martes, 29 de septiembre de 2009

Nuevas paradojas navarras


El presidente del gobierno foral de Navarra, Miguel Sanz, ha puesto contra la espada y la pared a su hasta ahora socio de gobierno, CDN, y lo ha atravesado sin contemplaciones. Ha dado por roto el pacto político que unía a UPN y CDN desde hacía 6 años con la excusa de un pequeño desencuentro a propósito de la modificación de la ley del euskera, y esa circunstancia supondrá la salida inmediata de los dos consejeros de CDN del ejecutivo. Y quién sabe si la futura extinción del partido que fundara Juan Cruz Alli, y que ha escrito una página brillante del centrismo navarro.

En Navarra los otoños son movidos y se cae pronto la hoja. Un año después del inicio del vendaval político navarro, que provocó el mismo Sanz y se llevó por delante el pacto UPN-PP/PP-UPN para tener mayor libertad y capacidad de maniobra a la hora de entenderse con los socialistas navarros, se repite la misma historia y con idéntico propósito. UPN se arroja aún con mayor decisión en los brazos del PSN para llevar con brazo firme la casa de los navarros, y asegurarse que no caiga en manos de salteadores... (los nacionalistas que miran a Euskal-Herria). Otra cosa es que el PSN esté dispuesto a sostenerle.

UPN rompe pactos, uno tras otro, pero en su nueva estrategia da por supuesto que los socialistas tienen que serle fieles, y que lo serán. Exige a los demás la fidelidad que ella no es capaz de mantener. La relativa autonomía que Sanz reclamaba al PP es la que Sanz ha negado a CDN. Los pactos exigen votar juntos, ha argumentado con amnesia profunda. El único futuro que contempla para CDN es la integración en UPN o su desaparición. Tan segura se muestra UPN de sus encantos, que no le importa a estas alturas la incongruencia.

UPN se está empleando a fondo en fragmentar el centro-derecha navarro, paradójicamente para asegurar la gobernabilidad de Navarra y para mantenerse en el poder, fuente de su perenne juventud. Aunque no quiera ser del todo consciente de que a base de obligar a todos a reposicionarse, acabará por perder lo uno y lo otro, el poder y el atractivo, comprometiendo su propio futuro. Pues al final nadie quiere bailar con la más fea. Las papeletas siempre esconden sorpresas y paradojas, como pudo verse en Navarra con ocasión de las últimas elecciones europeas.

Sanz le está haciendo la cama a Barcina, recién estrenada como presidenta de UPN. Empeñado como está en escribirle un futuro de felicidad junto a Roberto Jiménez -el líder socialista navarro-, le hace un flaco favor. Prescindir del CDN sería un lujo que no puede permitirse la política navarra, alguien debería saberlo y hasta decirlo, aunque fuera el PPN, sólo para fastidiar. CDN dispone de una última oportunidad para marcar su territorio, su mensaje y su estilo propio de hacer política. Y la tiene que aprovechar. Al final, tampoco le viene tan mal la ruptura.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Impuestos social-revolucionarios


El presidente español Zapatero anda falto de recursos y no se le ocurre otra cosa que subir los impuestos. Como tampoco anda sobrado de argumentos, ha hecho lo de siempre, intentar cubrir sus carencias con discurso ideológico grueso. Se enfadó con los empresarios antes de las vacaciones por haber roto el "diálogo social", y ahora les responsabiliza de la crisis, del estancamiento de España, que se aleja del horizonte europeo de recuperación.

La crisis primero no existía, después era internacional y por eso afectaba a España. No había entonces más que declararse fiel seguidor de Obama, e imitar las medidas de otros gobiernos, para salir sin más de la crisis y conseguir que los españoles redoblasen su confianza en el líder Zapatero. Era más importante hacer ver que se hacen cosas, que determinar lo que había que hacer realmente. Y de golpe y porrazo el gobierno se ha encontrado con un déficit público y un paro indomable, como ningún otro país, que han hecho sonar todas las alarmas.

A Zapatero lo único que le preocupa es la gestión electoral de la crisis. Por eso reemplazó a Solbes por Salgado, para combatir los efectos desastrosos de la crisis en el plano político, y no propiamente en el plano económico. Ya no se habla de transformación del modelo productivo incentivando el I+D+i, porque se han paralizado hasta los presupuestos del ministerio de Garmendia, que debía impulsar ese cambio.

Se confía todo a un presupuesto de salvación, no económica ni nacional, sino simplemente política y personal. El ritmo histórico de crecimiento del paro y del aumento del gasto en la prestación por desempleo ha armado el discurso del gobierno, forzado a taponar las agujeros creados. Los empresarios critican duramente la anunciada subida de impuestos, porque -en buena lógica económica- es lo peor que se puede hacer en tiempos de crisis si se quiere restablecer la confianza y reactivar realmente la inversión, la producción y el consumo.

