domingo, 29 de marzo de 2009

Europeísmo y aborto

España es el problema, Europa la solución. La mente orteguiana ha nutrido de forma vigorosa el europeísmo español que, una vez recuperado con fuerza durante la Transición, se manifiesta cada vez más hueco. Como si bastara declararse europeo, para que la contribución española al proyecto de Europa fuera efectiva, y los problemas inherentes al mismo desapareciesen. El pensamiento mágico que tanto gusta a Zapatero, poco tiene que ver evidentemente con Ortega.

Zapatero se adelantó entre los primeros a refrendar la Constitución europea, sin que mediara en España debate ni pedagogía alguna para su conocimiento (fue algún periódico y no el gobierno quien se encargó de repartir a la ciudadanía ejemplares de la constitución para su conocimiento antes de votarla). Tampoco se han escuchado agudas reflexiones al líder mundial español tras el fracaso posterior de ese proceso de aprobación en algunos países de mayor pedigrí europeo. Y no parece que durante esta campaña de las elecciones europeas tenga previsto el PSOE ilustrarnos sobre la problemática del Tratado de Lisboa.

Aunque cueste reconocerlo, tenemos poco que decir de Europa, y en Europa. Nuestras energías se desgastan mirándonos hacia dentro, y aún no andamos sobrados de educación política. Hacemos responsables a la crisis mundial y europea de nuestros males, y en un acto sin duda de desesperación ya únicamente somos capaces de contemplarnos en el espejo europeo para querer homologarse con algunos países en materia de aborto. Cuestión que ni siquiera figuraba en el programa del PSOE de las pasadas elecciones generales, pero que ahora se antoja urgente y acuciante: pasar de la despenalización del aborto (en determinados supuestos) a su reconocimiento como “derecho”, “para que ninguna mujer que aborte tenga que ir a la cárcel en España” –Bibiana la ministra dixit (como si las cárceles españolas estuvieran llenas por ese motivo).
Gobierno y Conferencia Episcopal parece que trabajan juntos. La campaña de los obispos, compitiendo en el terreno del marketing y de la propaganda, ha sido un éxito desde el punto de vista de la comunicación (a nadie le ha pasado desapercibido el cartel del lince compartiendo protagonismo con el infante ibérico), pero despierta serias dudas. Si hace tiempo que las ideologías tienden a presentarse como “religiones seculares” (Benda, Aron), erigiéndose en soporte fundamental del sentido y de los valores, resulta confuso y problemático (máxime en España) que la “religión verdadera” comience a percibirse (de nuevo) como una ideología. Como en la anterior legislatura, el PSOE busca, por pura estrategia electoral, que se identifique al PP con el partido de la jerarquía eclesiástica, y a ésta conducida por el cardenal Rouco como firmemente anclada en el nacional-catolicismo franquista.

Las primeras declaraciones del PSOE ante las manifestaciones del domingo que han recorrido distintas ciudades españolas en contra del aborto, han insistido en que es el PP la mano que mece no se sabe qué cuna en este caso. Qué paradoja ver a un ministerio llamado de la igualdad afanarse en la defensa del aborto como un derecho de las mujeres. La titular de ese ministerio inútil ha pasado de comunicarse inicialmente con un lenguaje pictográfico (mostrando carteles simplistas en sus comparecencias públicas) a proferir frases ininteligibles como que el propósito de la reforma de la ley del aborto es proteger no se sabe qué cosa viviente hasta que pueda ser independiente de la madre. Si eso no se comprende hablando de aborto, menos aún ha conseguido explicar la niña ministra lo fundamental: cómo se entiende –desde una perspectiva socialista– que en nombre de la igualdad se ignore o se vaya directamente contra los débiles y los más desprotegidos, que en este caso son evidentemente los no nacidos.

No existe el menor interés por debatir, ni desde el punto de vista sociologico, ni cientifico, ni moral el drama del aborto. No digo la ministra, pero ni siquiera el comité de expertos precocinado por ella ha sido capaz de decir nada respecto a la Declaración de Madrid firmada por personalidades de diversos ámbitos de la vida académica y científica. El tema en cuestión no admite planteamientos demagógicos, simplistas o frívolos, por ninguna parte. Y todos deberían velar por la coherencia global de los mensajes que se lanzan. No deja de ser curioso que el PSOE parezca más empeñado en negar las raíces cristianas de Europa, que las raíces islámicas de España. Las dos son históricamente ciertas, y habría que preguntarle a Zapatero cómo encaja la propuesta de aborto libre desde los 16 años, y al margen de los padres, dentro de la Alianza de Civilizaciones que propugna. Que lo cuente en la cumbre de Istambul.

Se equivoca el PSOE si piensa que la solución a los males de Zapatero, no ya de España, es el aborto. El aborto no aporta bien a nadie. Su apuesta por hacer del aborto un argumento de las elecciones europeas, buscando la salida de los obispos y del PP en procesión, es un error. No han faltado voces duras y discrepantes en sus propias filas, como la de Rodríguez Ibarra, peso pesado de la vieja guardia felipista, proponiendo que la reforma planteada de la ley del aborto se lleve a votacion dentro del Consejo Federal del PSOE, antes de trasladar el debate a la sociedad española, y que se someta luego a referéndum. Ni más ni menos. Más allá de errores, lo que viene a manifestarse es una gran carencia moral y politica en esa curiosa amalgama de europeismo y aborto.
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miércoles, 25 de marzo de 2009

Política inconsistente

La política es preocupación por la polis, pero puede convertirse en una simple ocupación, profesión o juego, hasta hacerse inconsistente.

La política ocupa a muchos y se ha convertido para muchos en toda una actividad profesional en la que se cifra el sustento, el ansia de reconocimiento, la ambición de promoción y el disfrute de los placeres de la vida. Todo ello hace que la clase política se mire cada vez más a sí misma y se presente alejada de los ciudadanos. En lugar de considerarse servidora e instrumento del estado para proporcionar soluciones a los problemas y necesidades de la gente, ofrece la triste impresión de hallarse mucho más afanada en su enriquecimiento y en dar rienda suelta a su narcisismo. España no es precisamente una excepción.

Aunque se ajuste a la legalidad (mientras no se demuestre lo contrario), resulta desde luego sumamente antiestético que el tesorero de un partido haya atesorado una fortuna personal, por importante que pudiera ser su "patrimonio preexistente", por muchos impuestos que pague y gestos de transparencia quiera hacer el señor Bárcenas, todavía tesorero del PP. No menos preocupante se ofrece que una vicepresidenta del gobierno pueda vulnerar la legalidad en el ejercicio del derecho de voto, y pretenda poner el estado a su servicio para encubrir el fraude, por el simple capricho de cuidar su imagen y querer presentarse como cercana ante sus conciudadanos y presuntos iguales, residiendo en un lugar inhabitable en la práctica.

Nuestra cultura política se funda en la soberanía de la nación, en la detentación del poder por parte de los ciudadanos, y en el ceremonial de la representación política, que vincula a los gobernados con los gobernantes confiriendo a aquellos la posibilidad de cambiar a éstos. Pero en la práctica el poder de unos y otros es muy diferente. Al final la distancia entre los políticos profesionales y la ciudadanía es muy grande. El poder y la capacidad de decisión reside realmente en los partidos, en los medios de comunicación, en los grupos de interés que sustentan económicamente a unos y otros. El ámbito de poder de los ciudadanos es muy restringido y ha sido previamente delimitado por esos políticos profesionales y sus aliados. A la hora de la verdad el ejercicio del auténtico poder por parte de la ciudadanía se limita a unos pocos minutos, cuando son llamados a la urnas.

