viernes, 28 de mayo de 2010

Solo y sin red

Zapatero no negocia y ahora ni habla. Qué lejanos quedan los manejos de hace unas semanas por llegar al Pacto de Zurbano, un pacto inexistente donde se excluían de entrada las verdaderas medidas económicas que requiere la trágica y delicada situación de España, sin buscar otra cosa que una coartada política para tapar la frivolidad y dejación de funciones del gobierno. Cuando se producen las presiones externas y no hay más remedio que actuar, Zapatero se olvida del pretendido consenso y ni se molesta en hablar con el principal partido de la oposición o con cualquier otra fuerza política. Se mueve y actúa en solitario sin comunicar ni consultar con nadie unas medidas duras y muy discutibles por el simple hecho de que no vienen acompañadas de otras mucho más razonables y que, en pura lógica, se debían haber adoptado antes o al menos en simultáneo a las propuestas.

Zapatero, que ha presumido de política social progresista, ha hecho lo que no han hecho los gobiernos de derecha o de centro-derecha europeos, y -para colmo de la paradoja- no ha hecho lo que éstos han hecho y han comprendido mejor sus conciudadanos. Ni a Berlusconi ni al dúo británico Cameron-Glegg, que han adoptado posteriormente a Zapatero también medidas fuertes para reducir a lo bruto el déficit público, se les ha ocurrido rebajar el sueldo a los funcionarios (sí congelar, pero no disminuir). No han dudado, por otra parte, en adoptar medidas ejemplarizantes, como la retirada del coche oficial a los ministros en el Reino Unido, que no solucionarán mucho, pero transmiten un mensaje inequívoco de austeridad a la opinión pública. Berlusconi ha reducido en un porcentaje significativo el gasto de todos los ministerios, y ha manifestado la misma voluntad de luchar contra la evasión de capitales de las grandes fortunas que contra la economía sumergida. Igualmente se han reducido las subvenciones a los partidos. Nada de eso ha hecho Zapatero, aunque estaba en su mano, pues en España hay mucho más que cortar por ahí que en otros países, antes de cebarse en los pensionistas saltándose la ley que los protegía.

Esta misma falta de coherencia y de voluntad real de entendimiento es lo que ha hecho de Zapatero el principal problema a estas alturas. Todo el mundo se lo dice, incluso los que le salvan el cuello, como ayer el catalán Duran i Lleida en el Congreso, que se limitó a apretarle la soga al cuello, pero sin dejarle todavía caer. Zapatero ha impuesto unilateralmente, a modo de chantaje, unas medidas que perjudican a los más débiles. Chantaje porque ha endosado a otros la responsabilidad de la convalidación por las Cortes de un decreto que pecaba hasta de graves deficiencias formales, pero que de no aprobarse las consecuencias habrían sido catastróficas. Nadie dudaba de que finalmente el decreto saldría adelante. Por eso, del debate parlamentario de ayer lo de menos eran los discursos. Hasta tal punto que Zapatero ni habló. Su rostro lo decía todo.

Lo importante de la votación de ayer fue comprobar que Zapatero se encuentra solo en lo alto y sin red. El decreto se aprobó por un solo voto de diferencia. Únicamente dispuso de los votos favorables del PSOE. No faltó nadie en su escaño. Hasta los enfermos han tenido que sufrir en sus carnes las consecuencias del proceder de Zapatero. El PP con su anunciado voto político lo hizo en contra, así como las fuerzas de izquierda en quienes Zapatero se había venido apoyando hasta ahora. Entre las medidas abstenciones, la más sustantiva fue la de los diputados catalanes de CiU, que a través de su portavoz han anunciado en cualquier caso que de ningún modo apoyarán los próximos presupuestos generales, poniendo así fecha de finalización a la presente legislatura (como sucediera con Felipe González en 1995 precipitando el adelanto electoral de 1996). No cabe esperar que los grupos cambien su voto de cara a unos presupuestos que necesariamente tienen que acoger las medidas aprobadas ayer. La geometría variable de Zapatero, que ha funcionado a base de concesiones económicamente cuantificables, pierde su eficacia cuando la caja está vacía.

