domingo, 21 de diciembre de 2014

Discursos sin proyecto



Un conocido historiador ha subrayado la capacidad de Podemos para construir mensajes sin llegar a generar discurso. No es una habilidad exclusiva. Otros partidos, que continúan aspirando a más, son capaces de articular discursos sin expresar ningún proyecto. Hemos perdido la idea, el proyecto, la ilusión. La crisis ha favorecido la hipercrítica del legado de la Transición, pero quienes se apresuran a la liquidación del 78 no ofrecen un producto de nueva temporada.

La renovación generacional que ha impulsado la Monarquía al servicio de un ‘tiempo nuevo’, se ha ido abriendo rápidamente camino en otras instituciones, interpretando los deseos de cambio de la sociedad. En pocos meses han aparecido nuevos líderes políticos y espacios de comunicación que hacen del ‘tiempo nuevo’ su bandera, a veces con enorme simpleza, incluso en TV, donde alguna cadena parece haber asociado el término a las andanzas del pequeño Nicolás.
La bondad de una nueva generación no es automática. Lo que define propiamente a una generación no es el hecho biológico sino la capacidad de compartir un ideal colectivo. No hay generación sin proyecto. No lo tiene el nuevo PSOE, tampoco Podemos, y si lo tuvo el PP parece que lo ha perdido por el camino, o eso piensan gran parte de sus votantes. La juventud no es necesariamente un mérito y en tiempos difíciles no cabe la frivolidad, que parece acompañar a los nuevos actores, con excepción del Rey: el mejor con diferencia entre ellos, aunque no haya surgido de unas primarias. 

Que la democracia no es el régimen de los mejores, y que se puede corromper, es una verdad que está explotando Podemos, jugando con las emociones y el estado de ánimo colectivo, no se sabe con qué propósito. Su discurso regeneracionista, la escoba y barrer, es tan antiguo como el del dictador Primo de Rivera, y al igual que aquél, vacío de propuestas alternativas reales. Además de contradictorio. Enfatiza la participación ciudadana, pero desprecia la representación municipal (ha comenzado a rectificar), porque lo que le interesa es la Moncloa. Al final lo de siempre, se impone el afán de mandar.

La definición ideológica da igual: del bolivarismo a la socialdemocracia y el centro político, Podemos pretende convertirse en un nuevo partido ‘acaparalotodo’. Reniega de la Transición, pero evoca el 28-O del PSOE de 1982, que la consolidó, al mismo tiempo que el actual Pablo Iglesias salva a Anguita, que fue quien hizo la pinza a Felipe González con Aznar, aunque en este caso se olvide del ‘programa, programa, programa’ que honró al histórico califa rojo. El estribillo de Podemos ahora es otro, pero manifiestan no poca intolerancia en cuanto prueban el mismo producto anti-casta que ellos aplican. 

Con semejante acometida, Pedro Sánchez anda más pendiente de su promoción personal que de hacer propuestas coherentes y sensatas. Su proyecto es ser candidato, y no lo tiene asegurado. Se han olvidado del proyecto, aunque todos anden preocupados en hacer grandes proclamas de coaliciones para el día después: PP-PSOE (siguiendo la estela del imperativo categórico UPN-PSN en Navarra), IU-Podemos, o incluso Bildu-Podemos. Cuando todo el discurso se agota en la voluntad de permanecer en el gobierno, reconquistarlo o conseguirlo por primera vez, renunciando de entrada a hacer valer el propio proyecto, la política se vuelve realmente patética.

La defensa o no de un cambio constitucional, por vía de reforma o aun de ruptura, se ha convertido en el actual momento político en el gran exponente de la tenencia o carencia de un proyecto para España. Resultan muy pobres los términos del debate. Sería realmente un paso atrás convertir la Constitución en un sinónimo de programa o proyecto partidista. Se puede convenir en su necesidad de reforma, pero alentar la iniciativa sin perfilar contenidos, como pretende el PSOE al tiempo que reniega de los cambios recientes que promovió junto al PP, es un juego fútil.

Reintroducir el debate sobre el federalismo como solución, un día asimétrico, otro simétrico, Pedro Sánchez versus Susana Díaz, es como reinventar la pólvora. Sin asimetría no es posible ‘contentar’ al nacionalismo, si es que una reforma del Estado pudiera hacerlo, cosa harto dudosa valorando la lección de la Transición. A no ser que la insistencia actual del PSOE en la reforma federal no tenga más propósito que satisfacer el discurso cortoplacista de la ‘tercera vía’ del PSC en el embrollo catalán.

Que nadie contemple en la posible reforma aspectos sustantivos de la regeneración, como el modelo electoral y de partidos subyacente, por ejemplo, es síntoma de la general ausencia de proyecto. Un tiempo nuevo, un nuevo inicio, volver a empezar, supone un proyecto de renovación que no es hacer tabla rasa, sino preguntarse en que momento del camino nos hemos perdido para no volver a las andadas, primando los simples ejercicios tácticos o aritméticos.

Publicado en Diario de Navarra, 21 de diciembre de 2014

martes, 11 de noviembre de 2014

Esperpento


‘La tragedia española no es una tragedia’. No hay nada sublime en la grotesca realidad que contemplamos, ni sus protagonistas son héroes. La reflexión la vierte Valle-Inclán en ‘Luces de Bohemia’, una obra de teatro que hace de la corrupción política su entramado, y donde se introduce el término ‘esperpento’ como un concepto estético que permita expresar y denunciar la deformación de la vida social, sus desatinos –‘la vida miserable de España’–, al modo que los espejos cóncavos transforman en ridículas las formas más bellas. Nuestros representantes han forzado tanto las cosas en los últimos tiempos, hasta doblegar la realidad y hacerla verdaderamente esperpéntica, que hay que hacer un esfuerzo crítico para reconocer un mínimo grado de humanización en la política española actual. La caída de las máscaras, ante la sucesión de escándalos, siempre puede mostrar entre los más próximos algunos semblantes con lágrimas.

Al igual que en el mundo estético, hay tres modos de ver la política: de rodillas, en pie y desde el aire. Vista desde abajo, la realidad aparece enaltecida y los actores se convierten en ídolos o seres superiores. Observada al mismo nivel, el espectador se identifica con los personajes, sintiéndolos cercanos. Desde arriba, los dioses se reducen a figuras de sainete. Valle Inclán adoptaba una mirada que se alzaba por encima de sus personajes, contemplándolos con impasibilidad y superioridad, la misma distancia con que la sociedad considera hoy a los políticos, perdida la confianza en ellos. Cuando se pierde el respeto y la cara al público, cuando la política real se limita a los movimientos entre bastidores, fuera de control y al margen de las verdaderas demandas de los ciudadanos, es la propia política la que se corrompe, y el voto, además de la cartera del contribuyente, lo que aparece como un objeto robado.

