martes, 26 de mayo de 2015

El día después


La referencia al día después siempre evoca desastres o cataclismos en el imaginario colectivo, pero es necesaria tras unas elecciones, con independencia de la magnitud de la sacudida, para sentar los ánimos y evaluar la situación. Estas elecciones eran las de los partidos emergentes, impulsados por el voto joven, que si no han destrozado la fortaleza de los partidos tradicionales, han abierto un nuevo ciclo político que exige sin duda reflexión. La oportunidad de un cambio político en comunidades autónomas y ayuntamientos, que pueda incluso desbancar a la fuerza más votada, es una realidad que habrá de verificarse en las próximas semanas, no sin consecuencias para las inmediatas expectativas electorales.

Navarra no es una excepción. La entrada en la atmósfera foral de los partidos emergentes ha mostrado ciertamente trayectorias diferentes respecto a otros lugares, sobre todo en lo que se refiere a Ciudadanos, que no ha logrado representación, pese a las previsiones de las encuestas locales. El hartazgo y el deseo de cambio no siempre es ciego y sordo, pensando que nada de lo que venga puede ser peor al presente conocido. Un aviso para navegantes de la nueva política. Pretender además erigirse en la ‘tercera vía’ de la Navarra del siglo XXI con un discurso antifuerista de corte decimonónico supone una ingenuidad mayúscula. Quien se ha beneficiado finalmente de esa salida en falso ha sido el PSN que pese a su nuevo retroceso, ha conseguido amortiguar una caída mayor. Verse desplazado de segunda a quinta fuerza, con todo, es un trago difícil de pasar. El pensamiento mágico, esa voluntad permanente de confundir los deseos con la realidad, también tiene sus costes en política.

Lo de UPN ha sido peor e igualmente una crónica anunciada. Han desafiado al destino, persistiendo endiosados en el error, sin voluntad interna de reacción ni capacidad de decisión –algo que no debe confundirse con el bloqueo último a que fue sometido el gobierno por parte del parlamento–, y se han convertido en el día D en auténticos antihéroes. El cielo no ha caído sobre sus cabezas, pero sí el suelo se ha abierto bajo sus pies. El día después no se sabe aún si han entendido el mensaje. Es importante que UPN no se equivoque en el imprescindible proceso, no ya de regeneración, sino de reconstrucción que ha de acometer, si aspira a continuar siendo el partido mayoritario de Navarra. Por otra parte, es evidente que el cambio es norma de higiene democrática, pero no a cualquier precio, ni hacia ninguna parte. El imperativo del cambio no consiste en cambiar el gobierno sin más, por ganas que se tengan de llegar a él, sino en cambiar realmente las cosas: los discursos, las actitudes, las prácticas, atendiendo con criterio y realismo a los problemas y preocupaciones reales de los conciudadanos. En ese sentido, la campaña ha sido decepcionante. 

No asusta el cambio, aunque preocupe. Resulta inquietante, por ejemplo, la virulencia y hasta agresividad verbal manifestada durante la campaña y la propia noche electoral por diversos representantes de las llamadas fuerzas del cambio. El frentismo nunca es cosa de uno. Sustituir la dialéctica anti-nacionalista del navarrismo tradicional por la anti-UPN actual no incorpora ningún cambio sustancial. Y es incompatible con la afirmación de la Navarra una y plural, que dice defender Geroa Bai. Fuerza que encarnada por fin, tiene todo que demostrar. No resulta fácilmente inteligible con qué coherencia una formación que en origen representa a la derecha nacionalista vasca se erige en vanguardia de una nueva Navarra progresista, cuando lo que le distingue básicamente de UPN desde el punto de vista ideológico es, guste o no decirlo, el nacionalismo. La transversalidad no pasa por un conglomerado de fuerzas contradictorias sobre la base de posibles acuerdos inconfesables que comprometan el estatus de Navarra, y obvien el pasado de violencia.

Está por ver la capacidad de GB para rebajar la voluntad de Bildu, comenzando por su presencia en el nuevo gobierno. La alternativa es no contar con ellos y sumar al PSN, aunque sólo se llegaría a 25 diputados. Pero el riesgo de nuevas elecciones puede ser suficiente argumento para Bildu, principal interesado en no fallar la ocasión de cambio. No es la única teórica salida en busca de la moderación y el deseable entendimiento dentro de la política navarra. La fórmula más estable y sensata, pensando en la centralidad de Navarra, sería un acuerdo entre UPN, GB y PSN, que proporcionaría 31 escaños. Un gobierno que se antoja hoy imposible, pero que apunta a la gran tarea futura pendiente: la conjugación de lo navarro, vasco y español, en perspectiva europea, como expresión de la autentica transversalidad y manifestación al tiempo de una identidad compuesta, sociológicamente real e históricamente consistente, engatillada en un empobrecedor ‘conflicto de nacionalismos’ (vasco y español) que sólo provoca desunión y cansancio.

