miércoles, 5 de septiembre de 2018

Paradoja Casado


La juventud, guste o no, es un grado en la política española. Con ocasión del reciente Congreso del PP, muchos han celebrado que el ciclo del 15-M haya llegado por fin a las filas conservadoras, eligiendo un nuevo líder, Pablo Casado, que se sitúa a la par de Iglesias, Rivera y Sánchez: los cuatro jinetes de la nueva política. La política de principios, los valores, la transparencia en la comunicación frente al pasteleo, el pragmatismo o la vacua moderación que se desentiende de los problemas y del compromiso. El PP ha vuelto, han celebrado los nuevos dirigentes populares, presentando ese regreso en términos de regeneración.

La situación no deja de ser paradójica. Casado se postuló como el líder de las bases, pero los militantes apoyaron a la ex vicepresidenta Sáenz de Santamaría y, contrariamente a sus palabras iniciales, cocinó acuerdos de aparato para hacerse con el voto mayoritario de los compromisarios, ensalzando un sistema de elección que no es propiamente de doble vuelta. La alianza negativa de los candidatos vencidos en la primera vuelta no fue muy distinta de la urdida en la moción de censura contra Rajoy, tan criticada en su momento dentro del PP. Tampoco en este caso ha habido debate alguno de ideas ni proyectos.

Casado apela a la renovación, pero pese al relevo generacional que supone su elección, el aire que trae es antiguo. Sus padrinos son el segundo Aznar y Esperanza Aguirre, que han destacado como pocos en la siembra de la discordia entre los populares en tiempos de Rajoy, amén de la responsabilidad de ambos (aunque sea por dejación como reconoció tardíamente la propia Aguirre) en el florecimiento de la corrupción que ha pagado el PP de Rajoy. Vuelve el PP más orgulloso de sí mismo (Aznar nunca ha reconocido ninguna responsabilidad en la decadencia del PP), aunque para disimular Casado se haya paseado durante el cónclave popular con el hijo de Adolfo Suárez colgado del brazo.

Es evidente que una parte del PP está feliz con el supuesto regreso a las esencias, por más que no se haya facilitado una real integración interna, al haberla entendido Casado a la vieja usanza, rodeándose de compañeros fieles y agradecidos a quienes por el hecho de ser muy próximos considera los mejores. Lo mismo ha hecho Pedro Sánchez premiando a sus incondicionales con puestos en los distintos escalones del gobierno o al frente de organismos clave y grandes empresas públicas. Las redes clientelares se entienden mal con la regeneración política, tan mal como con la simple política de gestos o los pildorazos ideológicos, a los que se ha sumado Casado, que nada contribuyen a elevar el nivel del debate público. Casado ha hecho, de golpe, más fuerte al presidente Sánchez.

La nueva política en manos de los viejos partidos no puede quedarse en un simple relevo generacional. Esto puede resultar incluso peligroso. La regeneración política por la que suspira la ciudadanía crítica se vuelve contra el virtuosismo del político que ha sacrificado todo a la cosa pública (casa, hacienda, trabajo, gloria) y convierte así la política en su objeto de ambición y en su única fuente de medro y reconocimiento personal. Los viejos partidos después de cuarenta años de democracia han fabricado políticos jóvenes que no han conocido otra experiencia profesional que la política, pasando de dirigentes juveniles en sus organizaciones a concejales, cargos autonómicos, parlamentarios, hasta conseguir dar el salto a la política nacional. Casado es un buen ejemplo de ello.

De ahí que el caso del master del nuevo líder popular revista significación. La respuesta inmediata de los actuales dirigentes es preocupante. El caso existía antes de la elección de Casado, quien sin embargo ha reaccionado de manera victimista como el mayor perseguido de la historia, con argumentos improcedentes, llevados al extremo por el nuevo secretario general del PP (originario de Nueva Generaciones como Casado), que se preguntaba si debía presentar los justificantes de educación primaria (evidentemente no, porque es obligatoria en España).

¿Tan difícil es de entender que no cabe ningún trato de favor por una presunta dedicación exclusiva a la política hasta el punto de regalar el esfuerzo que el común de los ciudadanos invierte en su formación? El talento político no se cifra en los títulos superiores obtenidos, pues nadie está forzado a coleccionarlos. Tampoco debe reducirse al aprendizaje de argumentarios de partido o manuales del elector. El talento político implica ciertamente conocimientos, competencias funcionales y también inteligencia moral. Frente a quienes se apresuran a restar cualquier importancia al tema y denuncian su politización, que esta cuestión del master en las presentes circunstancias, más allá del tema del aforamiento, llegue al Tribunal Supremo es un signo de independencia que honra y compromete a la justicia española. Seguro que revertirá, de una forma u otra, en una mayor madurez de nuestra cultura política.