Nuestra clase política parece obviar esta realidad, por más que su fría consideración debiera impulsarles a ganarse honestamente el favor de los ciudadanos. Pero no. Ni siquiera en periodo electoral, como sin duda estamos en España, recién salidos de unas elecciones autonómicas y encaminados a unas elecciones europeas, el próximo mes de junio, que una vez más se plantean en España en clave de política interna. La proximidad de las elecciones y las campañas electorales tendrían que hacer aflorar el doble discurso del hombre de estado y del político modesto, humilde servidor a la postre de la res publica. En la España de Zapatero, sin embargo, sigue predominando el discurso y las operaciones de propaganda, con mayor carga populista si cabe, a expensas incluso de una imagen coherente del gobierno (no ya de España), como se ha visto en los últimos días con la entente Zapatero-Chacón, a propósito de la decisión de retirar las tropas de Kosovo, pretendiendo reeditar el juego de Irak con un presidencialismo barato.

La proximidad de una cita electoral, o la efervescencia de un clima preelectoral, tendría que favorecer la simbólica del arrepentimiento y hasta de la penitencia pública, por parte de los políticos profesionales. Es la ocasión para salir al encuentro de la ciudadanía, pedirle perdón y reconciliarse con ella (como en la parábola evangélica del hijo pródigo). Nada más alejado de la realidad española. La prepotencia es un signo de identidad propia. En el gobierno y en la oposición. Ni Zapatero reconoce errores, ni líderes como Esperanza Aguirre están dispuestos a dar su brazo a torcer, aunque ello pueda acelerar la destrucción de sus carreras políticas.

Rajoy se pliega a una tregua con la presidenta madrileña, en pro de la unidad del partido, renunciando a proseguir con la investigación interna sobre la trama de espionaje-corrupción del PP de Madrid. Quien obtiene inmediato beneficio de ello es Esperanza Aguirre, que detiene momentáneamente su caída en desgracia. No Rajoy, con quien no ha fumado la pipa de la paz y sobre quien volverá a saltar para disputarle sinuosamente el liderazgo del partido a poco que los resultados de las elecciones europeas se lo permitan. Se prefiere la simulación ante los electores antes que una depuración de responsabilidades políticas previa a la cita electoral, aunque esto segundo sería seguramente más beneficioso en votos.

No se contempla ni se admite ninguna ceremonia de humillación, ensimismados como están los políticos profesionales y sus fuerzas mediáticas en sus propios combates. No menos sorprendente aparece la actitud de las organizaciones sindicales que renuncian en España a elevar a los humildes y desfavorecidos, sin movilizarse contra el gobierno socialista de Zapatero (a diferencia de lo que sucede en la Francia de Sarkozy), aunque sí lo hagan contra los gobiernos autonómicos dirigidos por el PP. Esa ofuscación de los "poderosos" (incluidos los sindicatos) no pasa desapercibida a los ciudadanos. La política inconsistente puede ser soportada y hasta ofrece divertimento y espectáculo en tiempos de bonanza, pero resulta insoportable y acaba mereciendo el castigo implacable de las urnas en tiempos de crisis, cuando la sensibilidad ciudadana está a flor de piel y no consiente infantilismos políticos.
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domingo, 22 de marzo de 2009

Roto internacional

El líder mundial Zapatero ha hecho un roto internacional sin quererlo. No lo ha hecho adrede, porque entonces sería puro masoquismo, pero lo que ha sucedido con el anuncio de la retirada de las tropas de Kosovo es señal de cómo andan las cosas en las Españas en general, y en La Moncloa en particular.


A Zapatero le ha sucedido con la cosa internacional lo mismo que con la economía, que de saber poco ha pasado al menos a cogerle el gustillo. Según nos ha venido diciendo, gracias a su ilusión y entusiasmo España no sólo se ha convertido un agente eficaz de la paz, sino que iba realmente a contar en el concierto internacional, ahora que Obama es el director de orquesta. Con estos antecedentes no se acaba de entender un error de cálculo de semejantes características. No hay nada mejor para demostrar que uno es amigo de Obama y que Obama puede apoyarse en uno que hacer lo que a uno le venga en gana, sin confiarse a Dios ni al diablo. Da igual el instrumento que uno toque, pero es evidente que ningún director de orquesta puede entender ni permitir que un músico se levante y se vaya, sin mayores explicaciones, a mitad de interpretación. Y esto es lo que ha ocurrido. Lo menos que puede decir quien lleva la batuta es que está "profundamente decepcionado". Y eso es lo que ha dicho la administración americana, que no se ha desentendido con Obama de la OTAN, como es natural.

No, no ha sido así, se ha afanado en aclarar no se sabe quién, pero esa es la imagen que se tiene de España. No de Zapatero, sino de España con Zapatero. Sea Bush u Obama el inquilino de la Casa Blanca. Que no es un socio de fiar. España. La ministra de Defensa Chacón no entiende que el Reino Unido pueda anunciar algo parecido sobre sus tropas en Kosovo y nadie reaccione, y con España sí (la cuestión del tamaño siempre importa, en este caso a favor de España, aunque -el número de soldados- no lo sea todo). Pero la falta de lucidez de la ministra (la imagen personal no es suficiente) no hace sino reforzar el argumento. Y claro, ha habido que rectificar, y decir que aunque "la decisión es firme" se pospone un año, o sine die si es necesario la retirada de los efectivos españoles en cuestión. Para más inri de Zapatero, la decisión tiene su lógica desde el punto de vista interno español, al no haber reconocido España la independencia de Kosovo.

Pero ahí está el fondo del problema. Cuando la política exterior se hace depender en exceso de la política interior, acaba pasando factura. Si en un primer momento Zapatero habría estado dispuesto a reconocer a la nueva república kosovar, ahora esa posibilidad choca de frente con su necesidad de distanciarse de toda vinculación con el nacionalismo o con una idea "confederal" de España. Y para eso, cuánto más lejos de los Balcanes, mejor. La crisis no perdona, enviar soldados al extranjero en misión de paz acaba siendo un lujo que España no puede permitirse, y hay que priorizar. Los quitamos de aquí y los enviamos luego a Afganistán. Hay que decirlo rápido, con suficiente antelación, antes de la celebración de la cumbre de la OTAN, que en esa reunión lo importante es la foto con Obama, la primera de una serie fulgurante que, continuando con la presidencia de Zapatero de la UE en 2010, capultará de nuevo al líder mundial al gobierno español en 2012, sin que -viajando por las alturas- la desertización de España le afecte en el camino.


¿Cuál es la política exterior de España? ¿Llegaremos a saberlo después de tanta "agenda internacional" de Zapatero, como nos espera? Mal ha comenzado su andadura internacional. Un roto no se produce por una torpeza o por falta de explicaciones en un determinado momento. El roto internacional que tenemos, es consecuencia de concebir la política exterior de España al servicio de los intereses políticos internos del partido del gobierno. Cuando en cualquier nación (que no dedique sus energías a discutir o a cuestionarse permanentemente su existencia) sucede lo contrario. La política exterior se concibe asociada a un proyecto colectivo que debe estar por encima de la estricta lucha partidaria. En España, el roto internacional redundará en el roto nacional y aun en el roto del PSOE, si todas las esperanzas sucesorias de Zapatero recaen, como se dice, en la actual ministra de defensa.