La intención directa de voto plasmada en el último barómetro del CIS constituye un esperpento. La ira popular se ha vuelto valleinclanesca y produce una pintura negra como las de Goya. El sistema devora a sus hijos, proyectando una imagen de España en trance de ruina, que los grandes datos económicos de la recuperación no van por sí solos a cambiar. Nada escapa a este proceso esperpentizador, ni siquiera el gran personaje creado, ‘Podemos’, que crece a medida que el espectáculo se va haciendo mas inquietante. Por efectivo que sea en estos momentos, ni siquiera su discurso contra ‘la casta’ es original, pues remite a tertulianos de derecha dura que le precedieron en algunos canales televisivos (E. De Diego, ‘La casta parasitaria’, 2008). Y todavía se permite el lujo de vaciarse cada día de cualquier otro contenido a la espera de que nuevas manifestaciones de lo bufo completen la labor.

Todos los elementos del esperpento –personajes, ambientes, palabras y gestos– presentes en los escándalos de la Gürtel, los ERE de Andalucía, el clan Pujol, las tarjetas black o las redadas de la operación Púnica, han tenido un efecto demoledor. Pero igualmente esperpénticas se revelan algunas situaciones que los han precedido o seguido. Los esfuerzos de la presidenta del PP madrileño, Esperanza Aguirre, por presentarse como paladín de la lucha contra la corrupción y de la participación dentro de los partidos resultan absurdos, a poco que se repase su biografía política. El escenario catalán es mucho más feo. La figura del presidente Mas, representante del Estado y convertido en un astuto jugador y traficante de emociones con la pretensión de engañar no sólo al propio Estado, sino al pueblo catalán y a sí mismo, encarna ciertamente un personaje de Valle-Inclán, y aunque sea jaleado como un campeón puede terminar como Max Estrella en ‘Luces de Bohemia’: abandonado a la puerta de su casa muerto de frío.

A escala foral, nuestra política de ficción, con su partecica de escándalos, guarda imágenes no menos esperpénticas, como la del expresidente Sanz constituido en opinión combativa dentro de su partido porque su sucesora se resiste a ser manejada como un muñeco desde arriba; tanto como el titiritero a dejar de manejar los hilos de su tabladillo… El nuevo Nobel Patrick Modiano afirma en su última novela que en los periodos de cataclismo o de angustia moral no hay más remedio que buscar un punto fijo para mantener el equilibrio ‘et ne pas basculer par-dessus bord’. Urge recuperar la medida y la correcta visión de nuestra realidad para reafirmar con mayor fuerza que la regeneración política y democrática no es posible sin un rearme moral, individual y colectivo, inherente a la misma historia de Europa, capaz de trascender los puros valores materialistas y el corto cálculo electoral. En el esperpento confluyen en un mismo horizonte el impulso ético y el estético. Lo que hay, pero también lo que viene, si no hay reacción, no es una tragedia, sino –completando la primera cita de Valle-Inclán– una ‘deformación grotesca de Europa’.

Publicado en Diario de Navarra,  11 de noviembre de 2014

martes, 30 de septiembre de 2014

Regeneración, valores y conveniencia



El aborto no es una cuestión retórica ni simplemente ideológica, sino un drama personal y social, capaz de provocar una crisis política, como se ha visto esta semana. El asunto, tal y como se ha desarrollado en España en los últimos cinco años, resulta paradójico. El PSOE se empeñó en reformar la ley del aborto, sin que ello figurara en su programa electoral, pasando de la ‘despenalización’ del aborto en determinados supuestos a su reconocimiento como ‘derecho’ en una ley de plazos. El PP, que sí llevaba ese punto en su programa de 2011, ha renunciado finalmente a su proyecto de reforma de la ley Aído. El PSOE de Zapatero levantó la bandera de la liberación de la mujer invocando el ‘derecho a decidir’ sobre su propio cuerpo; la Conferencia episcopal no tuvo entonces mejor ocurrencia que apelar al lince ibérico en peligro de extinción; y el PP no sabe ahora qué decir a sus propios votantes. Es toda una muestra de un debate cerrado en falso.

Porque más que debate, ha habido cálculo, ideológico y electoral sobre todo. Lo tuvo el PSOE, pensando en las elecciones europeas y generales, y lo tiene el PP con la mirada puesta en las inmediatas municipales. No hay interés por debatir, ni desde el punto de vista sociológico, ni científico, ni moral la cuestión del aborto, aunque menudeen los planteamientos demagógicos, simplistas o frívolos. El aborto no es lo que permite disfrutar de la sexualidad de forma segura, ni puede convertirse en un método anticonceptivo más. La clave no está en que ninguna mujer que aborte tenga que ir a la cárcel, o deba ser torturada a costa de una política integrista o conservadora sobre la materia. Por lo mismo, cabría preguntarse cómo en nombre de la igualdad se puede prescindir de los débiles y los más desprotegidos, que en este caso son evidentemente los no nacidos y las mujeres que quisieran verse no forzadas a abortar. Se impone menos ideología y más antropología.

El gobierno se ha adelantado a decir que revisará lo concerniente a que una menor de 16 años pueda abortar al margen de los padres. Pero no es lo único que ha suscitado dudas o rechazo de la actual ley. Convertir el aborto en un “derecho fundamental”, como hace el preámbulo, contraviene toda la tradición jurídico-política occidental de los derechos y libertades, de la que supuestamente un partido liberal es garante. El ejercicio de un derecho es siempre una realidad gozosa, lo que en ningún caso se da en el aborto. Difícilmente se puede entender la permisividad hacia el aborto como un triunfo de la libertad. El aborto es siempre un acto cruel. Trasladar al aborto el lenguaje de los derechos supone banalizar tanto la vida del no nacido –ni cosa, ni bicho, sino vida humana– como el duelo de la conciencia, por mucho que esa doble presencia incomode al feminismo radical.