Publicado en Diario de Navarra, 4 de septiembre de 2018

lunes, 9 de julio de 2018

Modo Sánchez


La política española ha entrado en modo Sánchez, es decir, en una dinámica impredecible. El objetivo principal del nuevo presidente de Gobierno es mantenerse en Moncloa para afirmar al PSOE de cara a las próximas elecciones y así poder continuar él en Moncloa. Si de ello se deriva algún bien para España, estupendo. Si no, ya vendrán otros a arreglar los posibles desaguisados. Es una manera muy burda de decirlo, lo cual no quiere decir que no sea verdad.

Los hechos hablan por sí solos, y por supuesto admiten distintas interpretaciones. Sánchez estuvo rápido con la moción de censura. Ni consulta a las bases ni reuniones previas de los órganos del partido. No se podía fallar la ocasión. El Rajoy incombustible, el hombre que sabía medir los tiempos, fue destrozado por el tornado de una tormenta perfecta. La última imagen de Rajoy, no obstante, renunciando a todo antes de desaparecer, deja un claro mensaje en clave de regeneración democrática a quién pudiera alimentar el propósito de ser presidente por un día para disfrutar de las prerrogativas de expresidente el resto de su vida.

La moción tuvo poco de constructiva, fue una alianza negativa, sin programa ni negociaciones previas, al menos aparentemente. Sánchez invoca el sentido de estado para asegurar la estabilidad política, pero excluye del diálogo a quienes eran sus interlocutores hasta ayer para las cuestiones de estado. Ni el asunto de los presos de ETA ni la situación catalana han sido habladas con el PP y C’s por el actual gobierno. ¿De qué va a hablar Sánchez con Torra el próximo 9 de julio? ¿De la agenda preparada por el líder de Podemos, embajador de Madrid en Cataluña? ¿Qué medidas supeditadas a una reforma constitucional pueden ofrecer sin contar con el PP? ¿O se trata de explorar las posibilidades de un ‘régimen post78’ con el concurso una vez más de los nacionalistas?

Para el presidente Sánchez la fractura social de Cataluña es responsabilidad del anterior Gobierno de Rajoy, no de quienes utilizaron la Generalitat contra el Estado. Seguramente la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, una prioridad nacional, podrá reparar esa brecha poniendo fin a una crisis política abierta desde… ¿la Transición? El discurso lo tiene armado Podemos desde hace años y, si le dieran ocasión desde la nueva RTVE, el vicepresidente oficioso del gobierno (que no cesa de manifestar su voluntad de darle otra vuelta de Tuerka al ente público) lo adaptaría a conveniencia, siguiendo la experiencia de la TV catalana (todo un ejemplo de pluralidad, y que nadie toca).

En la política española no hay pudor ni para esconder las propias obsesiones. La de Sánchez es construirse la imagen de presidente, con álbum de fotos incluido (qué mejor jefe de gabinete que un experto en marketing político). En el PP, que también ha entrado en modo Sánchez, es decir, en una dinámica impredecible, algunos juegan a destruir la imagen de otros (Margallo obsesionado con la exvicepresidenta), o a recomponer si fuera posible la personal. Resulta casi surrealista el ofrecimiento de Aznar para reconstruir el centroderecha, olvidando de manera interesada que los lodos de la corrupción que se han tragado a Rajoy, provienen de los barros de Matas, Esperanza Aguirre o Zaplana, aznaristas confesos. 

El PP juega ciertamente a la ruleta rusa con vistas al próximo congreso del partido. La sombra de Aznar sobre Casado es presentada por el joven candidato (que apela al relevo generacional) como garantía de unidad; mientras que las dos mujeres que pugnan entre sí por convertirse en la primera presidenta del gobierno de España no pueden desprenderse de la herencia de Rajoy. La aparente ventaja de Cospedal como secretaria general que dispondría de un mayor control sobre el aparato del partido para la elección de los compromisarios, puede quedar anulada por figuras como Arenas que lo saben todo y se sitúan al lado de Soraya, la candidata más alejada de la historia y estructura del partido, y que podría tener mayor tirón electoral. Toda esta incertidumbre beneficia a Sánchez y mantiene a la espera a un descolocado Rivera.

