto un proceso de este tipo sin que haya certeza sobre su recorrido y resultado final, lo único cierto por el momento es que todo el nacionalismo catalán se ha vuelto cismático. O dice serlo, sin acabar de ser consciente de las tribulaciones por las que ha de pasar, más allá de las que ocasiona.

Sin duda causa tristeza comprobar cómo un representante del Estado utiliza la plataforma del Estado para ir contra el propio Estado, amenazando con el incumplimiento de la legalidad. Pero la aflicción es buena si sirve para encarar la verdad de un nacionalismo que pasaba por moderado y democrático, y que con Mas a la cabeza conduce a olvidar sus pasados compromisos con el sentido común, las vanguardias culturales, la modernización económica, las vías constitucionales y la gobernabilidad del Estado, para abonar una imagen de frivolidad, inmadurez, fracaso y deslealtad. La rebelión de los dirigentes de la Generalitat en tiempos de la Segunda República, intentando explotar en beneficio propio momentos de extrema dificultad para el conjunto de España, decepcionó enormemente a Azaña. La reiteración de ese reflejo no puede sino producir rechazo, en un mínimo ejercicio reflexivo, entre los propios ciudadanos catalanes, llamados a las urnas para resolver los problemas de ciertos políticos, no los suyos.

El pacto fiscal es una coartada, pero no es un argumento válido en la presente situación. No se entiende la urgencia, porque no siendo una aspiración nueva, que se lo pregunten al viejo Pujol, todo el mundo sabe además que con vacas flacas es menos viable que nunca. CiU podrá librarse de la dependencia del PPC y fortalecerse a costa del PSC en el futuro parlamento catalán, pero no podrá acordar la reducción del déficit ni la salida de la crisis económica con ERC y habrá de cargar en solitario con el malestar inmediato catalán, más aún después de la ruptura de puentes con el PP, pues el giro de política en materia identitaria que se mueve en el medio-largo plazo, no va a resolver los requerimientos perentorios del corto plazo. La política de los números también permite calcular los efectos financieros de la actuación soberanista sobre la deuda española y contabilizarlos en hipotéticas facturas. Practicar una política de tierra quemada nunca puede generar las disposiciones necesarias de consenso para una acción reparadora que pudiera solucionar el conflicto mediante una eventual ampliación del marco legal o constitucional.

Mas se equivoca emulando a Ibarretxe y pensando que va a capitalizar la ola nacionalista vasca del 21-O. El victorioso PNV de Urkullu no se mira en el último lehendakari nacionalista y ha sacado a relucir su alma moderada y conciliadora, no la cismática, otorgando prioridad a la lucha contra la crisis y es de prever que siga ejerciendo presión sobre EH-Bildu, a quien no ha permitido que se alce con el liderazgo nacionalista en Euskadi, y a quien todos los partidos democráticos vascos deben exigir que solicite la disolución efectiva de ETA. Los abultados resultados de Bildu tienen de bueno que hacen imposible el retorno terrorista de ETA, pero no es admisible que ETA pretenda convertirse en una organización política clandestina con autoridad efectiva sobre otra legal para impartir lecciones de democracia. Ni Bildu podría aceptarlo si quiere conservar el voto recibido. El duelo entre nacionalismos no ha hecho más que empezar.

Tanto la presión de Bildu como el desafío de Mas, sin contar con la desorientación de que hace gala el PSOE en torno al federalismo, pueden acercar al PNV como no lo estuvo nunca a la Constitución de 1978 para defender los “derechos históricos” que Mas con su fórmula del pacto fiscal está volviendo a convertir en simples “privilegios” ante el resto de España. Tampoco en Navarra la verdadera batalla es la del nacionalismo cismático sino la del cisma entre nacionalistas. Cuando toquen las elecciones, porque nadie las quiere ahora, la ola antes que a Bildu a quien puede beneficiar es a Geroa Bai, que desde su reconocimiento de Navarra como sujeto político dispone en la Transitoria Cuarta de la Constitución vigente un modo de presentar el “derecho a decidir” de los navarros. No es previsible un frente nacionalista vasco-catalán contra España a corto plazo, y Mas puede estar cometiendo un error de cálculo con respecto a la debilidad y recuperación de España. Las viejas naciones tienen una mala salud de hierro.

Publicado en Diario de Navarra, 7 de noviembre de 2012

viernes, 21 de septiembre de 2012

Crisis y drama moral, o el retorno de Saint-Simon



En el primer tercio del XIX, en plena fascinación por la primera industrialización, Saint-Simon, inspirador del socialismo utópico, distinguía sólo dos clases sociales: los industriales o productivos, y los improductivos. Doscientos años después, en plena crisis de las sociedades industriales avanzadas, esa distinción sigue teniendo sentido, y hasta ocupa por momentos la primera plana del debate, aunque no se sepa bien qué posición representa ya un socialismo sucesivamente revolucionario, pragmático y acomodaticio.