La regeneración política y democrática, de la que todos hablan, debe responder a una política de principios y de valores, no a razones de conveniencia. En ese sentido, la dimisión del ministro Gallardón es ejemplar. El Gobierno de Rajoy ha presentado la retirada de la reforma del aborto como un acto de concordia en busca del necesario consenso. Un consenso que en ningún momento buscó ni importó al anterior gobierno socialista, y al que tampoco parece dispuesto la actual oposición cuando, lejos de contentarse con el paso atrás dado por el PP, insiste en que no se toque ni una coma de la norma actual y en la retirada también del recurso pendiente ante el Tribunal Constitucional. Desde ese complejo de superioridad moral de la izquierda, no menos intolerante y avasallador que el supuesto dogmatismo católico que todavía anida en la derecha española, es ciertamente complicado fabricar un consenso. 

La pelota está en el tejado del alto tribunal, a no ser que el PP decida también retirar ese recurso, haciendo buena la ley no escrita según la cual la izquierda puede revocar sin complejos cualquier ley promovida por un gobierno anterior, y el centro-derecha no. El aborto no puede reducirse a una simple prestación sanitaria más. Ha de ser posible el diálogo y llegar con realismo político a un terreno común que favorezca la reducción de abortos y la regulación de la objeción de conciencia. Es necesario pararse verdaderamente a pensar en la realidad y en las consecuencias del aborto, conscientes de la gravedad de la materia. La que llevó sin éxito a un socialista como Rodríguez Ibarra a reclamar, en la anterior legislatura, un auténtico debate sobre la cuestión en los órganos internos de su partido antes de tramitar la reforma de la ley, y que se sometiese luego a referéndum. Se puede retomar la idea, ahora que a todos gusta convocarlos. 

Publicado en Diario de Navarra, 30 de septiembre de 2014

domingo, 14 de septiembre de 2014

Política y resiliencia


La resiliencia es un concepto que, procedente de la física, despierta cada vez más interés en los campos de la sociología, la psicología o la educación. Atiende a la capacidad de las personas para afrontar y salir fortalecido de la adversidad, algo que en la actual situación de crisis prolongada, se presenta más necesario que nunca. En Navarra se acaba de constituir una asociación para su promoción y desarrollo. Esperemos que su influencia llegue también a la política, donde al igual que en otros ámbitos, unos sobreviven y otros sucumben, aunque no esté claro que esa diferente suerte obedezca aquí a una clave resiliente en el modo de encarar la vida.

La presidenta Barcina, reforzada tras el fiasco de la comisión de investigación y la moción de censura, ha anunciado su voluntad de volver a ser candidata en las próximas elecciones. Pese a la presión de toda la oposición, lejos de quebrarse, ha recuperado la forma y disposición original. En su discurso de apertura del curso político, hizo referencia a las dificultades atravesadas, al sufrimiento experimentado, a los errores cometidos y a lo mucho aprendido de los mismos. Podrían considerarse, a primera vista, elementos de una política resiliente, pero un chequeo oportuno encuentra enseguida fallos.

La resiliencia en política no ha de contemplarse ni medirse fundamentalmente desde la perspectiva de los políticos sino de los ciudadanos, a quienes se debe la actividad política. Cuando de verdad se es consciente del dolor causado por las medidas de gobierno que había que tomar, pero que el propio descrédito generalizado de la política y de los partidos hacía más sangrantes, es obligado atender en justa reciprocidad a las exigencias ciudadanas que pesan sobre los políticos, aunque fuera como pobre reparación de las intrusiones, equivocaciones y abusos cometidos. Lo que importa realmente no es hacer frente a la adversidad, ni siquiera superarla, sino ser transformado positivamente por ella.

De los cuatro factores de la resiliencia mencionados por Grotberg, la presidenta ha enfatizado el ‘yo soy’ y el ‘yo puedo’, su autoestima, su fortaleza y sus habilidades. Pero ha relativizado el ‘yo tengo’, los apoyos externos, y el ‘yo estoy dispuesto a hacer’, la voluntad de progresar en los objetivos y la oportunidad de recontextualizar los hechos. En este sentido, ha sacrificado su compromiso de renovación del partido en beneficio de la unidad interna, necesaria pero no suficiente y difícil de garantizar mediante simples pactos de salón. UPN ha quedado descolgada y a contra pie en la carrera de la regeneración política, cuando estaba en disposición de tomar la delantera antes del vendaval de las elecciones europeas, que ha forzado a otros a moverse.

Pudiéndose haber adelantado a los acontecimientos, renovado la percepción del partido y legitimado el propio liderazgo de Barcina con un sistema innovador de elección de candidatos que fuera más allá del cabeza de lista, y que estuvo sobre la mesa, UPN ha fallado la ocasión y acabado por reforzar una imagen de cerrazón y resistencia a cualquier cambio, que resulta preocupante y muy poco resiliente. Malograda su propia iniciativa, sólo le queda hacer seguidismo de las dudosas e incompletas propuestas de regeneración del PP que pueden dar la impresión de que la única adversidad contemplada por los políticos es perder el poder o sus privilegios.

El conformismo es contrario a la resiliencia. El afán de superación y de trabajar para ello, con optimismo y esperanza, debe sobreponerse a cualquier discurso perdedor. El éxito político de Podemos, aun comerciando con el desencanto y la protesta, obedece a su propia ambición, al gran anhelo neosesentayochista que transmite (‘seamos realistas, pidamos lo imposible’) y que contiene en sí mismo un mensaje ganador, con mayor expectativa de voto cuanto más evidente resulte la falta de respuesta de los partidos de gobierno. Sólo quien no aspira a romper su propio techo electoral es imposible que lo haga.

Lo único demostrado en Navarra es que el voto del ‘miedo’ no proporciona mayoría absoluta. UPN debe reflexionar sobre ello. Su enemigo efectivo no es el nacionalismo ni el populismo ahora, sino la abstención, que no se vence exacerbando las pasiones políticas ni negando la presencia del otro. Tampoco el ‘odio’ a UPN o a Barcina puede ser garantía de una alternativa de gobierno. La resiliencia implica la disposición a ver con los ojos del otro y a dejarse penetrar también por su mirada, algo básico para poder llegar a acuerdos políticos y cuya ausencia compromete los asuntos más cruciales de la comunidad, como se ha comprobado en el reciente pleno sobre el autogobierno. Cuando los políticos no hacen lo que pueden para transformar las cosas, y se confía en que los ciudadanos no tendrán más remedio que votarles, no se puede responsabilizar a éstos de las consecuencias de sus dejaciones. Resiliencia no es resignación.