Más le valdría a Zapatero, en lugar de tener un diplómatico como jefe de bomberos de La Moncloa, teniendo que salir continuamente a apagar los fuegos ocasionados por los ministros, tenerlo en el Gobierno trabajando realmente por los intereses exteriores de España y por su proyección internacional, que sin duda la tiene.

jueves, 19 de marzo de 2009

Mensajero Nobel


Media España anda disfrutando del sol, mientras la otra no para de darle vueltas a un asunto que sólo a los más desaprensivos puede dejar indiferentes. ¿Qué vino a hacer el Nobel de Economía de 2008, Paul Brugman, esta semana a España? Para algunos la cuestión no ofrece dudas. Vino a pegarle un repaso a Zapatero de muy señor mío. Nuestro presidente no sabía mucho de economía, pero a base de no conformarse con las clases particulares que le daba in illo tempore Jordi Sevilla a micrófono abierto, o con más reserva en la actualidad Miguel Sebastián, y de no hablar de esta materia con Solbes, pues parece que ha adelantado notablemente (falta nos hace) y se ha permitido un desayuno de trabajo, tête à tête, con el Nobel.

Los más forofos de Zapatero, manejando información privilegiada, sostienen que economista y
político debatieron sesudamente sobre la crisis económica y en particular sobre los efectos que la misma tiene sobre España, sin ponerse de acuerdo. Los más malinos señalan que Krugman dejó seco a Zapatero cuando le dijo que la salida de la crisis en España será de lo más "dolorosa", y le aconsejó que pusiera en marcha "políticas drásticas", pues lo hecho hasta ahora no sirve para nada (y que el Plan E mejor ni enseñar, por mucho que tenga toda la publicidad encargada).

Frente a quienes consideran que el Nobel "aterró" a Zapatero y le bajó los pantalones delante de los suyos, porque a Brugman no se le puede llamar "catastrofista" como a Rajoy (pues es un keynesiano que tronó contra Bush y que le dice también sus cositas a Obama), otros piensan sin embargo que el mensajero terrorífico ha venido a realizar un servicio impagable al jefe de gobierno socialista español. No en balde quien le ha traído hasta aquí desde Princeton ha sido el Ministerio de Ciencia y Tecnología, organizando unas jornadas
ad hoc con tiempo para una escapadita a la Moncloa.

El Nobel no ha venido para acelerar el proceso de acomodación de nuestro presidente, que en muy poco tiempo ha pasado de negar la crisis a aceptar la recesión, encontrarse con más de tres millones y medio de parados, y verse abocado a realizar unas reformas estructurales, que anunciará pronto, según le habría hecho partícipe a Krugman en su desayuno con él. El mensajero Nobel, investido de máxima autoridad de lo alto, ha venido a allanar el camino a Zapatero a la hora de decir a los españoles que se preparen (para el apocalipsis español). Que no hay ajuste doloroso sin sacrificios salariales. Que aquí no se van a congelar los salarios en el futuro, sino que se van a reducir. Y no sólo a los funcionarios, sino a todo el mundo.


Pero que se entere bien Rajoy. Esto no se va a hacer por un "decretazo" (ni por afán de fastidiar, como en tiempos de la oprobiosa de Aznar), sino por responsabilidad intelectual.

lunes, 16 de marzo de 2009

Euskadi, voces extrañas (y II)


A principios de la semana pasada el partido socialista le dijo que no al PNV, cuando éste intentó cambiar como si nada el discurso y la estrategia de Lizarra de los últimos diez años por la vuelta a la “normalidad” (entiéndase la idea de la “transversalidad” de hace veinte años, la vuelta a los gobiernos de coalición PNV-PSE de finales de los ochenta y noventa), como si nada hubiese pasado y el tiempo fuera prácticamente inmóvil. Así se percibe, en efecto, el curso político desde la profundidad de la intrahistoria vasca en la que se instala el nacionalismo, donde todo se cuenta por siglos.

El PSE parece que enseguida se ha recobrado de su inicial desconcierto (por no haber logrado el sorpasso y tomado la delantera al PNV en votos) y no ha dejado de manifestarse y comportarse con excesiva naturalidad, como si efectivamente hubiera ganado las elecciones y no dependiera de nadie para poner gobernar, lo que resulta algo extraño. Da por seguro el apoyo del PP, sin ni siquiera referirse a él, como si fuese el PP quien está obligado necesariamente a dárselo (y no el PSE a solicitárselo), porque de lo contrario la responsabilidad de haber malogrado el cambio recaerá (con toda la fuerza de la historia: de la historia no hay quien se libre) sobre los populares.

Los socialistas han expresado con sorprendente e inexplicada claridad su “decisión” de gobernar “en solitario”, con socialistas e independientes, sin plantearse la posibilidad de un gobierno de coalición con el PP. Se acabó la lógica del frentismo y de la exclusión, salvo –según parece- en lo que se refiere al PP, del que curiosamente se puede prescindir o no cuenta en definitiva, puesto que desde el entorno político o intelectual socialista se ve como lo más “natural” las dos cosas: el apoyo de los populares vascos a la investidura de Patxi López y su exclusión del gobierno liderado por el PSE. Por una parte los socialistas no admiten que el PNV sólo hable de frentismo en caso de acuerdo entre los no nacionalistas (y no cuando pactan los nacionalistas entre sí), pero por otra parte admiten esa lógica y se resisten hasta a cualquier formalización de acuerdo con el PP.

El PP también dice algunas cosas extrañas, como la afirmación de Basagoiti de que “es el PP quien quita y pone lehendakari”. A fuerza de ser de Bilbao, el nuevo líder popular vasco parece de Madrid. Tanta chulería política no ha pasado desapercibida ni al PNV, pero algo de razón tiene. Del PP no se puede prescindir si falla (como todo parece) el entendimiento entre socialistas y nacionalistas. La lógica de los números también admite un gobierno PNV-PP, y hasta existe mayor afinidad ideológica si se prescinde de la variable nacionalista. De hecho hoy alguna prensa daba como noticia una oferta generosa que se habría producido del PNV al PP, para que los populares vascos entrasen en un gobierno vasco presidido por ellos. Estas voces secretas por extrañas o infundadas que puedan resultar, fortalecen en cualquier caso la posición negociadora del PP.

De hecho, el PP ha planteado un acuerdo por escrito (como hizo en 1996 con CiU y PNV, a diferencia de la práctica previa de Felipe González en su relación con los nacionalismos), argumentando que no caben "contratos de adhesión", menos todavía atendiendo a los antecedentes de los socialistas, y el PSOE ha comenzado a recular. El gobierno, con independencia de su composición, requiere de una mayoría parlamentaria estable, mucho más en Euskadi, y es lógico que el PP solicite garantías de que su apoyo está orientado a determinadas políticas de cambio (que ha comenzado a precisar, antes de que lo hagan los socialistas, lo que se antoja igualmente extraño, siendo el PSE el partido llamado a liderar el cambio).

Queda aún mucho por ver y oír en Euskadi antes de que se pueda formar un nuevo gobierno. El PP tiene derecho a marcar, y a que se respete, su territorio, pero no debe cometer errores, y puede aprender muchas cosas de los socialistas vascos que deben, en cualquier caso, defender y asegurar una auténtica pluralidad en el País Vasco. Al fin y al cabo, es el PP quien más gana con la nueva situación, tanto si entra como si no entra en el gobierno, y hasta le es más cómodo no entrar y evitar el desgaste en una situación que, sin duda, va a ser de dificultad. Condicionar necesariamente el cambio en Euskadi, y romper la estrategia de Zapatero mantenida en la última legislatura (de entendimiento estable con los nacionalistas para excluir de manera duradera al PP del poder), dejándole en una situación de deblidad política en el Congreso, es de por sí ya mucha ganancia para los tiempos de crisis que corren.

viernes, 13 de marzo de 2009

Euskadi, voces extrañas (I)


Hemos podido atender ya a la voz de los actores en Euskadi, después de la primera impresión de los resultados electorales, y ciertamente se han escuchado algunas voces extrañas. Pero no hay que preocuparse demasiado, es la política vasca.