Pero parece que eso ya no importa. Zapatero no sabe explicar la fuerte subida de impuestos, su confusión es total al respecto, le ha espetado hasta Libération, nada sospechoso de neoliberalismo. Y es que Zapatero no ha ido más allá de un discurso trasnochado contra los "ricos" y los "poderosos", que no hace sino obviar su propia posición de poder y su política de "despilfarro" (caprichosa en todo caso, como quien dispone de algo que le pertenece y puede dispone de ello sin mayor justificación), y que se ve forzado ahora a rectificar por su misma inutilidad.

Ni a Zapatero ni a Salgado les preocupa que España pueda quedar descolgada de la recuperación económica. La derecha es el enemigo a combatir en esta guerra, la justicia del Estado está más en el lado de los gastos que de los ingresos, la solidaridad con los trabajadores por encima de todo. Zapatero va por libre. Contra la crisis y sus propios errores únicamente ofrece ideología. Cada vez de forma más extravagante e ineficaz. Porque puro envoltorio ideológico es también su proyecto de Ley de Economía Sostenible, cuando no hay detrás ninguna capacidad de poder realizar las inversiones necesarias para hacerla cuanto menos verosímil.

El pseudo discurso "social-revolucionario" de Zapatero para justificar la subida de impuestos hace más palpable el fracaso de su política, por más que puertas adentro llegue a satisfacer a algunos grupos de izquierda, cuyo apoyo pretende recabar el PSOE para aprobar los próximos presupuestos. Puertas afuera, Zapatero manifiesta otro tipo de extravagancia. En Estados Unidos, estos dos últimos días, no ha tenido empacho en afirmar ante la ONU que el cambio climático es el responsable de la recesión (aunque le preocupe más aquél, porque es más devastador que la crisis).

Más incalificable ha sido su aportación a la cumbre del G20 en Pittsburg. Zapatero ha advertido del riesgo de que pueda recuperarse el crecimiento económico sin que se produzca empleo. Como si pretendiera elevar a ley general lo que sin duda será el caso particular de España, con "una situación social muy difícil", y así poder seguir amparando en el contexto internacional la situación española. Al menos, no ha querido defender en este foro sus impuestos social-revolucionarios (que ni siquiera lo son, pues al final gravarán a las clases medias y a las rentas del trabajo). Para esto sirve el imponderable logro histórico de la presencia (provisional) española en el G20.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Guerra de desinformación

Es sabido que en toda guerra una de las armas fundamentales es la desinformación, al tiempo que se procura mantener alta la moral de los combatientes en cada bando con todo tipo de ceremoniales. El Comité Federal del PSOE de este fin semana cumplió el ritual previsto y no hubo lugar alguno a la autocrítica, ni se alargó más de lo habitual con Zapatero. El objetivo era doble. Oficiar ante los medios la ceremonia de la unidad del partido socialista, todos unidos en torno al Gran Capitán. Y reivindicar la autonomía del partido y su capacidad de decidir frente a las pretensiones y críticas recibidas desde algún medio, El País en concreto, en los últimos días. "No podemos dejar que nos escriban el guión". Es lo mismo que se escuchó hace menos de un año en el Congreso del PP de Valencia, cuando Rajoy dio un paso adelante para no dejarse condicionar por El Mundo y la Cope, que habían tenido atenazado al PP desde los trágicos sucesos del 11-M.

Las tornas han cambiado y por ello resulta cuanto menos curioso el editorial de hoy publicado por el diario
El Mundo. No cabe sino sorprenderse ante lo que dice, si el hecho no formara parte de la guerra de desinformación a la que se entregan los medios cuando entran directamente en el combate político. No deja de ser un ejercicio de cinismo que se elogie a Zapatero por no dejarse tratar como un "subordinado" por un grupo mediático, cuando eso mismo fue lo que quiso hacer El Mundo con Rajoy, y éste no recibió más que críticas del periódico en el momento que decidió "independendizarse" no consintiendo ninguna tutela de Pedro J. sobre el PP, y menos que como reina madre fuese el periodista quien plantease la cuestión sucesoria y hasta eligiera el sucesor, como de hecho hizo director de El Mundo apostando por Esperanza Aguirre.

