viernes, 30 de octubre de 2009

La batalla insufrible de Madrid


España se empeña en ofrecer una imagen diferente de sí misma. Aunque a los españoles les duela, sus políticos trabajan hoy incansablemente para hacer valer el mito, que se creía desaparecido, de Spain is different. Cuesta ver cómo los países de cabeza emprenden la senda de la recuperación económica (Estados Unidos, superando las previsiones más optimistas, ha crecido un 3,5 en el tercer trimestre) mientras España, en la cola, permanece en la recesión (sin que la ministra Salgado se atreva ya a hacer ningún pronóstico: saldremos cuando salgamos). A la miseria económica se suma todavía la miseria política, y eso resulta más difícil de aceptar. El panorama general de corrupción que ofrece España se vuelve contra la clase política en su conjunto y cuestiona abiertamente la calidad de nuestra democracia. Y que, en éstas, dé igual lo que haga o deje de hacer el gobierno, porque toda la atención política se centra en la guerra de poder que vive la oposición, eso ya es insufrible. Más aún por haberse manifestado sin tapujos a propósito del control de la Caja.

En el PP todo el mundo habla en los últimos días de coger el toro por los cuernos y es evidente que eso va a suponer sangre en la arena. La ha vertido ya el ex secretario general valenciano, que se resistía a dejar de serlo, y a estas horas no es ni militante, ante el estupor del propio Camps. Y otros la quieren ver correr en la persona del vicealcalde de Madrid Manuel Cobo, la mano derecha de Gallardón, que fue lanzada contra Esperanza Aguirre, en una sonora bofetada en forma de declaraciones publicadas el pasado lunes en El País, y que han sentado a cuerno quemado en la dirección del PP de Madrid. Las polémicas declaraciones son seguramente inaceptables en la forma pero verdaderas en el fondo, según piensan muchos dentro y fuera del PP. El que se hayan producido no reflejan sino un hartazgo, que admite una lectura más amplia que la estrictamente personal, facciosa o de rencilla partidista. Ese cansancio alcanza a los ciudadanos y -lo que es más preocupante- acaba arruinando el crédito de los políticos sin distinción y de la misma actividad política.

Por ello, aunque resulte cansino o desagradable, hay que aplicar el zoom. Aguirre ha reaccionado exigiendo de la dirección nacional del PP un castigo ejemplar para Cobo por las "injurias" vertidas contra ella, llevando el asunto a su terreno para volver a cuestionar el liderazgo de Rajoy. No hay que engañarse. El fondo del asunto no son las rivalidades de Aguirre y Gallardón en Madrid -aguirristas contra gallardoneros-, sino la hostilidad declarada de Aguirre hacia Rajoy en una continua actitud de negación y desestabilización de la actual dirección del PP y del propio partido. Esa es la auténtica batalla con fuego real. La guerra sucia que ella practica con Rajoy no tolera que se la hagan a ella, por más que nadie haya planteado hasta ahora que se sancione a la presidenta madrileña, que se niega de forma sorprendente a acudir a una reunión cuando es convocada por el líder de su partido si antes no se satisfacen sus exigencias, y promueve manifiestos de alcaldes para presionar a Rajoy. A Aguirre le preocupa más su juego vanidoso que atender a las exigencias del cargo que desempeña, como se pudo comprobar en la entrega de premios del Observatorio Internacional de Víctimas del Terrorismo, donde -después de captar la atención de los medios- se entretuvo durante las intervenciones de Aznar u Ortega Lara en leer y responder los sms que llegaban a su teléfono móvil. Eso la retrata. Lo suyo es la ultrapolítica.

Sabe que a Rajoy le preocupa preservar la unidad del partido, y que no hará nada que pueda hacerla peligrar realmente, lo que ella aprovecha para tensar la cuerda hasta el máximo e insistir en la imagen de debilidad, indecisión y falta de autoridad de Rajoy. O me queréis a mí como comandante en jefe o nos vamos al infierno todos, ese es el designio de Aguirre y a él se orienta la apuesta o el órdago lanzado con Ignacio González en Caja Madrid, situándolo por delante de Rodrigo Rato o Manuel Pizarro (tan "queridos" y tan utilizados por ella como Aznar u Ortega Lara). Esperanza no admite que esté haciendo algo "mal o rematadamente mal", como le gusta decir de los demás, pero es ella la principal responsable del clima insufrible que se respira en el PP y que se ha extendido a la política española. Es necesario un punto y aparte, y si no está dispuesta a ponerlo, otros tendrán que poner el punto final.