El PNV ha sido el primero en hablar y en tomar la iniciativa de hacerlo con los demás y el resultado ha sido un poco decepcionante, aunque clarificador. El ex presidente Arzallus fue el primero en hablar de trampa y de farsa en los resultados de las últimas elecciones vascas, y de “golpe antidemocrático” al haberse previamente “barrido” a los que debían haber sido representantes de la izquierda abertzale. Se puede especular con la composición de la cámara vasca de haber concurrido a los comicios las nuevas listas de Batasuna, pero hay algo que no puede pasarse por alto. La izquierda abertzale está presente en el nuevo parlamento vasco a través de Aralar, que ha visto incrementada su representación. Esta es la hora de Aralar, y es de desear que esa apuesta firme por disociar la política de la violencia sea asumida en un futuro próximo por el conjunto del abertzalismo. Resulta por eso sospechoso el silencio del PNV respecto a Aralar, y la preferencia de algunos por Batasuna (sobre todo después de no haber conseguido atraerse sus votos).

Pretender, por otra parte, meter en el mismo saco la actuación preelectoral de Garzón con Batasuna y el PP, como ha hecho Erkoreka, el portavoz del PNV en el Congreso (acusando indirectamente al PSOE de simple cálculo electoralista en la aplicación de la Ley de Partidos), resulta igualmente bizarro y confuso al querer ocultar lo principal: que no se puede relativizar ya cualquier interconexión entre política y violencia. Se está reconociendo en el fondo con esa actitud que resultaba enorme cómodo y beneficioso para el PNV que Batasuna dispusiese de algunos escaños en Vitoria. Un pequeño colchón con el que el PNV podía contar en caso de necesidad para asegurar la Lehendakaritza al candidato Ibarretxe (como ocurrió en 1998 y 2005, y ha recordado en estos días el portavoz del PP vasco Leopoldo Barreda) u para otros menesteres directamente relacionados con los propósitos soberanistas (referéndums anticonstitucionales), sin que el carácter y el uso de esos votos llegase a plantear ningún reparo en términos de legitimidad o de conciencia democrática a los dirigentes del PNV.

Arzallus ha asegurado que personalmente “nunca reconocerá esa situación” y que “ya veremos” hasta cuándo lo hace el PNV. Pues muy poco ha durado. En cuanto han comprobado la escasa receptividad del PSE a su propuesta de gobierno en coalición con ellos, Ibarretexe ha soltado por su boca todo el esencialismo nacionalista, como si expulsara sin poder contenerse la lava de la intrahistoria vasca, asegurando que con independencia de donde esté, el PNV va a continuar dirigiendo Euskadi, ahora y siempre (como lo ha hecho durante los últimos cien años), por los siglos de los siglos, amén. Del argumento de la necesidad de un gobierno fuerte en estos momentos de crisis económica, esgrimido por el PNV en su ronda de conversaciones con los socialistas, se ha pasado a la amenaza de la desestabilización institucional, y a ofrecer un argumento gratis a quienes consideran ineludible tener que desmontar con cuidado el entramado nacionalista para conseguir sacar el País Vasco adelante.

El PNV podrá empeñarse en que no ve proyecto detrás de ese posible acuerdo PSE-PP, más allá del desalojo del nacionalismo del poder, y que se ha engañado a la sociedad vasca. Pero todo lo que ha dicho para argumentar eso, suena cada vez más extraño.

jueves, 12 de marzo de 2009

Timocracia madrileña


Platón hablaba en La República del proceso de degeneración de la ciudad, contemplando cuatro formas posibles, que venían a sucederse de manera cíclica. La primera era la timocracia, la polis bajo el mando de políticos ambiciosos, inicialmente guerreros, que careciendo de virtudes cívicas, utilizan su poder no sólo para dominar sino también para enriquecerse, de manera más o menos encubierta. Asi viene a surgir una plutocracia, el gobierno de los ricos, a la que sucede la democracia, donde se evidencian las tensiones entre los ricos, los sofistas o demagogos y el pueblo. Si no existe una busqueda vigilante del bien y de la verdad por parte de todos, la democracia puede acaba en la tiranía, el dominio de uno (individual o colectivo, que de todo ha habido en la historia: un déspota, un pueblo soberano, un partido único o hegemónico, un estado totalitario). Las democracias actuales, incluso las llamadas avanzadas, no están libres de este proceso de degeneración.

Todo comienza por la timocracia y en las representaciones al uso de la caverna platónica la timocracia madrileña es un ejemplo paradigmático. Si lo que lleva sucediendo desde hace un tiempo en la Comunidad de Madrid es preocupante, lo último comienza a ser ya indignante. Bajo el liderazgo guerrero de Esperanza Aguirre, Madrid se ha convertido en una cueva de políticos ambiciosos y sin escrúpulos, que bajo una máscara de derecha liberal no dudan en comprometer al poder económico para incrementar su propio poder político. Ni en utilizar éste para fines, no ya partidistas, sino de facción política en contra de su propio partido, o para enriquecerse personalmente, en lugar de trabajar por los intereses y el bienestar de los ciudadanos. Asuntos como el asalto a Caja Madrid, el espionaje político o la trama de corrupción ligada a la operación Gürtel son de por sí graves y elocuentes.


La pantomina de la comisión de investigación de la Asamblea de Madrid, controlada por Aguirre, no tiene, en efecto, palabras. Da igual que se haya mentido poco o mucho. No se ha podido preguntar o repreguntar a los que han comparecido, pero sobre todo no se ha dejado comparecer y hablar a quienes tenían que hacerlo. El consejero de Presidencia e Interior de Madrid, y hombre de confianza de Aguirre, sobre el que apuntan demasiadas sospechas, estuvo granado al pretender demostrar documentalmente que los servicios de vigilancia y contravigilancia de altos cargos existían ya anteriormente a la llegada de Aguirre, en tiempos del socialista Eguina y luego de Gallardón, y que eran infundios por tanto las acusaciones de espionaje. No, el problema no es que haya escoltas ni sistemas de contravigilancia, sino que se utilicen para espiar a adversarios políticos (sean del mismo partido o de otros).


Y a los pobres espiados no se les ha dejado hablar, a pesar de que querían hacerlo. Aun así, Granados se permitió acusar de mentiroso al
ex consejero Prada (cesado por Aguirre tras incorporarase aquél a la Ejecutiva de Rajoy). Otra de la víctimas, el vicealcalde de Madrid, Cobo, a quien le tocó el espía bueno (que no se equivocó en ninguno de los datos sobre sus movimientos reflejados en los partes), ha tenido que ofrecer una rueda de prensa para decir lo que se debería haber escuchado, y más, en la comisión de investigación ¿Qué sentido tiene que un servicio parapolicial o no, pero dependiente de la Comunidad, vigile a cargos de otra administración como el Ayuntamiento, que según ha pretendido sentar Aguirre cuenta también con un sistema parapolicial? Que sean políticos que molestan a la presidenta es pura casualidad. Esperpéntico, y Aguirre lo sabe, pero la comisión se cierra.

La comisión ha jugado con el propio concepto de timocracia, que se puede aplicar al gobierno basado en el honor, por su libertad de expresar las situaciones. Curiosa paradoja si para defender el honor de Aguirre y su círculo de ambiciosos se impide la transparencia. Esa comisión ha sido un auténtico timo, en el sentido más castizo del término. Aguirre aceptó abrir la comisión en la asamblea madrileña cuando Rajoy puso en marcha la comisión interna del PP y temió que la secretaria general hiciera públicas sus conclusiones. La prudencia de Rajoy puede reclamar que se conozcan las conclusiones de la comisión parlamentaria antes de decidir si reabre o no aquella comisión interna, pero no se entendería que no lo hiciera ante unas conclusiones que, visto lo visto, cabe suponer impresentables.