De forma interesada, y no poco servil,
El Mundo se deshace en elogios hacia Zapatero reconociéndole "un esfuerzo por practicar el juego limpio en las relaciones entre el poder político y la prensa". Si fuera así, lo que sin duda muchos juzgarán algo discutido y discutible, no estaría mal que El Mundo se empeñara, por su parte, antes de dar lecciones a nadie, en hacer él también un esfuerzo por practicar un juego limpio en las relaciones entre la prensa y el poder político, trátese del gobierno o la oposición, que de los abusos y maldades en esa otra vertiente de la cuestión es tanto o más responsable que El País. Pero ya se sabe que en la guerra, como en la guerra.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Al ataque


El hecho se ha consumado. Con la ayuda de los nacionalistas catalanes, el gobierno ha conseguido convalidar en el Congreso el decreto de la TDT de pago que premia a los amigos-buenos y castiga a los amigos-malos, los cuales pasan a comportarse como enemigos suyos. La guerra está formalmente declarada y El País se ha lanzado al ataque. No se ha contentado con advertir a Zapatero de que va "a la deriva", sino que un editorial de ayer elevaba el tono del drama al señalar que se estaba "en la pendiente... hacia el abismo".

La salida de Solbes ha servido para justificar la dura ofensiva de Prisa contra Zapatero, y habrá que ver cómo se posicionan en esta batalla Chaves y Rubalcaba, si con el presidente del gobierno al que pertenecen, o con la vieja guardia felipista, de la que también forman parte, y a la que no deja de representar El País, con o sin el consentimiento del ex presidente socialista Felipe González, siempre próximo en cualquier caso al consejero-delegado de Prisa, Cebrián.

Si hasta ahora era Rajoy quien sufría una doble oposición (la paradójica oposición de la oposición que ha venido practicando el gobierno de Zapatero: una constante política anti-PP, y la oposición dentro del PP por parte del sector crítico), ahora es Zapatero quien se encuentra en esa situación: deberá soportar no sólo la presión inevitable de la oposición que ejerce el PP, sino también la que se está desatando dentro del PSOE. Tampoco estaba acostumbrado el líder socialista a aufrir el fuego de la prensa supuestamente amiga, como ha tenido que aguantar durante el pasado año Rajoy desde la Cope y El Mundo.

Nadie daba un duro por Rajoy y ahi está, más vivo que muerto, y ganando elecciones, y con un tanto más en su haber después de la salida de Losantos de la cadena episcopal y de la separación más o menos amistosa acordada entre Pedro J. y el polémico locutor. Está por ver la capacidad de resistencia de Zapatero en este terreno adverso, una vez comprobada su incapacidad para combatir la crisis. Y eso mientras no acaben por aparecer en El País las fotos de la reciente visita secreta de Zapatero a villa Berlusconi.

Claro, que el ejemplo de las huestes felipistas podría despertar a su vez los ánimos guerreros de la vieja guardia de Aznar, enrareciendo aún más el momento político y la densa atmósfera de crisis. Es lo que tiene la ultrapolítica, que a base de empeñarse en la destrucción del espacio presente y de cualquier puente hacia el futuro (del terreno común sobre el que puedan sentarse las bases de la convivencia y bienestar futuros), acaba siempre apelando a los salvadores (y fantasmas) del pasado. Cuánta fruslería política.

martes, 15 de septiembre de 2009

Debilidad y traición

Lo que no pudo, ni se atrevió a hacer el denostado Ibarretxe -años y años ideando, programando y anunciando su voluntad de celebrar referéndums para que el pueblo vasco expresara libremente su voluntad de futuro- comienza a realizarse en Cataluña, a escala local, bajo un gobierno autonómico de mayoría socialista presidido por un ex ministro de Zapatero, Montilla, que deja hacer a ERC, el socio republicano-independentista del PSC en la Generalitat.

El pasado domingo día 13 se celebró finalmente el anunciado referéndum independentista en el pequeño municipio barcelonés de Arenys de Munt. A pesar de que contaba con una prohibición judicial, el propio alcalde ha facilitado desde el primer momento el evento, aunque al igual que otros cargos electos su participación en la organización de la consulta ha sido únicamente “a título personal”. Lo de menos en todo este asunto son evidentemente los números.

Desde el gobierno de España, su ministro de Justicia Caamaño sigue empeñado en hacernos ver a todos que en Cataluña no pasa nada, tapados como él tiene los ojos, que ese parece ser su único parecido con la imagen clásica de la justicia. La vicepresidenta por su parte, insistía ayer en que la consulta se había hecho fuera de la Constitución y al margen de la legalidad, y que no tenía por tanto consecuencias legales. Qué tranquilidad, aunque de haber sabido Ibarretxe que esa iba a ser la reacción seguro que en su día se habría animado a continuar adelante con sus proyectos "fuera del sistema del estado", que a la postre de eso se trataba.

La vicepresidenta no contempla las consecuencias políticas que la propia indulgencia del gobierno ya ha acarreado. Los nacionalistas radicales tienen asegurada la diversión en Cataluña, País Vasco y Galicia para el resto de la legislatura. Van a faltar días del calendario para dar rienda suelta en los pueblos a todas aquellas consultas que puedan promover un "conjunto de ciudadanos", y a las que no habrá que dar la "mayor importancia", según el ministro. Por esas, fue una estupidez que se armara tanto revuelo durante la I República con el movimiento cantonalista de 1873 cuando ni siquiera había formalmente una "legalidad" republicana.