El modo Sánchez genera también un compás de espera en Navarra, no menos impredecible. Cerdán, un fiel del presidente Sánchez, se precipitó a la hora de bendecir el futuro gobierno progresista de la Comunidad Foral donde, sin grandes matizaciones, situaba al PSN al lado cuanto menos de Geroa Bai como signo del nuevo tiempo político. Los nacionalistas, encantados, sin duda. No es un escenario imposible. Quedan por ver las últimas actuaciones en Navarra del circo Podemos, y cómo pueden afectar al incremento del voto socialista. ¿Hasta el punto de adelantar a Geroa Bai? El efecto Sánchez lo puede favorecer, pero ¿se mantendrá éste sin debate alguno de aquí a las próximas elecciones forales?

Publicado en Diario de Navarra, 8 de julio de 2018

lunes, 14 de mayo de 2018

El legado ambivalente del 68


El 68 fue un movimiento que alcanza al conjunto de los países industrializados estableciendo referentes subversivos fuera de esas fronteras. Los historiadores han enfatizado el carácter transnacional del fenómeno, así como la pertinencia de atender a un contexto temporal más amplio (‘los años 68’, la década 1965-1975), donde los movimientos de los 60 y el propio 68 francés no serían más que el acelerador de un conjunto de transformaciones en marcha desde la segunda posguerra mundial. Asimismo, han insistido en la dimensión cultural del 68 y retomado desde esa perspectiva la reflexión sobre el legado del 68 como derivada de una memoria global del 68.

La originalidad del escenario francés, con la conjunción incompleta y conflictiva del movimiento estudiantil y la huelga obrera, dificulta su interpretación, aunque refuerce el sentimiento de rechazo frontal a una sociedad volcada al consumismo y que es percibida como hipócrita y conformista. ¿Qué fue el 68 francés? ¿Una experiencia “insaisissable”(de Gaulle), una revolución “introuvable” (Aron), un acontecimiento “monstre” (Nora) o un fundamental “événement de paroles” (Canut y Prieur)? “Se puede hacer decir todo a mayo del 68”, consideraba un antiguo activista al filo del 40º aniversario. Por ello, medio siglo después, es más necesario que nunca repensar el 68.

El mayo francés significó una doble explosión de la palabra y la acción.La imagen de Certeau, en la inmediatez de los hechos, resulta sugestiva: “En mayo pasado, se tomó la palabra como se tomó la Bastilla en 1789”. El 68 se presenta como una liberación de la palabra, la reivindicación del ‘derecho a hablar’ de todos, pero en nombre propio. Por primera vez, una revolución social se vuelve un fenómeno de lenguaje, que resulta al mismo tiempo un desafío político. La palabra impertinente y excesiva, como nueva arma simbólica, se convierte en una fuerza de emancipación política.

El mito de la barricada adquiere un nuevo sentido: pierde su utilidad militar para constituir la “delimitación de un lugar de la palabra, de un lugar donde el deseo puede inscribirse y llegar a la palabra” (Geismar). La ciudad como libro colectivoacoge la “palabra salvaje” (Barthes) de las auténticas fuerzas vivas del movimiento, ansiosas de pronunciarsecontra el orden establecido o simplemente de desenmascarar a través del humor, la parodia, la paradoja o lo insólito los límites de todoslos viejos discursos. Se trata de poner la palabra al servicio de la vida, como refleja la proximidad del situacionismo con el lenguaje de mayo (“Queremos vivir”, “Vivir sin tiempos muertos”, “Sed solidarios y no solitarios”, “La cultura es la inversión de la vida”, “Creatividad, espontaneidad, vida”).

El 68 apela a una política creativa donde la vida cotidiana quede en el centro de la cuestión social, y sea capaz de alumbrar una nueva civilización que trascienda la cosificación económica (Marcuse). Esa aspiración ha recobrado actualidad: una nueva política sensible a la vida de la gente, que mueve a la presencia y participación ciudadanas, un deseo de vivificar las instituciones tanto como el lenguaje. El 68 establece así un doble compromiso con la creatividad y la crítica, entendidas como herramientas fundamentales para la construcción social. El deseo inscrito en la palabra no como carencia sino como producción y extensión del campo social (Deleuze).

La sublimación subversiva del deseohizo aflorar una cultura de la autenticidad entendida como afirmación absoluta del propio ser singular. Frente a cualquier norma externa se defiende el derecho a la diferencia, sea cual fuere. Las normas de vocación universal desaparecen en beneficio de los particularismos, lo que dificulta seriamente la comunicación y el fortalecimiento del pensamiento: el pensamiento débil acabará identificado con el pensamiento correcto, soslayándose toda discusión sobre una política de límites. Esta es, sin duda, la parte más incómoda del legado del 68, y la que invita a reflexionar. 

