martes, 10 de noviembre de 2015

Día 111: ¿cambio o futuro pasado?


Lo bueno de cruzar la frontera de los 100 días que se conceden a todo gobierno para que presente resultados y se someta a las críticas, es que enseguida se llega al 111, un número cargado de simbolismo y esperanza. El 111 se considera un multiplicador del flujo de energía, el umbral de las oportunidades, el número de los ángeles, asociado al optimismo, la motivación, los nuevos comienzos. Este ha sido el mensaje del Gobierno Barkos, presentándose como el artífice de un nuevo despertar de Navarra, de una nueva sensibilidad y hacer políticos. Pero, volviendo a la experiencia de los 100 días, la pregunta es: ¿responden éstos a un auténtico cambio o a simple ‘futuro pasado’? Esta segunda categoría, acuñada por el historiador y sociólogo alemán Koselleck, ilustra muy bien el tipo de discursos y prácticas donde el horizonte de expectativa, lejos de desplegarse en un haz de iniciativas, no sobrepasa los límites del propio espacio de experiencia.

El primer reflejo del nuevo gobierno ha sido pisar el freno, antes que el acelerador. Detener, paralizar, congelar, lo que es más propio de un gobierno conservador que de uno que se quiere progresista. El parón del tren de alta de velocidad, del canal de Navarra, del aprendizaje del inglés: esas medidas inmediatas vuelven a identificar nacionalismo con reacción a la modernización, como sucediera con Sabino Arana, lo cual debería preocupar al primer gobierno nacionalista de Navarra, a no ser que realmente aspire a un futuro pasado. El cambio parece haberse agotado en el hecho mismo del cambio, creándose después una extraña sensación de vacío. Como si una vez desalojado a UPN del poder, no se supiese qué hacer, o no se pudieran conciliar ideas contrarias que tienden a anularse entre sí, y hubiese que ganar tiempo a base de estudios estratégicos y revisiones del pasado.

Lo difícil no es imponerse en unas elecciones, ni muñir alianzas cuando no se han ganado realmente. Lo complicado es gobernar. No tiene sentido continuar haciendo oposición a la actual oposición desde el ejecutivo. Insistir en lo mal que lo ha hecho UPN no otorga credibilidad al gobierno cuatripartito. A los regionalistas se les puede acusar de rancios, si se quiere, en lo político y en lo cultural, pero en lo social y en lo económico su gestión ha sido modernizadora, como viene a reconocerse de hecho cuando el actual gobierno, deseoso de sumar, se apropia el mérito de acciones dejadas preparadas por el anterior, como la ampliación de la dependencia. Eso también es futuro pasado. El problema es que el cambio no consiste en lo que el gobierno se ha prodigado, palabras y palabras, pura semántica aplicada a la política, construida sobre significantes vacíos y referentes erróneos, como ha traducido su discurso sobre las víctimas, que carente de verdadera sensibilidad, lejos de dirigirse a todos los navarros, se orienta al propio espacio nacionalista, con la satisfacción de quien habla escuchándose a sí mismo.

Desde antes ya de ser proclamada presidenta, Barkos insiste en la distinción entre gobierno y parlamento. No es un recordatorio de la separación de poderes, sino una forma ingenua de querer preservar a sus consejeros de las tensiones del cuatripartito y de situarse ella particularmente por encima del bien y del mal, como un espíritu puro. Como si nada tuviera que ver con las iniciativas promovidas por los partidos que la sustentan, sea la ley de símbolos o el debate sobre el derecho a decidir, dentro o fuera de la Transitoria Cuarta. Futuro pasado de estricta significación nacionalista en lo cultural y lo político, y que sólo provoca desunión, como se verifica en Cataluña. ¿Tiene sentido una comunidad o país con dos banderas? O planteamos sustituir una por otra, o creamos una nueva combinando las dos. ¿Por qué no se propone directamente ese cambio? La transparencia en las ideas no es menos deseable que la que afecta a la declaración de bienes, donde el cambio parece haber ido también hacia atrás.

Pasados los 100 días el único proyecto efectivo del cuatripartito es que el propio cambio se consolide ante la opinión. El anuncio de una candidatura conjunta al Senado como respuesta al pacto UPN-PP así lo demuestra, aunque ello atraiga sobre Geroa Bai y la presidenta la imagen de una radicalización a la catalana, que se vuelve contra la pretendida centralidad y moderación iniciales. La confianza de imponerse en cualquiera de sus posibles formas el próximo 20-D, a modo de una segunda vuelta de las pasadas elecciones forales, es lo que anima a unos y otros en el día 111. Un número angélico que contiene una señal: que las propias ideas y pensamientos se están convirtiendo en realidad. El cuatripartito y la presidenta Barkos saben que si en las generales se afianza la imagen de cambio, el conformismo –con todo lo que tiene de control social– acabará instalándose rápidamente en Navarra.

Publicado en Diario de Navarra, 10 de noviembre de 2015

domingo, 25 de octubre de 2015

Política de gallos y perro viejo



La legislatura ha llegado a su fin, y el cuadro que cabe contemplar después de estos cuatros años se antoja –si no surrealista– difícil de catalogar y, en cualquier caso, mucho más sombrío de lo que cabía esperar a su inicio. Como viento impetuoso, la crisis se llevó por delante a un gobierno del PSOE, pero la segunda experiencia de mayoría absoluta del PP, conducida bajo la bandera de la recuperación, lejos de suponer una nueva Pentecostés, está a punto de trastocar todo el sistema político. Sin duda la actitud despiadada del nacionalismo catalán, buscando aprovechar la supuesta debilidad de España en esta coyuntura complicada, ha contribuido decisivamente al punto de llegada. Lo que llama la atención, es que pese a todos los cantos elevados a la nueva política, el debate actual y la campaña que nos espera, no responda más que a una política de gallos y perro viejo, como si lo que se estuviera dirimiendo es el futuro particular de unos pocos y no el de la comunidad o nación, o lo que quede de ella. Poco realmente, si no somos capaces de centrarnos en el proyecto de convivencia, que no cabe reducir al modelo de Estado.