Los sofistas o demagogos al servicio de la timocracia de Aguirre ya se han puesto en movimiento
presionando a Rajoy para que no lo haga. El Mundo al rescate de la presidenta madrileña, que como guerrera sólo está dispuesta a morir matando, sigue con sus estrategia previsible. Lejos de defender que todos somos iguales ante la ley, pretende igualar en el delito. No únicamente madrileños y valencianos (Aguirre cobijada en la ancha manga de los trajes de Camps), sino también la actual cúpula del PP. El Mundo exigía hoy al PP explicaciones al máximo nivel y una comisión interna a propósito de un coche de lujo, un jaguar, que Correa habría regalado en 1999 al responsable del área electoral del PP, en ese tiempo -no en la actualidad- marido de Ana Mato, muy vinculada -entonces y ahora- a Arenas y Rajoy.

Resultaba algo grotesco ver a Pedro J. regodearse en su TV hablando del matrimonio Sepulveda-Mato pillado en falso (cuando además, según parece, ya estaban separados de hecho), y más comprobar luego cómo la número 3 del PSOE, Leire Pajín, no dudaba en compartir esa retórica tradicional y machista (la mujer ligada al marido en todo cuanto diga y haga) lanzándose a degüello contra Mato y exigiéndole explicaciones y responsabilidades por la actuación de su ex. Ni siquiera hay noticia, ni al parecer regalo, pues lo que habría es un cambio de coches entre un pijo y un macarra, un BMW a cambio de un jaguar, habiendo abonado Sepulveda la diferencia, según declaró éste después (vaya usted a saber). Pero, coincidiendo en esto con el propio manejo de
El País de las actuaciones de Garzón, es obvio que se trata de extender la trama de corrupción más allá del ámbito de responsabilidad del actual gobierno de Madrid, sin que importe ya cuestionar abiertamente la imagen y el legado de Aznar (Sepúlveda en su círculo), si ello permite volver contra Rajoy con mayor fuerza.

Ya no existe siquiera una disputa por el liderazgo del PP. Aguirre sabe que ha perdido cualquier baza. La ambición cortada desata aún más la fiereza política. Cuando desaparece la tensión por hacer de las virtudes cívicas la fuerza de la lucha política, cuando se hace imperceptible la preocupación por la polis o una mínima lealtad hacia la propia organización política, sólo mueve el olor de la sangre que empuja a la incivilidad. Resulta poco edificante que un grupo de políticos ambiciosos que sienten peligrar su futuro, gaste todas sus últimas energías en esto, contando con el respaldo de sus corifeos y sofistas mediáticos. Pero es bastante elocuente. La alianza de los politicos ambiciosos con los ricos y los demagogos, no favorece el espiritu democrático, al contrario alienta el espíritu tiránico, y se antoja como un mal presagio de lo que cabría esperar con Aguirre si viera cumplidas todas sus ambiciones accediendo a la presidencia de su partido y del gobierno de España. La más mínima manifestación de tiranía es siempre una señal de degeneración democrática.

lunes, 9 de marzo de 2009

El Mundo al rescate


Si El País ha perdido la pelota, El Mundo desbarra, lanzado al rescate de Esperanza Aguirre, en esta particular guerra político-mediática, ahora que Rajoy ha subido como la espuma, y ella se hunde en el barro de la corrupción madrileña. Sólo le resta la ayuda de Pedro J, el director de El Mundo, y de Jiménez Losantos en la COPE, los mismos que maniataron al PP en la anterior legislatura y que la han lanzado contra Rajoy desde las últimas elecciones generales, ahora hace un año. Únicamente le queda a Aguirre ese apoyo para evitar su caída. Cómo han cambiado las cosas en doce meses, cuando se suponía que a estas alturas Rajoy debía estar herido de muerte (después del primer embate de las elecciones gallegas y vascas), y Aguirre prácticamente apretando las cinchas dispuesta a la galopada última que precedería a su entrada triunfal en Génova.

De mujer estrella en el firmamento del PP, para algunos, se ha convertido –nadie sabe cómo ha sido– en dirigente popular estrellada, para otros. La única salida es convertir la trama del espionaje de Madrid en una operación urdida por El País para derribar a Aguirre, la verdadera y fundamental víctima de toda esta representación trágico-cómica que sacude al Partido Popular, y con él a la política española, desde hace un año. Del papel de verdugo al de víctima, para intentar salvar su protagonismo en la función. Pero el intento se antoja algo chusco, y la representación no pasa de sainete.

El que se contrataran espías de segunda, que se despistan y no retienen siquiera los datos para cumplimentar bien sus informes, como reclama la profesión, es tremendo para la historia del espionaje mundial, pero no afecta en nada a que los espiados lo fueran efectivamente, por mucho que se pueda equivocar incluso el redactor de un periódico al contar finalmente los hechos. A Aguirre siempre le quedará al menos la prueba fehaciente de la interesada fidelidad de Pedro J., su padrino en toda esta historia, antes de que el final se precipite, y nadie ya, ni siquiera Aznar, pueda acudir en su rescate.

domingo, 8 de marzo de 2009

En los cinco continentes


Se acaban de cumplir dos meses desde que estos Cuadernos comenzaran su andadura, y son pocos todavía los lectores que se han asomado a sus páginas, pero se extienden ya por los cinco continentes, repartidos entre 45 países y más de 130 ciudades a fecha de hoy. Prodigios de la red, sin duda, pero causa sorpresa y es divertido comprobar desde el satélite cómo semana tras semana van apareciendo hongos en los más diversos puntos de la aldea global. Aunque los contenidos no estimulen a leer, este simple hecho (la potencialidad de la lectura global) sí invita a escribir.

El País pierde la pelota (y II)


Garzón se inhibe y El País se exhibe. Ayer el periódico censuraba que la dirección del PP aplicase “de forma arbitraria” su código ético, citando los artículos concretos que hablan de renuncia al “puesto público”, “investigación interna” y de “expulsión inmediata” en caso de “apertura de cualquier procedimiento jurisdiccional” (artículos 8 y 9). El autorizado intérprete da a entender que dichos artículos debieran afectar a algunos altos cargos de Valencia y Madrid, Camps entre ellos, pues al fin y al cabo tanto ellos como algunos alcaldes (que sí han presentado su renuncia o han sido apartados) se habrían aprovechado del partido o de su cargo público para “obtener lucro, trato o favor personal o beneficio para sí o terceros” (artículo 10). Doble rasero dentro del PP con sus ovejas negras. El partido que presumía de impoluto, y que, no obstante, mantiene la querella por prevaricación que ha presentado contra Garzón.

No se sabe si hay más reproche o decepción ante la falta de ética del PP. Si los jueces son, por definición, independientes, el superjuez Garzón todavía mucho más. Y como el procedimiento jurisdiccional existe, ahora le toca al PP cumplir, que a pesar de que sean todos unos corruptos, queremos fiarnos ciegamente de su inocencia pensando que van a aplicar, al pie de la letra y sin dilación, el código ético de que presumen. Siendo los malos muy malos y los buenos muy buenos, la política de atajos resulta altamente beneficiosa pues permite cobrarse rápidamente las piezas más codiciadas. Antes de que El País apelase al código ético, los socialistas valencianos ya habían solicitado a Rajoy la suspensión de Camps y Costa. Ni que fuera una estrategia sesuda destinada a hacer rodar cabezas (las más preciadas y peligrosas entre los enemigos del nuevo régimen).