En los tiempos actuales, no se puede descalificar -como hacía Saint Simon- a los grupos no industriales de parásitos. Comprendía en ellos a los nobles, al clero, a los militares, pero también a los juristas o a los políticos: si desapareciesen no pasaría nada, la sociedad seguiría funcionando sin resentirse, mientras que si prescindiéramos de los productivos, sobrevendría el colapso. Hoy ni el trabajador se reduce a quien cotiza a la seguridad social, ni el improductivo se circunscribe a determinadas profesiones: el parásito puede estar en todas partes. En España es preocupante el paralelismo que puede establecerse entre los altísimos índices de ninis (ni estudian ni trabajan), fracaso escolar, paro, gasto público y cultura de la subvención. La pérdida de confianza y la mala imagen actual del país tiene que ver sin duda con eso.

En la actual encrucijada, la necesidad de reformas es imperiosa para la defensa de un orden de libertad que no es incompatible con la garantía de un sistema de bienestar social, pero que ha de adecuarse inevitablemente a las nuevas circunstancias, para su salvaguardia. Esa doble tarea de conservar y adaptar continuamente a las circunstancias del momento los componentes esenciales de nuestro sistema institucional, es la principal responsabilidad del gobernante, no ganar elecciones. Saint-Simon no fue el precursor del neoliberalismo, como parecería desprenderse de las críticas presentes de la oposición a las medidas aprobadas, preconizadas por Bruselas, y a cualquier pretensión de reforma. Pero es evidente que, en momentos singularmente críticos, la expectativa de que los políticos tomen decisiones razonables exige un esfuerzo comunicador de los gobiernos que se ha echado en falta a distintos niveles, lo que no ha hecho sino aumentar la desafección hacia toda la clase política, tenida como altamente improductiva.

En épocas de crisis, no únicamente se desenvuelve con toda crudeza el drama social, haciendo aumentar la protesta. También el drama moral adquiere mucho mayor predicamento. Cuando se están exigiendo fuertes sacrificios, y no se pueden ofrecer resultados a corto plazo, la cuestión de la autenticidad, verdad y moralidad de los actores políticos pasa a un primer plano. La gente desconfía de los discursos retóricos o de la maliciosa razón de los políticos, sabedora de que está mucho más en juego que el puro espectáculo de la política. En el drama moral la audiencia se revuelve contra el arte del fingimiento y es más consciente de la posible inconsistencia entre la representación efectuada y las verdaderas convicciones del actor. La confianza tanto en el gobierno como en la oposición pasa por el grado de autenticidad con que interpretan su papel, por la expresión de los verdaderos sentimientos, con independencia de las expectativas y exigencias de la situación.

No es indiferente la gramática de los motivos en debates cercanos como la reducción del número de parlamentarios, la remuneración de los políticos profesionales, la contracción de las políticas de creación de empleo, el affaire Donapea y la discriminación de sexos en la escuela diferenciada, la excarcelación de presos etarras o el desafío secesionista del nacionalismo catalán. Determinados argumentos no pueden evitar en la ciudadanía la sospecha de oportunismo, del espíritu de casta, de sectarismo contra instituciones concretas, de utilización de la política antiterrorista y del sentimiento de las víctimas para combatir al adversario… del propio partido; o en el caso del nacionalismo, de aprovecharse como antaño de la debilidad o postración de España para fortalecerse y ocultar así sus propias frustraciones o errores. También causa recelo la actitud de los sindicatos a cuyos dirigentes se les llena la boca pidiendo un referéndum sobre los recortes cuando hasta hace poco se plegaban al gobierno para aumentar sus arcas. Se antojan todos como esfuerzos inútiles para la solución de los problemas reales.

También en la cosa europea el drama moral golpea a la audiencia. La firmeza de los gobiernos español e italiano en el planteamiento de la unión bancaria y fiscal choca con la doblez de Alemania que tensa la cuerda y pone luegos trabas o bloquea las posibles soluciones que no le gustan, haciendo valer la ayuda que presta, muy de agradecer, pero sabedora de que les vaya bien o mal a los demás, ella siempre gana. Saint-Simon fue asimismo un adelantado de la idea de la unidad y cooperación europea. Pero esa reorganización eficaz de Europa que preconizaba, requiere menos escenificaciones lentas y tediosas, y mayor credibilidad, capacidad de decidir y asumir en la práctica las decisiones adoptadas.