Los partidos emergentes, o sus estrellas políticas, se han puesto gallitos, más de la cuenta, quizá porque en su fuero interno temen desfallecer en la recta final o perder la cresta de la ola. Alábate pollo que mañana serás gallo, dice el refranero. Las actitudes altivas acaban pasando factura, así parece estar sucediendo con Podemos. Su líder Pablo Iglesias descarta para las generales candidaturas de unidad popular o concertadas con otras siglas, exitosas en las pasadas elecciones municipales, creyéndose llamado a dominar en el gallinero de la izquierda y tratando con condescendencia a quienes no consigue atraer, véase al joven Garzón de IU. Los picotazos sufridos en la primera pelea de gallos librada con Albert Rivera en la mesa de un café le habrán hecho reflexionar. Por su parte, el líder de Ciudadanos, quien en su afán incontrolado de proponer nuevas reformas anuncia hasta las que ha puesto en marcha el PP, está eufórico después del 27-S. Ya no pretende controlar el muladar del PP, condicionando un posible pacto con la derecha al desahucio de Rajoy, sino que presume de querer gobernar en minoría en solitario…, como un nuevo Suárez. Todo un atrevimiento.

Pedro Sánchez no anda a la zaga en esta política de gallos. La foto de seis metros en la fachada de Ferraz es lo nunca visto, y difícil de contemplar sin producir tortícolis dada la estrechez de la calle. Las críticas internas fortalecen su afán de afirmarse como líder del PSOE y se muestra dispuesto a subordinar a ello todo lo demás, disimulando la pérdida de votos con cualquier tipo de alianza que le permita tocar poder. Así, después de las elecciones de mayo tonteó con Podemos, haciendo gala de una memoria de gallo, es decir escasa, aunque ahora le gusta más Ciudadanos. Lo de Irene Lozano, ex de UPyD, es puro capricho. Cualquier trato menos con el PP, aunque quizá sea lo único que posibilite la aritmética. Pero nada comparable a Artur Mas, obsesionado por convertirse vivo o muerto en el nuevo símbolo de Cataluña, emulando al gallo galo. En Navarra, donde tanto sabemos de política y pelea de gallos, lo último de Esparza dejando en el aire el pacto de UPN con el PP, es nadería, aunque si al final los navarristas sólo obtienen un escaño será un fracaso histórico.

¿En qué queda realmente tanta insistencia en el nuevo modo de hacer política? ¿En la misma conquista del cielo del poder, en la preocupación por la marca de los partidos, por la imagen del líder, por el color y esplendor de sus crestas? Entre tanto gallo, Rajoy se presenta como un perro viejo, pretendiendo hacer valer su experiencia. Pero su excesiva cautela causa igualmente decepción. Se ha manifestado lento de reflejos en toda la legislatura, centrado en un único hueso, convencido de que la recuperación económica era la variable independiente que acabaría arreglando por sí misma todo lo demás. Pese a los esfuerzos semanales de la vicepresidenta por transmitir –en un lenguaje jurídico-administrativo de por sí poco comprensible– la obra reformadora emprendida, la imagen de inmovilismo se ha cernido sobre el PP. Con todo, resultan sorprendentes las últimas manifestaciones hipercríticas de Aznar hacia quien él nombró su sucesor, como si todo aquello que más daño ha hecho a los populares, no tuviera nada que ver con su persona. Con rabia, el perro muerde a su dueño, lo que resulta surrealista es que éste la emprenda a dentelladas con el animal. Queda aún por ver si Rajoy, como el perro de buena raza, hasta la muerte caza.

Publicado en Diario de Navarra, 25 de octubre de 2015

martes, 1 de septiembre de 2015

Hermenéutica de una decisión

La hermenéutica es el arte de interpretar textos difíciles. Textos, discursos o actos, porque hay ‘actos de habla’, en el sentido del filósofo Austin, esto es, enunciados que constituyen ya un tipo de acción –una promesa, una aceptación o una dimisión, por ejemplo–, y que requieren si cabe un esfuerzo mayor de lectura, contextualización, comprensión y explicación, precisamente por las consecuencias directas e inmediatas que esa simple enunciación acarrea. Es lo que sucede con la reciente dimisión de Barcina como presidenta de UPN, que parece haber sorprendido a todos, y a pocos convencido. Una decisión objeto ya de encontradas interpretaciones, al margen de las estrictas palabras que acompañaron su anuncio. Al hermeneuta se le permite la lectura entre líneas o la búsqueda de estructuras subyacentes de sentido, siempre que respete el estado y las propias reglas del arte.

A nadie se le escapa que la situación de UPN es preocupante en la actual encrucijada de Navarra. El problema no es que UPN, después de una larga permanencia en el poder, haya perdido el Gobierno foral y pasado a la oposición, sino que ignore el motivo y los errores cometidos, pues entonces no sabrá cómo afrontar su nueva realidad. Lo que verdaderamente inquieta a sus militantes y a todos los ciudadanos navarros, es que después de las elecciones forales todo ha continuado exactamente igual en el partido regionalista, como si sorpresivamente nada hubiera sucedido. La derrota no ha hecho sino avivar las luchas de poder internas, que seguramente han sido la principal causa de la misma. Pretender hacer recaer sobre Barcina la responsabilidad de todos los males pasados manifiesta una enorme ceguera, además de mezquindad. Tal vez la única que al final ha comenzado a ver claro, haya sido ella, y por eso ha dimitido.

Una dimisión en política no se produce todos los días y, cuando llega, hay que valorarla. Memorable fue la de Adolfo Suárez, anteponiendo los intereses generales –España, la Corona, su propio partido– a los personales. No consiguió lo que pretendía, hacer reaccionar a su partido, la UCD, pero el gesto –visto en aquel momento como el reconocimiento de un fracaso– ha sido reconocido después. La ex presidenta navarra ya estaba políticamente desahuciada (fuera de las listas, del parlamento y del gobierno) y había anunciado su retirada con anterioridad a la dimisión. Si hubiera querido favorecer simplemente a los ‘suyos’ habría permanecido al frente del partido cuanto más tiempo mejor. Se ha pretendido justificar la polémica del verano sobre el congreso extraordinario con los argumentos de la renovación y la regeneración, cuando lo que realmente preocupa a unos y otros ante la inmediatez de unas elecciones generales (como sucediera meses atrás con las forales), es asegurar su puesto en la listas. Las reacciones inmediatas a la decisión de Barcina son bastantes elocuentes al respecto.

