El gobierno Zapatero no reconoce ningún error, aunque tenga para ello que negar los hechos. El debate en el Congreso sobre la crisis del Alakrana fue elocuente al respecto, y no le importó a la vicepresidente De la Vega negar a la "menor" -contradecir a la ministra de defensa Chacón- con tal de que la "mayor" -ella- no quedara en entredicho. Ella se había hecho "responsable" de la gestión del asunto, pero no hay ninguna responsabilidad política que asumir, porque se había conseguido el objetivo: "misión cumplida".
Este pensamiento feliz no se corresponde con la auténtica situación del gobierno. La malhadada gestión de la crisis del Alakrana, y aunque la Armada no haya hecho nada, se ha convertido en un torpedo que le ha dado en toda la línea de flotación y el gobierno se halla con el agua al cuello. La reacción de los tripulantes y sus familias a su regreso, rehuyendo cualquier contacto con el gobierno, ha sido suficientemente elocuente, y el gobierno si tuviera vergüenza debiera estar abochornado. Pero no, la obispa laica es infalible y no se quita el solideo ni para dormir.
El gobierno que se precia de progresista, y que debiera considerar el futuro como un punto de fuga hacia delante, no ha hecho sino mirar hacia el pasado y además de forma "acelerada", lo cual es un síntoma evidente de la crisis que atraviesa el propio gobierno. Primero se le ocurrió organizar una fiesta mitín que reuniera a todas las viejas glorias del felipismo (Felipe González incluido) para arropar a Zapatero. La fiesta poco tuvo que ver con la tradición socialista, y en esa deriva glamourosa que tanto gusta al nuevo PSOE, no faltó ni la alfombra roja por la que desfilaron las estrellas antaño estrelladas. Otro motivo para el bochorno, pues si la idea era presentar a un partido unido en contraste con el PP (o para contrarrestar la buena imagen ofrecida por el PP en la última convención de Barcelona), poca gente se ha enterado.
Y en segundo lugar, en esa fuga trepidante hacia el pasado, ha tenido la ocurrencia de rescatar la memoria de los moriscos, ni más ni menos. Entre los numerosos problemas que nos afectan en el presente, el PSOE nos sensibiliza sobre la necesidad de «reparar» los daños ocasionados por la expulsión de los moriscos (1609) y de que se proceda para ello a un reconocimiento institucional de aquella comunidad, que fue víctima de la intolerancia religiosa. Al PSOE no le basta con avivar la memoria histórica de la guerra civil para identificar al PP con el franquismo, sino que trata de hacerle responsable y exponente de todos los males de la intolerancia que en la historia de España haya habido o pueda haber.
Curiosa manera de calentar el debate de la nueva ley del aborto, iniciado ayer en el Congreso, donde fueron rechazadas las distintas enmiendas a la totalidad. Intolerancia, la que demuestra el PSOE en este asunto, que no figuraba -hay que recordarlo de nuevo- en su programa electoral, y al que se opone, en los términos defendidos por el gobierno, no sólo la mayoria de la sociedad española, sino buena parte también de la opinión socialista. Empeñado en presentar el aborto como una cuestión ideológica, que fuerce la división y obligue al PP a presentar su faz más conservadora, el mismo Zapatero manifestaba ayer escasa racionalidad cuando se permitía ante los medios hablar simultáneamente de derechos fundamentales y tragedia con relación al aborto.
No puede existir ningún derecho fundamental que legitime la tragedia del aborto, ese es precisamente el quid de la cuestión, que la nueva ley pretende obviar en un ejercicio simultáneo de cinismo e intolerancia. El representante de ERC retrató muy bien los términos reales en que el gobierno de Zapatero, arropando a su ministra adolescente Aído, pretende situar el debate del aborto: "les corresponde a ustedes parar los pies a la derecha y poner a la Iglesia en el lugar que les corresponde en una sociedad del siglo XXI".
Ayer las ministras socialistas se abrazaban gozosas, sin que sea fácil saber qué celebraban, y sin que ninguna de ellas haya hecho nada porque la ley se preocupe realmente de apoyar a las mujeres que se encuentran con un embarazo no deseado y no quieren abortar. No es ese el camino al futuro, cuando lo niega haciendo gala de enorme frivolidad y no menos intolerancia a tantas vidas humanas, pues un feto, nos guste o no, es vida humana.
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