viernes, 13 de noviembre de 2009

20 años de libertad y 5 de extravío

A golpe de calendario, las fiestas, celebraciones y conmemoraciones profundizan en la búsqueda y el mantenimiento de la armonía colectiva; son procedimientos renovados que excitan la memoria y el reconocimiento de las raíces donde se asienta el porvenir. Tal es la función social de las conmemoraciones particularmente.

Esta semana hemos celebrado los 20 años de la Caída del Muro de Berlín, un suceso hasta cierto punto sorpresivo que varió repentinamente el curso de la historia o, de forma mucho más tangible, que cambió las vidas, el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa -por decirlo en los términos del historiador alemán Koselleck- de millones de personas.

La coincidencia de aquel acontecimiento con el bicentenario de la Revolución francesa forzó la comparación y la interpretación. La Caída del Muro, la Revolución de 1989, tuvo algo para el Este europeo de Nueva Toma de la Bastilla y puso en evidencia a la izquierda europea, que se había equivocado desde los años treinta y no había sabido apoyar a los movimientos de disidencia y oposición en esos países pensando que los cambios sobrevendrían allí en función de un auge del movimiento revolucionario en Occidente y del pacifismo y la distensión, y no en función de otras coordenadas.

Zapatero, que ha heredado buena parte de aquella desorientación, ha comparado la caída del Muro con la muerte de Franco. Todo un descubrimiento. Cuando ha sido él quien ha arruinado la cultura política de 1978 que construyeron, entre todos, los españoles a la salida de la dictadura. Zapatero presume de haber extendido derechos y libertades, pero en sus 5 años de desgobierno y extravío lo que ha conseguido, con mucha torpeza y no poca frivolidad, es resucitar la separación de las dos Españas.

En Europa celebran la reunificación de las dos Alemanias. En España jugamos a derribar el legado de la Transición. Tenemos tiempo y ganas hasta de hurgar en las tumbas de los muertos, les guste o no a los familiares, que desean que las víctimas descansen en paz, o que prefieren que no se conozca la verdad, porque el mito les favorece.

Este afán de abrir y cerrar zanjas resulta muy signaficativo de la crisis que vive España, económica, social, cultural y política. Mientras algunos festejan en Europa veinte años de libertad, otros llevan cinco de extravío. Nos encontramos como perdidos. ¿Dónde estamos? ¿Adonde vamos?

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