La dimisión de Barcina viene a romper esa dinámica perversa y suicida. Cuando los intereses personales o de facción prevalecen sobre los generales, las organizaciones se debilitan o corrompen y acaban desapareciendo. Ejemplos elocuentes existen en nuestra historia reciente. El próximo Congreso de UPN no puede ser uno más, y menos la revancha del anterior. Está claro que los regionalistas necesitan tiempo para hablar, para interiorizar los mensajes de la ciudadanía, y aun para discrepar entre ellos en la cordialidad, si quieren realmente rehacer el partido de abajo a arriba. Un congreso de ese calado, y abierto a la sociedad, no se improvisa. Comenzar por unas primarias no es mala solución. ¿Qué problema hay? ¿No es eso lo que se pedía hace unos meses para elegir al candidato? La fórmula de la Asamblea inducida por la decisión de Barcina es exactamente eso: unas auténticas primarias –un afiliado, un voto– para elegir al nuevo líder del partido, sin otro decorado que las distraiga, donde cualquiera que quiera presentarse pueda hacerlo, sin avales ni trabas de ningún tipo, presentando a la militancia su proyecto.

En esta coyuntura crucial, la fórmula facilita además que los debates del Congreso extraordinario, cuando se celebre, queden centrados realmente en las ideas. ¿Por qué ha de resultar provisional el nuevo líder? Que en el Congreso deba renovarse la dirección del partido no implica necesariamente que hayan de concurrir dos bloques enfrentados, menos si se ha trabajado previamente para recomponer la unidad. Si el nuevo líder elegido por la Asamblea, conocido o no hasta ahora, trabaja con cabeza y buena voluntad, sabiendo responder a las expectativas de los afiliados y a las demandas ciudadanas, ¿por qué habría de cambiársele en un futuro inmediato? La verdad del método se mide por los resultados. La decisión última de Barcina no soluciona nada en sí misma, pero permite abrir la puerta de una verdadera renovación en UPN. El no hacerlo ya no es responsabilidad de ella.

Publicado en Diario de Navarra, 1 de septiembre de 2015

domingo, 19 de julio de 2015

Nuevo gobierno, ¿vieja oposición?


¿Cambio de gobierno o gobierno del cambio? Las dos cosas, aunque sea bueno proceder con orden. Lo primero ya es inmediato. El síntoma más evidente es que el saliente se apresura, y está en su derecho, a subrayar los indicadores (macroeconómicos) positivos de la herencia que deja. Veremos la lectura que hace de la misma el entrante. Por encima de los eslóganes más o menos originales u oportunistas, el cambio, en cualquier, caso se hará notar y tiempo habrá para valorarlo. Pero un cambio de gobierno como al que asistimos, es ya suficiente novedad en Navarra. Es ciertamente un hecho histórico, con independencia de cómo se haya producido o de la ilusión o incomodidad que produzca.

El cansancio posterior a los Sanfermines seguramente ha obrado en los negociadores. A primera vista los deseos de Barkos Presidenta parecen haberse cumplido. Un gobierno que no obedezca a cuotas, sin presencia de quienes tengan responsabilidades orgánicas en los partidos ni parlamentarios, y con un perfil más profesional o técnico que político. El resultado es un gabinete a su medida, el mejor de los posibles desde esa perspectiva. Hay detalles, no obstante, que no pueden obviarse. No es habitual que un gobierno se anuncie antes de la investidura del presidente. Las últimas conversaciones, el cruce de propuestas, los vetos, acuerdos y renuncias personales entre los cuatro partidos que van a apoyar al nuevo gobierno, han resultado más incisivas y decisivas que el largo pliego programático suscrito con anterioridad. No estamos ante un gobierno que vaya a nombrar libremente Uxue Barkos, ni tampoco puede decirse que se le haya impuesto contra su voluntad. Buscando evitar los errores de la legislatura pasada, se evita hasta la denominación de gobierno de coalición, pero ello no quiere decir que hayan desaparecido los lobbies políticos, y va a ser complicado prescindir de la idea de contentarlos a todos.

Forcejeo sin duda ha habido con Bildu, que está presente en el gobierno anunciado, y en un puesto relevante y cargado de simbólica, aunque no obtenga la vicepresidencia que buscaba, ni figure en él finalmente la ‘vieja guardia’ representada por Araiz. Geroa Bai, como era de esperar, se convierte en la médula del gabinete. Se ha presentado a los dos vicepresidentes como pesos pesados del mismo. Depende como se mire, pues el hecho posiblemente obedezca también a razones más simbólicas que políticas o de eficiencia organizativa. Dos vicepresidencias mejor que una, incluso como argumento para apartar a Bildu de ellas. Las responsabilidades asociadas a las mismas –políticas económica y social– son la manera más práctica de alejar el fantasma del nacionalismo vasco, queriendo transmitir que son otras las prioridades del próximo gobierno, y que es posible otra política en los ámbitos donde se ha cebado la crisis con los ciudadanos.

El peso político que tiene el todavía presidente del PNV en Navarra, no se corresponde con el del nuevo vicepresidente responsable de asuntos sociales: un teórico, buen conocedor de la materia, pero sin experiencia alguna hasta el momento en gestión pública, que llega al cargo con las mejores intenciones, a propuesta de I-E. Mucho mayor peso objetivo manifiesta el nuevo consejero de Educación, bien conocido en medios culturales y editoriales vasquistas, y con contrastadas habilidades comunicativas. Tendremos que esperar para comprobar el destino de la subida de impuestos que pondrá en marcha la vicepresidencia económica, y que de entrada poco entusiasmo puede producir en Navarra, cuando se ha anunciado igualmente la bajada inmediata de los mismos en el resto de España. Está por ver si ese aumento de recursos, con el viento a favor de la recuperación en marcha, tendrá como finalidad preferente la reducción de la brecha social, o irá más directamente a la financiación de la extensión por decreto del euskera en la educación navarra.

