domingo, 13 de marzo de 2016

El uso partidista de la investidura


La investidura es un acto eminentemente político orientado a la formación del Gobierno que sólo puede saldarse con el éxito o el fracaso. En ese sentido, es también un acto performativo, aunque por lo presenciado hasta ahora, se ha prescindido del resultado, que no de la teatralidad, para más allá de su finalidad hacer un uso partidista de la investidura. Así ha sucedido con el fiasco de Pedro Sánchez y no parece que vayan a cambiar las cosas en los próximos dos meses. Para agotamiento de los electores, sufridos destinatarios de un conflicto de relatos sobre el responsable último de semejante desatino.

La primera cuestión que habría que aclarar, es el papel que algunos atribuyen al Rey, paradójicamente los defensores de la nueva política, o quienes buscan subirse a su carro. El Rey no nombra al jefe de Gobierno, como sucedía en el viejo turnismo de la Restauración, ni siquiera lo propone, por lo que algunos argumentos sobre el ‘no’ de determinados políticos al Rey, léase Rajoy como si de un nuevo ‘no de Maura’ se tratara, están fuera de lugar. Por lo mismo, el Rey tampoco ha mostrado particular inclinación por Sánchez, ni éste puede invocar su atrevimiento de someterse a la investidura como justificación para bloquear en adelante cualquier otra alternativa.


El Rey ya ha manifestado que no propondrá nuevo candidato, hasta que no tenga conocimiento de un acuerdo entre partidos que reúna garantías. Las posibilidades reales son las mismas del primer día. Empeñarse en ampliar el acuerdo fracasado PSOE-C’s a Podemos o al PP, da lo mismo, pero con Sánchez como presidente sí o sí, como si ese fuera el mandato de las urnas o del Rey, sería prolongar el uso partidista de la investidura no se sabe bien con qué provecho final, ni siquiera para el actual líder socialista.

Se puede entender o defender que Sánchez renuncie al pacto de izquierdas –al que miró primero– para asentar una imagen de centralidad desde el centroizquierda (donde se asegura el poder) como seña de identidad del PSOE. Pero esa estrategia, a la vista de los números, es incompatible con la exclusión obsesiva del PP. Que la vieja política ‘anti-PP’, ‘echar al enemigo’, desalojar a Rajoy, sea el gran argumento con que el PSOE de Sánchez pretenda recabar gratis el apoyo a su izquierda, resulta a estas alturas enormemente simplista y decepcionante. Que C’s, por su parte, continuase reclamando la abstención del PP en una renovada apuesta por Sánchez como director de orquesta de la política española, en lugar de trabajar realmente por la gran coalición desde el respeto a la lista más votada, como se propuso inicialmente, sólo tendría sentido en clave de nuevos comicios.

Unas nuevas elecciones son inciertas para todos, pero una reafirmación del ‘acuerdo histórico’ PSOE-Ciudadanos revelaría una clara apuesta electoral. Arriesgada, sin duda. La voluntad de ambos partidos de situarse en el nuevo centro político, un doble centro que acabaría relegando a Rivera al centroderecha, contrariamente a la voluntad de Adolfo Suárez, a quien invoca, que nunca renunció al centroizquierda, entendido como reformismo progresista, que ahora reclama Sánchez. No se trata de presentarse juntos a las elecciones –como pretende descalificar Rajoy– sino de confiar en que el PP no resista al nuevo envite electoral –asediado por la corrupción– y acabe explosionando, como sucediera con UCD, contingencia que les beneficiaría a ambos. 

Esa esperanza –por inverosímil que pueda parecer– es lo que realmente les une, mucho más que las 200 reformas para España. Explotar en beneficio propio la imagen de coraje y responsabilidad política en favor de los intereses generales, que se ha querido trasladar en el fallido proceso de investidura, proyectando sobre PP y Podemos la actitud cicatera del bloqueo persistente por simples ambiciones personales. Hacerse con una parte sustancial del electorado del PP y evitar el sorpasso de Podemos. Si al final la suma de PSOE y C’s roza o alcanza la mayoría absoluta, y pueden gobernar en coalición, el uso partidista de la investidura habrá resultado un éxito. 

En eso parece consistir la Segunda Transición, en un nuevo escenario de cuatro partidos, donde PP y Podemos acaben representando a la vieja AP y al PCE, C’s a la UCD y el PSOE, en riesgo de desaparición, siga siendo el PSOE. ¿Para acabar reeditando el bipartidismo, esta vez con alternancia pacífica en el poder? La frivolidad adolescente con que los políticos más jóvenes han aludido a la Transición en el debate de investidura es la nota menor del espectáculo ofrecido. Únicamente las encuestas de opinión durante las próximas semanas podrán evitar unas nuevas elecciones. Sólo si las tendencias de los sondeos se revelan contrarias a los intereses partidistas o de determinados líderes, asistiremos a movimientos inmediatos conducentes a una investidura exitosa. En nombre del bien común y de España, por supuesto.

Publicado en Diario de Navarra, 13 de marzo de 2016

martes, 1 de marzo de 2016

Juegos de investidura