Publicado en Diario de Navarra, 21 de septiembre de 2012

sábado, 16 de junio de 2012

Alta y baja política


La política, como la cultura, puede ser alta o baja, y lo que abunda por desgracia es la segunda. Es fácil criticar las formas superiores de cultura como patrimonio de los privilegiados de la fortuna o de la educación, pero el interés o la simpatía que puedan despertar formas más amplias de expresión o contestación cultural no puede obviar la necesidad de la alta cultura. Lo mismo sucede en la política. La denuncia y la concienciación, la movilización y la presión social contra el poder –elementos imprescindibles de la democracia– no pueden cerrar el paso al diálogo, el entendimiento y el acuerdo. Mucho menos en momentos señaladamente difíciles de la vida de la comunidad.

Navarra se ha convertido en un ejemplo de baja política. Desde hace tiempo y por razones diversas, pero hoy por motivos mucho más concretos. La ruptura del gobierno de coalición es la manifestación elocuente de todo ello. El debate no está en quién ha roto el acuerdo de gobierno, si UPN o PSN, sino por qué se ha roto, quién tiene mayor responsabilidad en lo ocurrido y qué va a suceder ahora. Se ha roto el gobierno como se formó, de una manera un tanto sorpresiva e inopinada. El PSN empujado por Jiménez se empeñó en estar en el gobierno –cuando existían otras fórmulas de apoyo a Yolanda Barcina– y ha sido Jiménez quien ha obligado a su propia destitución y a la consiguiente salida del PSN de ese mismo gobierno.

La alta política nos puede acercar a veces a todos al borde del abismo, pero consigue detener torbellinos. La baja provoca tormentas en vasos de agua y conduce a quienes la practican al despeñadero. El líder del PSN se ha movido desde hace un año en el cortoplacismo, haciendo prevalecer el interés personal y de su grupo de fieles, bien instalados en el poder y en los órganos de dirección del partido, por encima del interés general y del propio PSN, según la opinión del sector crítico que ganó claras posiciones en el último congreso del partido. Aun presentada bajo la bandera de la gobernabilidad y de la responsabilidad, Jiménez, de forma inaudita, sólo ha sido capaz de justificar la presencia en el Gobierno de Navarra desarrollando una contra-política desde su propio cargo institucional, lo que manifiesta una clara irresponsabilidad.

No es lo mismo que el PSN esté en el gobierno que no esté, ha repetido hasta el final, en clave de argumentario, el ya exvicepresidente Jiménez, que de lo único que ha convencido finalmente es de que no sabía estar. Practicar la contestación al gobierno siendo parte del gobierno seguramente puede entenderse como deslealtad por la otra parte, pero sobre todo dice poco de las propias capacidades de gobierno de quien así actúa. Baja política es aquella que se queda en mejores o peores diagnósticos de la realidad y en el rechazo de lo que no gusta, sin aportar verdaderas soluciones en los momentos en que deben tomarse decisiones complicadas e impopulares. La suma de negaciones no suele generar nada positivo en política, y si esa es una actitud más comprensible en un movimiento social, es inconcebible cuando se ejerce el gobierno. Invocar la defensa de la verdad como causa de la crisis provocada suena a estas alturas bastante falso.

Una situación como la actual exige una alta política, pero no podemos ser muy optimistas sobre lo que viene. El PSN no está en condiciones de ganar una moción de censura, por falta de liderazgo moral y presumiblemente por falta de apoyos políticos. Tampoco es de esperar en las presentes circunstancias un cambio de disposición por parte del PSN para sostener en el parlamento a un gobierno monocolor de UPN en minoría. El escenario de unas elecciones inmediatas puede generar desánimo y aumentar la desconfianza en los políticos navarros, más allá de su repercusión en la desconfianza externa hacia España. No es el mejor momento, ni a nadie beneficia una imagen griega de Navarra, muy alejada de su realidad económica, social y política, pero abocados a unas elecciones anticipadas, bienvenido sea su deseable efecto de higiene en la política foral.

Algunos liderazgos deberán replantearse hasta por imperativo de unas primarias, que posiblemente sea lo que más incomode a Jiménez de la nueva situación. Otros deberán dejar de ser invisibles, como sucede con el actual líder del PPN. Será igualmente la ocasión para que irrumpa en el parlamento el nuevo rostro y estilo político que propugna Geroa Bai desde el campo nacionalista. Al merecido descrédito de los políticos actuales y a la inevitable erosión de UPN sigue la duda sobre la preparación de otros para ser alternativa y poder gobernarnos. Sólo faltaría que celosos de nuestra secular autonomía, tuviéramos que pedir, en pleno centenario de la Conquista de Navarra, que nos intervengan.

Publicado en Diario de Navarra, 16 de junio de 2012

sábado, 19 de mayo de 2012

Éxito y fracaso del 15-M

El teatro es una metáfora útil para el análisis de la realidad social, pues permite materializar el concepto de representación colectiva, tan central en la sociología. Los teóricos recientes de la social performance han puesto de manifiesto, sin embargo, las dificultades propias de las sociedades avanzadas para el logro de representaciones exitosas. Este marco de reflexión puede ayudar a entender el éxito y fracaso del 15-M, un carácter dual que encierra el hecho mismo de que haya vuelto a la escena para la conmemoración de su primer aniversario. 