Solo y sin red. Pensar que un cambio de gobierno al término de la Presidencia española europea, nuevamente encabezado por Zapatero y compuesto por sus más fieles puede arreglar las cosas sería un nuevo error, y una manifestación más del personalismo que ciega al actual presidente. España no está para concesiones emotivas de 'culto al jefe', por más que la personalidad del jefe pudiera desear una muerte política rodeado de las personas más cercanas. No hay ni para meter conejos en la chistera de cara al próximo debate sobre el Estado de la Nación previsto para principios de julio, donde -por otra parte- Rajoy inexcusablemente tiene que demostrar que es una alternativa con ideas y fiable. Zapatero tiene ahora que pararse a escuchar y a pensar si es capaz de moverse por el alambre solo y sin red, y si no que se baje de inmediato y ponga fin a este penoso espectáculo, antes de estrellarse en el suelo y de estrellarnos a todos con él.

viernes, 21 de mayo de 2010

Plan de evacuación

La Presidencia española de turno de la Unión Europea, en contra de lo soñado, está resultando un infierno para Zapatero, para España y para Europa. La cumbre de Madrid (UE-Iberoamérica) ha pasado con más pena que gloria. Obama se había descolgado de ella hace tiempo; Merkel sólo acudió a la cena en Palacio, para interesarse por la salud del rey; Sarkozy estuvo apenas unas horas; el nuevo dúo británico -Cameron y Glegg- ha comenzado a trabajar con seriedad, y no tienen tiempo ni para estirar las piernas de paseo. Los demás lideres europeos llegaron tarde para la foto. Los amigos americanos de Zapatero, Chavez y Castro, tampoco vinieron. Y al final lo que ha trascendido -en plena tormenta española por el anunciado plan de ajuste de tuercas a familias, funcionarios y jubilados-, es para qué han servido los millones de euros gastados en su celebración (además de para que algunos fantoches y fantochas, el Evo de Bolivia y la nueva Eva de Argentina, lanzasen exabruptos contra el PP y el Tribunal Supremo, se supone que para agradar al anfitrión). En estas, se acaba de anunciar que la cumbre de la Unión por el Mediterráneo, que iba a celebrarse el 7 de junio en Barcelona, y que suponía el último gran acto de la Presidencia española de la UE, ha sido aplazada.

La sensación de descontrol que transmite el gobierno comienza a causar pánico. Si antes se relativizaba la cuestión de la deuda española, razonando que era sensiblemente inferior a la de otros países europeos, que estaba dentro de lo normal y que no era preocupante, ahora resulta que hay que recuperar como sea la solvencia de las finanzas públicas y que la prioridad absoluta es evitar el colapso de la deuda pública. El gobierno ha caído súbitamente en la cuenta de que el problema no es tanto el volumen de la deuda como la dificultad de refinanciarla o colocarla en el mercado. Y claro cuando la prima de riesgo de impago para los bonos españoles se dispara, y no son los mercados sino las reservas de Europa o Estados Unidos quienes principalmente los están adquiriendo para asegurar la supervivencia de la moneda única y la consiguiente estabilidad de los mercados, pues entonces no hay discurso ni soberanía que valga, y no hay más remedio que someterse a los 'prestamistas'. Eso es lo que ha sucedido en plena Presidencia española, que quienes realmente mandan en la Unión Europea, Alemania y Francia, con el concurso de Estados Unidos, han sometido a España para evitar el hundimiento de Europa, más que probable si la crisis griega se apodera de España y Portugal.

En esta situación de verdadera emergencia, a la que se ha llegado en buena parte por la negligencia y frivolidad de Zapatero, los altavoces del gobierno -haciendo gala de un repentino y fuerte sentido de la responsabilidad- denuncian la incapacidad política de la oposición y de los agentes económicos para entender la situación real de la economía española, cuando han sido el PP o CiU y las instituciones económicas quienes llevan meses y hasta años intentando que el gobierno aceptase y se hiciera cargo de la gravedad de la crisis para que tomara las medidas adecuadas. La oposición tendrá que pensar muy bien cómo actúa en estos momentos sin duda cruciales, pero quienes apelan a la responsabilidad de la oposición cuando ya suenan las sirenas, harían bien en asesorar y prestar ayuda para el diseño y ejecución de un verdadero plan de evacuación, que es lo que manda la ocasión, si las circunstancias son tan dramáticas como parece efectivamente que son.