Si Aguirre se atreve "hasta el final" con su despropósito en Caja Madrid estará obligando a la dirección nacional de su partido a llegar también hasta el final. Es preferible una gestora que pacifique y rehaga el PP de Madrid, que continuar asistiendo a este lamentable espectáculo, que supera el ámbito puramente interno de un partido político. El futuro y la "normalidad" de España deben estar por delante de los intereses personales o el bien de un partido. Esto, que lo entienden bien los ciudadanos y los militantes sacrificados de cualquier organización política, deben entenderlo también sus dirigentes. Cuando existen fundadas dudas o temores de que una Caja pueda caer en determinadas manos políticas (o lo que es lo mismo, de que el poder económico se ponga directamente a su servicio), mayores razones asisten para no confiar a ellas el gobierno de un partido o de la nación. La suerte está echada. De Madrid al cielo. O al infierno.

viernes, 23 de octubre de 2009

Caja Aguirre


Esperanza Aguirre es como una mula que no recula. Su característica principal no es la decisión sino la terquedad, como está demostrando en el pleito Caja Madrid. Parece que le da igual todo, con tal de salirse con la suya. Su pretensión de colocar a su mano derecha en la Comunidad de Madrid, Ignacio González, al frente de la Caja es francamente impúdica. No se trata ya de que la honorabilidad y moralidad de su candidato hayan sido abiertamente cuestionadas en el último año por propios y extraños, sino sencillamente de que no es tolerable la desfachatez con que pretende y defiende la politización de la cuarta entidad financiera española.

Aguirre debe pensar que la mayoría absoluta del PP en la Comunidad de Madrid es realmente "suya", de ella, y que ella tiene "derecho" a elegir al presidente de Caja Madrid como si ésta fuera realmente Caja Aguirre y pudiera disponer de ella para alcanzar sus ambiciones políticas no satisfechas. El dinero es poder y la falta de dinero, ausencia de poder o poder fastidiosamente "limitado". Paradógica forma de entender el liberalismo, que lleva a semejante ingerencia del poder político en las instituciones financieras. Particularísima manera de considerar la atención preferente que deben prestar las Cajas al propio entorno, cuando todo se acaba defendiendo en términos estrictamente políticos y personalistas.

La presidenta madrileña parece que disfruta echando pulsos a quienes elige como adversarios de partida y partido, moviendo cartas entre una humareda de puros, en un ambiente cada vez más enrarecido. Ella, chulipa, no negocia, ni se da por vencida. Aguirre ha conseguido que se vuelva a ver a los madrileños, o más bien al PP de Madrid, como madrigueros, gentes de covachuela, de antro, de cavernilla, de sacristía, de conventículo, según los describía un literato del siglo pasado. No es extraño que el Gürtel prendiera en los tugurios cavernarios de la Comunidad de Madrid.

Nadie la sigue en esta huida hacia adelante.
El Mundo y El País se han posicionado claramente en este asunto, censurando el enfrentamiento abierto por el poder en Caja Madrid y oponiéndose a que la entidad quede en manos de un político, sin experiencia en gestión financiera ni competencia técnica. Irresponsable, inoportuna y destructiva resulta en efecto esta guerra, y muy en particular la actuación de Aguirre, fiel a sí misma. Desde El Imparcial Ansón ha censurado, por otra parte, el despilfarro que no cesa y que afecta de manera escandalosa a la presidente madrileña, que no repara en abonar importantes sumas para poder recibir a visitantes ilustres. La pregunta salta sola. ¿Para eso quiere a Ignacio González en Caja Madrid?

jueves, 22 de octubre de 2009

De gays y machistas

Algunos lo consideran virtud y otros necedad. Pero hay que reconocer al gobierno, al PSOE y a todos los profesionales que colaboran activamente en el sostenimiento de la actual empresa socialista, una particular capacidad para enmascarar la realidad o para construir una imagen de ella que les sea beneficiosa en términos políticos, que viene a ser lo mismo.