Publicado en Diario de Navarra, 14 de septiembre de 2014

viernes, 20 de junio de 2014

El nuevo rey ante el espejo

Azaña, gran amante del teatro, evoca en sus cuadernos un diálogo figurado con el rey Alfonso XIII, a quien ve reflejado en el espejo en que se mira, y que le pregunta qué está haciendo con España: “enseño a vivir en democracia, es difícil”, responde el gobernante republicano. La Monarquía como institución no ha sido ajena a este empeño fundamental de las sociedades contemporáneas y actuales. La proclamación de la monarquía de 1830, tras la segunda revolución francesa, entronizó al rey ciudadano y fue comprendida como una monarquía republicana. Asumida la condición liberal, un rey al frente del estado, con sus propias reglas de sucesión, ajenas a la lucha política partidista, ofrecía la ventaja de significar mejor el ideal de neutralidad del juez o árbitro que no puede ser parte, algo que no logran alcanzar algunos modelos republicanos. Esa monarquía constitucional es la que arraigó en España, con más luces que sombras, en el siglo XIX y es también la que ha proporcionado el régimen democrático más fecundo de nuestro siglo XX. Tiene razón el nuevo rey Felipe VI al apelar a la continuidad democrática como una clave de su reinado, pero también ha de serlo el cambio efectivo.

Al mirarnos en el espejo vemos la imagen que reflejamos en el propio espacio desde donde nos miramos, y que nos interpela ciertamente. El nuevo rey ante el espejo no puede sino contemplar a una sociedad que habla y se manifiesta cada vez con mayor criticismo y claridad, exigiendo respuestas a las propias demandas ciudadanas. La limitación del papel institucional del rey le ha despojado de la vieja prerrogativa de ser el único que todo lo ve y a quien no se podía mirar de frente –la más expresiva muestra de la negación de un público en el Antiguo Régimen–, pero la democracia no le impide convertirse en el gran escuchador y articulador de los mensajes de la sociedad, diluidos dentro del estruendo del espacio público. Atendiendo a la centralidad de la sociedad se justifica la propia función de la Corona, que no está alejada del concepto de representación. Si bien el rey no es representante ni elegido del pueblo, la monarquía sí puede proporcionar una viva expresión de esa imagen de sociedad ideal que toda cultura política necesita y persigue: la unidad y la estabilidad como garantía de la prosperidad de una comunidad diversa. El poder del rey es simbólico, y por ello mismo visible, y de enorme importancia para el rearme o derrumbe de la moral colectiva.

Paradójicamente una democracia puede degenerar en una sociedad de corte cuando se consiente la formación y acción incontrolada de triarquías oligárquicas, esa alianza entre timócratas, plutócratas y demagogos –esto es, entre políticos que sólo buscan su propio provecho personal, entramados económicos que se benefician del poder político, y medios de comunicación que juegan a extender la partidización de la vida colectiva–, una asociación de intereses ajena al bien común que tanto ha erosionado en los últimos tiempos la credibilidad de nuestro sistema y de la propia institución monárquica. Paradoja por paradoja, una monarquía puede ser el revulsivo democratizador que la política, a requerimientos de la sociedad actual, necesita. El nuevo rey, como su bisabuelo Alfonso XIII, llega imbuido de un atmósfera regeneracionista en un contexto difícil. Responder a esa expectativa afectará a la suerte de la Corona, pero también a la normalidad de la imagen reflexiva de la sociedad española, sometida en exceso a las deformaciones de los espejos mágicos de los políticos de feria, tan abundantes en tiempos de desolación. La consistencia del mensaje de Felipe VI en el acto de su proclamación ante las Cortes es una garantía de futuro y nuevo entendimiento.

Publicado en Diario de Navarra, 20 de junio de 2014

jueves, 5 de junio de 2014

Tres generaciones


Toda generación se presenta como un sujeto colectivo portador de un tiempo humano y social propio, que predispone a pensar y a actuar de una manera semejante. Por encima del factor biológico, se cuenta una generación allá donde un grupo de hombres y mujeres, relativamente coetáneos, comparten una misma sensibilidad, un estilo y, sobre todo, una misión, porque sin proyecto o empresa histórica no se da formalmente una conciencia generacional. Al ritmo de predecesores, contemporáneos y sucesores, el juego generacional proporciona claves imprescindibles tanto para la comprensión de la gramática o narrativa de la comunidad política como para la explicación del cambio. En el caso de España, dos generaciones han resultado fundamentales para la historia del siglo XX, las de 1914 y 1978, y una tercera, aún por definir en la encrucijada actual, ha de marcar el XXI.

La generación de 1914, cuyo centenario celebramos, liderada por Ortega y Azaña, hizo bandera de una idea democrática y europea de España, imbuida de un fuerte sentido regeneracionista. La crítica de la vieja ‘España oficial’ se acompañó de una voluntad de hacer emerger una segunda España, una ‘España vital’, “una España vertebrada y en pie”, que implicaba una nueva política y nuevos políticos: hombres ilusionados, capaces y ejemplares, comprometidos con la reinstitucionalización de la vida española y la tarea de nacionalización de las masas. Este planteamiento reformista, que era aún posible dentro de la Monarquía de Alfonso XIII, empujaría a la ruptura pacífica cuando el rey pactó con la Dictadura de Primo de Rivera. La Segunda República acabó siendo la hora forzosa de la generación del 14. Y aunque la hipercrítica dirigida hacia el legado de la Transición tienda a contraponer la experiencia democrática republicana con la actual, no es difícil ver la esencial continuidad existente entre los proyectos de las generaciones de 1914 y 1978.

La generación de 1978 ha hecho exitoso el proyecto de modernización y democratización de la generación de 1914. Y ello se ha debido fundamentalmente al pacto Monarquía-Democracia impulsado por el rey Juan Carlos que acaba de abdicar, seguido de un pacto no menos fundamental, el pacto Democracia-Autonomía que aunaba las visiones de Ortega y de Azaña, reconocibles ambas en la doctrina García de Enterría, expresión académica de la mente política de Adolfo Suárez, donde la ‘generalización’ autonómica viene acompañada del principio clave de “autonomías potencial pero no necesariamente iguales” (la ‘particularización’ para atender situaciones también singulares), vulnerado en buena manera por el desarrollo autonómico posterior, pero que salvaguarda el texto constitucional vigente. Tampoco se puede obviar que la reconciliación, la concordia y el consenso abanderados por el rey Juan Carlos y Suárez enlazan con el “paz, piedad y perdón” del último Azaña, marcando así el camino de la transición a la democracia, con aciertos y errores personales y colectivos.

