domingo, 19 de julio de 2015

Nuevo gobierno, ¿vieja oposición?


¿Cambio de gobierno o gobierno del cambio? Las dos cosas, aunque sea bueno proceder con orden. Lo primero ya es inmediato. El síntoma más evidente es que el saliente se apresura, y está en su derecho, a subrayar los indicadores (macroeconómicos) positivos de la herencia que deja. Veremos la lectura que hace de la misma el entrante. Por encima de los eslóganes más o menos originales u oportunistas, el cambio, en cualquier, caso se hará notar y tiempo habrá para valorarlo. Pero un cambio de gobierno como al que asistimos, es ya suficiente novedad en Navarra. Es ciertamente un hecho histórico, con independencia de cómo se haya producido o de la ilusión o incomodidad que produzca.

El cansancio posterior a los Sanfermines seguramente ha obrado en los negociadores. A primera vista los deseos de Barkos Presidenta parecen haberse cumplido. Un gobierno que no obedezca a cuotas, sin presencia de quienes tengan responsabilidades orgánicas en los partidos ni parlamentarios, y con un perfil más profesional o técnico que político. El resultado es un gabinete a su medida, el mejor de los posibles desde esa perspectiva. Hay detalles, no obstante, que no pueden obviarse. No es habitual que un gobierno se anuncie antes de la investidura del presidente. Las últimas conversaciones, el cruce de propuestas, los vetos, acuerdos y renuncias personales entre los cuatro partidos que van a apoyar al nuevo gobierno, han resultado más incisivas y decisivas que el largo pliego programático suscrito con anterioridad. No estamos ante un gobierno que vaya a nombrar libremente Uxue Barkos, ni tampoco puede decirse que se le haya impuesto contra su voluntad. Buscando evitar los errores de la legislatura pasada, se evita hasta la denominación de gobierno de coalición, pero ello no quiere decir que hayan desaparecido los lobbies políticos, y va a ser complicado prescindir de la idea de contentarlos a todos.

Forcejeo sin duda ha habido con Bildu, que está presente en el gobierno anunciado, y en un puesto relevante y cargado de simbólica, aunque no obtenga la vicepresidencia que buscaba, ni figure en él finalmente la ‘vieja guardia’ representada por Araiz. Geroa Bai, como era de esperar, se convierte en la médula del gabinete. Se ha presentado a los dos vicepresidentes como pesos pesados del mismo. Depende como se mire, pues el hecho posiblemente obedezca también a razones más simbólicas que políticas o de eficiencia organizativa. Dos vicepresidencias mejor que una, incluso como argumento para apartar a Bildu de ellas. Las responsabilidades asociadas a las mismas –políticas económica y social– son la manera más práctica de alejar el fantasma del nacionalismo vasco, queriendo transmitir que son otras las prioridades del próximo gobierno, y que es posible otra política en los ámbitos donde se ha cebado la crisis con los ciudadanos.

El peso político que tiene el todavía presidente del PNV en Navarra, no se corresponde con el del nuevo vicepresidente responsable de asuntos sociales: un teórico, buen conocedor de la materia, pero sin experiencia alguna hasta el momento en gestión pública, que llega al cargo con las mejores intenciones, a propuesta de I-E. Mucho mayor peso objetivo manifiesta el nuevo consejero de Educación, bien conocido en medios culturales y editoriales vasquistas, y con contrastadas habilidades comunicativas. Tendremos que esperar para comprobar el destino de la subida de impuestos que pondrá en marcha la vicepresidencia económica, y que de entrada poco entusiasmo puede producir en Navarra, cuando se ha anunciado igualmente la bajada inmediata de los mismos en el resto de España. Está por ver si ese aumento de recursos, con el viento a favor de la recuperación en marcha, tendrá como finalidad preferente la reducción de la brecha social, o irá más directamente a la financiación de la extensión por decreto del euskera en la educación navarra.

Es saludable, en todo caso, la incorporación a la política de profesionales provenientes de la sociedad civil, no sólo de la universidad, aunque sólo sea por la renovación del bestiario político que ello acarrea. A todo gobierno hay que concederle cien días. Y éste los necesita para que puedan engrasarse las piezas, funcionen los goznes y prevalezca el aceite del sentido común en la nueva etapa que se abre, llena de incertidumbre política. El pragmatismo, la búsqueda de la centralidad, la voluntad de gobernar para todos no se sostienen únicamente con el discurso. La oposición tiene también nuevas responsabilidades que afrontar. Que el portavoz perpetuo de UPN haya respondido al anuncio del nuevo gabinete, descalificándolo como el ‘gobierno de la venganza y el rencor’ no es el mejor signo de que la formación regionalista haya entendido la nueva tarea que tiene por delante, y la urgencia de acometerla con acierto. Reproducir los modos y actitudes de la anterior oposición, supondría un nuevo resbalón del partido regionalista. A nuevo gobierno, nueva oposición.

Publicado en Diario de Navarra, 19 de julio de 2015