La responsabilidad es de quien gobierna mientras gobierna, y si no puede o sabe hacerlo debe dejar que lo haga otro. ¿Qué hacer cuando el suelo se abre bajo los pies? Hay quienes piden elecciones generales anticipadas de inmediato, pero en estos momentos es un lujo que no nos podemos permitir. El adelanto, sin embargo, podría hacerse para el 2011 haciéndolo coincidir con las elecciones autonómicas y municipales previstas para esa fecha. Es evidente, por otra parte, que Zapatero no es ya capaz de transmitir confianza a los mercados ni a nadie, y que su permanencia al frente del gobierno es un grave problema para España, cada día que pasa más. Su sustitución por un gobierno de gran coalición PSOE-PP presidido por otro socialista es una quimera ahora mismo, entre otras razones por la esperable resistencia del PP a facilitarlo. La única posibilidad inmediata de cambio sería la dimisión de Zapatero y su sustitución por otro político socialista que encabezara un gobierno no de concentración nacional, pero sí con una fuerte presencia de independientes de reconocido prestigio, principalmente en el ámbito económico, que haría más fácil el propio apoyo externo del PP a ese nuevo ejecutivo. Adolfo Suárez dimitió por menos invocando el bien de su partido y de España. Zapatero, si tuviera realmente sentido de la responsabilidad, debería hacer lo mismo, pensando en el bien de España primero, y luego también en el de su propio partido. Está en su mano.

viernes, 14 de mayo de 2010

Bajo tutela

Toda ha cambiado en una semana, pero quién tiene que dar explicaciones no lo ha hecho, porque se ha quedado sin discurso. Un miércoles Zapatero rechaza en su entrevista con Rajoy cualquier medida drástica para atajar el déficit público, y al otro miércoles -el pasado 12- el mismo Zapatero anuncia en el Congreso fuertes medidas y unos recortes sociales sin precedentes, que han hecho enmudecer al propio Zapatero, al gobierno y al partido que lo sustenta, todos decididos a no dar excesivos detalles del plan de ajuste. Mientras, los ánimos se encienden, incluso en quienes eran los perfectos aliados del gobierno, los sindicatos, que tras reunirse rápidamente con el presidente no han tenido más remedio que abandonar el sofá, ponerse el mono y comenzar a preparar pancartas.

La amargura del presidente no es nada al lado de la indignación ciudadana, que rezuma por las redes sociales. De un escenario donde no había crisis, o sólo una crisis internacional que acababa afectando a España, se ha pasado a otro donde la particular situación de España, atacada del síndrome de Grecia, tiene fatales consecuencias para Europa y los mercados internacionales. Lo terrible es que haya sido la presión de la Unión Europea -después de que el Ecofin levantara su escudo para proteger el euro- y la varita mágica (una llamada telefónica) de Obama lo que ha obligado a Zapatero a moverse, incapaz de obrar por sí mismo de manera autónoma y responsable. 

Zapatero no atiende al líder de la oposición, ni a las decisiones del parlamento que le han demandado repetidamente con votaciones y propuestas concretas medidas de austeridad del gasto público (como la supresión de ministerios inútiles, puestos al servicio de la propaganda socialista), ni presta atención tampoco a las demandas autorizadas de la sociedad civil. Cuando a base de ingerencias gubernamentales se favorecen en el propio territorio los monopolios, es fácil hablar de criminalidad económica de los especuladores externos para referirse a los movimientos de los inversores aprovechando las oportunidades del mercado. A Zapatero no le va la globalización, por mucho que pregone la alianza de civilizaciones. Zapatero no atiende al mercado, ni a la sociedad, ni a las instituciones y representantes políticos de ese territorio llamado España; pero reacciona, quedando desnudo ante todos, cuando los grandes -o sí o sí- le conminan a hacerlo.

El protectorado español o España bajo tutela es la imagen que se ha difundido estos días, y que no es sino la confirmación de la minoría de edad de Zapatero, arrastrando consigo a un partido que no lo merece, pero incapaz también de reaccionar, tal vez por el mismo hecho de que los acontecimientos se precipiten. Este miércoles negro supone el fin del electoralismo como política de gobierno, lo único que ha sabido hacer hasta ahora Zapatero. El gasto alocado de Zapatero, con sus medidas populistas anticrisis, disparando el déficit (o sea, pretendiendo aún sacar tajada electoral de la crisis), no era la solución sino el problema, cuando al tiempo demoraba temerariamente las reformas estructurales susceptibles de volver a generar crecimiento y riqueza en España. El fin del electoralismo no es mucho consuelo para los parados y los grupos desfavorecidos por las medidas recién adoptadas. Pero ya es algo. Puede ser principio de solución.