Al igual que fue necesaria la llegada normalizada del PSOE al poder para consolidar la democracia, también es necesaria ahora la sucesión para consolidar la monarquía democrática. En lo más significativo de su discurso de abdicación, el rey apelaba a una nueva generación. La tercera, invitando al próximo rey Felipe a encabezarla, como él lideró con Suárez (y luego con González y Aznar) la de 1978. ¿Para proceder a una Segunda Transición? Para ir de la democracia a la democracia, profundizando en ella. Volver a plantear la alternativa Monarquía o Democracia es un falso debate. Y si se habla de legitimidad, la monarquía después de Franco –dentro del proceso por ella iniciada de devolución de la soberanía al pueblo español– ha sido sometida a referéndum en dos ocasiones, en 1976 y 1978, a diferencia de la historia de las dos repúblicas españolas.

El proyecto del 14, tal como lo formuló Ortega, tiene nueva actualidad. Aquella generación fue desbordada por los extremos y, en cierta manera, la de 1978 también lo ha sido por los nacionalismos y la izquierda radical. Las últimas elecciones europeas así lo han significado. El problema actual no es la forma de Estado ni el papel del nuevo rey, sino cargar de nombres y contenidos el nuevo proyecto de convivencia. La primera irrupción de la tercera generación en el poder, con Zapatero, fue fallida y aceleró el deterioro presente jugando frívolamente con los pilares de la Transición. De ahí la relevancia del proceso interno abierto en el PSOE tras el 25-M. La proclamación de Felipe VI ha de despertar a las fuerzas de centroderecha y centroizquierda llamadas a entenderse para acometer las reformas estructurales, institucionales y constitucionales que precisa este país. El futuro no está en el pasado, pero ha de seguir escribiéndose sin falseamientos históricos desde la moderación. Las palabras del todavía Príncipe de Viana en Leyre, convocando a “ampliar el campo de esperanza”, constituyen las iniciales de la Tercera Generación, dispuesta en su ánimo a dar “lo mejor de sí misma” al servicio de una España “unida y diversa”.

Publicado en Diario de Navarra, 5 de junio de 2014

sábado, 24 de mayo de 2014

El sueño europeo

Europa es un sueño, una utopía, un imposible que, como el río, se abre paso entre los obstáculos. Europa fue el gran sueño hace cien años de la generación española de 1914. Ortega, Azaña, Fernando de los Ríos, Salvador de Madariaga fueron la expresión de un europeísmo y de una implicación en la política exterior, en tiempos de crisis europea, apuntalando la voluntad democrática. El proyecto de una nueva España europea que abanderaron, fue el que materializó a la postre la generación de 1978, y que plantea en la actualidad nuevos desafíos. Europa sigue requiriendo de todos y especialmente de las nuevas generaciones, puesto que la experiencia de la crisis ha podido transformar el sueño europeo en desengaño. La máxima de Ortega, ‘España es el problema’ ha sido reiterada en los últimos años desde una óptica europea; pero en clave española, Europa ha dejado de ser la ‘solución’, en el ánimo de muchos, para verse también como problema: como la causa principal de nuestros males inmediatos.

Es el acento algo forzado del PSOE en esta campaña de las elecciones europeas, instando a un cambio radical en la política económica y social, para responsabilizar a la derecha de los desastres del ‘austericidio’, ahora precisamente que en Francia el nuevo gobierno socialista ha emprendido la vía de los recortes para cimentar la del crecimiento. La idea de que Europa ha abandonado el sueño europeo, simbolizado en el Estado del bienestar, para entregarse a los principios neoliberales del sueño americano, más que un discurso socialista es un discurso pobre, y antieuropeo de fondo. A pesar de los años de crisis transcurridos, algunos partidos no quieren aceptar que la principal responsabilidad de cualquier gobierno es preservar el orden de libertad y bienestar de los ciudadanos, introduciendo las modificaciones necesarias para adaptarlo a las circunstancias cambiantes, con el objeto de hacerlo viable y evitar su quiebra. El futuro del Estado de bienestar será distinto al construido en los Treinta Gloriosos, o no será. No es una cuestión de ideologías, sino de matemáticas.

No es el único desafío europeo. Europa es cultura, Europa es modernización, Europa es democratización, Europa es integración y cooperación. La Europa solidaria pasa por una Europa fuerte y unida. El actual proceso de desacoplamiento entre Estado y Nación no fortalece la Europa de los pueblos frente a la de los Estados. La utopía de la Europa de los pueblos que defienden los partidos nacionalistas contribuye  únicamente a una desagregación y mayor debilidad de Europa en el mundo globalizado. Europa implica una renuncia a cualquier planteamiento de soberanía excluyente. Las aventuras o aspiraciones secesionistas de los nacionalismos periféricos en España u otros lugares de Europa no benefician evidentemente al proyecto europeo. Euroescepticismo, antiglobalización antisistema, populismo xenófobo y secesionismo acaban constituyendo un frente de fuerzas y actitudes antieuropeístas esencialmente perturbador y de efectos disolventes en la coyuntura actual, como se comprueba en la frontera exterior de la UE a propósito de la crisis de Ucrania.

La política europea no se hace sólo en las instituciones europeas sino en las diferentes naciones y regiones, que deben esforzarse por cumplir sus compromisos, sin descansar hasta que la recuperación económica alcance a los extraños y excluidos. Tampoco puede olvidarse que en España europeización ha sido históricamente sinónimo de regeneración, y debe seguir siéndolo. Es, sin duda, importante restablecer la imagen de España en el uso debido de los fondos europeos. Pero es urgente también profundizar en la reforma de nuestras instituciones y de nuestras leyes, reduciendo distancias con Europa, desde una clara voluntad de regeneración política. Por ejemplo, revisando nuestro modelo electoral y el propio funcionamiento de los partidos para favorecer el control de su financiación, la participación y procedimientos de democracia interna que pongan límites al poder de sus cúpulas y a prácticas clientelares de todo tipo. Los partidos mayoritarios, en cualquier ámbito territorial, tienen una mayor obligación de responder a este clamor ciudadano. 

En Navarra, una comisión interna de UPN, con participación de expertos, ha elevado en este sentido propuestas innovadoras y consistentes a los órganos directivos del partido, que han decidido crear otra comisión para revisar el trabajo de la anterior, con miedo a que el cambio señalado, inspirado en el modelo alemán, llegue a ser efectivo. Cuando los que han mandado en el pasado pretenden seguir haciéndolo en el presente, y quienes tienen ahora la autoridad legítima y la responsabilidad política no se atreven a ejercerlas, la regeneración es imposible o nace muerta, por absurdo que parezca. Como se ha verificado en tantas ocasiones, un partido mayoritario o se regenera desde el poder promoviendo cambios profundos y reales, que se puedan tocar, o se regenera en la oposición, con todo lo que ello lleva consigo. Así de sencillo. No basta con apostar por Navarra, España y Europa. Hay que ser consecuentes, y no renunciar a soñar.