La pluralidad y creciente complejidad de nuestras sociedades explica que sólo en momentos excepcionales o de crisis sea posible realmente una auténtica articulación o fusión de los elementos propios de la representación social (sistema de valores y creencias colectivas, guión, actores, medios de producción simbólica, puesta en escena, poder y audiencia), que tienden a disgregarse en la actualidad y sin cuya re-fusión la representación no puede ser convincente. 

El 15-M logró concitar la atención de todos hace un año por la misma originalidad que comportaban algunos aspectos de la nueva representación. Los espectadores invaden de repente la escena para erigirse ellos mismos en actores al considerar hipócrita y conformista la actuación de los actores políticos profesionales, y porque rechazan el sistema de valores que determina el guión y la puesta en escena de la política actual. El movimiento pudo verse como la rebelión de una parte de la audiencia crítica o reflexiva, los propios estudiantes, los jóvenes, los nuevos desesperados, particularmente sensibles a la inacción y contradicciones de la clase dirigente. 

Los más nostálgicos pudieron evocar a Marcuse o revivir los vientos del 68, aun prescindiendo del telón de fondo inmediato (la sociedad de la abundancia de entonces frente al empobrecimiento actual). Pero realmente se iba mucho más atrás. Llevados de la espontaneidad del momento, parecía volverse a los orígenes de la democracia, al ágora griega, a la plaza pública de la ciudad, la Plaza Mayor de Madrid, de Cataluña, o la Plaza del Castillo de Pamplona, para hablar rozándose y alcanzar una puesta en común. No hay guión previo, ni actores elegidos, sino que uno y otros surgen de la misma improvisada puesta en escena. Hasta ahí el éxito del 15-M, y el movimiento de empatía y simpatía por parte de la audiencia que continuaba y continúa siendo audiencia. 

 Pero su propio éxito es la razón de su fracaso. Una vez en la escena pública, y manifestada su voluntad de permanecer, como han vuelto a reiterar ahora, tienen que elaborar un guión, y precisan de actores que asumiendo ese rol acaban ocultando su verdadero rostro bajo la máscara, sin que sea posible ya arrebatársela, y sobrevienen las contradicciones inevitables derivadas de la búsqueda de una representación exitosa. La decepción se abre paso entonces cuando se comprueba que no hay mayor novedad, que el movimiento no engendra pensamiento, y que el nuevo guión representado por los improvisados actores sólo expresa una gran ingenuidad, amén de no pocas afirmaciones radicales que son identificadas por la audiencia general como los valores y puesta en escena propios de las fuerzas antisistema. 

Del diálogo inquieto en el ágora se pasó al simple campamento ocupa y a la degradación del espacio público, con ribetes sesentayochistas que un año después y tras el cambio de gobierno no se han vuelto a consentir. La espontaneidad en el uso de la palabra fue sucedida por la filtración de los mensajes y el control de los portavoces. Lo nuevo enseguida se hizo excesivamente conocido. De la protesta y la denuncia que dieron cuerpo al movimiento social, se llegó muy fácilmente a un discurso de carácter partidista, que irrumpió en plena campaña a favor de algunos partidos, olvidando la parte de responsabilidad que les tocaba en la extensión de la desesperanza. Los mismos resultados de las últimas elecciones generales muestran, desde esta perspectiva, el fracaso último del 15-M. 

El 15-M se ha manifestado incapaz de hacerse cargo de los verdaderos desafíos planteados en la actualidad por la Gran Recesión ante el doble fallo experimentado de mercados y estados. La resurrección del 15-M tiene algo de melancólico recuerdo de lo que no pudo ser, y de lo que de seguro volverá a no ser si se pretendiera convertir el movimiento en una simple correa de transmisión de partidos u organizaciones de izquierda, que han manifestado su agotamiento, con el simple objeto de secundar estrategias de oposición de escaso vuelo al gobierno que ha recibido de la ciudadanía el encargo de gestionar la salida de la crisis, y que más allá de las diferencias legítimas de enfoque constituye una tarea de todos. Releyendo el pensamiento de Marcuse, profundizar en el desencanto a través de los desesperados sería el mejor modo de certificar el fracaso del 15-M.