Es saludable, en todo caso, la incorporación a la política de profesionales provenientes de la sociedad civil, no sólo de la universidad, aunque sólo sea por la renovación del bestiario político que ello acarrea. A todo gobierno hay que concederle cien días. Y éste los necesita para que puedan engrasarse las piezas, funcionen los goznes y prevalezca el aceite del sentido común en la nueva etapa que se abre, llena de incertidumbre política. El pragmatismo, la búsqueda de la centralidad, la voluntad de gobernar para todos no se sostienen únicamente con el discurso. La oposición tiene también nuevas responsabilidades que afrontar. Que el portavoz perpetuo de UPN haya respondido al anuncio del nuevo gabinete, descalificándolo como el ‘gobierno de la venganza y el rencor’ no es el mejor signo de que la formación regionalista haya entendido la nueva tarea que tiene por delante, y la urgencia de acometerla con acierto. Reproducir los modos y actitudes de la anterior oposición, supondría un nuevo resbalón del partido regionalista. A nuevo gobierno, nueva oposición.

Publicado en Diario de Navarra, 19 de julio de 2015

viernes, 26 de junio de 2015

Movimientos para un gobierno


Los ciudadanos votaron, la ley electoral hizo su trabajo y los resultados son los que son. La hermenéutica y la cocina corresponden a los políticos, que tienen que determinar y negociar el mejor de los gobiernos entre los posibles. Entre los posibles en la práctica a día de hoy. Habría fórmulas novedosas sugeridas por la simple lógica aritmética (UPN+GB+PSN) que, sin embargo, son inviables por la misma disposición de los partidos y de la concepción que han alimentado de la cultura política navarra. Pero afortunadamente la cultura política es un hecho social que evoluciona y se transforma con la propia sociedad; y a todos corresponde la responsabilidad de no reducirla a la lógica partidista o a parámetros puramente ideológicos que pudieran consagrar un escenario de permanente conflicto o enfrentamiento entre culturas o subculturas políticas que acaben vaciando de sentido el referente comunitario y la propia especificidad navarra.

Llamó la atención que Geroa Bai se adelantase y no dejase a la fuerza más votada la iniciativa de contactar con las demás fuerzas para intentar formar gobierno. Aunque esas conversaciones hubiesen durado media mañana, el ritual democrático debe cumplirse ceremoniosamente. Los ciudadanos no han votado un gobierno cuatripartito (no se presentaron en coalición), ni el gobierno puede fundarse sobre un programa basado en la teoría de conjuntos que, a base de uniones e intersecciones, deje desatendidos o diluya los verdaderos problemas y necesidades actuales. Las llamadas fuerzas del cambio lo saben. Es más fácil ponerse de acuerdo para desalojar a la derecha regionalista del poder (máxime cuando ésta ha hecho suficientes méritos para ello), que conseguir conciliar planteamientos políticos, económicos y sociales contrapuestos, como son los que figuran en sus respectivos programas.

GB arriesgó mucho en una campaña donde lo que podía parecer un excesivo personalismo se postulaba como voluntad de liderazgo del cambio. Ha conseguido ser la segunda fuerza, pero está por ver si será capaz de hacer valer sus planteamientos. Bildu anunció la misma noche electoral quién sería el próximo alcalde de Pamplona, y su poder con el apoyo de GB se ha extendido por los principales municipios navarros. Un movimiento y un argumento que puede utilizarse para que Bildu no esté en el gobierno foral. Algo parecido ha sucedido con la recién llegada Podemos, elevada a la presidencia del Parlamento, y dispuesta a abrir sus puertas para dar voz a los movimientos sociales, lo que está muy bien, aunque más acorde con la nueva política sería que todos los parlamentarios se propusieran salir de su comodidad y patear la calle para pulsar, no sólo a sus bases o a sus militantes, sino para reconocer desde dentro los medios de los que puedan sentirse política, social y culturalmente más alejados, si realmente se quiere profundizar en la pluralidad y en la voluntad de entendimiento.

Para Bildu el poder municipal, para Podemos el Parlamento y para GB libertad para conformar y ejercer el Gobierno. Cuatro partidos son multitud. Este parece ser el próximo movimiento, y cuanto más rápido mejor, una vez se hayan convenido unas mínimas bases de gobierno. Distinto es que se permita hacerlo, pues Bildu no ha dejado de manifestar su voluntad de entrar en el gobierno y GB dispone únicamente de 9 escaños. GB tiene prisa, pero es importante lo que termine sosteniendo el papel del acuerdo, por más que el principio de realidad acabe enfrentándose luego al pensamiento mágico, pues no por el hecho de enunciar las cosas éstas se cumplen sin más. El texto pactado previamente a la constitución del Parlamento ya da en todo caso algunas pistas, por lo que dice y por lo que se cae. Por ejemplo, la exigencia de inmediata disolución a ETA, que figuraba en el programa de GB, ya no está. Primera concesión a Bildu.

Sí se alude a la condena de todas las violencias, aunque se queda corto. Si nos remontamos al golpe militar del 36, por qué no reprobar también las guerras carlistas o la violencia de la conquista de Navarra. No se puede relativizar el terrorismo de ETA durante la democracia, diluyéndolo en un mar de violencia, como si fuera un simple episodio en una larga historia que implica a todos por igual. Una cosa es no criminalizar al conjunto del nacionalismo a costa de ETA, y otra pretender inmunizarlo de esa historia de terror, por mucho empeño que ponga la izquierda abertzale en ese sentido. Semejante argumento no hace ningún favor a GB. El reciente pronunciamiento del Lehendakari vasco sobre las víctimas de ETA resulta elocuente. GB necesita a Bildu para la investidura de Barkos, pero no mucho más allá. El cisma dentro del nacionalismo acabará marcando el compás de la legislatura. Aunque siempre cabrá un segundo tempo, buscando GB la armonía con el PSN, si es que Podemos no da la nota.

