sábado, 3 de octubre de 2009

Fumando espero


Fumando espero al hombre que... ¿ya no quiero?, y mientras fumo me voy tragando... ¿sapos y culebras? No es fácil saber lo que tiene Rajoy en la cabeza, y qué música suena en la oscuridad que le rodea, pero la situación de su partido después de las ultimas novedades del caso Gürtel exige una pronta respuesta. Da igual que todo el asunto responda a una maniobra política contra el PP. Da igual que se hayan sucedido todo tipo de filtraciones de documentos judiciales o policiales a un periódico, y últimamente a dos (El Mundo compartiendo protagonismo con El País). Da igual que el último informe policial dado a conocer sea un refrito de otros anteriores, con más o menos inexactitudes. Da igual qué mano de varón o mujer socialista actúa próxima de tal o cual fiscal meciendo la cuna (que amigos dentro o próximos al poder político o judicial, con capacidad de decidir, los hay de todos los colores).

Da igual, aunque nada de eso debiera dar igual en circunstancias normales; da igual, porque nada de eso debe hacer tampoco ignorar en las presentes lo que de ningún modo puede ocultarse: la existencia de una lamentable trastienda en el PP valenciano, que se quiera o no resulta tremendamente comprometedora, y dañina para esa imagen vendida de partido triunfador, que arrasa sin más, y que debía inspirar el modelo a seguir por Rajoy en su carrera hacia la Moncloa. El PSOE estaba empeñado en hacer saltar por los aires la imagen del PP como un partido impoluto a fin de desacreditarlo ante la opinión pública e inutilizarlo como alternativa. Casi lo ha conseguido, aunque no sería capaz de hacerlo sin la inestimable ayuda del PP, o de cierto PP, que sin duda existe.

El argumento de que todo se trataba de una persecución política, imagen inicialmente favorecida por la caza de montería a la que se había prestado Garzón, no sirve ya -por réditos electorales que haya podido dar- porque no es verdad, no es toda la verdad de esta engorrosa historia, que tantas energías políticas está inutilizando, porque las acapara prácticamente todas. La ciudadanía sabe que en Valencia se ha mentido (Camps con los famosos trajes, como se deriva del auto del juez, que afirma que fueron regalos, por lo que no los pagó de su bolsillo). Y tiene serias dudas de que quienes desplazaron al otrora todopoderoso Zaplana, no hayan sucumbido a la tentación de la financiación ilegal del partido a lo Filesa, para tener bien dispuesta la maquinaria electoral de la que tanto presumen.

El caso Gürtel apareció sobredimensionado en un principio por el afán que tenía el PSOE -una vez que El País le había preparadao el terreno- de obtener buen provecho político de él en los lugares donde más problemas electorales han demostrado los socialistas. Eso lo hacía claramente sospechoso, y parecía excesivo hablar de financiación ilegal, como algunos hicieron enseguida, para poder pedir mayores responsabilidades políticas que las derivadas de una simple trama de chorizos, por bien posicionada que ésta hubiese estado en los aledaños del poder (en tiempos de Aznar), y pudiera seguir estándolo en ciertas autonomías (Madrid, Valencia). Atendiendo a las pugnas internas del PP (a las que la ciudadanía se ha tenido que acostumbrar como un plato habitual de la política española, contra su gusto, como sucede con la propaganda socialista), el asunto podía decirse que no perjudicaba tanto a Rajoy como a quienes se habían alineado más bien contra él dentro de las filas populares.

Lo de Madrid, unido al espionaje político, ha desgastado a Aguirre, y seguirá haciéndolo seguramente. Es cierto que la imputación al tesorero Bárcenas le afecta a Rajoy, pues él lo eligió en el Congreso del PP de Valencia, aunque no fue ninguna novedad, puesto que es un hombre que siempre estuvo en las finanzas del partido. Porque lo gordo estaba en Madrid, la ofensiva contra Camps por los famosos trajes resultó mucho más excesiva, y algunos perdieron la pelota. Tan decididos estaban en desactivar políticamente a Camps que se permitieron consejos a los jueces para que no se repitieran errores de instrucción como los que hubo en el caso GAL, lo que indirectamente parecía aproximar a ambos casos en su valoración.

La decisión del archivo de la causa contra Camps fue para esos mismos señal evidente de amiguismo y prevaricación por parte de algún juez del tribunal valenciano. Para otros, el informe policial ahora filtrado que arroja fuertes sombras sobre la financiación del partido, implicando en esas prácticas ilegales a los hombres más cercanos a Camps -sus número dos- en el gobierno valenciano y en la dirección del PPCV (Rambla y Costa), y cuya denuncia de "montaje" ha sido rápidamente desestimada por la justicia valenciana, sería la respuesta desde el entorno socialista a lo anterior. Pero volvemos al principio. Aunque así fuera, la cosa ya ha adquirido otro cariz y le hace verdadero daño no sólo a Camps sino también a Rajoy por su propia cercanía a Camps, que le apoyó y jugó un papel determinante a la hora de frenar la conspiración madrileña desatada contra Rajoy para hacerse con la dirección del PP después de la derrota electoral de 2008.

La suciedad de Gürtel se encuentra así no en los porches ni en los patios, sino en las habitaciones principales ocupadas por la dirección del partido o del gobierno popular en Valencia. De nada sirve a Rajoy presentarse como el hombre de las manos limpias si a base de estrechárselas a quienes las tienen manchadas o no se preocupan de lavárselas, él también se las acaba manchando. La política es así y Rajoy lo sabe. Contra tanta política inconsistente se requiere ciertamente una respuesta contundente, como reclamó Rajoy a los valencianos de su partido a través de la secretaria general Cospedal, pero ni siquiera ha habido una explicación suficiente. Fuera máscaras y fuera reverencias cortesanas. Está en juego no el futuro de Camps o de Rajoy, sino la credibilidad de la clase política y más aún de la oposición, en el momento en que más se la necesita, sumergida como se encuentra España en una crisis que no es únicamente económica, pues alcanza también al plano aocial, político e institucional.

Rajoy mide los tiempos, pero sería ingenuo pensar que para salir de esta le basta con esperar fumándose un puro, porque se le subirán a las barbas y, en todo caso, acabará quemándose. No se entiende que no haya ordenado una investigación interna (como se hizo en tiempos de Aznar con el caso Naseiro, como bien recordará Ruiz Gallardón). Es lo menos que se puede hacer, como algo previo a las inevitables dimisiones, que tendrá que haberlas. No hacerlo, además de descorazonador para la ciudadanía (mucho más que la derrota de Madrid como capital olímpica para el 2016), que espera un rearme de los valores morales en la práctica política, supondría una gran muestra de debilidad interna. No es de extrañar que Aguirre esté maquinando para situar a Ignacio González en Caja Madrid (lo que resulta sorprendente atendiendo a los escándalos políticos madrileños en los que se ha visto envuelto), y que todo el interés esté centrado ahora en las nuevas ambiciones del alcalde Gallardón. Contra tanto clientelismo y fulanismo político, no basta con lamentarse de la tropa, como hizo el conde de Romanones. Hay que actuar, con prudencia, pero con decisión.

¿Qué es eso de que no gobierna para un partido, sino para el futuro?, según le ha dicho Camps a Rajoy. Será en todo caso para el presente, atendiendo al pasado y mirando al futuro. Para estar suspendido en el tiempo, lo mejor es que se quede en su casa. Como Rajoy espere a que sea Camps quien marque los tiempos, se eternizará en la memoria de los justos, pero habrá dejado de contar en este mundo.

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