Lo que ya no se entendería es que después de estas medidas se dilataran todavía las reformas necesarias para salir de la crisis, por mucho que se opongan los sindicatos, o que puestos todavía a repartir los efectos de la crisis, se confirmara lo que se comentaba en algún medio, en vísperas del miércoles negro, a propósito del Plan Antifraude para los próximos años que el gobierno habría traslado a la inspección de Hacienda: olvidar las grandes fortunas y el sector inmobiliario (donde hay certeza de fraudes gigantescos a Hacienda) para centrarse como objetivos fundamentales para aumentar la recaudación en autónomos, asalariados, parados y pymes, principales agentes de la economía sumergida, por mucho que ésta esté evitando el estallido social.

Valiente recomendación, que dejaría libre de inspección a los grandes patrimonios, pese a la reclamación hecha en ese sentido por el personal de Hacienda, que sugiere mirar los fondos que han ido al extranjero, los capitales en paraísos fiscales, el lavado de dinero negro, las organizaciones empresariales y criminales de los grupos mafiosos instalados en España. El asunto puede dejar perplejo a muchos. Si lo que se precisa es dinero, para qué conformarse con calderilla. Es de suponer que un gobierno socialista ha de tener otras ideas que la explotación de los más débiles y de las sufridas clases medias. Claro que si Zapatero no sabe qué hacer, que pregunte a Obama.

Lo que tenía que pasar, ha pasado. Zapatero llevada meses desbordado y sin pulso. Hoy es un cadáver político que todos, incluido Obama, esperan sea pronto levantado. Pero, antes, cabalgando después de muerto, ha de acometer el arreglo mínimo del roto sobrevenido, una vez más, por sus grandes errores de cálculo.

viernes, 7 de mayo de 2010

Política británica y antipolítica española

Los conservadores de Cameron han ganado las elecciones británicas celebradas ayer, pero no tienen la mayoría absoluta para asegurarse un 'gobierno estable'. Después de 36 años se vuelve en Gran Bretaña a un "hung Parliament" (un Parlamento colgado, sin dominio absoluto de ninguna fuerza). Así lo han querido los electores, que han vibrado como nunca en esta campaña, y no parecen muy preocupados con la posibilidad de que la política con mayúsculas se abra paso allí para formar un gobierno fuerte capaz de afrontar los graves problemas actuales, que aquejan incluso a los sufridos ciudadanos de las Islas. Un gobierno de coalición puede ser un gobierno estable si descansa en una mayoría sólida, cimentada en una voluntad decidida de sacar adelante un proyecto claro y ajustado a las necesidades del país. Brown llegó al poder sin ganar unas elecciones y es posible que quiera mantenerse en él habiéndolas perdido, pero por apasionados que puedan ser el debate y la negociación para formar gobierno, una vez producidos, el momento electoral y el post-electoral habrán pasado y el gobierno tendrá que ponerse a trabajar. Los únicos que pueden permitirse el lujo de continuar la fiesta son los verdes, que tienen derecho a celebrar ad infinitum el logro histórico de su primer escaño en Westminster, muy bien currado.

Si la política triunfa en Gran Bretaña en España profundizamos en la antipolítica. Lo mejor es no decir nada. Basta que uno se pregunte por el umbral de resistencia de España, y se produce la debacle. La caída de la Bolsa, provocada por los rumores infundados de los especuladores así como por las declaraciones insensatas de los máximos responsables políticos, pasará a los anales. España es vulnerable, mucho más de lo que los políticos están dispuestos a admitir. Por mucho que echen la culpa al 'mercado', que estaría minando los cimientos de las instituciones políticas -partidos, sindicatos y el propio estado-, el mérito del progreso de la antipolítica en España es todo suyo. De los políticos. Esperemos que para las sucesivas y abundantes elecciones que vienen, no proliferen como candidatos y candidatas los grandes talentos que se esconden entre tertulianos, folclóricos y demás farándula española que puebla los platós, para fundamental entretenimiento de los parados. No hay que descartarlo: puestos a aceptar la inutilidad de la política, podría ser más divertido para todos.