Publicado en Diario de Navarra, 26 de mayo de 2015

sábado, 2 de mayo de 2015

Queremos saber


Las campañas electorales suelen ser entendidas por los partidos políticos como la venta de unos programas elaborados con viejas pócimas ideológicas, muy alejadas de las verdaderas inquietudes ciudadanas. Lo que nos quieren contar, no se corresponde ciertamente con lo que queremos saber, y además enmascaran los motivos, las intenciones o las aristas de sus proyectos. Las campañas sirven al menos para examinar la autenticidad de los candidatos: la humildad de unos frente a la prepotencia, la ambición particular o el engolamiento de otros, con independencia de la bisoñez o la experiencia política de cada cual. La gente quiere saber, y sabe diferenciar en todo caso los discursos positivos y constructivos de los negativos y destructivos, los consistentes de los inconsistentes, aunque luego la pasión también arrastre.

El imperativo de cambio tras la larga permanencia de un partido en el poder choca con la reciente experiencia andaluza. El problema inmediato de UPN en Navarra, donde ha habido escándalos pero no corrupción, es que no puede echar la culpa de todos sus males al PP. Por ello, los regionalistas están obligados a reconocer sus errores, tanto como sus logros, y a contraer compromisos que hagan creíble su propia voluntad de cambio, que implica regeneración necesariamente. Queremos saber cómo conciben lo nuevo, y lo que harán de diferente, desde el gobierno o la oposición, y también dentro del partido, durante la próxima legislatura. El envite de estas elecciones no es sólo para el candidato.

No basta la contraposición de esencias fuertes. Frente al ‘navarrísimo’ que propugna UPN en esta campaña, se adivina el supervascón al rescate de la identidad vasca originaria de los nacionalistas, y ante la revancha histórica de los agramonteses resucita el liberalismo antifuerista (UPyD, C’s). Futuro pasado, no menos historicista en esta partitura anti-UPN que componen Geroa Bai de solista, Podemos tensando las cuerdas y Bildu en la percusión, que en los contenidos del navarrismo tradicional que critican. ¿Pretenden introducir el cambio o se trata más bien de un ‘cambiazo’ en toda regla, que obvia la interiorización de los problemas reales de la gente? ¿Se puede responder a la preocupación por el paro, la recuperación económica justa o la regeneración política con cambios en el estatus político de Navarra o la soflama del ‘derecho a decidir’?

La ‘nueva política’ que aspira a ocupar poder, pretende sentar a Navarra en el diván. Reducir la escucha a la problematización de Navarra no es un ejercicio inocuo: afecta a la confianza interna y externa, y en consecuencia al emprendimiento, al progreso, al bienestar, a la calidad de los futuros servicios. La permanente pregunta acerca de quiénes somos y de dónde venimos, acaba reduciendo las expectativas del adónde vamos. Y lo que ya aparece doblando la esquina resulta claro: una catalanización de la política navarra sobre fondo vasco. ¿Es eso lo que queremos, repetir fenómenos de radicalización inducida? Un nuevo estatuto no estaba en su momento dentro de las preocupaciones catalanas, y ahora están donde están, como tampoco lo está en las navarras actuales el tema de la integración en Euskadi o la ‘federación de territorios forales’, que desconocemos adonde puede llevarnos.

La única realidad política consistente frente a UPN es el nacionalismo cismático, que cuestiona o amenaza la supervivencia institucional y cultural de Navarra como comunidad diferenciada, con independencia de que se quiera actuar dentro o al margen de la Transitoria Cuarta. La nueva voluntad revisionista no afecta sólo al pacto hacia fuera con el Estado, sino a sensibles pactos hacia dentro como son todo lo relativo a la educación concertada, la proporcionalidad fiscal o la política lingüística. Resulta preocupante que el nacionalismo heredero del viejo discurso de la plena reintegración foral pueda convertir el viejo paraíso de los fueros en un pequeño infierno para muchas familias y empresas navarras, con consecuencias lesivas en comparación con el resto de España, y con innecesarias cargas para la propia administración foral. Desde luego, y a tenor de algunos sondeos, no apunta ahí el verdadero sentir y deseo de cambio de los navarros.

¿Cuál es entonces la alternativa a UPN? ¿La desinstitucionalización de Navarra, la pérdida de motricidad, la quiebra de sus equilibrios internos, la fractura social en pro de una reificación de la gran nación vasca soñada? De la Navarra avanzada y modélica, según muchas percepciones e indicadores acumulados desde la Transición hasta hoy, ¿hacia donde queremos ir?, ¿en qué podemos mejorar nuestro proyecto colectivo de convivencia? ¿Se lo pregunta de forma crítica UPN o simplemente pretende permanecer instalada en el reino de la autocomplacencia? ¿Lo tiene claro el PSN? Queremos saberlo ¿Y cuál es la alternativa a la ‘casta’ y el ‘régimen’? ¿El cisma y la desunión, la parte oculta derivada del pretendido reforzamiento del autogobierno en manos del nacionalismo de diván? Hay que pensárselo. Mucho.

Publicado en Diario de Navarra, 2 de mayo de 2015