La batalla de desinformación que libraron los medios afines al PSOE para negar u ocultar el éxito de la manifestación del pasado sábado en Madrid contra la nueva ley del aborto, rayó en lo obsesivo. Después de ver los telediarios de la TV pública quedó claro que a esa manifestación fueron los mismos (en número, y muy por debajo de los cien mil) que a la celebración del día del orgullo gay.

No es fácil saber si la comparación contenía algún mensaje subliminal, pero ya que el gobierno de Zapatero se muestra tan preocupado y complaciente en contentar a las "minorías", y contentos están los gays con la ley de matrimonio homosexual, pues que haga entonces también un esfuerzo por agradar a esta "minoría" anti-abortista retirando la ley que se empeña en sacar adelante, sin que figurara en el programa electoral del PSOE, sin el necesario consenso social, y sin escuchar siquiera a nadie. No, de eso nada, y a negar la realidad.
Es lo mismo que se ha hecho en y con el debate parlamentario sobre los Presupuestos Generales del Estado. Se sigue negando la verdadera realidad de la situación económica, de las causas y consecuencias de la crisis; se invierten las perspectivas reales y los instrumentos necesarios para recuperación. Y cuando Rajoy pone brillantemente en evidencia, con datos por sí solos elocuentes, los errores cometidos y -lo que todo el mundo sabe, después de la marcha de Solbes- el sometimiento de la política de Elena Salgado a la estricta voluntad de Zapatero, entonces -oh, escándalo- el machista es Rajoy que ningunea a la ministra.

Feminismo oscuro el que apela al "derecho al aborto" y se refiere al no nacido como "algo" y no como "alguien". Y feminismo vergonzante el que se refugia en la condición de mujer y en la derecha atávica para no reconocer las deficiencias concretas de tal cual ministra en el ejercicio de sus responsabilidades parlamentarias o políticas.

martes, 20 de octubre de 2009

Mal de foto


Decididamente es mala pata. La foto de Zapatero con Obama no figura en la web de la la Casa Blanca. Se ignora si a estas alturas Moncloa ha cursado las oportunas protestas a Washington por haber convertido en acto privado la visita oficial de nuestro presidente a Estados Unidos. Seguro que la diplomacia española, ahora que Moratinos regresa de Cuba, satisfecho de haber hecho valer brillantemente allí la causa de la democracia, hasta el punto de que ha sido totalmente innecesario cualquier contacto con la disidencia castrista, sepa ahora restablecer la mayoría de edad política de nuestro presidente, cuestionada por la administración estadounidense al ignorar la ansiada foto. Qué tendrá que ver el padre con las hijas. A base de no saber distinguir lo público de lo privado, lo importante de lo accesorio, el fondo de la forma, el político español ha conseguido confundir a todos. Pero más allá de eso, y aunque no sea preocupante, está visto que Zapatero tiene un mal de foto. De lo que no cabe duda, es que la foto del ministro español Moratinos con el nuevo dictador cubano ocupará un lugar destacado en el álbum oficial de La Habana. (Qué complicidad. Más vergüenza para España.)

viernes, 16 de octubre de 2009

Vergüenza, cinismo y mala pata


Las peores sospechas se confirmaron. El espectáculo ofrecido por el PP de Valencia el pasado martes ha sido sencillamente vergonzoso. El que fuese martes y 13 no es razón suficiente que pueda explicar el modo en que se desarrolló la crisis que ha acabado con la destitución del secretario general Ricardo Costa. Se ve que algunos no entendieron bien en que consistía la ceremonia de la humillación, y a quien pretendieron humillar fue a Rajoy. Santa paciencia la de este varón que, al final, claro, tuvo que actuar. Ni Costa ni Camps dieron la talla, que ya debían saber cuál era, después de tanto traje

Fue sorprendente contemplar a Costa -nada dispuesto a abandonar sus cargos- dando instrucciones a la dirección nacional del PP, antes y después de la reunión del comité ejecutivo del PPCV, como si realmente estuviese en una posición de fuerza. El que se lo creyera es muy sintomático de cómo se han hecho las cosas en Valencia. Fue decepcionante la actuación de Camps en este embrollo. Pretendiendo hacer equilibrios para no caer, lo único que ha demostrado es su actual falta de equilibrio personal y su incapacidad política para gestionar una situación como ésta y hacer frente a sus propias responsabilidades. La confusión de ese comité es culpa suya y su falta de resolución, lo que hizo inevitable el contundente pronunciamiento de Génova del día siguiente, haciendo tornar las sonrisas pueriles de Costa en lágrimas amargas. 