Zapatero está mostrando una imagen de debilidad tanto o más considerable que la que ofreció con ocasión de la negociación con ETA. España atraviesa una profunda crisis, no sólo económica, sino institucional y política, aunque para el entorno mediático de Zapatero lo único pintoresco de la jornada festiva del domingo en Arenys fue la irrupción de un grupo de Falange, acordonado por los Mossos d'Esquadra para evitar incidentes. La falta de respuesta desde la ley y las instituciones no solo dificulta el proceso de reversión de la crisis, sino que la acentúa, por más que se puedan activar distintos mecanismos rituales para ocultarla o minimizar sus efectos, por un lado, o para escenificar como "normal" el irremediable cisma, por otro. De Rodiezmo a Arenys de Munt, aun bajo formas y procedimientos diversos, hemos asistido, con todo, a un mismo ritual: el de la debilidad de Zapatero.

El goteo de bajas entre los ministros cesantes de Zapatero refuerza esa misma impresión. La última de ayer, la de Pedro Solbes, no por anunciada ha sido menos efectiva en este contexto. Solbes no ha llegado ni como ministro ni como diputado al horizonte de 2010 que se había fijado cuando Zapatero consiguió vencer su resistencia para que le acompañara en el camino de la reelección como número dos de Madrid. Todo un signo de las dificultades que atraviesa el actual líder socialista. Y todavía puede haber algún número dos más, también ex ministro, utilizado por Zapatero y dolido con él, que le abandone en silencio. Algún medio ha publicado que Zapatero se refiere a ellos como "traidores".

En su soledad haría bien Zapatero en mirarse en el espejo de los mitos que él mismo ha alimentado como gobernante. No ha habido presidente de gobierno español en la democracia que no haya pretendido, de una manera u otra, emular a Azaña, aunque en el caso de Zapatero se haya resucitado la visión más oscura del personaje, que había sido felizmente superada. Azaña, que había sido el gran mentor del estatuto catalán de 1932 se sintió poco después, con motivo de los sucesos de 1934, traicionado por los catalanes, sufriendo una gran decepción.

La decepción de Zapatero es, sin duda, de otro tipo. Zapatero se lanzó a la aventura del nuevo Estatut no a partir de una idea de España y pensando en España sino desde el interés personal y partidista de asegurarse una mayoría parlamentaria a largo plazo con los nacionalistas. Zapatero es ahora víctima de su propia cortedad de miras y hasta rehén, no ya de los nacionalistas de ERC, sino de los mismos socialistas catalanes, que lo chantajean no menos que aquellos. Zapatero no puede desmarcarse del tripartito catalán porque necesita a los pequeños grupos de izquierda para la aprobación de los presupuestos de 2010, que es el paso inmediato para la supervivencia política, más allá de la inutilidad de esos presupuestos para salir de la recesión (que es lo que ha precipitado la salida de Solbes). Aunque de forma paradójica esta vinculación de Zapatero al tripartito catalán sea ahora mismo letal para Zapatero (en el resto de España) y para el tripartito (en Cataluña), en beneficio de PP y CiU.

A Zapatero no le están traicionando porque se encuentre débil. Zapatero está siendo traicionado por la debilidad de su propia política. El "lapsus" de Evo Morales, de visita en España (en esta semana intensiva de visualización de la política exterior zapaterista), hablando de su encuentro con el "canciller" de la "república de España" y de la "autodeterminación de los pueblos"· ha parecido en estas circunstancias de todo menos un lapsus. Si alguna vez lo pensó Zapatero, está claro que a estas alturas es una ingenuidad suponer que el cambio de la estructura del estado puede contentar a los nacionalistas. No fue la política del último Aznar, ni será una posible sentencia desfavorable del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, sino Zapatero lo que ha dado nuevas alas y pueda seguir dándolas al nacionalismo, que lejos de aquietarse con lo que recibe del Estado nunca renuncia a sustituirlo. Esta lección tampoco debería olvidarla el PP, posiblemente llamado a entenderse de nuevo con el "nacionalismo moderado" de CiU por todos los errores de cálculo de Zapatero y por los efectos de su misma gestión desastrosa de la crisis española.