Publicado en Diario de Navarra, 26 de junio de 2015

martes, 26 de mayo de 2015

El día después


La referencia al día después siempre evoca desastres o cataclismos en el imaginario colectivo, pero es necesaria tras unas elecciones, con independencia de la magnitud de la sacudida, para sentar los ánimos y evaluar la situación. Estas elecciones eran las de los partidos emergentes, impulsados por el voto joven, que si no han destrozado la fortaleza de los partidos tradicionales, han abierto un nuevo ciclo político que exige sin duda reflexión. La oportunidad de un cambio político en comunidades autónomas y ayuntamientos, que pueda incluso desbancar a la fuerza más votada, es una realidad que habrá de verificarse en las próximas semanas, no sin consecuencias para las inmediatas expectativas electorales.

Navarra no es una excepción. La entrada en la atmósfera foral de los partidos emergentes ha mostrado ciertamente trayectorias diferentes respecto a otros lugares, sobre todo en lo que se refiere a Ciudadanos, que no ha logrado representación, pese a las previsiones de las encuestas locales. El hartazgo y el deseo de cambio no siempre es ciego y sordo, pensando que nada de lo que venga puede ser peor al presente conocido. Un aviso para navegantes de la nueva política. Pretender además erigirse en la ‘tercera vía’ de la Navarra del siglo XXI con un discurso antifuerista de corte decimonónico supone una ingenuidad mayúscula. Quien se ha beneficiado finalmente de esa salida en falso ha sido el PSN que pese a su nuevo retroceso, ha conseguido amortiguar una caída mayor. Verse desplazado de segunda a quinta fuerza, con todo, es un trago difícil de pasar. El pensamiento mágico, esa voluntad permanente de confundir los deseos con la realidad, también tiene sus costes en política.

Lo de UPN ha sido peor e igualmente una crónica anunciada. Han desafiado al destino, persistiendo endiosados en el error, sin voluntad interna de reacción ni capacidad de decisión –algo que no debe confundirse con el bloqueo último a que fue sometido el gobierno por parte del parlamento–, y se han convertido en el día D en auténticos antihéroes. El cielo no ha caído sobre sus cabezas, pero sí el suelo se ha abierto bajo sus pies. El día después no se sabe aún si han entendido el mensaje. Es importante que UPN no se equivoque en el imprescindible proceso, no ya de regeneración, sino de reconstrucción que ha de acometer, si aspira a continuar siendo el partido mayoritario de Navarra. Por otra parte, es evidente que el cambio es norma de higiene democrática, pero no a cualquier precio, ni hacia ninguna parte. El imperativo del cambio no consiste en cambiar el gobierno sin más, por ganas que se tengan de llegar a él, sino en cambiar realmente las cosas: los discursos, las actitudes, las prácticas, atendiendo con criterio y realismo a los problemas y preocupaciones reales de los conciudadanos. En ese sentido, la campaña ha sido decepcionante. 

No asusta el cambio, aunque preocupe. Resulta inquietante, por ejemplo, la virulencia y hasta agresividad verbal manifestada durante la campaña y la propia noche electoral por diversos representantes de las llamadas fuerzas del cambio. El frentismo nunca es cosa de uno. Sustituir la dialéctica anti-nacionalista del navarrismo tradicional por la anti-UPN actual no incorpora ningún cambio sustancial. Y es incompatible con la afirmación de la Navarra una y plural, que dice defender Geroa Bai. Fuerza que encarnada por fin, tiene todo que demostrar. No resulta fácilmente inteligible con qué coherencia una formación que en origen representa a la derecha nacionalista vasca se erige en vanguardia de una nueva Navarra progresista, cuando lo que le distingue básicamente de UPN desde el punto de vista ideológico es, guste o no decirlo, el nacionalismo. La transversalidad no pasa por un conglomerado de fuerzas contradictorias sobre la base de posibles acuerdos inconfesables que comprometan el estatus de Navarra, y obvien el pasado de violencia.

Está por ver la capacidad de GB para rebajar la voluntad de Bildu, comenzando por su presencia en el nuevo gobierno. La alternativa es no contar con ellos y sumar al PSN, aunque sólo se llegaría a 25 diputados. Pero el riesgo de nuevas elecciones puede ser suficiente argumento para Bildu, principal interesado en no fallar la ocasión de cambio. No es la única teórica salida en busca de la moderación y el deseable entendimiento dentro de la política navarra. La fórmula más estable y sensata, pensando en la centralidad de Navarra, sería un acuerdo entre UPN, GB y PSN, que proporcionaría 31 escaños. Un gobierno que se antoja hoy imposible, pero que apunta a la gran tarea futura pendiente: la conjugación de lo navarro, vasco y español, en perspectiva europea, como expresión de la autentica transversalidad y manifestación al tiempo de una identidad compuesta, sociológicamente real e históricamente consistente, engatillada en un empobrecedor ‘conflicto de nacionalismos’ (vasco y español) que sólo provoca desunión y cansancio.

Publicado en Diario de Navarra, 26 de mayo de 2015

sábado, 2 de mayo de 2015

Queremos saber


Las campañas electorales suelen ser entendidas por los partidos políticos como la venta de unos programas elaborados con viejas pócimas ideológicas, muy alejadas de las verdaderas inquietudes ciudadanas. Lo que nos quieren contar, no se corresponde ciertamente con lo que queremos saber, y además enmascaran los motivos, las intenciones o las aristas de sus proyectos. Las campañas sirven al menos para examinar la autenticidad de los candidatos: la humildad de unos frente a la prepotencia, la ambición particular o el engolamiento de otros, con independencia de la bisoñez o la experiencia política de cada cual. La gente quiere saber, y sabe diferenciar en todo caso los discursos positivos y constructivos de los negativos y destructivos, los consistentes de los inconsistentes, aunque luego la pasión también arrastre.

