sábado, 20 de abril de 2013

Rito de paso sin sentido



Van Gennep definió los ‘rites de passage’ como aquellos ritos que acompañan a cualquier tipo de cambio de lugar, de posición social, de estado o de edad. El sujeto del rito tanto si es individual como corporativo experimenta tras el rito de paso un cambio cuasi ontológico, se manifiesta con un saber adquirido -de efecto terapéutico- que fortalece a la propia comunidad. Esta reflexión procedente de la antropología cultural es aplicable a la cultura política. Una moción de censura –su mismo ceremonial– puede ser entendida como un rito de paso. Aun abocada de antemano al fracaso habría tenido al menos ese sentido: la definición de un espacio liminar entre lo uno y lo otro que pudiera hacer surgir y anclar lo nuevo.

La fallida moción de censura contra la presidenta Barcina se había justificado desde el campo nacionalista como una ‘moción para la transición’ que permitiera asentar las bases de confianza, coincidencia y cohesión de una alternativa social y política creíble para la sociedad navarra. La misma elección y disponibilidad del candidato (un independiente de NaBai, con buena formación) apuntaba en esa dirección, a señalar un común denominador que pudiera unir a la oposición como alternativa de gobierno. No ha sido así. Los silencios de Longás sobre Navarra como sujeto o comunidad diferenciada se han tornado más relevantes que sus pronunciamientos acerca de las ‘medidas transitorias’ a tomar. El referente comunitario –la comunidad a cuyo crecimiento, transformación y reformulación de viejos principios se pretende contribuir– es esencial y da sentido a cualquier rito de paso.

De la suma de noes no se deriva habitualmente nada positivo. La moción de censura es un examen al candidato. El cambio de gobierno al que se apela para salir de la crisis, paradójicamente no mira hacia delante sino hacia atrás, a una simple revisión de las pasadas actuaciones de UPN, sin presentar un verdadero programa alternativo. La ‘urgencia’ de buena parte de las medidas apuntadas  (aborto, caso Donapea, comida del Complejo Hospitalario, licencias de radio a Euskalerria Irratia…) no conecta con las preocupaciones reales ciudadanas, por presentes que hayan podido estar en el debate público, y respecto a las propuestas que tienen acogida en los sectores más castigados por la crisis, se omiten las explicaciones que pudieran hacerlas viables, pues a estas alturas no se entiende cómo se puede aumentar el gasto social sin comprometer un déficit no permitido y no financiable. De alguien entendido en la materia, como el candidato, se esperaba algo más.

Los silencios de los defensores de la moción son ilustrativos no ya de la inconsistencia de la alternativa, sino de la inexistencia de una auténtica base material donde sustentarla: el común denominador más que mínimo, se ha manifestado etéreo y parece estar referido a Navarra más en lo anecdótico que en lo esencial. El candidato independiente se reveló prisionero en su silencio de un programa oculto, el que representa EH-Bildu, y que viene al mismo tiempo a mostrar la debilidad actual dentro del discurso nacionalista de Geroa Bai, cuya imagen ha quedado muy diluida apoyando la moción de censura. La pretendida invisibilidad de EH-Bildu en un hipotético ‘estado de transición’ se explica dentro de la misma comprensión nacionalista de ese tránsito como un proceso de transformación que conduciría a Navarra al sustancial cambio de estatus deseado.

Ciertamente, la doble negación de Roberto Jiménez a Barcina y EH-Bildu es una afirmación, la suya propia. El líder del PSN debería recordar que en democracia se  tiene autoridad porque se asume una responsabilidad. Y si no se quiere asumir, se pierde esa autoridad o la capacidad de liderazgo y debe abandonarse la primera línea. En lugar de obsesionarse con solicitar la dimisión de Barcina para que los derrotados del congreso de UPN accedan al gobierno foral por la puerta de atrás para abrirle luego a él la de delante, podía considerar también lo contrario: su propia dimisión para dar paso a otros dispuestos a ejercer la responsabilidad que tiene el PSN. Pretender convertirse ahora en domador de leones, sería una muestra más de política espectáculo que tampoco aportaría nada a la solución de la crisis y de los problemas reales.

Cada vez resulta más preocupante la debilidad y escasa calidad del debate público, indisociable de la permanente tentación de instrumentalizar el parlamento para fines exclusivamente particulares, partidistas o ideológicos, anulando en lugar de potenciando la madurez o la reflexividad que se supone y es reconocida en muchos casos entre sus miembros. Es peligrosa la sensación de que el trabajo de los políticos es una continua pérdida tiempo, dentro y fuera del parlamento. El rito de paso del candidato Longás ha resultado vacío de sentido, aunque clarificador a la postre del momento ‘dramático’ que vive la política navarra, expuesta todavía a que el actor judicial irrumpa de nuevo en escena dando un giro inesperado al argumento.

Publicado en Diario de Navarra, 20 de abril de 2013