Esa circunstancia, según el sentir del sector más crítico a Rajoy dentro de las propias filas populares, ya estaría condicionando desde hace tiempo la política no menos "débil" del líder del PP, "traicionando" los principios y valores de su partido, y aumentando en cualquier caso el desencanto español actual. Como si no fuera posible salir de ese círculo dentro de la política española.

sábado, 12 de septiembre de 2009

El silencio de los intelectuales (y III)


Los intelectuales, hombres de ideas y de universidad, apenas se hacen visibles en el debate político español, y los que lo hacen parecen a veces más interesados en hacer caja en las tertulias radiofónicas o televisivas, plegándose a los requerimientos de la política como espectáculo, que en hacer valer sus ideas y un tipo diferente de discurso. Más desconcertante resulta todavía ver cómo algunas buenas cabezas existentes dentro de la política española acaban por ceder a la lógica del discurso sectario, y se sujetan con auténtica fruicción al argumentario (infantil) del manual del elector del partido de turno, pensando que así prestan un importante servicio al país. Se pudo ver con ocasión de la última campaña al parlamento europeo. Para hacer eso, mejor le habría ido a algún candidato de buen pedigrí universitario aprovechar los mítines para tocar la guitarra, como había pensado en un principio.


Peces-Barba, en un celebrado artículo publicado en El País (29-08), se ha referido recientemente a algunos engaños y errores de la política española. El eco fundamental que sus palabras han tenido, queda referido a las últimas líneas, donde se refería a lo que entendía como el error más de fondo del presidente del gobierno: su preferencia por la juventud sobre la experiencia, lo cual había provocado dentro del PSOE algunos "exilios" (citaba los nombres de Jauregui, Lopez Aguilar o Caldera, a los que cabe añadir el de Jordi Sevilla y en los últimos días) y explicaba la bisoñez con que decide y actúa Zapatero. Poco caso se le hizo a la vista del ritual de Rodiezmo. Pero lo llamativo del artículo es que para dirigir esa crítica (junto a algunas referencias al aborto y al Estatut catalán) el antiguo padre de la Constitución, ex presidente del senado, ex rector universitario y ex colaborador de Zapatero (como Comisionado para las Víctimas del Terrorismo en la pasada legislatura), tenga primero que alabar aciertos tan inverosímiles como la política exterior del gobierno, cuando ayer mismo el recibimiento del rey y de Zapatero al dictador venezolano Chávez debiera hacer reflexionar sobre lo contradictorio que resulta negociar aquí con su petroleo y su gas al precio del desprecio  o persecución que hace el dictador de todos los intereses de los españoles y de lo español allí. 

O que Peces-Barba tenga a continuación que emplearse a fondo en la crítica al PP, como si todo ello fuera preciso para legitimarse ante los "suyos" y poder afirmar lo que tenía ganas de decir respecto al partido en cuya órbita siempre se ha movido. Y, sin embargo, desde el otro frente, el atrevimiento de Peces-Barba ha llegado a interpretarse como si los intelectuales (de izquierdas) hubiesen abandonado a Zapatero (J.A. Zarzalejos), cuando en realidad lo que ha conseguido Zapatero es alejar a los intelectuales de su entorno, manteniéndoles en silencio, no se sabe en razón de qué suprema lealtad (en todo caso a una ideología antes que al pensamiento o conciencia individual). Son los efectos de la ultrapolítica, a la que parecen haberse sometido los intelectuales para su propio descrédito. Zapatero quema (y los políticos que empezaron con él lo saben), pero nadie explota. Incinera los cadáveres políticos, pero quienes tuvieron algún alma intelectual no resucitan con ella como auténticos espíritus libres, y acompañan a los intelectuales que permanecen en el limbo. El ex-ministro de cultura César Antonio Molina abandona también su escaño parlamentario para regresar a la universidad, pero sin decir una palabra, por ducho que se le suponga en materia  literaria.

Es urgente el regreso de los intelectuales. Es misión suya -lo han hecho con mayor o menor fortuna en España en otras épocas- combatir la incertidumbre y la desorientación que acompaña al actual cuestionamiento e inestabilidad de las instituciones, lo cual, lejos de dirigirse a una sólida recomposición del sistema, apunta a la temeraria disolución del existente. Desde esa perspectiva -y corresponde igualmente a los intelectuales ponerlo claramente de manifiesto y extraer sus consecuencias- cada vez es más preocupante el profundo divorcio existente entre las preocupaciones y sentimientos del país y la vida política de los gobiernos y de los parlamentos, tanto a nivel nacional como autonómico.


Es misión de los intelectuales alentar de manera decisiva la moralización de la política, y contribuir al desarrollo de una nueva ciudadanía activa y virtuosa, mucho más responsable y participativa, según el viejo ideal jacobino. Pero renunciando a la pura demagogia y propaganda, o a formas de ritual político periclitadas, que inducen a la polarización y militarización de la sociedad o de la política, atentando de forma grosera contra la independencia personal y la inteligencia de todos; y que no pueden, en cualquier caso, sobreponerse a la defensa y respeto de las reglas institucionales.