De la dinámica de transgresión del orden establecido se ha pasado a la banalización actual de cualquier realidad, reducido todo a una única dimensión, lo que nos devuelve a la crítica marcuseana. El relativismo del 68 ha favorecido, por paradójico que resulte respecto a la atmósfera en que se desenvolvió el movimiento, un nuevo conformismo –la instalación en el presente, sin mayores expectativas de futuro– cuyos contornos ideológicos superan el individualismo liberal/libertario de los 80, tal y como ha sugerido Castoriadis al caracterizar el posmodernismo como conformismo generalizado. 

Esta ausencia de verdades madres facilita la disgregación de la comunidad, el abandono de la búsqueda de la unidad, y reduce la pluralidad a una amalgama (posmoderna) de espíritus que erosiona el valor de la democracia. La actual amenaza populista, de derecha o izquierda, no es una casualidad. Es lo que sobreviene cuando la palabra liberada prescinde de toda palabra de autoridad, y acaba convertida en vieja demagogia, como se registra últimamente en el discurso de algunos grupos o movimientos que, en su origen, como el 68, hicieron de la calle un lugar de la palabra al que atender y escuchar.

Publicada en Diario de Navarra, 14 de mayo de 2018

jueves, 19 de abril de 2018

Talento político


El talento político escasea. En España, de manera escandalosa en comparación con los países de nuestro entorno, y Navarra en esto no es una excepción. Es lo que tenemos. Nos resignamos, haciendo gala de virtud cristiana, pero pecando de falta de virtudes cívicas. La distancia, el divorcio mejor, entre los políticos y la ciudadanía es responsabilidad de la clase política, pero también nuestra. 

El jacobinismo, que algo bueno tuvo, apeló a una ciudadanía activa y virtuosa, atenta y preocupada por la cosa pública, capaz de hacerse presente en el escenario y el debate público, atando en corto a sus representantes. No se trata hoy de cortar cabezas, pero sí de exigir responsabilidades directas cuando quienes gobiernan dejan de preocuparse por la defensa concreta del orden de libertad y del bienestar general, y únicamente se ocupan de su propio interés, dejándose llevar por una excesiva ambición, 

Hemos dejado de lado la virtud de la participación, que compete a todos, tengamos o no una responsabilidad política directa, y los políticos campean a sus anchas, creciendo y reproduciéndose en sus propios viveros. Nos sorprende que aquí no dimita nunca nadie, señal de que las gentes ordinarias somos vistas como excesivamente ordinarias por parte del poder y sus cortesanos, y no piensan que deban dar cuentas ante la opinión. Somos responsables de los políticos que tenemos. 

Nos sorprende también que el segmento más poblado de nuestra fauna política no haya conocido otra actividad profesional que la relacionada con la política, a diferencia de lo que sucediera con la generación de la Transición, hoy tan denostada y en liquidación. Eso puede explicar la obsesión por los títulos de tanta legión de ministros y ministras, consejeros y consejeras, diputados y diputadas, y hasta de algún presidente o presidenta autonómica, en busca de honores y riquezas que llevan a perder la cabeza.

Esa necesidad sentida de tapar las propias vergüenzas o de realzar la presencia ante una audiencia a la que realmente se desprecia, es la más clara manifestación de falta de talento político. Nuestros próceres y ‘próceras’ reducen el talento político a su dimensión más simple. Necesitamos políticos con formación más allá del manual del partido, sí. Pero cuando se pretende disfrazar el capital intelectual y las competencias funcionales que todo político debe poseer, con resultonas prendas académicas al uso, fáciles de poner, como han venido a ser los másteres, es señal de que no hay otra cosa que ofrecer. 

Elementos sustanciales del talento político son también –o sobre todo– la calidad humana, la inteligencia moral, la cultura del compromiso, la responsabilidad social, los comportamientos, la comunicación entendida no como propaganda o demagogia –síntoma igualmente alarmante de falta de auténtico capital intelectual– sino como capacidad de dar razón de las propias acciones y decisiones a una ciudadanía …que ya ha salido a la calle como Diógenes con su lámpara en busca de políticos verdaderamente sabios y honestos.

Publicado en La Ventana-Sociedad Civil Navarra, 19 de abril de 2018

domingo, 18 de marzo de 2018

Secesionismo y deconstrucción


Es frecuente asociar el término deconstrucción a la voluntad de desmontar los planteamientos metafísicos, al empeño de anular los opuestos o, en general, a la operación de desmitificación o desideologización de cualquier discurso esencialista, ignorante de los estratos temporales que esconde su propia estructura conceptual cuando aborda la pregunta ‘¿qué es…?’. Nos gusta deconstruir, no tanto que nos deconstruyan, pues estamos convencidos que ideología es el pensamiento del otro, no el nuestro, siempre capaces del más fino análisis intelectual.

