Esta película no es nada futurista. Refleja el más vivo presente y evoca un pasado que se creía sepultado. El de la guerra de todos contra todos, que ilustró Hobbes, trasladado al principal partido de la oposición. Un estado ciertamente insoportable, y aún más, porque no se trata de una ficción sino de la más abrumadora realidad.
La protagonista femenina principal, una mujer con arrojo y experiencia que se cree de otro planeta y que está llamada a reinar en la constelación política popular, se ve sobresaltada en el ejercicio de sus responsabilidades de gobierno por una trama de espionaje que implica a varios de sus principales colaboradores. El contenido de la misma tiene que ver directamente con el desprestigio de quienes, siendo antes sus amigos políticos, acabaron por convertirse en sus principales adversarios por oponerse o cruzarse en su camino de ambición. Todo ello ante la sorpresa de quienes se supone que son sus verdaderos enemigos en la galaxia, y que no dejan lógicamente de explotar esta situación de conmoción interna que padecen los otros.
Al personaje le afecta indudablemente el fondo del asunto, y en cualquier mundo civilizado sería la primera interesada en proceder con transparencia. Sin embargo, emprende una huida destructiva. Se presenta como víctima de una conspiración (cuando la turbiedad procede de su propio entorno) y se revuelve contra todos, para hundirlos a todos con ella bajo los escombros. De Diana cazadora (desde las ultimas elecciones generales se había recreado en intentar derribar por medios oscuros al jefe de su partido político) se ha convertido en una pantera herida, y por ello mucho más peligrosa.
Nada detiene su furia. Contra todo arremete. Da credibilidad a las acusaciones similares efectuadas contra sus adversarios, aunque niegue los hechos propios. Maltrata al humilde y honesto tesorero de su partido, cuando ella intentó controlar la caja pública. Maniobra para convertir en falsario al mismo jefe político que le había advertido hacía tiempo que estuviera atenta a las actuaciones y negocios de algún colaborador cercano, que podían comprometer la entera honorabilidad del partido.
La película refleja perversiones democráticas que afectan desde tiempo atrás a todo el planeta. Los medios de comunicación son descaradamente partidistas y combaten en la arena política como uno más, mucho más preocupados en exacerbar las pasiones políticas que en esclarecer o desmentir verdaderamente los hechos. Se asiste a una guerra mediática, que va sumando progresivamente efectivos a uno y otro lado. Es una guerra de desinformación, donde no rige la racionalidad sino el simple afán de movilizar las emociones primarias, conscientes todos de que si la emoción es verdadera el efecto siempre es verdadero (aunque el hecho al que se refiere pudiera ser falso).
La cosa envuelve su paradoja. La mujer, que enarbola cuando le interesa un "no me resigno" (no se resigna a todas aquellas cosas que quiere presentar como debilidades de su jefe y adversario político), se pliega no obstante a esta anómala y excesiva violencia de los medios de comunicación en el espacio público, que afecta a la independencia de los partidos, puesto que aspiran directamente a controlarlos. La protagonista se había servido de la prepotencia de algunos medios de comunicación afines contra su jefe político (que había reivindicado la independencia del partido frente a ellos), y ahora se queja amargamente de que los medios contrarios la combatan de frente, y de que su partido (los dirigentes a quienes ella había querido desacreditar explotando este juego perverso de los medios) la deje sola y no la defienda.
La credibilidad política de nuestra protagonista queda seriamente dañada en toda esta historia, y el final no puede ser bueno. Ya no se habla de batalla de ideas, ni siquiera de personas. No preocupa el daño hecho al partido, ni que se revienten las expectativas electorales inmediatas. A la mujer únicamente le preocupa la supervivencia personal. Tal vez ni eso. Sólo morir matando. Algunos medios afines apuntan directamente a la cabeza del jefe político, sin esperar siquiera a los resultados de esas citas electorales. O invitan abiertamente a que regrese de su retiro el emperador de la galaxia. Son las dos únicas posibilidades de salvación que tiene la protagonista. Aunque no se acabaría de entender que quien había alertado del peligro de demolición (el emperador) acudiese en rescate de la fundamental responsable de la misma (demolition woman).