Publicado en Diario de Navarra, 19 de mayo de 2012

lunes, 9 de abril de 2012

Retrospectiva de unas cuentas cruentas

A veces no se puede dejar de mirar al pasado, porque parece que nos empeñamos en repetir los mismos errores, y se antoja entonces difícil atraer un futuro diferente. La reacción ante los nuevos Presupuestos Generales no se ha hecho esperar. Muy duros, injustos, insolidarios e ineficaces, dicen los socialistas. Rajoy sacrifica la salida de la recesión con más ajustes. Buscan contentar a los mercados, haciendo sufrir a la gente, afirma el presumible socio de gobierno del PSOE en Andalucía. Sin duda, estamos ante unas cuentas cruentas, pero ni leemos todos de igual manera los números o nos falla la visión retrospectiva.

Sangra que la mayor partida de gastos esté destinada a pagar los intereses de la Deuda (29.000 millones), que superan la totalidad del dramático recorte efectuado. La segunda asignación más elevada se la lleva el desempleo. Algo tendrá que ver con esto el gobierno saliente, más que el entrante, aunque a tenor de lo que se escenifica, no lo parece. No se sabe si creemos ya en la máxima orteguiana de que España es el problema y Europa la solución. Más bien Europa es el problema y España una parte cada vez más importante de ese problema. Pero lo que es más cierto que nunca, es que fuera de Europa no hay salvación.

¿A qué viene entonces tanta cáscara vacía en la crítica de la oposición? Poco interesa ya si el Gobierno anterior negó la crisis o si dejó de tomar medidas para combatirla eficazmente. De poco sirve levantar lanzas contra los mercados para que dejen de presionar a los estados, como si éstos pudieran volver a recuperar su vieja soberanía. Podemos discutir incluso si las exigencias de la UE son acertadas para salir de la Gran Recesión o no, y algo ha hecho en cualquier caso el actual gobierno español para relajar el ritmo de su cumplimiento. Nada de eso es realmente relevante para explicar el por qué de estos presupuestos.

Los requisitos que está exigiendo la UE a España y al resto de los países del euro, no son nuevos ni arrancan de la actual crisis. Son exactamente los mismos que definieron los criterios de Maastricht en 1992 para que un país pudiera entrar en el euro, consciente Europa de que junto al estímulo al desarrollo económico que suponía la adopción de la moneda común, ésta implicaba también posibles problemas, entre ellos el riesgo de que el descontrol financiero de algún país afectara a otros. De ahí los criterios de 1992: tasa de inflación moderada, déficit público no superior al 3% y una deuda pública no superior al 60% del PIB.

Esto es lo que nadie confiaba que España pudiera lograr cuando el PP llegó al poder en 1996, y lo que consiguió el primer gobierno de Aznar con la adopción de estrictas medidas de control del gasto público, permitiendo que España pudiera incorporarse desde el primer momento a la unión monetaria. Se alcanzó y se mantuvo mientras gobernó el PP. Esta hazaña es lo que España debe conseguir de nuevo, en una situación de mayor pobreza, después del retroceso sufrido bajo el último gobierno del PSOE, no sólo por omisión culpable, sino por responsabilidad directa en decisiones tan desafortunadas como la supresión por parte de Zapatero del techo de gasto a las Comunidades Autónomas que había decretado el PP en la etapa anterior, y que ha traído junto a un despilfarro casi obsceno, gran parte de los problemas de déficit actuales.

Se le olvida también al PSOE que el desempleo se redujo del 22 al 11% entre 1996 y 2004, y que volvió a cotas superiores al 22% con Zapatero, por más que aquella rebaja del PP arrojara todavía una tasa excesivamente alta en comparación con Europa, lo que revela la existencia de un problema estructural español, como recuerda ahora la Unión Europea, y que tiene que ver con la existencia de un mercado laboral dual o escindido, propiciado por la reforma laboral realizada por los socialistas en 1984 que fomentó bienintencionadamente la contratación temporal para los jóvenes, algo que se busca ahora corregir junto a nuevas medidas de flexibilización laboral.

Estos son los auténticos números que explican los contenidos en el Presupuesto de 2012, ante los cuales el PSOE no puede sino reconocer la gravedad de una situación que amenaza seriamente el futuro del país por generaciones enteras. No es hora de demagogias ni de cálculos oportunistas o partidistas, sino de arrimar el hombro. El PSOE tiene una responsabilidad histórica ante las generaciones futuras, tanto o más que el actual gobierno del PP, que no puede evadir aunque lo pretendiera. La sensatez de Rubalcaba no puede tornarse de golpe en irresponsabilidad. Porque irresponsables son los políticos que no se hacen cargo de toda la herencia que dejan.


Publicado en Diario de Navarra, 14 de abril de 2012

sábado, 10 de marzo de 2012

El poder o la calle

Era previsible, pero no ha dejado de sorprender. La calle se ha incendiado con demasiada rapidez, apenas dos meses después de la llegada del PP al poder. Lo que Zapatero temía, lo que a Rubalcaba le preocupaba como ministro de interior, la posibilidad de un estallido social, se utiliza ahora como estrategia de oposición. Claro que jugar con gasolina siempre es peligroso, y puede quemar a lo bonzo a los propios pirómanos.