La política en España es un perpetuo electoralismo y ello niega el verdadero espacio para la política al tiempo que indigna a los ciudadanos, cada vez más. Todo lo que dicen y hacen los políticos se explica en cansina clave electoral. No durante dos o tres meses cada cuatro años, sino todos los santos días de la legislatura, que acaba siendo un auténtico via crucis hasta para los políticos. Como era de esperar, el encuentro Zapatero-Rajoy de esta semana ha sido un desencuentro. Hacía más de un año que no se reunían en Moncloa, y no ha sido precisamente un año cualquiera, pero no ha habido sorpresas. El flamante acuerdo sobre la reestructuración de las cajas de ahorro estaba ya cocinado (la elección de Rato, con el beneplácito de Rajoy, al frente de Caja Madrid no fue casual con vistas a esta ingente tarea), y poco más ha dado de sí la reunión (como no haya sido regocijarse en privado sobre el 'espléndido negocio', según dijo Zapatero, que va a suponer para España su contribución al rescate de Grecia). Durante la primera legislatura Zapatero practicó de manera deliberada y como gran estrategia político-electoral una política anti-PP, destinada a aislar -y hasta a sacar de la política española- al PP. Y ahora, durante la segunda, Zapatero busca escenificar unos acuerdos con el PP, que ni siquiera se pretenden realmente, con el objeto de limitar no ya los efectos electorales de la crisis, sino su directa responsabilidad sobre ella como gobernante, una vez que ha sido notorio que no ha hecho más que tocar a destiempo y con escasa habilidad política. Ni pacto económico, ni pacto de educación, ni nada de nada está dispuesto a aceptar el PP. Por puro electoralismo, dice el vicepresidente Chaves, y no le falta razón, pero sin reconocer que electoralismo es lo que ha hecho y lo único que sabe hacer el PSOE que él preside.

Los que se han quejado del ataque a Bono, a propósito de su súbito enriquecimiento, como respuesta del PP a los ataques sufridos por el asunto Gürtel, todavía vivo, se muestran sorprendidos ahora de que esa ofensiva haya sumado en los últimos días efectivos de la izquierda mediática afín a Zapatero. No está claro si eso responde a un deseo de apuntalar a Zapatero como candidato en 2012 o a un afán de controlar el proceso sucesorio en favor de Pepe Blanco, mago de la propaganda socialista durante la primera legislatura y ahora 'hombre de estado'. Pero no hay duda de que lo que se esconde detrás, también es electoralismo. Nada de esto fortalece las instituciones políticas y, sin embargo, influye negativamente en el mercado, aumentando la desconfianza. Grecia ha sufrido esta semana un estallido social. El gobierno de Zapatero parece ignorar la bomba de relojería que supone la actual tasa de paro española, en particular el número de familias que tiene actualmente a todos sus miembros en el paro y que han agotado o lo harán en breve todas las prestaciones sociales, que no pueden prorrogarse indefinidamente. España no es Grecia, pero puede serlo. Técnicamente ha salido de la recesión, al haber experimentado en el último trimestre un crecimiento del 0,1%, dato que se traducirá enseguida en nueva consigna de la antipolítica socialista. Pero, por más que no sea grato decirlo, la magia del 0.1 no va a ser suficiente, ni para salir de la crisis, ni para retornar a la política.

En el Reino Unido las grandes necesidades del país forzarán el inevitable acuerdo de gobierno (presumiblemente entre conservadores y liberales). En España, los acuerdos del gobierno son puro mercadeo político del partido en el gobierno para mantenerse en el gobierno, por lo que satisfacen normalmente a las minorías en contra de los intereses de la mayoría. Y así nos va. Zapatero ha llevado esa antipolítica hasta el paroxismo y, como era de esperar, sólo conduce a la deconstrucción (política, económica y social) y a la lucha/resistencia por la 'hegemonía' cultural (simple pretensión de 'dominación' ideológica), aunque sea cediendo parte del territorio (en beneficio de 'otros' intelectuales orgánicos), que es lo que se está lidiando actualmente en la batalla del Estatut catalán. Es bueno que se entrevisten Rajoy y Montilla, como han hecho esta semana. Que no falten las buenas formas en la política española. Pero, sobre todo, que no falten las ideas. Y eso es harina de otro costal, a la vista de la degradación que se acaba de hacer de la Biblioteca Nacional (como si ese fuera el lastre del Estado a la hora de reducir el deficit público). En el Reino Unido se ha introducido el debate de la reforma electoral. En España nadie quiere plantearlo en serio, aunque subyace en todos los diagnósticos de nuestros males. Como dirían viejos maestros, no corre prisa, pero es urgente. No estaría mal que, por una vez, británicos y españoles pudieran encontrarse en el 'justo medio'.