¿A qué esperan los intelectuales? No se trata de formar el "partido de la inteligencia", resucitando el espíritu elitista (y en esto decimonónico) de Ortega y Gasset. Pero sí se les puede pedir que al menos se oiga su voz, y sin complejos, aunque para algunos sea pura reminiscencia del viejo espíritu del 68. Nadie piensa que sean un adelantado de su tiempo, ni confía en la candidez idealista o narcisista de quienes sueñan con la transformación mágica de la realidad al solo soplo de su pensamiento. Se debe esperar de ellos, no obstante, que alienten el proyecto, el "afán de llegar" que favorezca la articulación de pensamiento y acción indispensable a todo reformismo social. España lo necesita.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El silencio de los intelectuales (II)

Una convicción de los intelectuales españoles del primer tercio del siglo XX -la edad de plata de nuestras letras- era que la demagogia no solucionaría ninguna de las dificultades y problemas que afectaban a la política y a la vida del país. Por eso algunos temían a la democracia que pudiera surgir desde abajo y se contentaban con preconizar la revolución o las reformas desde arriba. Hoy, parece que nos hemos contentado con que los gobiernos se formen después de las elecciones (en lugar de que las elecciones se hagan después de formar gobierno, para poder controlarlas, como sucedía en la España de la Restauración), y hemos vuelto a dar rienda suelta a la demagogia.

Nuestra vida política parece instalada en un permanente período electoral y, por consiguiente, en una continua conquista del voto. Nada importa verdaderamente sino eso, y como no hay descanso, resulta muy poco convincente el argumento de que para poder desarrollar un proyecto hay que ganar primero las elecciones, porque al final no existe otro proyecto que ganar las siguientes elecciones. Las pocas ideas que pueda tener un político se traducen en simples previsiones estratégicas o tacticistas. Y mientras, los problemas que acucian a los ciudadanos no hallan solución, porque las soluciones requeridas puede ser dolorosas, y lo políticamente correcto -la política que da votos- se acompaña siempre de una ética indolora, aunque por el camino se sacrifique la verdad. Los españoles, en la actual crisis, han acabado por saberlo.

La política de Zapatero se ha entregado más que ninguna otra a la demagogia, y sigue haciéndolo, como se ha comprobado en el inicio del curso político del PSOE con la fiesta-mitín celebrada en Rodiezmo el pasado fin de semana. La simbología del puño en alto, como signo de identidad obrera (y de cercanía a los trabajadores que tanto sufren en estos momentos difíciles), ha sido muy comentada. Lo que invita realmente a la reflexión no es el anacronismo del gesto, sino que lo hagan visible los miembros más jóvenes del gobierno o del partido ("miembras" en este caso, según la terminología acuñada por alguna de ellas) y que más se han destacado por su falta de ideas y de discurso, a la par que por su torpeza política. El temor a la huelga general de los sindicatos, a que se pueda acusar al gobierno de cualquier recorte social, permitió que se lanzaran en Rodiezmo acusaciones a los empresarios que, molestos con Zapatero y su política económica, acaban de anunciar su próxima movilización. Presenciaremos así lo nunca visto en treinta años de democracia en España: la concentración de los empresarios contra el gobierno. Otro logro de Zapatero.

Cuando la demagogia sustituye a las ideas y al verdadero estudio de los problemas, la política se convierte en ultra-política, según la terminología utilizada por Zizek. La ultrapolítica es la forma de negación del momento político más insidiosa y radical. Hurta la verdadera lógica del conflicto político al extremarlo mediante la militarización directa de la política, es decir, reformulando la política como una guerra entre "nosotros" y "ellos" (el Enemigo), eliminando de esa manera cualquier terreno compartido. El juego sucio y la implicación en él de las propias instituciones del estado forma parte de este modelo bélico. La imagen de esta semana de Garzón declarando como imputado ante el Supremo por un supuesto delito de prevaricación en su pretendida causa contra el Franquismo forma parte de esta guerra política. El País, apoyo logístico de Garzón en la ofensiva Gürtel, se ha escandalizado y ha hablado de venganza de la ultraderecha contra el juez de renombre internacional. Pero la degeneración de la política española en ultrapolítica es mérito principal de Zapatero.

jueves, 10 de septiembre de 2009

El silencio de los intelectuales (I)


El término de intelectuales puede resultar pedante, pero hombres de ideas preocupados por la política afortunadamente no han faltado en la historia. Destutt de Tracy, introductor del término "ideología" a finales del XVIII, aspiraba a que ésta fuera una auténtica ciencia superior de las ideas, socialmente útil y orientada a la transformación de la sociedad. El liberalismo reunió al político y al intelectual en la misma persona convirtiéndole en la piedra angular de la construcción del estado de derecho. Luego, el divorcio de pensamiento y acción, consustancial al adveninimiento de la sociedad de masas, fue visto con tintes pesimistas por parte de los intelectuales, pero consagró el concepto y la figura del intelectual como conciencia crítica frente al poder político y frente a las propias ideologías, entendidas cada vez más como falsas y/o totalizantes representaciones de la realidad que impiden el verdadero conocimiento de las cosas y el progreso de la libertad. Claro, que no han faltado en los tiempos más recientes "intelectuales orgánicos" al servicio de la ideología dominante, dispuestos a sostener el poder o a cambiarlo por medio de una "revolución cultural".