El imperativo de cambio tras la larga permanencia de un partido en el poder choca con la reciente experiencia andaluza. El problema inmediato de UPN en Navarra, donde ha habido escándalos pero no corrupción, es que no puede echar la culpa de todos sus males al PP. Por ello, los regionalistas están obligados a reconocer sus errores, tanto como sus logros, y a contraer compromisos que hagan creíble su propia voluntad de cambio, que implica regeneración necesariamente. Queremos saber cómo conciben lo nuevo, y lo que harán de diferente, desde el gobierno o la oposición, y también dentro del partido, durante la próxima legislatura. El envite de estas elecciones no es sólo para el candidato.

No basta la contraposición de esencias fuertes. Frente al ‘navarrísimo’ que propugna UPN en esta campaña, se adivina el supervascón al rescate de la identidad vasca originaria de los nacionalistas, y ante la revancha histórica de los agramonteses resucita el liberalismo antifuerista (UPyD, C’s). Futuro pasado, no menos historicista en esta partitura anti-UPN que componen Geroa Bai de solista, Podemos tensando las cuerdas y Bildu en la percusión, que en los contenidos del navarrismo tradicional que critican. ¿Pretenden introducir el cambio o se trata más bien de un ‘cambiazo’ en toda regla, que obvia la interiorización de los problemas reales de la gente? ¿Se puede responder a la preocupación por el paro, la recuperación económica justa o la regeneración política con cambios en el estatus político de Navarra o la soflama del ‘derecho a decidir’?

La ‘nueva política’ que aspira a ocupar poder, pretende sentar a Navarra en el diván. Reducir la escucha a la problematización de Navarra no es un ejercicio inocuo: afecta a la confianza interna y externa, y en consecuencia al emprendimiento, al progreso, al bienestar, a la calidad de los futuros servicios. La permanente pregunta acerca de quiénes somos y de dónde venimos, acaba reduciendo las expectativas del adónde vamos. Y lo que ya aparece doblando la esquina resulta claro: una catalanización de la política navarra sobre fondo vasco. ¿Es eso lo que queremos, repetir fenómenos de radicalización inducida? Un nuevo estatuto no estaba en su momento dentro de las preocupaciones catalanas, y ahora están donde están, como tampoco lo está en las navarras actuales el tema de la integración en Euskadi o la ‘federación de territorios forales’, que desconocemos adonde puede llevarnos.

La única realidad política consistente frente a UPN es el nacionalismo cismático, que cuestiona o amenaza la supervivencia institucional y cultural de Navarra como comunidad diferenciada, con independencia de que se quiera actuar dentro o al margen de la Transitoria Cuarta. La nueva voluntad revisionista no afecta sólo al pacto hacia fuera con el Estado, sino a sensibles pactos hacia dentro como son todo lo relativo a la educación concertada, la proporcionalidad fiscal o la política lingüística. Resulta preocupante que el nacionalismo heredero del viejo discurso de la plena reintegración foral pueda convertir el viejo paraíso de los fueros en un pequeño infierno para muchas familias y empresas navarras, con consecuencias lesivas en comparación con el resto de España, y con innecesarias cargas para la propia administración foral. Desde luego, y a tenor de algunos sondeos, no apunta ahí el verdadero sentir y deseo de cambio de los navarros.

¿Cuál es entonces la alternativa a UPN? ¿La desinstitucionalización de Navarra, la pérdida de motricidad, la quiebra de sus equilibrios internos, la fractura social en pro de una reificación de la gran nación vasca soñada? De la Navarra avanzada y modélica, según muchas percepciones e indicadores acumulados desde la Transición hasta hoy, ¿hacia donde queremos ir?, ¿en qué podemos mejorar nuestro proyecto colectivo de convivencia? ¿Se lo pregunta de forma crítica UPN o simplemente pretende permanecer instalada en el reino de la autocomplacencia? ¿Lo tiene claro el PSN? Queremos saberlo ¿Y cuál es la alternativa a la ‘casta’ y el ‘régimen’? ¿El cisma y la desunión, la parte oculta derivada del pretendido reforzamiento del autogobierno en manos del nacionalismo de diván? Hay que pensárselo. Mucho.

Publicado en Diario de Navarra, 2 de mayo de 2015

viernes, 10 de abril de 2015

Política pequeña


Cuanto más se sabe de las tripas de los partidos y de sus luchas intestinas, menos atrayente resulta la política. Repetidas veces en los últimos meses o años se ha hablado de recuperar la política con mayúsculas, de proceder con altura de miras o de realizar una política grande. Pero no, la política que se impone es la pequeña, demasiado pequeña a menudo. Sobre todo cuando se trata de elaborar las listas para acudir a la contienda electoral. El ritual es conocido y por eso nada resulta extraño realmente. Pero cuando se está convencido de que, por pura higiene, algo debe cambiar de verdad en los modos de hacer política, entonces atender a las cosas pequeñas adquiere toda su importancia, porque es lo que ésta en nuestras manos para sentar las bases de algo grande.

Se trataba de preparar los ánimos para acudir a la contienda, aunque no todos parezcan saber de qué batalla hablamos. Los que tienen claro su objetivo, no han dudado ni un segundo en elegir a sus más experimentados guerreros. Es el caso de Bildu, que no han recibido ninguna presión para obrar distinto, ni tampoco nadie contaba con que lo hicieran. La expectativa, pues, se ha cumplido. El PSN, por contra, está empeñado en hacer tabla rasa del pasado y jugar a fondo la baza de la renovación. A fondo relativamente, porque el principio es viejo. Situar a la actual cúpula del partido en la plancha de salida es más de lo mismo, vieja política y vieja filosofía de partido, por muchas caras nuevas que incorpore la lista. 

Más novedoso y no inmediatamente comprensible resulta el anuncio realizado desde Geroa Bai (vía Gobierno Vasco): el salto a la política de quien, aun sin figurar por primera vez en una lista electoral, exige como condición ir en última posición para garantizar su ausencia del parlamento y poder permanecer así en su torre de marfil. Vamos, lo mismo que en UPN, pero aquí la cuestión no admite broma. Como partido de gobierno que ha sufrido un fuerte desgaste en esta legislatura, por la fatiga de años acumulada y los propios errores añadidos de Barcina, sobre él recaían las máximas exigencias y expectativas, a las que no ha sabido o querido responder. Ni cuando disponía de tiempo para reaccionar ni tampoco en el último momento. 