El jefe de la oposición confía en su verbo fácil, a veces traicionero: “El problema no es la violencia, sino que alguien quiera relacionar al PSOE con la violencia”, ha dicho. No, señor, no. El primer problema en una democracia siempre es la violencia, cuando ésta pretende convertirse en sustituta de la palabra o en arma de presión frente a los poderes institucionales legítimamente sostenidos por la ciudadanía. Alentar la presión en la calle como un ‘poder revolucionario’ contra el ‘poder legal’, reverdeciendo viejos mitos de los dos últimos siglos, no es precisamente la mejor garantía de futuro para una izquierda en crisis.

El PP con los obispos y el PSOE con los sindicatos, “cada oveja con su pareja”. Se puede esperar algo más de la calidad de nuestro debate público, pero esta permanente instalación en la demagogia revela el verdadero drama de determinadas organizaciones políticas o sociales cuando experimentan la drástica pérdida del poder: su dificultad de adaptación a la vida normal democrática. Lo propio de la democracia es el control de los gobernantes por parte de los gobernados, dentro de las reglas institucionales fijadas, pero al final lo que gusta y satisface es el disfrute del poder.

En eso vienen a coincidir actualmente el PSOE y los sindicatos. Al margen de las viejas afinidades ideológicas, uno y otros arreglaron un matrimonio de conveniencia en tiempos de Zapatero: la desactivación de cualquier movilización real contra el gobierno socialista, a pesar de la aguda situación social generada, a cambio del fuerte incremento de las subvenciones y del consiguiente fortalecimiento de los sindicatos. Nadie discute el papel histórico de los sindicatos, ni siquiera su necesidad actual, aunque tampoco es un secreto que su poder en España nace de la colaboración prestada por UGT a la dictadura de Primo de Rivera y de la habilidad de CCOO para revertir en provecho propio el legado del Sindicato Vertical franquista. Ahora que tanto el PSOE como los sindicatos han perdido o ven amenazados su poder, se encuentran de nuevo en la calle… para desestabilizar al gobierno del PP que, por supuesto, es quien da motivos para que salgan a la calle, como ha dicho la nueva portavoz socialista.

La calle está para disfrutarla y para gastar cuanta zapatilla sea necesaria para hacer oír nuestra voz, como todos hemos sentido alguna vez la necesidad de hacer. Pero con tanta gente en la calle comienza a reinar la confusión y se detectan problemas, porque al final sucede lo mismo: es muy importante que se sepa quién manda en la calle. Los sindicatos andan preocupados con el movimiento 15-M, o con sus restos, para que no capitalicen el éxito de las movilizaciones ni se les relacione a ellos con los antisistema profesionales de la violencia, que andan detrás. No les preocupa, sin embargo, a las organizaciones sindicales, ni tampoco parece al PSOE, que sus manifestaciones se hagan coincidir con el 11-M. Salvar el puente festivo está por encima del respeto a las víctimas del magnicidio, y si ello contribuye de nuevo a desgastar al PP resucitando la guerra de Irak, todo es ganancia. Cabe desear algo más de nuestra democracia como comunidad moral.

La sociedad civil no se aviene bien con el mito de los bárbaros ni debe restringirse a la expresión minimalista de organizaciones o movimientos que sienten cierta predilección por el uso ostensible del espacio público, anunciadores de no se sabe cuántas ‘primaveras’. A una oposición útil y responsable le compete tanto como al gobierno el fortalecimiento de las instituciones, el respeto de las reglas, la mejora de la esfera pública, haciendo del discurso público un instrumento de formación del carácter ciudadano, y la preocupación por desarrollar al máximo el capital social civil, no incivil, frente a las carencias y limitaciones del poder político.

En Navarra todo es diferente, pues además de que seamos forales, el PSOE está en el poder. Mover la calle –la presencia y agitación de los sindicatos nacionales junto a los sindicatos nacionalistas– podría resultar contraproducente para la permanencia del PSN como socio necesario de gobierno de UPN. A no ser que la cuestión se plantee en términos de poder interno dentro de las filas socialistas con vistas a su próximo congreso, y entonces, siguiendo la estela de Rubalcaba, el lenguaje de la calle deba primar, a juicio de algunos, sobre el de la responsabilidad y la gobernabilidad.


Publicado en Diario de Navarra, 14 de marzo de 2012

jueves, 9 de febrero de 2012

Confusión y sensatez

El 38 Congreso del PSOE ha concitado la atención de la militancia socialista y del conjunto de la sociedad española. La suerte de la principal fuerza de oposición es un factor clave de la política general. El dramatismo que ha rodeado al evento es signo de lo mucho que había en juego, aunque los intereses de todos no fueran los mismos. Algunos hablan de victoria pírrica de Rubalcaba sobre Chacon, cuando la victoria aún más ajustada de Zapatero sobre Bono fue calificada en su día como triunfo de la democracia. Pero lo que ha triunfado ahora, parece, es la sensatez.