De todo ello hay muchos ejemplos en la historia intelectual de España. De Feijoo o Jovellanos a Alcalá Galiano y Castelar; de Cánovas a Costa, de Giner de los Ríos a Ortega y Azaña, de Fernando de los Ríos a Julián Marías o Tierno Galván. Intelectuales de orientaciones diversas, con verdadera sensibilidad por el saber y el poder de la palabra, y que compartían un mismo afán en términos de voluntad de entendidmiento, de convivencia, de civilismo, de construcción efectiva del Estado constitucional, de dignidad parlamentaria y reputación del poder político, de rechazo de la violencia, de modernización y de apertura a Europa. Intelectuales que albergaban, en suma, una misma preocupación por el devenir de España, y que hoy curiosamente parecen haber desaparecido, bien porque no merecen o no se les concede esa consideración, o -lo que es más triste- porque callan vergonzamente. Al menos, lo han hecho hasta ahora generalmente, retirados en su torre de marfil o comprando su silencio al calor del presupuesto público, sin atreverse a criticar a quien generosamente le paga, o querría que pagase sus servicios, y a ello dedica sus desvelos para ejercer después "libremente" la "profesión". La profesionalización de la política no ha generado únicamente una política inconsistente, sino también un intelectual inconsistente, absolutamente silente, bien porque se ha acomodado al poder, bien porque se ha retirado o desentendido completamente de lo que sucede en el espacio público.


Zapatero tiene buena parte de responsabilidad en esta nueva versión de "la traición de los intelectuales" (el célebre título de Benda). Zapatero ha presumido inocentemente de contar con el apoyo de los intelectuales, cuando de lo que ha disfrutado más bien ha sido de la compañía y complicidad cortesana de un significado grupo de "artistas", tan ensalzados y alimentados desde el poder en su calidad de portadores de los "nuevos valores" culturales, como denostados por la oposición como simples "tiriteros" o "socialistas millonarios", que claman contra la guerra y otras injusticias, o consienten con ellas, en función del guión establecido o la oportunidad del contexto. Lejos de erigirse en una voz crítica hacia el poder, estos nuevos "intelectuales orgánicos" no forman más que un coro que acompaña a la política-propaganda del socialismo de Zapatero, muy alejada por demás de otras luces y letras que no sean los focos y los tipos de los platós y pantallas de televisión. Algunos reprochan estos días a este coro de celebridades que no alcen su voz contra la presencia de España en la guerra de Afganistán, o contra el envío de nuevas tropas para "imponer la paz" allí, cuando lo que habría que echarles en cara es que se hayan prestado estos años a jugar con una palabra como esa, PAZ, montando la llamada Plataforma de Apoyo a Zapatero, que resulta tan sorprendente(mente ridícula) como el logotipo ZP o el símbolo de la ceja, que sin duda no pasarán a los anales de la Historia.

Reducidos los intelectuales a esta categoría fabricada por Zapatero, no es de extrañar en el fondo que (los auténticos) hayan desaparecido del escenario. Pero no es ésta razón suficiente para su silencio, insensibles, parece, al delicado momento que registra España, golpeada severamente por la crisis y llena de incertidumbre con vistas al futuro, no sólo en el ámbito económico, aunque los datos galopantes del paro y del déficit público resulten por sí mismos estremecedores. Resulta igualmente preocupante que la prensa, o cuanto menos la que se declara independiente y de ideas, y que se le suponía llamada a prolongar la función intelectual dentro de una sociedad democrática y de masas, únicamente se atreva a elevar un pensamiento crítico cuando (después de haberse lucrado a la sombra del poder) sus intereses económicos comienzan a peligrar. El País, que ha cubierto no informativa sino políticamente muchos desaguisados del gobierno del PSOE en los últimos años, ha hablado ya hace unos días -con mucho retraso respecto a la percepción de la ciudadanía- de una España "a la deriva" bajo el débil pulso de Zapatero (imagen que éste ratificó en el debate parlamentario de ayer, y que Rajoy aprovechó simplemente para ir a lo suyo). Aunque no hay mucha esperanza de que dicho periódico pueda volver a sentar "autoridad" ni marcar el rumbo de las ideas, a la luz del amarillismo de que ha hecho gala también  últimamente (fotos de las fiestas privadas de Berlusconi o, aún más, de la prostitución en las calles de Barcelona). Pero de eso -de la partidización y creciente frivolidad de la prensa y otros medios de comunicación en España- puede vanagloriarse igualmente Zapatero. Un dudoso mérito que no ha bastado para hacer reaccionar a los intelectuales.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Cataluña / España: cuestión de preámbulos

