miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tribulaciones del nacionalismo cismático


Victor Turner, introductor del concepto de drama social en el vocabulario de las ciencias sociales, concebía éste como un proceso que afecta periódicamente a toda comunidad –de la familia a las relaciones internacionales– y que atraviesa en situaciones de conflicto cuatro fases: brecha, crisis, acción reparadora y reintegración del grupo inquieto o reconocimiento de un cisma irreparrable entre las partes enfrentadas. Si el actual presidente de la Generalitat catalana, con la excusa del pacto fiscal, ha abierto un proceso de este tipo sin que haya certeza sobre su recorrido y resultado final, lo único cierto por el momento es que todo el nacionalismo catalán se ha vuelto cismático. O dice serlo, sin acabar de ser consciente de las tribulaciones por las que ha de pasar, más allá de las que ocasiona.

Sin duda causa tristeza comprobar cómo un representante del Estado utiliza la plataforma del Estado para ir contra el propio Estado, amenazando con el incumplimiento de la legalidad. Pero la aflicción es buena si sirve para encarar la verdad de un nacionalismo que pasaba por moderado y democrático, y que con Mas a la cabeza conduce a olvidar sus pasados compromisos con el sentido común, las vanguardias culturales, la modernización económica, las vías constitucionales y la gobernabilidad del Estado, para abonar una imagen de frivolidad, inmadurez, fracaso y deslealtad. La rebelión de los dirigentes de la Generalitat en tiempos de la Segunda República, intentando explotar en beneficio propio momentos de extrema dificultad para el conjunto de España, decepcionó enormemente a Azaña. La reiteración de ese reflejo no puede sino producir rechazo, en un mínimo ejercicio reflexivo, entre los propios ciudadanos catalanes, llamados a las urnas para resolver los problemas de ciertos políticos, no los suyos.

El pacto fiscal es una coartada, pero no es un argumento válido en la presente situación. No se entiende la urgencia, porque no siendo una aspiración nueva, que se lo pregunten al viejo Pujol, todo el mundo sabe además que con vacas flacas es menos viable que nunca. CiU podrá librarse de la dependencia del PPC y fortalecerse a costa del PSC en el futuro parlamento catalán, pero no podrá acordar la reducción del déficit ni la salida de la crisis económica con ERC y habrá de cargar en solitario con el malestar inmediato catalán, más aún después de la ruptura de puentes con el PP, pues el giro de política en materia identitaria que se mueve en el medio-largo plazo, no va a resolver los requerimientos perentorios del corto plazo. La política de los números también permite calcular los efectos financieros de la actuación soberanista sobre la deuda española y contabilizarlos en hipotéticas facturas. Practicar una política de tierra quemada nunca puede generar las disposiciones necesarias de consenso para una acción reparadora que pudiera solucionar el conflicto mediante una eventual ampliación del marco legal o constitucional.

Mas se equivoca emulando a Ibarretxe y pensando que va a capitalizar la ola nacionalista vasca del 21-O. El victorioso PNV de Urkullu no se mira en el último lehendakari nacionalista y ha sacado a relucir su alma moderada y conciliadora, no la cismática, otorgando prioridad a la lucha contra la crisis y es de prever que siga ejerciendo presión sobre EH-Bildu, a quien no ha permitido que se alce con el liderazgo nacionalista en Euskadi, y a quien todos los partidos democráticos vascos deben exigir que solicite la disolución efectiva de ETA. Los abultados resultados de Bildu tienen de bueno que hacen imposible el retorno terrorista de ETA, pero no es admisible que ETA pretenda convertirse en una organización política clandestina con autoridad efectiva sobre otra legal para impartir lecciones de democracia. Ni Bildu podría aceptarlo si quiere conservar el voto recibido. El duelo entre nacionalismos no ha hecho más que empezar.

Tanto la presión de Bildu como el desafío de Mas, sin contar con la desorientación de que hace gala el PSOE en torno al federalismo, pueden acercar al PNV como no lo estuvo nunca a la Constitución de 1978 para defender los “derechos históricos” que Mas con su fórmula del pacto fiscal está volviendo a convertir en simples “privilegios” ante el resto de España. Tampoco en Navarra la verdadera batalla es la del nacionalismo cismático sino la del cisma entre nacionalistas. Cuando toquen las elecciones, porque nadie las quiere ahora, la ola antes que a Bildu a quien puede beneficiar es a Geroa Bai, que desde su reconocimiento de Navarra como sujeto político dispone en la Transitoria Cuarta de la Constitución vigente un modo de presentar el “derecho a decidir” de los navarros. No es previsible un frente nacionalista vasco-catalán contra España a corto plazo, y Mas puede estar cometiendo un error de cálculo con respecto a la debilidad y recuperación de España. Las viejas naciones tienen una mala salud de hierro.

Publicado en Diario de Navarra, 7 de noviembre de 2012