Camps está más que tocado, hundido, ánima y políticamente hablando. El hecho de que Rajoy tuviera ayer, en su comparencia pública, palabras de apoyo para el presidente valenciano se puede interpretar de varias maneras. Más que una manifestación de la generosidad del presidente nacional del PP, resulta la prueba palpable de la debilidad de Camps en estas horas, aun entre sus fieles valencianos, que tendrán que prepararse para lo que pueda venir, según se vayan desarrollando los acontecimientos, a tenor de la filosofía expuesta por Rajoy.

Porque lo que ha quedado claro, y no es poco, después de la vergüenza que todos hemos pasado, es que existen responsabilidades políticas las haya o no judiciales. Esta doctrina la ha hecho valer Rajoy frente a Costa, y sirve ciertamente para cualquier otro. El PSOE se resistió a aceptarla en el pasado, cuando se sucedieron los escándalos (de Filesa a los Gal), y ello trajo la judicialización de la política y la politización de la justicia en las que ahora lamentablemente estamos.

Únicamente aceptando la distinción, tan obvia y fundamental, entre la responsabilidad política y la penal tendrá autoridad moral el PP para denunciar los abusos -el uso interesado de las instituciones- por parte del gobierno o de la Fiscalía, que sin duda se han dado a propósito del caso Gürtel, y que pueden acabar invalidando el proceso penal. Aunque para muchos no dijera ni reconociera nada, esto es lo que vino a transmitir Rajoy ayer. Bienvenido sea.

Resulta por ello un particular ejercicio de cinismo el editorial de El Mundo que cargaba contra Rajoy calificando de injusta, falaz y antidemocrática la destitución de un pobre Costa, apartado de sus puestos sin que haya sido imputado. Con esa manera de gestionar la crisis interna del PP, Rajoy "ha cruzado el Rubicón de lo que es inaceptable" y queda invalidado para gobernar, según el diario de Pedro J. (el mismo que durante el tardofelipismo pugnaba por esa distinción de responsabilidades).


Pedro J. sigue jugando a lo suyo. Pero como mentor y consejero de los Costa frente a Rajoy, ayer se sintió también derrotado. Hace un año fue Juan, lanzado por Pedro J. como posible rival del gallego, aunque no llegó a presentarse, en el congreso de Valencia. Ahora Ricardo, tan preocupado por su honor. De nuevo un Costa utilizado por el cazador como auténtico flecha de Camps contra Rajoy.


Vergüenza de todos, cinismo de algunos y mala pata sobre todo para uno. El espectáculo servido por el PP restó prácticamente toda visibilidad al ansiado encuentro de Zapatero con Obama en la Casa Blanca. Todo ocurrió como si el acontecimiento planetario -con todos los truenos y centellas- largamente anunciado por Pajín hubiese tenido lugar en Valencia (en torno a los Kennedy españoles, como se ha atrevido denominar Pedro J. a los hermanos Costa) y la visita de Zapatero a Obama, reducida a escala local, no tuviera mayor rango que la de un alcalde a un gobernador. Al menos, todos contentos esta vez con la foto.

viernes, 9 de octubre de 2009

Ceremonia de la humillación

Estamos toda la semana con lo mismo. Después del refrigerio de las encuestas del domingo, que situaban al PP casi cuatro puntos por encima del PSOE, el levantamiento de una parte del secreto sumarial del caso Gürtel ha sumergido a los populares en una profunda inquietud. Más aún cuando la lectura del sumario debe hacerse a la luz de esas mismas encuestas. Pensar que no hay nada que hacer respecto de ese asunto, porque las encuestas son favorables al PP sería un gran error. Ni Zapatero ni su gobierno tienen credibilidad en estos momentos de crisis general, pero la oposición -según revelan esas encuestas- tampoco. Pensar que eso se debe a un simple problema de liderazgo, personificado en Rajoy, sería otro error. Esa desconfianza tiene mucho que ver con la percepción que tienen los ciudadadanos del caso Gürtel, o mejor, de la falta de respuesta de los dirigentes del partido ante la crisis particular que les atañe, y esto sin duda afecta claramente a Rajoy, que se habría dado cuenta, y que de fumarse un puro estaría ahora que fuma en pipa.