¿Cuál es el objetivo de UPN? ¿Reconciliarse con la ciudadanía para reconquistar el gobierno o resignados a la retirada premiar la lealtad de los fieles y salvar la fe de vida de los que han trabajado desde la más tierna juventud en el partido y aspiran a jubilarse dentro de él? La lista finalmente elaborada, en su procedimiento y en sus resultados, parece responder más a lo segundo que a lo primero. Política pequeña que se ha impuesto, y no de los mejores modos, frente a los propios deseos y movimientos internos de abierta regeneración, al menos desde hace un año. No se puede decir tampoco que el candidato no lo haya intentado, aunque su silencio acerca del modelo de partido admita diferentes interpretaciones. A la presidenta y alguno más, en todo caso, les ha faltado una pizca de grandeza.

Tal vez el problema sea el virtuosismo extremo que acompaña a nuestros políticos. Pero la concepción fuerte de la virtud, en clave aristotélica, acaba siendo peligrosa. Cuando el político se entrega al servicio del bien (esto es, de la polis) de manera absoluta (renunciando a la familia y al propio trabajo), cuando se establece una separación total entre vida privada y vida pública, entonces la necesidad de afectos, de reconocimiento profesional o de medro económico quedan abocados exclusivamente a la política, con efecto fatales. Qué pronto se les llena la boca a los políticos con la palabra servicio, y qué falso resulta en el día. Cambiar esto es parte fundamental de las demandas ciudadanas. 

No es imposible conjugar las necesidades de participación y de organización dentro de los partidos, aunque la tensión sea inevitable y se visualice en los mismos partidos emergentes. Pero hay fórmulas experimentadas contra la ley de hierro de la oligarquía, que hay que vencer para dar paso a la política grande. La vara de medir no es la misma y se aplica con mayor rigor a los partidos que gobiernan. No darse cuenta o no querer darse por enterados es ceguera, arrogancia o desprecio por la gente. Contemplar a los ciudadanos con desdén, pensando que son poco reflexivos, o que al final no tendrán más remedio que votarles, por razones de conveniencia, miedo o simple utilidad del voto, no es la mejor manera de encarar unas elecciones decisivas. Afortunadamente, y a pesar de la amenaza de la abstención, el principal voto potencial de castigo contra la política pequeña, todo no está aún decidido.

Publicado en Diario de Navarra, 10 de abril de 2015

domingo, 8 de marzo de 2015

Podemos versus Ciudadanos


Se ha celebrado el debate sobre el estado de la nación. Pero ¿de qué nación se trataba? De la nación oficial, de la minoría instalada en las instituciones, azotada por los escándalos de corrupción en la presente legislatura, de la España fantasmagórica que decía Ortega, vacía e irreal en sus discursos triunfantes o teñidos de negra espesura, falsa imagen de las dos Españas envuelta en la dialéctica gobierno-oposición, que sólo sirve para reivindicar el supuesto derecho de unos y otros a perpetuarse como la nación en el poder. El verdadero mito de las dos naciones está más vivo que nunca. Frente a la España oficial, emerge y se opone a ella la nación del subsuelo, la España real, vital e inquietante, ausente en el reciente debate parlamentario, pero dispuesta a encararse de inmediato con los viejos partidos en la arena electoral.

La nueva política se anuncia de la mano de Podemos y Ciudadanos, las fuerzas emergentes que buscan representar a la segunda España. Ambas formaciones tienen puntos en común, que las hacen crecer con fuerza. Están sabiendo recoger el profundo desencanto social hacia los partidos tradicionales y alzar la bandera de la regeneración política desde la cercanía a la ciudadanía, manifestando con claridad su voluntad de escuchar y su capacidad de comunicar, que no es poco. Lo hacen con estilos ciertamente diferentes, pero no son sólo diferencias de estilo las que les separan. Mucho más de lo que puedan ofrecer PP y PSOE, o decirse entre ellos, lo que convendrá dilucidar durante los próximos meses son los diferentes mensajes y movimientos de Podemos y Ciudadanos, en el marco de las expectativas de la segunda España.

Aun sufriendo las consecuencias de una sobreexposición mediática, Podemos no ceja en su ambición. La llamada marcha del cambio sobre Madrid sustituyó el lenguaje crítico hacia la ‘casta’ por la lucha contra los ‘privilegiados’, emulando a los héroes de 1808, el empoderamiento del pueblo, la vuelta al poder constituyente, el principio de la soberanía nacional, la ruptura contra el antiguo régimen. Todo un imaginario revolucionario y ‘patriota’, sensible y efectivo en la audiencia afectada por la crisis y que hace resonancia con los nuevos poderes ‘crueles’ y ‘despóticos’, llámense la Unión Europea, la Troika o el Gobierno del PP. La idea de un nuevo recomienzo se sobrepone a las oscuridades de origen o de destino que puedan afectar a Podemos.

Es evidente que la triste actualidad del régimen venezolano, después de haber trascendido el caso Monedero, no favorece a Podemos, como tampoco sus estrategias dinamiteras para lograr la hegemonía de la izquierda, aunque pretendan ocultarse apelando a la transversalidad. Podemos maneja bien el manual de guerrillas, el de 1808 y el latinoamericano. Lo nuevo que propugna tiene bastante de viejo, pues viejas son las estrategias de desbordamiento de poder y el asamblearismo post-sesentayochistas, que malamente pueden resolver la actual crisis de representación política. La lógica generacional, la sobreposición de las nuevas generaciones a una generación dominante, como ha sido la de 1978 en España, empuja al deseo de pensarlo y hacerlo todo de nuevo. Pero no está nada claro que por eso deba hacerse. Que alguien no haya participado en la redacción o votación de una constitución no es un buen argumento para cambiarla.