Publicado en Diario de Navarra, 24 de mayo de 2014

miércoles, 26 de marzo de 2014

Giro lingüístico y política


Si es verdad que el llamado ‘giro lingüístico’ ha dejado de marcar hace algún tiempo el debate en el seno de las ciencias humanas y sociales, en el ejercicio de la política tiene plena actualidad, no sólo en Navarra. La tesis de que el lenguaje es el agente constitutivo de la conciencia y de la producción social de significado, alimenta más que nunca algunos discursos políticos, según los cuales no existe una realidad al margen de las categorías del observador. Cualquier idea de un universo objetivo, independiente del discurso, se considera una ilusión porque el lenguaje no refiere a una realidad extra-lingüística. La materialidad misma de lo real no posee ningún significado al margen de su enunciación.

Esto es algo que afecta particularmente al socialismo navarro en las últimas semanas. El pacto de la oposición para incluir, contra las evidencias, el término corrupción en las conclusiones de la comisión de investigación no bastó para salvar el veto de Ferraz que como una espada de Damocles se cernía sobre Jiménez y la actual dirección del PSN, su credibilidad en juego. Tras el fiasco de la moción de censura no ha habido empero dimisiones, por más que hayan sido reclamadas desde distintos sectores de la militancia, y se imponga desde el sentido común. El principal argumento de Jiménez para no dimitir ha sido apelar a la tranquilidad de su conciencia y a la responsabilidad, lo cual es paradójico pues lo primero no puede servir para soslayar las responsabilidades debidas en el espacio público.

Lo que es kafkiano no es que el PSN tenga que pagar los platos rotos de una crisis del gobierno de Navarra, como ha argumentado el todavía líder socialista, sino que una misma dirección política haya fracasado en todos los roles, contradictorios por demás, que ha pretendido jugar, y ello no tenga mayores consecuencias, como si efectivamente no hubiera sucedido nada. Jiménez fracasó en el gobierno, pretendiendo hacer desde ahí oposición, y ha fracasado igualmente en la oposición buscando liderar a la propia oposición. ¿Qué más le queda por hacer, después de intentar todavía que los críticos de UPN le solucionasen la papeleta, obviando que Barcina ha salido claramente fortalecida tras la crisis provocada por él?

Cuando se valora la performatividad del lenguaje, esto es, su utilización para ‘hacer algo más que decir algo’, resultan más visibles los límites del giro lingüístico. Hay ‘actos de habla’ que por sí mismos instauran realidades, como la realización de una promesa. Que es lo que la oposición de manera interesada ha trasladado al PSN, enfrentándolo al valor de la palabra dada y descalificándolo como sujeto de cambio. ¿Qué es lo que no sabía el PSN desde el principio? ¿Que se precisaban los votos de Bildu? ¿O que no había corrupción y por eso se empeña en reafirmarlo después? Llegados aquí, la alternativa es clara: o se cae Jiménez con todo su equipo y da paso a una inmediata reorganización del partido con nuevas personas, ideas y estrategias, o renuncia a la actitud de bloqueo total en que se ha instalado.

Barcina le hace un favor al PSN no convocando ahora elecciones. Pero el PSN no puede afrontar lo que queda de legislatura como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Pues acaba por no saberse qué huerto cuida, ni para quién trabaja incluso. Nadie le pide que se siente con Barcina, si no quiere. Basta que se abstenga, y deje gobernar al partido mayoritario, como sucede en la CAV o en Extremadura. La política no puede reducirse a simples juegos de lenguaje, de gran tremendismo verbal (corrupción, desgobierno, inestabilidad, bloqueo, exclusión) aunque nada inocentes, pues desde la perspectiva de la realidad construida por el lenguaje político la situación es ciertamente insostenible.

Ante los excesos del giro lingüístico se impone en la política –como ha sucedido en las ciencias humanas y sociales- un ‘retorno a lo real’. A la verdadera realidad que sacude a los ciudadanos, para quienes los políticos constituyen un obstáculo para la solución de sus problemas, tal es el grado de inoperancia al que ha llegado la política instalada en el lenguaje, degradado además al mero insulto. Por ello, la voluntad de agotar la legislatura compromete particularmente a UPN. Asisten razones para hacerlo. Para que la recuperación económica llegue a los más castigados por la crisis. Para impulsar la regeneración política, no con palabras sino con hechos, con pruebas, con el concurso de todos los grupos, como una exigencia previa que permita recuperar la fe en la política, o que revele si no el juego pequeño de quienes no quieren que nada cambie, con ánimo de continuar beneficiándose del sistema. Y, en fin, para clarificar al norte y sur del Ebro la dimensión de Navarra como comunidad política diferenciada dentro de España, con el mejor Concierto, claro.

Publicado en Diario de Navarra, 26 de marzo de 2014

sábado, 1 de marzo de 2014

Capítulo de conclusiones


Comisión ha habido, de investigación no tanto. El trabajo no ha aportado conocimiento nuevo alguno. Se trataba de iluminar lo que los investigadores principales ya sabían de antemano. Tan convencidos estaban de la verdad de sus premisas, que buena parte de su empeño ha consistido en desactivar la demostración de su falsedad. Se ha querido desacreditar el testimonio de los técnicos –que han certificado que no ha habido irregularidades– como si hubiera sido orquestado desde UPN para ocultar la verdad, por más que la propia ex directora de Hacienda reconociese que no ha habido corrupción. Aun así la Comisión reprueba a Barcina y Goicoechea, y solicita el adelanto electoral.

La regla de oro del buen trabajo investigador hace pasar la libertad de orientación por la prueba del rigor del método. Aquí las conclusiones presentadas evidencian un juicio político de intenciones. No se ha pretendido cargar de realidad unos supuestos hechos censurables, sino cargarse de razón para una operación de acoso y derribo, regida por el todo vale. ¿Debemos asistir entonces al espectáculo lamentable de una moción de censura sin verdadero examen al candidato, al baile de relevos de cargos, a la paralización de facto del gobierno, y a la utilización del poder como arma electoral? Eso sí que es delito. ¿Piensa con eso robar el PSN, de la mano de Bildu, votos a UPN? Porque a los demás, ninguno.

