sábado, 19 de mayo de 2012

Éxito y fracaso del 15-M

El teatro es una metáfora útil para el análisis de la realidad social, pues permite materializar el concepto de representación colectiva, tan central en la sociología. Los teóricos recientes de la social performance han puesto de manifiesto, sin embargo, las dificultades propias de las sociedades avanzadas para el logro de representaciones exitosas. Este marco de reflexión puede ayudar a entender el éxito y fracaso del 15-M, un carácter dual que encierra el hecho mismo de que haya vuelto a la escena para la conmemoración de su primer aniversario. 

La pluralidad y creciente complejidad de nuestras sociedades explica que sólo en momentos excepcionales o de crisis sea posible realmente una auténtica articulación o fusión de los elementos propios de la representación social (sistema de valores y creencias colectivas, guión, actores, medios de producción simbólica, puesta en escena, poder y audiencia), que tienden a disgregarse en la actualidad y sin cuya re-fusión la representación no puede ser convincente. 

El 15-M logró concitar la atención de todos hace un año por la misma originalidad que comportaban algunos aspectos de la nueva representación. Los espectadores invaden de repente la escena para erigirse ellos mismos en actores al considerar hipócrita y conformista la actuación de los actores políticos profesionales, y porque rechazan el sistema de valores que determina el guión y la puesta en escena de la política actual. El movimiento pudo verse como la rebelión de una parte de la audiencia crítica o reflexiva, los propios estudiantes, los jóvenes, los nuevos desesperados, particularmente sensibles a la inacción y contradicciones de la clase dirigente. 

Los más nostálgicos pudieron evocar a Marcuse o revivir los vientos del 68, aun prescindiendo del telón de fondo inmediato (la sociedad de la abundancia de entonces frente al empobrecimiento actual). Pero realmente se iba mucho más atrás. Llevados de la espontaneidad del momento, parecía volverse a los orígenes de la democracia, al ágora griega, a la plaza pública de la ciudad, la Plaza Mayor de Madrid, de Cataluña, o la Plaza del Castillo de Pamplona, para hablar rozándose y alcanzar una puesta en común. No hay guión previo, ni actores elegidos, sino que uno y otros surgen de la misma improvisada puesta en escena. Hasta ahí el éxito del 15-M, y el movimiento de empatía y simpatía por parte de la audiencia que continuaba y continúa siendo audiencia. 

 Pero su propio éxito es la razón de su fracaso. Una vez en la escena pública, y manifestada su voluntad de permanecer, como han vuelto a reiterar ahora, tienen que elaborar un guión, y precisan de actores que asumiendo ese rol acaban ocultando su verdadero rostro bajo la máscara, sin que sea posible ya arrebatársela, y sobrevienen las contradicciones inevitables derivadas de la búsqueda de una representación exitosa. La decepción se abre paso entonces cuando se comprueba que no hay mayor novedad, que el movimiento no engendra pensamiento, y que el nuevo guión representado por los improvisados actores sólo expresa una gran ingenuidad, amén de no pocas afirmaciones radicales que son identificadas por la audiencia general como los valores y puesta en escena propios de las fuerzas antisistema. 

Del diálogo inquieto en el ágora se pasó al simple campamento ocupa y a la degradación del espacio público, con ribetes sesentayochistas que un año después y tras el cambio de gobierno no se han vuelto a consentir. La espontaneidad en el uso de la palabra fue sucedida por la filtración de los mensajes y el control de los portavoces. Lo nuevo enseguida se hizo excesivamente conocido. De la protesta y la denuncia que dieron cuerpo al movimiento social, se llegó muy fácilmente a un discurso de carácter partidista, que irrumpió en plena campaña a favor de algunos partidos, olvidando la parte de responsabilidad que les tocaba en la extensión de la desesperanza. Los mismos resultados de las últimas elecciones generales muestran, desde esta perspectiva, el fracaso último del 15-M. 

El 15-M se ha manifestado incapaz de hacerse cargo de los verdaderos desafíos planteados en la actualidad por la Gran Recesión ante el doble fallo experimentado de mercados y estados. La resurrección del 15-M tiene algo de melancólico recuerdo de lo que no pudo ser, y de lo que de seguro volverá a no ser si se pretendiera convertir el movimiento en una simple correa de transmisión de partidos u organizaciones de izquierda, que han manifestado su agotamiento, con el simple objeto de secundar estrategias de oposición de escaso vuelo al gobierno que ha recibido de la ciudadanía el encargo de gestionar la salida de la crisis, y que más allá de las diferencias legítimas de enfoque constituye una tarea de todos. Releyendo el pensamiento de Marcuse, profundizar en el desencanto a través de los desesperados sería el mejor modo de certificar el fracaso del 15-M.

Publicado en Diario de Navarra, 19 de mayo de 2012