Fácil, demasiado fácil para que el PSOE remonte el partido en la Comunidad Valenciana. Hay que sudar un poco más la camiseta, como lo han hecho Rajoy y Feijóo en Galicia. Cuando se pierde la pelota, hay que intentar recuperar el balón corriendo por todo el campo. Está bien presionar al adversario, pero sin caer en el juego sucio. Cuando la única esperanza de ganar reside en la actuación de un árbitro casero y con amplio historial de decisiones polémicas, mal asunto. Que fue Garzón el juez que cenó y cazó con el dimitido Bermejo, y con el comisario general de la policía judicial (viejo conocido de los años noventa con motivo de la detención de Luis Roldán y repescado por Zapatero en 2004), del que depende la unidad que elaboró los informes “esgrimidos” por el juez en vísperas de la jornada electoral del pasado 1-M para ampliar las sospechas sobre las finanzas generales del PP.

Cuando el círculo es demasiado estrecho estos detalles importan. Como es preciso aclarar la cuestión de las famosas facturas de los trajes de los señores Camps y Costa, que Garzón da por buenas el auto pero que después él mismo reconoce como falsas, y que tanto sueño están quitando a los españoles. Ahora que Garzón se inhibe, esperemos a que los Tribunales de Justicia Superior de Madrid y Valencia entren al fondo del asunto, y que nadie pierda la cabeza antes de tiempo. En ningún sentido. Se equivoca Esperanza Aguirre, intentando sobrevivir en la confusión, al afirmar que el espionaje y la operación Gürtel han disparado las expectativas electorales del PP de Madrid. El legalismo y el culto a la ley, así como la apelación a una ciudadanía activa y virtuosa, constituyen una herencia saludable de la Revolución Francesa. También, la guillotina, y esta última indudablemente hay que ponerla en reserva.

viernes, 6 de marzo de 2009

El País pierde la pelota (I)


Seguimos donde estábamos, o peor, pues algunos comienzan a perder la pelota, no la de los pies, sino la cabeza. Si el asunto no fuera serio, esto comienza a parecerse a una película de los hermanos Marx: ¡Más madera, esto es la guerra!

Nos hemos desayunado con algunos titulares de El País sobrados de adjetivos. El periódico de Prisa continúa acompañando a Garzón en sus movimientos. Aludiendo a los Autos del juez habla de “red de corrupción masiva” en Madrid (¡cómo le gusta al entorno del PSOE dirigir ese adjetivo al PP desde el triste asunto de las armas de destrucción masiva de Irak!), o, para quien rechace ese juego, la semántica ofrece otras alternativas, como la expresión también utilizada de “red de corrupción total en Madrid”. Y si alguien pensaba que la Fiscalía Anticorrupción, dejando por una parte a Garzón en su sitio, y por otra tranquilos a los aforados nacionales del PP (particularmente al tesorero), iba a impedir la búsqueda afanosa del Filesa de los populares, pues de eso nada, que ya podemos anunciar por lo menos la “financiación ilegal” del PP valenciano. Ahora que el PSOE ha perdido Galicia, hay que bombardear con más intensidad Madrid y Valencia. Y que vayan construyendo refugios en Murcia, que esta legislatura ya no se sabe cuánto va durar, y hay que ir debilitando las posiciones más fuertes del enemigo.

Pero la cosa no se queda en titulares. En un editorial, apuntando directamente a Camps, El País echa más madera. El Tribunal Supremo podría tener que intervenir de todas maneras porque los hechos investigados se han cometido fuera del ámbito de la comunidad valenciana. Y pide a Garzón que si toma esa iniciativa, y puede hacerlo incluso contra la opinión de la Fiscalía, lo haga de forma razonada y fundada, no vaya a repetirse, anota El País, lo que sucedió en el caso de los GAL (¡ni más ni menos!), cuando el instructor nombrado entonces por el Supremo desestimó los indicios contra varios aforados por no haber hecho Garzón sus deberes de forma suficientemente razonada y fundada, recuerda el periódico. Desde luego, la comparación puede poner a cualquier lector los pelos de punta, pues todos sabemos o hemos oído de que iban aquellos horrendos crímenes, cuya sospecha se levantó hasta Felipe González.

El asunto es efectivamente tremebundo porque en ningún momento se hace referencia en el editorial a los graves delitos que cabe suponer a Camps, después del despliegue de semejante argumento. Pero como todos tenemos algún estudio podemos buscar esa información en El País u otro periódico. Estamos hablando de unos trajes que supuestamente regalaron a Francisco Camps y Ricardo Costa como "sobornos en especie" los hombres de Correa, y que estarían valorados en 12.000 y 7.000€ (¡ni más ni menos!). Parece una broma, pero esto es lo que hay. Supuestos regalos de esa monta a todo un presidente de una Comunidad Autónoma y al secretario general del partido para agradecer contratos obtenidos por valor de 4 millones de euros. Pues hombre, ratas los chorizos (eso no es soltar panoja) y tontos los super-pijos del PP valenciano (por gustarles la ropa de Madrid). Y del juez algo gordo se podría decir también por no concretar nada acerca del modo en que Camps, Costa y los funcionarios presuntamente implicados favorecieron irregularmente a la trama.

A uno le pueden no gustar los trajes, Camps o ni siquiera el PP, como es lógico. Pero no hay que perder la cabeza por eso, ni hacérsela perder al conjunto de los ciudadanos, que esperan algo más del debate público. Sorprende que nuestra obispa laica Fernández de la Vega hable de los problemas del PP cuando ella tiene que dar cuenta de lo tratado en el Consejo de Ministros. O que un partido en serias dificultades políticas, como el PSOE valenciano, exija de inmediato a Rajoy que suspenda a la Ejecutiva del PP en esa región (a ver si así se quitan a los adversarios políticos de en medio, que de otro modo –en las urnas– parece que no pueden). Tolerancia cero con la corrupción, por supuesto. Y sea quien sea, que dé las explicaciones que tenga que dar (¿las da Garzón de sus regalos, también en especie o en forma de cacería?). Pero un poco más de equilibrio y sentido de la medida se puede pedir. No ya político (pues de una ex alcaldesa y número dos del PSOE de Madrid, y de una diputada de ese mismo partido en la Asamblea madrileña, imputadas en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid por un presunto delito de prevaricación urbanística, El País no se acuerda). Equilibrio sobre todo de cabeza.

Hay que agradecer, en cualquier caso, a El País el esfuerzo que hace últimamente por proporcionar toda una serie de materiales utilísimos para estudios de caso en cursos de periodismo, comunicación o de análisis del discurso político.

jueves, 5 de marzo de 2009

La madeja vasca (y II)


La posibilidad real de un lehendakari socialista abre un escenario nuevo en el País Vasco. Patxi López se siente legitimado tras los resultados electorales para liderar el cambio. Nadie puede obviar el sustancial aumento de voto de los socialistas en estas elecciones, aunque eso no le permite al PSE proclamarse vencedor. Más extravagante resulta que, no siendo el partido más votado (a lo que aspiraba, desbancando al PNV), se considere llamado a gobernar en solitario, buscando apoyos puntuales aquí y allá al estilo Zapatero. A Zapatero le faltan 7 diputados de 176 para disponer de la mayoría absoluta. A López el doble en una cámara que cuenta con 100 diputados menos. Que no se engañe. Y, sin embargo, el cambio es deseable y posible al haberse producido un escenario nuevo: el parlamento vasco recién elegido cuenta, por primera vez en su historia, con una mayoría no nacionalista (que no es lo mismo que anti-nacionalista).