El debate interno tenía mucho de falaz. Chacón y seguidores han pretendido hacer de Rubalcaba el hombre del aparato del partido y el responsable de los cuatro millones de votos perdidos en las pasadas elecciones, para presentarse ellos mismos como garantes de la renovación, del cambio y del futuro, cuando paradójicamente Chacón representa la continuidad más pura del zapaterismo que ha conducido al PSOE al borde de la quiebra. La sociedad española ha identificado a Zapatero con la resignación, el estancamiento y la inacción, y los delegados del Congreso finalmente también, sin aceptar el sentido del discurso de Chacón, jugando a la confusión.

Imitar es falsificar, decía Ortega, y la candidata que urgía a hacer historia, no ha buscado sino volver a aplicar la plantilla utilizada por Zapatero cuando se alzó con la secretaría general del PSOE "con un solo discurso", como antaño Azaña consiguiera el gobierno. A Chacón lo que le ha fallado ha sido precisamente la performance, lo que es más grave habiendo apostado tanto por el marketing político. Ni los referentes radicales, ni el guión repetido, ni siquiera la personal puesta en escena, han logrado el efecto deseado en la audiencia. Por su misma falta de originalidad y autenticidad.

Ahora debe verse al verdadero Rubalcaba, libre de las ataduras de Zapatero y de la posicion incómoda que ha tenido que mantener como candidato a las elecciones y a la jefatura de su partido. El necesario rearme ideológico del PSOE no puede quedarse en una simple recarga demagógica para arremeter contra el PP, responsabilizándole en el escaso tiempo que lleva gobernando, de romper la política de pactos y compromisos derivada del consenso constitucional y de imponer dogmas sólo compartidos por una minoría, que es lo que hizo Zapatero en su pretendida renovación de derechos y libertades y lo que se trata ahora de recuperar contando con la responsabilidad y sensatez de la nueva dirección socialista.

Acuñar la idea de contrarreforma o de que el gobierno del PP comete el error de legislar para la derecha y contra la izquierda, como hacen ya algunos medios, es intentar aplicar hoy a Rajoy la crítica vertida ayer contra Zapatero para dar juego a Rubalcaba. Pero lo que la sociedad espera de Rubalcaba es que la madurez y sensatez de su liderazgo sirva para consensuar en beneficio de todos las necesarias reformas estructurales que ya ha comenzado el PP, y que podia y tenia que haber realizado el PSOE, como la reforma a fondo del sistema financiero, comenzando por limitar los sueldos de los directivos de las entidades intervenidas o receptoras de ayudas públicas, que no es precisamente una medida de derechas, como sí lo es en cambio el indulto a banqueros.

El PSOE tiene que rehacerse y difícilmente podrá recuperar el voto si no es capaz de realizar un análisis serio de sus últimas derrotas electorales. No se ha hecho en el Congreso federal y no hay signos de que vaya a hacerse en los próximos congresos regionales, aunque sería el modo de cerrar heridas o de envainar puñales. El socialismo navarro está particularmente emplazado a ello. No se trata de abrir una crisis por la inmediata y fracasada apuesta de Roberto Jiménez por Chacón, sino de intentar cerrar un ciclo excesivamente largo de deterioro del PSN. El PSN ha contribuido al reino de la confusión pretendiendo hacer pasar lo que es hoy un partido perdedor, como un partido de gobierno e invocando la bandera de la responsabilidad y de la gobernabilidad de Navarra para evitar cualquier cambio interno en la dirección del partido.

El PSN quiso entrar en el gobierno cuando había y existen otras fórmulas de apoyo al gobierno de UPN, como hace de hecho el PP con el PSOE en Euskadi, sin ir más lejos. Por otro lado, tampoco está escrito que el máximo dirigente de unas siglas deba figurar en un eventual gobierno de coalición, ni que la ejecutiva del partido deba ocupar los cargos públicos, y de hecho en el precedente del CDN no fue así. En la percepción pública, eso no es sensatez, ni hacer de la necesidad virtud, sino más bien del fracaso ganancia. Combatir desde el gobierno foral la contrarreforma de la que se es corresponsable, hace daño al gobierno y al propio partido. El debate al que ha contribuido Jímenez dentro del PSOE, debe comenzar en el PSN por ahí. Si decimos democracia, hacemos democracia.