Manipular con mayor o menor habilidad el sistema de representaciones colectivas tiene un efecto movilizador y puede dar votos, pero no soluciona problemas. Reduce más bien la política a propaganda y reabre el drama moral, la pregunta acerca de la autenticidad de los nuevos actores, las ganas de arrebatarles a ellos también la máscara. El foco recae igualmente sobre Ciudadanos y su discurso de regeneración, sobre su capacidad de atraer a la vida pública en toda España a gentes ilusionadas, ejemplares y comprometidas, y no simples arribistas. Su planteamiento, en todo caso, contrasta claramente con Podemos. Ciudadanos aboga por la reforma permanente y no por la ruptura, no reniega de la Transición y hasta recupera alguno de sus símbolos, el Adolfo Suárez del CDS obsesionado por alcanzar el Centro puro…

¿Es Ciudadanos comparable con la Operación Reformista de mediados de los ochenta? ¿Puede ser como entonces un lastre el origen catalán? Es evidente que Ciudadanos ha mostrado una actitud decidida en Cataluña frente al maximalismo nacionalista, y no sobra precisamente en la actual encrucijada, todo lo contrario, cualquier voluntad de conjugar con normalidad lo catalán y lo español, sin necesidad de catalanizar ni españolizar a nadie, sino profundizando en los lazos de una identidad compuesta consustancial a la propia cultura política de 1978. ¿Y en Navarra? En Navarra, Podemos ha dado ya algunos pasos que pueden reducir significativamente la intención de voto registrada por el Navarrómetro, tal vez porque no han sabido leerlo. Ciudadanos de momento no está, aunque se le espera.

Publicado en Diario de Navarra, 8 de marzo de 2015

jueves, 29 de enero de 2015

El valor del centro


Josep Meliá cerraba hace treinta y cuatro años su crónica de la caída de Adolfo Suárez con un “Epílogo para españoles de centro” que recobra actualidad, ahora que en nombre de las nuevas generaciones algunos tienen prisa en enterrar la Transición, como si todo lo obrado entonces fuera la causa de nuestros males presentes y no hubiera otra salida que el sueño revolucionario, la ruptura o la independencia como fórmula global de solución. La sensación puede resultar real en este año electoral si los “moderados”, la mayoría silenciosa y a menudo silenciada, “la España de centro” decide permanecer callada, abrumada por la propia degeneración del sistema.

Sería contraproducente pensar que la oportunidad del verdadero centro político ha pasado ya en España. Meliá anotaba en caliente que Suárez dimitió como presidente para que esta oportunidad no se perdiera y para que el centro político no desnaturalizara sus señas de identidad. En cierto modo es lo que ocurrió tras la aventura del CDS, vencido Suárez en su segunda salida por Aznar, quien al frente del refundado PP reivindicó la herencia de UCD y acomodado luego en el poder demostró todo lo diestro que era… Su intervención en la última convención del PP ha respondido a la derecha bronca que representa, para suplicio de Rajoy, cuyo posibilismo, pragmatismo y realismo acaba siendo reducido desde su partido a ausencia de principios y valores o al comportamiento de una derecha avergonzada.

La pregunta no es dónde está el PP sino ¿dónde está el centro? ¿Lo ha abandonado el PP o, quizá mejor, ha abandonado al PP? ¿Ha dejado de disputarlo definitivamente el PSOE, preocupado por igualarse a Podemos? Algo parecido cabe plantear en Navarra respecto a UPN o PSN, ya que el PPN ha dejado de contar, y el nacionalismo parece imponerse a Podemos como polo de definición y atracción ideológica, hasta el punto de que esta última fuerza podría renunciar a su marca estrella para añadirse al juego de bloques. Por otra parte, ¿implica Ciudadanos como fuerza ascendente en España una recuperación del centro? ¿Tendría futuro político en Navarra? Porque está claro que UPyD, no.

El centro político ha sido el amortiguador de las tensiones históricas entre las dos Españas. También puede serlo de las tensiones territoriales, conjugando sin prejuicios ni complejos la defensa de la pluralidad cultural y de los hechos diferenciales con la del orden constitucional y en su caso de la foralidad. Aún más en tiempos de crisis, el centro debe ser lugar de encuentro de las clases sociales, de las creencias e ideas, de las generaciones y de la experiencia vital de los hombres y mujeres que conforman la trama de una sociedad. Como sucedió con UCD y pasa hoy, el drama del centro se precipita cuando los políticos, atraídos por la atmósfera del poder, pierden la sintonía con los ciudadanos para perseguir intereses de facción.

Meliá contempla el centro como “el punto en el que se cruzan la impaciencia de los que lo esperan todo del futuro y la carga de paciencia de los que todavía no han perdido las ilusiones ni han endurecido su corazón con descargas de egoísmo y desesperanza”. Este es el valor del centro en la actual encrucijada, que esclarece también Meliá cuando apuntaba que “la oligarquía económica o la minoría rectora de un proceso revolucionario pueden descansar sobre el mesianismo de una secta de iluminados, a partir del férreo liderazgo de un puñado de condottieros”.

Frente a quienes sólo aspiran a explotar la ira y el desencanto social para convertirse en simple élite de reemplazo, Podemos a la vanguardia, prometiendo lo imposible, el centro tiene que apostar de nuevo por el cambio seguro y estable, demostrando su voluntad cierta de reformas profundas, si quiere ser expresión política de la nueva sociedad española, sensible a los problemas de todos. La crisis y la recuperación no son un puro problema económico sino un drama ético y social que debe golpear las conciencias de todos. No hay política de centro sin solidaridad ni sin preocupación efectiva por acortar las diferencias entre los que más y los que menos tienen.

Europa ha prosperado bajo idearios centristas. Sería triste que se verificase en España, una vez más, que la clase dirigente ha fallado, incapaz siquiera de reconocer sus errores, ni de transmitir si realmente creen en lo que dicen. Pero la regeneración política es responsabilidad también de los ciudadanos, más aún de aquellos que se consideran adultos y bien informados, pero que raramente emergen en la vida pública, como suele suceder con quienes sustentan la idea del centro. “No hay nada definitivo escrito en el libro de los hados. Sucederá, pura y simplemente, lo que nosotros propiciemos. Todavía es posible que triunfe la España de la moderación”, sigue Meliá. Oigan: ¿Dónde está el centro? 

Publicado en Diario de Navarra, 29 de enero de 2015