Lo de menos es que Rajoy no tenga responsabilidades en los hechos investigados, porque suya y no de sus barones es la responsabilidad última sobre el partido. Si la credibilidad de Rajoy está en juego es porque la que realmente lo está es la credibilidad de todo el partido. No sirve apelar a que son los años de Aznar los que se encuentran en entredicho, ni sería prudente hacerlo además. Aunque pueda haber dentro y fuera del partido conspiradores que pretenden aprovecharse políticamente de la situación, Rajoy está donde está para actuar como se espera que actúe. En nombre de un partido y del bien que ese partido puede prestar al conjunto de los ciudadanos. La fortaleza y unidad de un partido no puede residir en la negación de hechos incorrectos, irresponsables y escandalosos. Es Ignorar o transigir con las deficiencias de orden operativo moral en la política lo que resulta "políticamente incorrecto", y no lo contrario.

Está bien que un presidente regional del PP asuma la responsabilidad y tome las pertinentes decisiones en los asuntos que le conciernen dentro de su territorio como marcan los estatutos. Aguirre no ha hecho nada que no debiera, ni nada que Rajoy no quisiera, al forzar la separación del grupo popular en la Asamblea de Madrid de los imputados en el caso Gürtel. No ha sido excesivamente resolutiva, aunque ahora se la quiera presentar así, cuando ha esperado no ya a que los implicados estuvieran imputados, sino a conocer realmente los hechos contenidos en el sumario. No ha exigido responsabilidades políticas al margen de las judiciales, sino detrás de ellas. Y será difícil de olvidar el paripé de la comisión de investigación en el parlamento autonómico a propósito del caso de espionaje político, hoy en los tribunales, una simple escenificación que consiguió cerrar el paso a la investigación interna iniciada dentro del partido. Junto a Esperanza Aguirre continúa Granados (número dos del partido y consejero del gobierno de Aguirre), cuando hace tiempo que debería haber cesado.

Como en la ceremonia de la humillación de la Hermandad de la Macarena, de larga tradición, no se trata de optar por el Cristo de la Sentencia o la Virgen de la Esperanza, pues si empeñados están los aguirristas en que nadie les cierre el paso, tampoco pueden pretender ir por delante de Génova. Mientras hagan lo que Génova quiere, todos contentos. Como los valencianos, muy contentos están dice Camps, aunque ellos no quieran hacer ahora lo que dice Rajoy. Pues si el líder valenciano no ejerce ni asume responsabilidades, tendrá que tomar la iniciativa Rajoy, sin que nadie pueda hablar entonces de imposición de Génova. El secretario general del PP de Valencia, Ricardo Costa, puesto en evidencia al levantarse el secreto del sumario, dice que el marrón del Gürtel en Valencia no se lo va comer él sólo. Esperemos. Pero lo que no tiene mucho sentido es que diga que no está dispuesto a entregar su cabeza para dar gusto a las "pretensiones de Génova". Lo hará seguramente por "lealtad" a su jefe. O dimisión o cese.

El recado de Rajoy a Camps no admite dilaciones de ejecución tras el conocimiento del sumario. Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia, así lo ha reconocido. Rajoy puede estar convencido de que se trata de una "trama de corrupción" para aprovecharse del PP y no de una "trama de financiación irregular" del partido, y seguramente tiene razón. Pero para ser creíble tiene que actuar con firmeza respecto a lo más parecido a Filesa de lo que se va sabiendo, y eso es el PP valenciano, para sorpresa no sólo suya. Desde la perspectiva del PP, más preocupante que tal o cual barón pueda darle la espalda a Rajoy, sería que los ciudadanos dejasen de apoyar al partido. Pero pensar que una simples elecciones adelantadas en Valencia pueden ser la solución a la situación creada puede ser más propio de una lógica populista que verdaderamente democrática, máxime si se plantease en términos plebiscitarios de Camps frente a Rajoy. Por mucho fervor popular que despierte la Virgen, o por fuerte que sea la convicción que se tenga en su dimensión como corredentora, la doctrina católica es clara, y nada debe hacer olvidar que el "primero" es Cristo. Eso "el curita" Camps (según se refiere a él el responsable de la trama Gürtel en Valencia) debería saberlo, con independencia del papel que jugara hace un año para atajar la crisis de fe en el liderazgo de Rajoy.