Junto a las conclusiones y exigencia de responsabilidades efectuadas, los ciudadanos interrogándose a sí mismos han podido establecer las suyas propias. Quedan además misterios sin resolver. ¿Quién filtró la carta de dimisión de Nieves? No estaríamos aquí, si no. ¿La consejera para humillar a la ex directora de Hacienda, como se ha afirmado en algún medio? Habría sido una torpeza mayúscula, pues en nada podía beneficiar a Goicoechea ni al Gobierno. ¿Herida en su orgullo profesional y expuesta a las influencias de su entorno inmediato, se ha prestado Nieves a una operación política explosiva? Caben otras hipótesis secundarias, aunque el tema no da para una tesis doctoral.

Jiménez, al ligar la moción de censura a la gravedad de los hechos acreditados, ha conseguido elevar el tono de las conclusiones elaboradas, atrayéndose a los grupos de la oposición, pero se ha separado igualmente de ellos ante la opinión al no poder invocar ya otros argumentos políticos para justificar la moción, y haber quedado él desautorizado en la propia investigación. Si la presenta ahora la imagen del PSN como caballo de Troya del nacionalismo para el asalto del palacio-fortaleza de Navarra quedará establecida. Y el oportunismo de Jiménez, sin importarle que los nacionalistas quieran luego prescindir de él –si puede ser rey por un día, sin primarias, y quedar inmortalizado, sable en alto, en su montura de madera–, pasará igualmente a los anales del viejo reino. Pobre ganancia personal si conduce al partido al despeñadero.

Al PSN le ha comenzado a entrar el vértigo, sobre todo al ver a Barcina dispuesta a que la despedacen y a enseñar ella misma al pueblo su cabeza en alto para demostrar la ignominia cometida. Como el Cid está dispuesta a campear después de muerta. Y eso asusta. Aunque veremos si el PSOE consiente la maniobra. El panorama de una carrera en las elecciones europeas, donde pretende imponerse in extremis al PP en la foto finish española, con un PSN tirándole con Bildu de la camiseta por detrás –cualquiera que sea la manera de presentar y justificar la moción de censura–, es poco alentador. Pero un segundo frenazo desde Madrid a los socialistas navarros deja a Jiménez en la picota. Toque a muerto, en todo caso, va a haber.

La Comisión no ha buscado la verdad, pero sí ha servido para mejorar el conocimiento de nuestra clase política. Para medir su grado de honestidad intelectual y política. Como en la bolsa, unos cotizan al alza y otros a la baja, aunque nos movamos entre mínimos. La llamada izquierda progresista no es tan divina como pretende, ni siquiera en el paraíso foral, donde la vara de medir que aplican es muy distinta a la de allá donde gobiernan entre mortales. La coherencia interna y externa es un criterio de validación en cualquier investigación.

Tras el cierre de las conclusiones se abre el tiempo de las decisiones. Cada cual en el ámbito de su responsabilidad. La oposición y el PSN en particular también la tienen. En cómo hemos llegado hasta aquí, y en la salida más razonable. Las consecuencias de la política filibustera las pagamos todos, pero sobre todo, esa concepción de la política no puede levantarse como bandera de la regeneración democrática ni de la ética cívica, cuando ni siquiera es capaz de atender a las reglas básicas de la investigación, donde la realidad debe prevalecer sobre la idea previa: precisamente para no ocultarla, para mejorarla, para transformarla.

Publicado en Diario de Navarra, 1 de marzo de 2014

lunes, 17 de febrero de 2014

Conjeturas y sables


Asistimos en la política foral a un desenlace que estaba escrito, y que no ayuda a devolver la fe en nuestros profesionales de la cosa pública. Si yo caigo, tú caes conmigo, o antes de que me cesen, dimito. Eternos lugares del mundo de las relaciones profesionales y del viejo oficio de la política, que acaban jugando a veces un papel decisivo en el desarrollo de los dramas sociales, como sucede en la representación del último acto de la crisis navarra. La verdadera gramática de los motivos, ni se lee ni se escribe –no siempre se corresponde con las razones aducidas–, pero inspira y conduce la acción. Desencuentros, rencores, despechos, venganzas encubiertas, personalismos y pasiones humanas, demasiado humanas, provocan incendios y terremotos políticos, cuyas consecuencias sus responsables son incapaces de medir.

Si la conjetura es común a la actividad científica, en la política tiene patente de corso, sobre todo si afecta a un posible caso de corrupción. La conjetura se eleva a certeza y que vengan detrás a demostrar que es falso. Esa es una tarea para estudiosos del pasado, pues la actividad política ya está enfrascada en nuevas conjeturas y aventuras de futuro que reclaman la decisión de los actores. El líder del PSN, sorprendiendo a todos al decir ‘el partido soy yo’, se ha autopostulado para presidir un gobierno de transición, como teórica segunda fuerza, contraviniendo la actual aritmética parlamentaria. Falto de discurso y de credibilidad, ha proclamado un deseo regeneracionista a lo Miguel Primo de Rivera –abrir ventanas, levantar alfombras, airear– que como aquél, con quien en su día colaboró el PSOE, podría resultar sospechoso en cuanto a su verdadera finalidad.

Hay prisas para no agotar la actual legislatura.  Se trata esta vez de ‘no fallar la ocasión’.  Aunque no se sepa bien o no se quiera saber adónde vamos. Urge y no sólo por las previsiones legales acerca del posible adelanto electoral. Debe realizarse antes de que pueda evidenciarse la salida de la crisis económica, y ello beneficie al gobierno de UPN, desvaneciéndose la imagen de fin de ciclo y de corrupción del sistema que la oposición se ha empeñado en focalizar en Barcina, por más que haya sido la última en llegar al poder y se haya encontrado con fuertes resistencias para cambiar las cosas, como se ha comprobado a propósito de la Fundación CAN. La vieja política de camarillas, que siempre esconde intereses vergonzosos, se alía con la política de sables, deseosa de hacer rodar cabezas o preocupada de conservar la propia.

El PSN de Jiménez busca su supervivencia como actor jugando a dos barajas, con Geroa Bai y con los críticos de UPN, antes de que las urnas le releguen a un simple papel de extra en la política navarra. Los críticos de UPN, muchos o pocos, se comportan como ciegos que pretenden guiar a otros ciegos, sin asimilar aún su reciente derrota ante Barcina y su responsabilidad histórica en la actual imagen de deterioro del partido. Geroa Bai siempre gana en el juego lanzado con la cabriola del PSN y también con el miedo a Bildu pregonado desde UPN. Y lo hace sin despeinarse, sin bajar a la tierra en carne mortal, instalada en la pura conjetura, sin despejar ninguna incógnita de las muchas que le conciernen. El discurso anti-UPN ha calado como el antiamericanismo de los años 60: nada puede ser peor que la realidad conocida. Pero al nacionalismo no le basta con la salida de Barcina del gobierno, pretende reventar UPN, con o sin colaboración interna, lo que indirectamente beneficiaría al mortecino PPN.