No todos los hombres saben lo que dicen; y a algunos, sobre todo si son políticos, no se les perdona. Menos desde la derecha, por muy evangélica que del otro lado la supongan. Es lo que le ha pasado a Rubalcaba, después de que se le ocurriese afirmar que "España no puede negar la decisión del parlamento catalán", frase que ha corrido como la pólvora en las últimas 48 horas, y ha armado algunos trabucos, cuando los nervios siguen vivos a la espera de que el Tribunal Constitucional se decida a pronunciar su sentencia sobre el Estatut.

Particularmente solemne en la respuesta al ministro se ha mostrado Alejo Vidal-Quadras, el chivo expiatorio de Aznar cuando éste pacto con Pujol (CiU) en la primera legislatura que gobernó el PP. En una carta abierta (publicada por LaNación.es), el catedrático de Física y actual europarlamentario del PP sale por la tremenda, dando lecciones de metafísica y de moral, cuando reprocha a Rubalcaba que diga "disparates monumentales" y que falte a las "solemnes promesas" realizadas al tomar posesión como ministro y diputado.

Vidal Quadras, a quien nadie puede negar su condición de político inteligente y brioso, se permite recordar lo que Ortega y Gasset, por otra parte, expuso ya con claridad en los debates de la Segunda República. La diferencia entre soberanía y autonomía. La primera, asociada al poder constituyente, y que corresponde en exclusiva -tal y como recoge la vigente Constitución de 1978- al pueblo español en su conjunto, a la nación española, depositaria de esa soberanía indivisa, y de donde nace el derecho a la autonomía consagrado por los Estatutos. La autonomía subordinada, pues, a la soberanía. Esto se puede explicar de muchas maneras (de hecho, en la Segunda República, Azaña difería en el modo de hacerlo de Ortega), pero en lo fundamental, a partir de esas categorías, está claro que no es Cataluña quien puede imponer sus decisiones a España (otra cosa es que deba hacerlo España a Cataluña).
¿Por qué has pronunciado públicamente unas palabras que hacen un daño inmenso a la Nación a la que te has comprometido a servir y que sabes sin ningún género de duda que son falsas?
La pregunta de Vidal-Quadras a Rubalcaba es retórica (sin necesidad de abrir una discusión acerca de lo verdadero y lo falso). "Espero con impaciencia tu respuesta o tu silencio". Seguramente lo segundo, porque el ministro había querido explicarse la víspera. Según el ministro, únicamente se había referido a la incorporación del término nación al preámbulo del Estatut, y a la forma en que figuraba en esa parte del texto, aludiendo a la declaración aprobada por el parlamento catalán sobre el propio "sentimiento" de identidad catalana. La pre-respuesta de Rubalcaba a la pos-pregunta de Vidal-Quadras también es retórica, pues a nadie se le escapa el fondo político del asunto.

Decir que el preámbulo no tiene carácter o valor normativo y que por ello poco importa lo que diga, es un simple bote de humo, más viniendo del ministro del Interior y, a la vez, el miembro más avezado del gobierno. El preámbulo no tiene un puro interés cultural o de contextualización del momento político en que se aprobó la norma y que deba ser recordado. Persigue, como es lógico, iluminar y llenar de sentido político todo el articulado (parte del cual responde evidentemente a la lógica de la soberanía catalana recogida ahí).

Y si no que se lo pregunten a los navarros, que bien que se preocuparon de sentar en el preámbulo del Amejoramiento del Fuero (1982) la doctrina del Pacto, y casi se mueren del susto cuando por error desapareció ese preámbulo de la publicación de la Ley en el BOE (y hubo que volver a publicarla). Ese preámbulo sigue condicionando la política navarra (y las relaciones de Navarra con el País Vasco y con el gobierno de España, en un sentido estas últimas que bien desearían los catalanes en algún aspecto, por más que en el texto navarro no se hable de nación ni de soberanía originaria).

Por ello, y sea cual sea la sentencia del TC, ya que presume Rubalcaba de haberse "currado" en su momento las enmiendas del parlamento español al Estatut catalán, ya podía decirles a sus correligionarios y antiguos socios catalanes que podían ellos también haberse currado en su día algo más el susodicho preámbulo, que para ser una pieza expositiva llamada a la posteridad, bien merecía un poquito más. No ya de estudio previo o de conocimiento de la historia, sino de finura para el uso político de la misma y para su propia escritura.