Cuánta resistencia a humillarse. No se puede dar la palabra a los ciudadanos sin que previamente los políticos pidan, de palabra y obra, antes que el voto, perdón a los ciudadanos. Por todo el mal y por todo lo mal que lo han hecho. La ceremonia de la humillación, una estación de penitencia, debe preceder al ritual electoral. Los políticos se resisten a la humillación porque sólo se miran y se buscan a sí mismos, carecen la mayoría de la madurez que debieran, y no toleran la frustración. Su ambición de poder está tan volcada en sí mismos que impiden ellos mismos la necesaria reconciliación con la ciudadanía a través del perdón. Tal es el afán de evitar la humillación ante el sumo sacerdote del propio partido o ante los fieles de la otra iglesia, que se desprecia lo que realmente importa: la ceremonia de la humillación ante los ciudadanos por haber defraudado su confianza. Y eso que si lo hicieran, seguro que conseguirían además muchos más votos. Unos se lo merecen y otros se lo tienen merecido.

sábado, 3 de octubre de 2009

Fumando espero


Fumando espero al hombre que... ¿ya no quiero?, y mientras fumo me voy tragando... ¿sapos y culebras? No es fácil saber lo que tiene Rajoy en la cabeza, y qué música suena en la oscuridad que le rodea, pero la situación de su partido después de las ultimas novedades del caso Gürtel exige una pronta respuesta. Da igual que todo el asunto responda a una maniobra política contra el PP. Da igual que se hayan sucedido todo tipo de filtraciones de documentos judiciales o policiales a un periódico, y últimamente a dos (El Mundo compartiendo protagonismo con El País). Da igual que el último informe policial dado a conocer sea un refrito de otros anteriores, con más o menos inexactitudes. Da igual qué mano de varón o mujer socialista actúa próxima de tal o cual fiscal meciendo la cuna (que amigos dentro o próximos al poder político o judicial, con capacidad de decidir, los hay de todos los colores).

Da igual, aunque nada de eso debiera dar igual en circunstancias normales; da igual, porque nada de eso debe hacer tampoco ignorar en las presentes lo que de ningún modo puede ocultarse: la existencia de una lamentable trastienda en el PP valenciano, que se quiera o no resulta tremendamente comprometedora, y dañina para esa imagen vendida de partido triunfador, que arrasa sin más, y que debía inspirar el modelo a seguir por Rajoy en su carrera hacia la Moncloa. El PSOE estaba empeñado en hacer saltar por los aires la imagen del PP como un partido impoluto a fin de desacreditarlo ante la opinión pública e inutilizarlo como alternativa. Casi lo ha conseguido, aunque no sería capaz de hacerlo sin la inestimable ayuda del PP, o de cierto PP, que sin duda existe.

El argumento de que todo se trataba de una persecución política, imagen inicialmente favorecida por la caza de montería a la que se había prestado Garzón, no sirve ya -por réditos electorales que haya podido dar- porque no es verdad, no es toda la verdad de esta engorrosa historia, que tantas energías políticas está inutilizando, porque las acapara prácticamente todas. La ciudadanía sabe que en Valencia se ha mentido (Camps con los famosos trajes, como se deriva del auto del juez, que afirma que fueron regalos, por lo que no los pagó de su bolsillo). Y tiene serias dudas de que quienes desplazaron al otrora todopoderoso Zaplana, no hayan sucumbido a la tentación de la financiación ilegal del partido a lo Filesa, para tener bien dispuesta la maquinaria electoral de la que tanto presumen.

El caso Gürtel apareció sobredimensionado en un principio por el afán que tenía el PSOE -una vez que El País le había preparadao el terreno- de obtener buen provecho político de él en los lugares donde más problemas electorales han demostrado los socialistas. Eso lo hacía claramente sospechoso, y parecía excesivo hablar de financiación ilegal, como algunos hicieron enseguida, para poder pedir mayores responsabilidades políticas que las derivadas de una simple trama de chorizos, por bien posicionada que ésta hubiese estado en los aledaños del poder (en tiempos de Aznar), y pudiera seguir estándolo en ciertas autonomías (Madrid, Valencia). Atendiendo a las pugnas internas del PP (a las que la ciudadanía se ha tenido que acostumbrar como un plato habitual de la política española, contra su gusto, como sucede con la propaganda socialista), el asunto podía decirse que no perjudicaba tanto a Rajoy como a quienes se habían alineado más bien contra él dentro de las filas populares.