La cuestión catalana ha pasado ya de la fase puramente destructiva a la propiamente deconstructiva, más sugestiva. Durante la última década asistimos, incrédulos e impotentes la mayoría, al proceso de metamorfosis del catalanismo. Contemplamos cómo del nacionalismo moderado se pasaba al secesionismo; del sentido común y el pragmatismo de los líderes a la sinrazón y la sinvergonzonería; del posibilismo político a la obcecación ideológica; de la modernización económica a la destrucción del tejido empresarial y a la fractura social.

Ha sido un espectáculo excesivamente largo y tedioso, sin mayor aliciente para las gentes sensatas que la especulación sobre la forma que revestiría el fracaso final de la intentona secesionista. Ha sido un puro acontecimiento de palabras, muy disociado de la experiencia del mundo real, si no fuera por las consecuencias demasiado visibles y desgraciadas que tanto discurso fatuo ha acarreado. Todos convienen que el ‘procés’ está muerto, aunque no sepan cómo enterrarlo. Este es el último acto del drama que presenciamos.

La parafernalia discursiva y los simulacros de acción de los secesionistas (consultas populares y declaraciones parlamentarias incluidas), sin verdadera referencia a la auténtica realidad de las cosas, han mostrado su impotencia ante lo que no ha sido, paradójicamente, más que silencio y acción contenida por parte del Gobierno: la aplicación de un 155 mínimo precedido y seguido de un discurso también mínimo. En representación del Estado, aquí quien ha hablado ha sido el rey Felipe, con bastante claridad y dureza, por lo que no ha gustado evidentemente a todos.

La prudencia del PP gobernante (su falta de coraje y los complejos en el sentir de muchos de sus votantes) le ha pasado factura en las elecciones catalanas convocadas por el propio Rajoy al amparo del 155, y el futuro pinta amenazador, a tenor de las encuestas que desde entonces apuntan a un ‘sorpasso’ de Ciudadanos (C’s) en el centro derecha español, sino sucede algo mayor. El fantasma de UCD sigue vivo. El presidente invoca su principal responsabilidad de defender el orden institucional de libertad, antes que atender a sus intereses particulares o electorales, pero eso no le valió a Suárez (que incluso se atrevió a dimitir) para evitar la destrucción de su partido.

El golpe catalán ha puesto a prueba la capacidad de aguante de la sociedad española, muy resentida tras la experiencia de la crisis económica. Rajoy se reivindica como artífice de la recuperación, pero no valora suficientemente el efecto de cansancio acumulado y hasta agotamiento que ha venido a añadir la cuestión catalana, jugando desde el inicio el secesionismo con explotar a su favor la presunta debilidad española ante la crisis. Los detalles conocidos a raíz de las investigaciones policiales y judiciales sobre la utilización concreta que se ha hecho de las instituciones autonómicas catalanas para atentar contra el Estado y contra las reglas democráticas de convivencia y respeto político al adversario, se vuelven también contra la inacción del Gobierno de España.

La desmoralización de la sociedad hacia sus gobernantes y los políticos en general ha sido instrumentalizada por el populismo, cuyo potencial destructivo se acaba de poner de manifiesto en Italia, pero ha provocado también el rearme de la sociedad civil, con logros evidentes como se está viendo en Cataluña con la reciente irrupción de Tabarnia. Con ella, la cuestión catalana ha iniciado –sorpresivamente por su eficacia– la etapa deconstructiva. El secesionismo ante su espejo se muestra realmente impotente. Resulta más fácil desmontar una estructura conceptual, como sin duda es el nacionalismo, utilizando su misma argumentación, pero en sentido inverso. 

Desde los resultados electorales del 21-D, donde la concurrencia separada de los secesionistas permitió a Ciudadanos convertirse en el partido más votado de Cataluña, las cosas siguen cambiando. El discurso del actor Boadella en el exilio, semanas después, emulando mucho más a Tarradellas que a Puigdemont, ha dignificado la virtud del humor como virtud cívica frente a las inadmisibles patochadas de algunos políticos que envueltos en su bandera personal han perdido hasta el sentido del ridículo. Ha demostrado también su poder moralizador (en el sentido orteguiano de elevar la moral) y movilizador, no ya en la calle como se vio el pasado 4 de marzo, sino en la opinión pública. La última encuesta de voto catalana, con fuerte descenso del apoyo al secesionismo, parece certificar el éxito de la deconstrucción como estrategia de lectura aplicada a la política.

Publicado en Diario de Navarra, 18 de diciembre de 2018