Publicado en Diario de Navarra, 9 de febrero de 2012

domingo, 1 de enero de 2012

Política real


Se ha completado el ritual de inicio de la nueva legislatura, con la constitución de las Cortes y el nuevo Gobierno, y apenas ha habido tiempo para el cotilleo. Rajoy ha impuesto un cambio de estilo, necesariamente austero, acorde con el personaje y las serias circunstancias que padecemos. Nadie espera que el nuevo presidente del gobierno pueda maravillarnos haciendo sonar la lira de Orfeo, pero las primeras notas graves que ha sacado del viejo laúd hispano, han tenido la virtud de calmar los mercados, de reducir la presión de la prima de riesgo española, de evitar los continuos sobresaltos y darnos un pequeño respiro, de obtener una mayor credibilidad y respaldo en Europa, o al menos de hacérnoslo así creer.

Cuando se ha insistido abusivamente en la primacía de los mercados sobre los gobiernos, no está de más comprobar que no, que las decisiones tomadas por las instituciones legitimadas y competentes para ello son capaces de influir en un mar embravecido y supuestamente infectado de tiburones. Que si los mercados, la bolsa, los organismos financieros, forman parte de la conversación pública, la política como fundamental expresión de la palabra también tiene cosas que decir en esa gran conversación. Que no se puede asumir de ningún modo el final de la política y que no cabe ni para bien ni para mal la gobernanza global -la viabilidad del propio proyecto Europeo- al margen de la política pequeña o grande que cada cual, como ciudadano o como gobernante, está en condiciones de exigir y realizar. Lo que Europa puede exigir a España, deberá exigirlo igualmente el Gobierno de España a las Comunidades Autónomas, estableciendo los necesarios mecanismos de control.

El gran cambio que se ha operado en España no es la simple sustitución del gobierno o la disposición de una nueva mayoría parlamentaria, por numerosa que parezca. El cambio es, o debe ser, sustantivo y de naturaleza eminentemente cualitativa. Con la entrada del nuevo año se ha dicho adiós al pensamiento mágico y a la política simbólica que había encarnado el PSOE de Zapatero en los últimos años, para entrar en la era de la política real de Rajoy. Por el momento, su discurso de investidura, dentro de las limitaciones del género, fue consistente y ha apuntado a una recuperación de los mejores valores de la Transición. El gobierno nombrado es competente, atendiendo a la formación, trayectoria profesional y experiencia política de sus ministros y ministras. La lealtad al líder no se ha situado por encima de las cualidades personales y de la capacidad de atender a los problemas reales. Pero no es suficiente. Confiemos en que un mínimo sentido del honor en el desempeño del cargo público sea garantía de ejemplaridad, de voluntad de servicio y de respeto al ciudadano al que se representa y por el que se trabaja.

Son nociones básicas y, sin embargo, aparecen en la actualidad cargadas de profunda novedad. La profesionalización de la política y la escasez de buenos profesionales en la política ha conducido a una situación insólita, que se ha extendido a las más altas instituciones del estado. La política real debe ser fuente de moralidad pública, o no lo será. Presupuesto lo anterior, política real es también no vacilar en la toma de decisiones y explicar las decisiones adoptadas, por duras que sean, como lo son ya las primeras acordadas por el gobierno del PP en el consejo de ministros de fin de año (la subida de impuestos es contraria a su programa electoral). Los deseos sólo pueden hacerse realidad levantando con esfuerzo los obstáculos que se interponen o los cimientos que faltan, no simplemente formulando de manera apasionada el propio anhelo, si se quiere preservar lo ya construido (el estado de bienestar). La ciudadanía entiende que exista un gobierno que gobierna. Lo que resulta difícil de comprender y de aceptar es justamente lo contrario, y al final se paga en las urnas. Los grandes errores de Zapatero fueron errores históricos de cálculo (estatuto de Cataluña, negociación con ETA, crisis) que evidenciaron su desdén por la política real y su apuesta por la política simbólica (memoria histórica, género, minorías, anticlericalismo).

Es algo que debería tener en cuenta el PSOE en la nueva andadura que pretende iniciar, para no repetir errores ni malograr expectativas. Sorprenden algunos movimientos internos dentro del partido, con independencia de su posible recorrido. Atendiendo al protagonismo de los socialistas navarros en este proceso de renovación del PSOE, resulta paradójico la alineación del líder del PSN con la ex ministra de Defensa y la del diputado electo socialista con la del candidato derrotado en las pasadas elecciones generales, cuando en pura lógica cabría suponer que las posibilidades de continuar al frente del PSN por parte de su actual secretario general, responsable directo de las severas derrotas sufridas en Navarra, podría justificarse mayormente en el caso de que Rubalcaba accediese a la secretaría general del PSOE, y no en el otro supuesto que busca jugar la baza de la renovación. Los errores de cálculo se pagan siempre, si no quienes directamente los cometen, sí las organizaciones que los sufren, e indirectamente todos. La política real requiere también una oposición real y el PSOE debe estar cuanto antes en condiciones de ejercerla.


Publicado en Diario de Navarra