Lo de Madrid, unido al espionaje político, ha desgastado a Aguirre, y seguirá haciéndolo seguramente. Es cierto que la imputación al tesorero Bárcenas le afecta a Rajoy, pues él lo eligió en el Congreso del PP de Valencia, aunque no fue ninguna novedad, puesto que es un hombre que siempre estuvo en las finanzas del partido. Porque lo gordo estaba en Madrid, la ofensiva contra Camps por los famosos trajes resultó mucho más excesiva, y algunos perdieron la pelota. Tan decididos estaban en desactivar políticamente a Camps que se permitieron consejos a los jueces para que no se repitieran errores de instrucción como los que hubo en el caso GAL, lo que indirectamente parecía aproximar a ambos casos en su valoración.

La decisión del archivo de la causa contra Camps fue para esos mismos señal evidente de amiguismo y prevaricación por parte de algún juez del tribunal valenciano. Para otros, el informe policial ahora filtrado que arroja fuertes sombras sobre la financiación del partido, implicando en esas prácticas ilegales a los hombres más cercanos a Camps -sus número dos- en el gobierno valenciano y en la dirección del PPCV (Rambla y Costa), y cuya denuncia de "montaje" ha sido rápidamente desestimada por la justicia valenciana, sería la respuesta desde el entorno socialista a lo anterior. Pero volvemos al principio. Aunque así fuera, la cosa ya ha adquirido otro cariz y le hace verdadero daño no sólo a Camps sino también a Rajoy por su propia cercanía a Camps, que le apoyó y jugó un papel determinante a la hora de frenar la conspiración madrileña desatada contra Rajoy para hacerse con la dirección del PP después de la derrota electoral de 2008.

La suciedad de Gürtel se encuentra así no en los porches ni en los patios, sino en las habitaciones principales ocupadas por la dirección del partido o del gobierno popular en Valencia. De nada sirve a Rajoy presentarse como el hombre de las manos limpias si a base de estrechárselas a quienes las tienen manchadas o no se preocupan de lavárselas, él también se las acaba manchando. La política es así y Rajoy lo sabe. Contra tanta política inconsistente se requiere ciertamente una respuesta contundente, como reclamó Rajoy a los valencianos de su partido a través de la secretaria general Cospedal, pero ni siquiera ha habido una explicación suficiente. Fuera máscaras y fuera reverencias cortesanas. Está en juego no el futuro de Camps o de Rajoy, sino la credibilidad de la clase política y más aún de la oposición, en el momento en que más se la necesita, sumergida como se encuentra España en una crisis que no es únicamente económica, pues alcanza también al plano aocial, político e institucional.

Rajoy mide los tiempos, pero sería ingenuo pensar que para salir de esta le basta con esperar fumándose un puro, porque se le subirán a las barbas y, en todo caso, acabará quemándose. No se entiende que no haya ordenado una investigación interna (como se hizo en tiempos de Aznar con el caso Naseiro, como bien recordará Ruiz Gallardón). Es lo menos que se puede hacer, como algo previo a las inevitables dimisiones, que tendrá que haberlas. No hacerlo, además de descorazonador para la ciudadanía (mucho más que la derrota de Madrid como capital olímpica para el 2016), que espera un rearme de los valores morales en la práctica política, supondría una gran muestra de debilidad interna. No es de extrañar que Aguirre esté maquinando para situar a Ignacio González en Caja Madrid (lo que resulta sorprendente atendiendo a los escándalos políticos madrileños en los que se ha visto envuelto), y que todo el interés esté centrado ahora en las nuevas ambiciones del alcalde Gallardón. Contra tanto clientelismo y fulanismo político, no basta con lamentarse de la tropa, como hizo el conde de Romanones. Hay que actuar, con prudencia, pero con decisión.

¿Qué es eso de que no gobierna para un partido, sino para el futuro?, según le ha dicho Camps a Rajoy. Será en todo caso para el presente, atendiendo al pasado y mirando al futuro. Para estar suspendido en el tiempo, lo mejor es que se quede en su casa. Como Rajoy espere a que sea Camps quien marque los tiempos, se eternizará en la memoria de los justos, pero habrá dejado de contar en este mundo.