La película no ha terminado. Dudo que sea apta para menores y, en todo caso, tiene muy pocos valores formativos para la educación de la ciudadanía. En España, durante los treinta años de democracia transcurridos, hemos celebrado la vuelta a la normalidad política y hasta el fin del mito del fracaso con que hemos solido contemplar nuestra historia. Reflexionando, ciertamente se puede contemplar con algo de inquietud el hecho de que los cambios de partido en el gobierno hayan sido precedidos hasta ahora de hechos excepcionales (suicidio de UCD, colapso tardofelipista, 11-M). Lo que nos faltaba por ver es que la oposición se empeñara en autodestruirse para invalidar su capacidad de ser alternativa de gobierno en el futuro. Estamos a punto de conseguirlo, y seguramente en el mejor momento para el país.
La película refleja perversiones democráticas que afectan desde tiempo atrás a todo el planeta. Los medios de comunicación son descaradamente partidistas y combaten en la arena política como uno más, mucho más preocupados en exacerbar las pasiones políticas que en esclarecer o desmentir verdaderamente los hechos. Se asiste a una guerra mediática, que va sumando progresivamente efectivos a uno y otro lado. Es una guerra de desinformación, donde no rige la racionalidad sino el simple afán de movilizar las emociones primarias, conscientes todos de que si la emoción es verdadera el efecto siempre es verdadero (aunque el hecho al que se refiere pudiera ser falso).
La cosa envuelve su paradoja. La mujer, que enarbola cuando le interesa un "no me resigno" (no se resigna a todas aquellas cosas que quiere presentar como debilidades de su jefe y adversario político), se pliega no obstante a esta anómala y excesiva violencia de los medios de comunicación en el espacio público, que afecta a la independencia de los partidos, puesto que aspiran directamente a controlarlos. La protagonista se había servido de la prepotencia de algunos medios de comunicación afines contra su jefe político (que había reivindicado la independencia del partido frente a ellos), y ahora se queja amargamente de que los medios contrarios la combatan de frente, y de que su partido (los dirigentes a quienes ella había querido desacreditar explotando este juego perverso de los medios) la deje sola y no la defienda.
La credibilidad política de nuestra protagonista queda seriamente dañada en toda esta historia, y el final no puede ser bueno. Ya no se habla de batalla de ideas, ni siquiera de personas. No preocupa el daño hecho al partido, ni que se revienten las expectativas electorales inmediatas. A la mujer únicamente le preocupa la supervivencia personal. Tal vez ni eso. Sólo morir matando. Algunos medios afines apuntan directamente a la cabeza del jefe político, sin esperar siquiera a los resultados de esas citas electorales. O invitan abiertamente a que regrese de su retiro el emperador de la galaxia. Son las dos únicas posibilidades de salvación que tiene la protagonista. Aunque no se acabaría de entender que quien había alertado del peligro de demolición (el emperador) acudiese en rescate de la fundamental responsable de la misma (demolition woman).
La película no ha terminado. Dudo que sea apta para menores y, en todo caso, tiene muy pocos valores formativos para la educación de la ciudadanía. En España, durante los treinta años de democracia transcurridos, hemos celebrado la vuelta a la normalidad política y hasta el fin del mito del fracaso con que hemos solido contemplar nuestra historia. Reflexionando, ciertamente se puede contemplar con algo de inquietud el hecho de que los cambios de partido en el gobierno hayan sido precedidos hasta ahora de hechos excepcionales (suicidio de UCD, colapso tardofelipista, 11-M). Lo que nos faltaba por ver es que la oposición se empeñara en autodestruirse para invalidar su capacidad de ser alternativa de gobierno en el futuro. Estamos a punto de conseguirlo, y seguramente en el mejor momento para el país.
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