Cualquiera que sea la salida a la presente situación, será en todo caso ‘fallida’ en los términos de la regeneración política que solicita la ciudadanía. Un año más de legislatura se justificaría sobradamente para promover una verdadera transformación de los partidos, con medidas e iniciativas concretas que pudieran ser convenidas y adoptadas por todos los grupos, recogiendo fórmulas de participación abiertas en la selección y elección de todos los candidatos (no de uno sólo), y de relación directa entre los electores y los elegidos. Un tiempo político nuevo exige vino nuevo en odres nuevos. Pero, como expresa Magris en ‘Conjeturas sobre un sable’, para esa actitud de ayuda y diálogo con los demás –‘el más auténtico oficio religioso’–, para ‘escuchar al otro y seguirle en sus laberintos sin extraviar el propio camino’ ya no nos valemos. Exige ciertas dosis de conversión y no va haber confesión pública ni peticiones de perdón, ni rectificación alguna ante los ciudadanos. Todos los partidos tendrían necesidad de hacerlo, pero ya no hay tiempo… Volverán a las andadas porque entre tanta conjetura y sable, no están buscando la verdad sino –como decía Magris- ‘las razones que expliquen el falseamiento de la verdad’.

Publicado en Diario de Navarra, 16 de febrero de 2014

martes, 7 de enero de 2014

Historia y política



Paul Valéry no dudó en afirmar que la historia era el producto más peligroso que la química del intelecto hubiese fabricado jamás. A través del relato histórico, el historiador define metas, aúna voluntades, persuade, presiona, organiza el tiempo; negocia en suma el pasado desde el presente con vistas al futuro. Ejerce con frecuencia, antes que una función social, una clara función política. Sin duda lo hizo en el siglo XIX –la historia al servicio de la Nación como en el XVI y XVII lo había estado al servicio del Príncipe– y también lo ha hecho en el XX, en medio de tanto totalitarismo y conflicto de nacionalismos. Observando el modo en que se ha contado y se cuenta la historia a los niños en el mundo entero, un ejercicio practicado por Marc Ferro, se hace patente cómo la historia sigue siendo una herramienta imprescindible para la fundamentación y supervivencia de cualquier nacionalismo. 

La historiografía o el uso de la historia, en general, es un arma peligrosa en la medida que, apoderándose de la memoria y del olvido, proyecta sobre la comunidad, como valores, los mitos y contenidos ideológicos inmediatos del propio grupo organizado, pudiendo inducir al odio y también a la violencia. No hace falta que lo diga ningún informe de los Cuerpos de Seguridad. No cualquier relato de la historia hace justicia a la Historia, tampoco es necesario preguntárselo a las víctimas del terrorismo. La historia como la política puede reducirse a la dialéctica amigo-enemigo, incluso en medios pretendidamente académicos. El congreso ‘España contra Cataluña’ promovido por la Generalitat es un buen ejemplo de historia oficial-militante en el siglo XXI, bien engranado en la gran operación de propaganda nacionalista en que se ha convertido el desafío secesionista catalán. 

Todo el movimiento conduce a 2014 con una doble finalidad simbólica: la conmemoración del final de la Guerra de Sucesión (1714) entendida no como un conflicto dinástico sino como un conflicto entre España y Cataluña que acabó con sus fueros y libertades, haciendo coincidir esa celebración histórica con la fiesta política de una consulta popular que abra las puertas a la nueva libertad. Es un nuevo caso de ‘invención de la tradición’, que cambia el significado de los hechos históricos para su utilización política, tejiendo el relato de una supuesta lucha por la independencia, inevitable por la ambición española, como hiciera en su día Sabino Arana para el País Vasco. La aranización de Artur Mas rompe con la tradición catalanista autocontenida dentro de una afirmación de España, en un deseo de explotar la debilidad española ocultando la propia, puesto que la Cataluña locomotora de España es ya un mito, y hoy más que nunca es preciso hacer responsable a España de sus males. 

Por grosera que parezca la manipulación, no se pueden menospreciar sus efectos. En Navarra, con ocasión del Quinto Centenario de 1512, la batalla académica –en una curiosa guerra de congresos– la ganaron unos y quienes están rentabilizando sus efectos políticos son otros, a tenor de la crecida nacionalista que parece haber arrastrado consigo a quienes no tienen la brújula suficientemente imantada. Las relaciones culturales y políticas entre Cataluña y Navarra han sido desde finales del XIX de ida y vuelta. Resulta extraño el ominoso silencio acerca de las posibles repercusiones del secesionismo catalán en la política navarra al tiempo que se defiende una alternativa de gobierno que pivota necesariamente sobre el nacionalismo vasco. Pretender remontar el pasado para construir el futuro, como se desprende de los usos y abusos de fechas como 1512 ó 1714, es empeñarse en avanzar hacia atrás, encallando voluntariamente en la rocosidad de las fronteras y de las soberanías irreductibles, en lugar de salir al mar abierto del nuevo tiempo global. 

 El origen y desarrollo de los nacionalismos catalán y vasco son ajenos en el fondo a la estructura del Estado, por lo que resulta ingenuo pensar que en un cambio de la misma radica la solución. El debate actual sobre el federalismo tiene mucho de falso y cansino, cuando hace tiempo que se ha asentado la idea del Estado de las Autonomías como ‘moderno federalismo’, por más que aún se pueda perfeccionar. Desde la Transición, los nacionalismos periféricos nunca han apostado por el federalismo, ni apunta ahora Mas a él en la tramposa primera pregunta de su anunciado referéndum. En cualquier caso, el federalismo no es una mera carcasa organizativa, implica una cultura política federal que tiene en el pacto y en la lealtad al pacto su máxima expresión. No es un descubrimiento afirmar que, dentro de la España de las Autonomías, Navarra es el mejor reflejo de ese ‘espíritu federal’, y que aunque algunos se apresuren a certificar un ‘fin de régimen’, invocar ‘más Navarra, más España y más Europa’ es toda una profesión de ‘soberanía compleja’, es decir, del final de cualquier planteamiento exclusivo de la soberanía. 

Publicado en Diario de Navarra, 4 de enero de 2014