Sin duda los socialistas deseaban que el PSE hubiese obtenido más votos y escaños que el PNV, para hacer evidente su derrota. El PNV no ha sido derrotado, pero su política sí. Al PNV no se le pueden negar méritos de gestión en sus treinta años de gobierno (en solitario o compartido), pero no sólo ha fracasado en lo principal –la normalización de la sociedad vasca– sino que se ha hecho evidente a ojos de muchos (particularmente desde Lizarra) que el PNV, lejos de ser la solución, es parte del problema. En esto estamos ahora: ante la duda fundada de que un gobierno de coalición PNV-PSE pueda ser, no ya viable, sino fiable, incluso bajo la presidencia de Patxi López (en el caso de que el PNV consintiera esta posibilidad). Por más que a nadie se le escape, que esta solución sería la más beneficiosa para Zapatero, puesto que le permitiría seguir contando con el apoyo parlamentario del PNV en Madrid (evidentemente más cómodo que tener que volver a trabajarse y sufrir el costo de los apoyos de ERC o BNG, si es que estos partidos –escaldados de Zapatero– estuvieran por la labor, que CiU aún no le perdona su salida de la Generalitat).

La conclusión a la que se llega es que si se quiere cambio de verdad en Euskadi (y la situación y los votantes parecen requerirlo), el PNV debe perder el poder del todo. El mismo PNV lo necesita para poder regenerarse. Las relaciones entre PNV y PSE deben ser a partir de ahora intensamente democráticas, pero no de socios, por mucho que contraríe esta eventualidad al PNV. El PSE necesita entonces articular una mayoría parlamentaria y un gobierno con otros socios. No sería razonable que pretendiera el apoyo del PP para la investidura sin ningún compromiso ulterior, por mucha “ingeniería política” de la que quiera presumir López. La cosa política no funciona así. Y sin estabilidad tampoco hay cambio.

¿Sería antinatura la alianza de socialistas y populares en el País Vasco? No es fácil determinar la procedencia de los votos, pero algunos números hablan. Patxi López no ha sacado más votos ahora que Mayor Oreja en 2001. El PP ha resistido en número de escaños, aunque ha perdido 65.000 votos respecto a 2005. ¿Dónde han ido? Los 40.000 de más del PSOE y los 22.000 obtenidos por Rosa Díez algo tendrán que ver. Hay un trasvase de voto (útil) PP-PSOE y PSOE-PP en el País Vasco de sentido autonomista y españolista (al vaivén de los cambios de gobierno de Madrid) que no puede ignorarse, y cuyo análisis seguramente pesara en el debate interno del PSE. Sería paradójico que el mito de las dos almas, que ha abandonado al PNV (sólo tiene una, no hay que engañarse más), hallase cobijo y cobrase fuerza en el PSE por capricho de alguno de sus dirigentes, en contra de sus bases o votantes.

La coalición PSOE-PP en el País Vasco no es antinatura (ni presupone el triunfo de la tesis de la gran coalición a nivel nacional español, cuestión discutida y discutible, por supuesto). Por el contrario, la presencia cotidiana en el País Vasco del chantaje de la violencia terrorista, la interconexión todavía visible entre política y violencia, o la debilidad del Estado de derecho derivada de la misma utilización de las instituciones vascas contra el estado español, que deja desguarecidos derechos y libertades fundamentales de una parte considerable de ciudadanos, son realidades claramente contrarias al orden democrático, que afectan a la propia confianza de los vascos en su futuro y a su bienestar, secularmente envidiado, pero tan amenazado por la crisis económica como el que más. En todo esto, que es lo que debe cambiar realmente en Euskadi (ese cambio por el que Patxi López comprometió su palabra durante la campaña), están –o deberían estar– PSOE y PP más unidos que nadie. Con Basagoiti el PP no ha perdido firmeza en su discurso y sí ha ganado muchas posibilidades de diálogo y entendimiento con todos, sin renuncias en lo esencial.

Desde un análisis estrictamente partidista el PSOE de Zapatero podría llegar a la conclusión de que cualquier fórmula de coalición le perjudica. El PSOE siempre pierde tanto si pacta con los nacionalistas como con los populares. Puede valorar qué factura le resultará más costosa. O puede –armado de la lógica de los números– romper la lógica del estado de las banderías que él mismo tanto ha contribuido a desarrollar (un juego de suma cero), y acometer este reto con alta responsabilidad política y sentido de Estado, confiando en que si a España y al País Vasco les va bien, a él como político también le irá bien (con o sin Pepiño Blanco a su lado).

miércoles, 4 de marzo de 2009

La madeja vasca (I)


Los resultados de las elecciones vascas no han dejado a nadie indiferente. Han creado una situación insólita, y se hace preciso analizarla serenamente, contemplando los distintos escenarios a que da lugar, para no dejarse enredar en la madeja de las interpretaciones puramente interesadas.

Nadie puede negar que el PNV ha sido la lista más votada, e incluso que ha ganado las elecciones, pero eso no le otorga el derecho inmediato a gobernar, ni en pura lógica democrática, ni atendiendo siquiera a la práctica dominante últimamente en España y en el propio País Vasco. Que se lo pregunten a CiU en Cataluña, que ya sabe lo que es ganar dos veces las elecciones y pasar a la oposición. O al PP en Galicia, que se quedó a un paso de la mayoría absoluta en los comicios de 2005 y con una diferencia de 12 escaños sobre la siguiente fuerza. Que se lo pregunten al PSOE, que no pudo materializar su victoria de 2007 en Canarias (CC y PP se lo impidieron), o al PP vasco, a quien se le negó la Diputación de Alava a favor del PNV, sin ir más lejos.

Gobierna quien es capaz de formar una mayoría parlamentaria que pueda sustentar al gobierno. Esa es la regla de oro de la democracia, sin limitar de antemano ninguna fórmula que permita a los gobernados cambiar a sus gobernantes de manera pacífica. No es fácil siempre interpretar la voluntad popular manifestada en las urnas y puede discutirse ciertamente sobre el carácter antinatura de tal o cual alianza, o sobre los beneficios o perjuicios que podría ocasionar un determinado pacto a tal o cual partido en el futuro. Pero sería un flaco servicio a la democracia que por cesión al chantaje o por miedo se descartase de antemano cualquier fórmula de gobierno legítima.


El PNV, como exponente del nacionalismo democrático que es, no puede ignorar esta lógica, por mucho que le cueste –si llegara el caso- abandonar los beneficios del poder que ha disfrutado ininterrumpidamente durante casi tres décadas. El PNV, sin embargo, parece dispuesto a todo menos a dejar el poder. La advertencia efectuada a Patxi López de que si pretendiera gobernar ello supondría una "desestabilización", una "parálisis" e incluso un "golpe" institucional, no es admisible y resulta además paradójica. Aunque le cueste reconocerlo, poco ha hecho el PNV durante 30 años por legitimar las instituciones autonómicas vascas (que han dado al Pais Vasco las mayores cotas de autogobierno de toda su historia) y hasta se ha empeñado en vaciarlas de sentido (particularmente desde el pacto de Estella de 1998) o en utilizarlas como plataforma contra el Estado español (política de Ibarretxe).

El PNV se aferra al número de votos, pero no ha conseguido detener la pérdida de sufragios de los últimos tiempos y ha arrastrado consigo en su caída a sus hasta ahora socios de gobierno, haciendo inviable una mayoría nacionalista, ni siquiera con los escaños obtenidos por Aralar. Ha sido la política de Ibarretxe la que ha hecho gala de "frentismo" (al compartir la lógica del nacionalismo radical y de los violentos y rechazar el Estatuto de Gernika de 1979 por no recoger la plena soberanía y territorialidad del pueblo vasco), y es esa política la que ha sido derrotada en las urnas.

