miércoles, 25 de marzo de 2009

Política inconsistente

La política es preocupación por la polis, pero puede convertirse en una simple ocupación, profesión o juego, hasta hacerse inconsistente.

La política ocupa a muchos y se ha convertido para muchos en toda una actividad profesional en la que se cifra el sustento, el ansia de reconocimiento, la ambición de promoción y el disfrute de los placeres de la vida. Todo ello hace que la clase política se mire cada vez más a sí misma y se presente alejada de los ciudadanos. En lugar de considerarse servidora e instrumento del estado para proporcionar soluciones a los problemas y necesidades de la gente, ofrece la triste impresión de hallarse mucho más afanada en su enriquecimiento y en dar rienda suelta a su narcisismo. España no es precisamente una excepción.

Aunque se ajuste a la legalidad (mientras no se demuestre lo contrario), resulta desde luego sumamente antiestético que el tesorero de un partido haya atesorado una fortuna personal, por importante que pudiera ser su "patrimonio preexistente", por muchos impuestos que pague y gestos de transparencia quiera hacer el señor Bárcenas, todavía tesorero del PP. No menos preocupante se ofrece que una vicepresidenta del gobierno pueda vulnerar la legalidad en el ejercicio del derecho de voto, y pretenda poner el estado a su servicio para encubrir el fraude, por el simple capricho de cuidar su imagen y querer presentarse como cercana ante sus conciudadanos y presuntos iguales, residiendo en un lugar inhabitable en la práctica.

Nuestra cultura política se funda en la soberanía de la nación, en la detentación del poder por parte de los ciudadanos, y en el ceremonial de la representación política, que vincula a los gobernados con los gobernantes confiriendo a aquellos la posibilidad de cambiar a éstos. Pero en la práctica el poder de unos y otros es muy diferente. Al final la distancia entre los políticos profesionales y la ciudadanía es muy grande. El poder y la capacidad de decisión reside realmente en los partidos, en los medios de comunicación, en los grupos de interés que sustentan económicamente a unos y otros. El ámbito de poder de los ciudadanos es muy restringido y ha sido previamente delimitado por esos políticos profesionales y sus aliados. A la hora de la verdad el ejercicio del auténtico poder por parte de la ciudadanía se limita a unos pocos minutos, cuando son llamados a la urnas.

Nuestra clase política parece obviar esta realidad, por más que su fría consideración debiera impulsarles a ganarse honestamente el favor de los ciudadanos. Pero no. Ni siquiera en periodo electoral, como sin duda estamos en España, recién salidos de unas elecciones autonómicas y encaminados a unas elecciones europeas, el próximo mes de junio, que una vez más se plantean en España en clave de política interna. La proximidad de las elecciones y las campañas electorales tendrían que hacer aflorar el doble discurso del hombre de estado y del político modesto, humilde servidor a la postre de la res publica. En la España de Zapatero, sin embargo, sigue predominando el discurso y las operaciones de propaganda, con mayor carga populista si cabe, a expensas incluso de una imagen coherente del gobierno (no ya de España), como se ha visto en los últimos días con la entente Zapatero-Chacón, a propósito de la decisión de retirar las tropas de Kosovo, pretendiendo reeditar el juego de Irak con un presidencialismo barato.

La proximidad de una cita electoral, o la efervescencia de un clima preelectoral, tendría que favorecer la simbólica del arrepentimiento y hasta de la penitencia pública, por parte de los políticos profesionales. Es la ocasión para salir al encuentro de la ciudadanía, pedirle perdón y reconciliarse con ella (como en la parábola evangélica del hijo pródigo). Nada más alejado de la realidad española. La prepotencia es un signo de identidad propia. En el gobierno y en la oposición. Ni Zapatero reconoce errores, ni líderes como Esperanza Aguirre están dispuestos a dar su brazo a torcer, aunque ello pueda acelerar la destrucción de sus carreras políticas.

Rajoy se pliega a una tregua con la presidenta madrileña, en pro de la unidad del partido, renunciando a proseguir con la investigación interna sobre la trama de espionaje-corrupción del PP de Madrid. Quien obtiene inmediato beneficio de ello es Esperanza Aguirre, que detiene momentáneamente su caída en desgracia. No Rajoy, con quien no ha fumado la pipa de la paz y sobre quien volverá a saltar para disputarle sinuosamente el liderazgo del partido a poco que los resultados de las elecciones europeas se lo permitan. Se prefiere la simulación ante los electores antes que una depuración de responsabilidades políticas previa a la cita electoral, aunque esto segundo sería seguramente más beneficioso en votos.

No se contempla ni se admite ninguna ceremonia de humillación, ensimismados como están los políticos profesionales y sus fuerzas mediáticas en sus propios combates. No menos sorprendente aparece la actitud de las organizaciones sindicales que renuncian en España a elevar a los humildes y desfavorecidos, sin movilizarse contra el gobierno socialista de Zapatero (a diferencia de lo que sucede en la Francia de Sarkozy), aunque sí lo hagan contra los gobiernos autonómicos dirigidos por el PP. Esa ofuscación de los "poderosos" (incluidos los sindicatos) no pasa desapercibida a los ciudadanos. La política inconsistente puede ser soportada y hasta ofrece divertimento y espectáculo en tiempos de bonanza, pero resulta insoportable y acaba mereciendo el castigo implacable de las urnas en tiempos de crisis, cuando la sensibilidad ciudadana está a flor de piel y no consiente infantilismos políticos.
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1 comentario:

  1. Jumar el Ceremonioso,
    Sabes que eres mi guru. Te seguiré allá donde vayas, tú el primero, por la senda constitucional.
    Conozco a un amigo que ha trabajado bastante sobre rituales de lo político. Hasta hace bien poco opinaba que determinadas cosificaciones del comportamiento público eran resabios del Antiguo Régimen. Pero la explicación se le estaba quedando escasa. El otro día, hablando con él, me explicaba que ya no sabía dónde encajar conceptualmente lo que estaba presenciando.
    Le voy a comentar este post porque a mí me ha abierto los ojos. Es sólo una corazonada de esas que me dan. El símbolo al menos referenciaba la actividad política de los actores pero creo que ya no queda ni eso. La frivolización del discurso nos ha conducido al vacío. Por eso mi amigo se desespera, porque busca algo que ya no existe.
    Se lo diré.

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