El
hecho novedoso en estas elecciones de la ausencia de una candidatura vinculada a ETA ha beneficiado a la democracia, pero no ha proporcionado ventaja a ningún partido, si acaso ha podido notarse en el aumento de voto de Aralar (34.000 votos más), que unido al voto nulo preconizado por Batasuna (100.000 votos) iguala en la práctica a lo que obtuvo el PCTV en 2005 (150.000 votos). El aumento de la abstención (más de dos puntos respecto a 2005) también puede interpretarse como una cierta saturación por parte del electorado nacionalista hacia la política de Ibarretxe.

El PNV ha vuelto a ganar las elecciones con Ibarretxe. Pero aunque resulte raro o extraño esa victoria es la de un perdedor. El presidente del PNV Urkullu se ha apresurado a decir que su partido no está dispuesto a sacrificar a Ibarretxe para llegar a un acuerdo con el PSE. Pero es evidente que el PNV no puede aspirar a gobernar en solitario con Ibarretxe, ni Patxi López está dispuesto a entrar en un gobierno de coalición presidido por Ibarretxe.

La llamada al "liderazgo compartido" lanzada por Urkullu requeriría en cualquier caso, para llegar a ser atendida, la desaparición de Ibarretxe del escenario político. Ese sacrificio simbólico, por encima del juego de escenificaciones, estaría ya decidido, y continuando con las cesiones, también tendría que estar dispuesto el PNV a ceder el puesto de lehendakari a Patxi López (al igual que el PSE lo cedió en 1986 al PNV cuando contaba éste con menos escaños como consecuencia de la escisión de EA). El PNV resucita ahora el discurso de la "transversalidad" (como hizo en la campaña de 2001 para alejar el fantasma del "frentismo" españolista avistado en la entente Mayor Oreja-Nicolás Redondo).

No se escapa, sin embargo, que volver al escenario de 1986 no deja de ser un regreso al pasado y
pensar a estas alturas que la idea de la transversalidad, entendida como un gobierno de coalición PNV-PSE, pueda ser la solución, es permanecer instalados en el mito. Difícilmente puede satisfacerse así el deseo de cambio que se trasluce en los resultados electorales. La transversalidad no se reduce a un simple gobierno de coalición, afecta antes a la visión y al concepto de sociedad que se tiene y se quiere defender, y hasta la fecha ese ideal de tranversalidad donde mejor ha quedado reflejado es en el Estatuto: el Estatuto de 1979, que no solo expresa un pacto entre el País Vasco y el Estado, sino fundamentalmente un pacto entre vascos, como ha insistido muchas veces Joseba Arregi, el pacto contra el que se ha pronunciado lamentablemente el PNV.

Invocar el plurinacionalismo, como han hecho los distintos planes de Ibarretxe, y formular a continuación propuestas que si destacan por algo es por su carácter mononacionalista, no deja de ser un profundo contrasentido. La soberanía se vuelve contra la ciudadanía, y la ciudadanía se ha vuelto al final contra el nacionalismo. Así de sencillo.

lunes, 2 de marzo de 2009

No todo vale


Los resultados de las elecciones de ayer en Galicia y País Vasco admiten diversas lecturas. La primera en clave de política nacional. En este sentido, la primera consecuencia es la derrota de la política del todo vale. La victoria contundente del PP en Galicia (con un máximo histórico de participación) y su resistencia en Euskadi se ha producido contra viento y marea, en circunstancias no ya de marejada sino de verdadera tempestad política. La propia Fiscalía Anticorrupción tuvo que rechazar el ultimátum de 48 horas planteado por Garzón acerca de su inhibición a favor del Supremo en el caso Correa ante la posible implicación de aforados nacionales, recordando que decisiones de ese tipo no pueden tomarse sin un detenido estudio de la documentación aducida, y menos en fase electoral. Hasta un ex Fiscal General del Estado de los tiempos de Felipe González ha rechazado la actuación y rectitud de Garzón en el seguimiento de la "trama de corrupción del PP".

La estrategia socialista para tapar la ineficacia del gobierno frente a la crisis económica (y el desgaste político consiguiente) con el argumento de que un partido en crisis como el PP (podrido por dentro e incapaz de solucionar sus graves problemas internos) no puede inspirar ni merecer la confianza de los españoles, se ha visto desbaratada. Este argumento, llamado a convertirse en el nuevo eje de la política anti-PP del PSOE a lo largo de toda esta legislatura en el caso de que Rajoy hubiese fracasado electoralmente ayer, ha quedado prácticamente anulado. Rajoy ha salido muy reforzado en su liderazgo del PP, y los
conspiradores internos (que no quisieron dar la batalla abierta en el congreso del PP de Valencia) organizados ya para exigir responsabilidades al líder en caso de derrota (alguna voz se dejó oir ante los primeros sondeos a pie de urna, sin esperar siquiera a un mínimo recuento efectivo de votos) habrán de batirse en retirada por puro instinto de supervivencia política.

Tanto Nuñez Feijóo como Basagoiti son hombres de Rajoy. Y ha sido el propio Rajoy y su equipo quienes se han implicado en las dos campañas gallega y vasca, incluido el ínclito Gallardón, y no Aguirre ni Mayor Oreja (ni siquiera Camps, tocado por Garzón). El PP volverá a gobernar en Galicia, gracias a Rajoy (protagonista en la campaña tanto como Feijóo), y la posibilidad de un cambio político real en el País Vasco se debe en gran parte a la resistencia del PP vasco (capaz de condicionar al Partido Socialista de Euskadi si éste no defrauda las expectativas abiertas por la lógica de los números). La salida traumática de María San Gil, tan utilizada como ella misma contra Rajoy, se revela ahora mismo como un acierto y claramente beneficiosa para lograr ese cambio, pues con ella la posibilidad misma de un entendimiento de socialistas y populares vascos no sería imaginable, a tenor del grado de saturación y encasquillamiento que había alcanzado su discurso.


Los resultados de Rosa Díez hacen también pensar. Podrá ser imprescindible o no (a la espera del recuento del voto emigrante) para articular una mayoría no nacionalista. Pero se ha comprobado lo limitada de su posición política, particularmente en el País Vasco, donde la grandilocuencia de su discurso españolista no ha sido capaz de arrancar votos significativos ni a PP ni a PSOE. Pese a contar con la inconfesable ayuda ciertos sectores de la derecha mediática que llevaban tiempo apelando a la opción de UPyD como forma de canalizar el voto de vastigo al PP de Rajoy. Ahora es Mayor Oreja como candidato del PP a las próximas elecciones europeas quien debe cambiar el chip y sintonizar bien con el discurso moderado y centrista de Rajoy, sin preocuparse excesivamente de lo que pueda "robar" Rosa Díez al PP.


Las elecciones gallegas y vascas han conseguido introducir aire fresco en la política española. Más allá de las opciones o preferencias partidarias, han certificado la mayoría de edad de la ciudadanía frente a las actitudes chulescas adoptadas en los últimos tiempos por ciertos poderes en la esfera pública, incluidos los medios de comunicación, de un signo u otro. Ese aire fresco ha de trasladarse ahora a los propios partidos. Errado el tiro de Garzón en su objetivo inmediato (interferir en las elecciones y desactivar al PP como alternativa abriendo de nuevo la crisis sucesoria), Rajoy tiene que aprovechar el "favor" que le hace en estas nuevas circunstancias Garzón dando todos los pasos necesarios para despejar cualquier duda (fundada o no) de corrupción y asegurar la limpieza de su partido, si quiere realmente que este cambio operado en Galicia y el que se avista en el País Vasco, con la participación del PP, pueda apalancar un nuevo cambio político en España que le requiera directamente.
La lectura de los resultados electorales en clave vasca merecen, sin duda, un espacio y una reflexión aparte.