domingo, 21 de diciembre de 2014

Discursos sin proyecto



Un conocido historiador ha subrayado la capacidad de Podemos para construir mensajes sin llegar a generar discurso. No es una habilidad exclusiva. Otros partidos, que continúan aspirando a más, son capaces de articular discursos sin expresar ningún proyecto. Hemos perdido la idea, el proyecto, la ilusión. La crisis ha favorecido la hipercrítica del legado de la Transición, pero quienes se apresuran a la liquidación del 78 no ofrecen un producto de nueva temporada.

La renovación generacional que ha impulsado la Monarquía al servicio de un ‘tiempo nuevo’, se ha ido abriendo rápidamente camino en otras instituciones, interpretando los deseos de cambio de la sociedad. En pocos meses han aparecido nuevos líderes políticos y espacios de comunicación que hacen del ‘tiempo nuevo’ su bandera, a veces con enorme simpleza, incluso en TV, donde alguna cadena parece haber asociado el término a las andanzas del pequeño Nicolás.
La bondad de una nueva generación no es automática. Lo que define propiamente a una generación no es el hecho biológico sino la capacidad de compartir un ideal colectivo. No hay generación sin proyecto. No lo tiene el nuevo PSOE, tampoco Podemos, y si lo tuvo el PP parece que lo ha perdido por el camino, o eso piensan gran parte de sus votantes. La juventud no es necesariamente un mérito y en tiempos difíciles no cabe la frivolidad, que parece acompañar a los nuevos actores, con excepción del Rey: el mejor con diferencia entre ellos, aunque no haya surgido de unas primarias. 

Que la democracia no es el régimen de los mejores, y que se puede corromper, es una verdad que está explotando Podemos, jugando con las emociones y el estado de ánimo colectivo, no se sabe con qué propósito. Su discurso regeneracionista, la escoba y barrer, es tan antiguo como el del dictador Primo de Rivera, y al igual que aquél, vacío de propuestas alternativas reales. Además de contradictorio. Enfatiza la participación ciudadana, pero desprecia la representación municipal (ha comenzado a rectificar), porque lo que le interesa es la Moncloa. Al final lo de siempre, se impone el afán de mandar.

La definición ideológica da igual: del bolivarismo a la socialdemocracia y el centro político, Podemos pretende convertirse en un nuevo partido ‘acaparalotodo’. Reniega de la Transición, pero evoca el 28-O del PSOE de 1982, que la consolidó, al mismo tiempo que el actual Pablo Iglesias salva a Anguita, que fue quien hizo la pinza a Felipe González con Aznar, aunque en este caso se olvide del ‘programa, programa, programa’ que honró al histórico califa rojo. El estribillo de Podemos ahora es otro, pero manifiestan no poca intolerancia en cuanto prueban el mismo producto anti-casta que ellos aplican. 

Con semejante acometida, Pedro Sánchez anda más pendiente de su promoción personal que de hacer propuestas coherentes y sensatas. Su proyecto es ser candidato, y no lo tiene asegurado. Se han olvidado del proyecto, aunque todos anden preocupados en hacer grandes proclamas de coaliciones para el día después: PP-PSOE (siguiendo la estela del imperativo categórico UPN-PSN en Navarra), IU-Podemos, o incluso Bildu-Podemos. Cuando todo el discurso se agota en la voluntad de permanecer en el gobierno, reconquistarlo o conseguirlo por primera vez, renunciando de entrada a hacer valer el propio proyecto, la política se vuelve realmente patética.

La defensa o no de un cambio constitucional, por vía de reforma o aun de ruptura, se ha convertido en el actual momento político en el gran exponente de la tenencia o carencia de un proyecto para España. Resultan muy pobres los términos del debate. Sería realmente un paso atrás convertir la Constitución en un sinónimo de programa o proyecto partidista. Se puede convenir en su necesidad de reforma, pero alentar la iniciativa sin perfilar contenidos, como pretende el PSOE al tiempo que reniega de los cambios recientes que promovió junto al PP, es un juego fútil.

Reintroducir el debate sobre el federalismo como solución, un día asimétrico, otro simétrico, Pedro Sánchez versus Susana Díaz, es como reinventar la pólvora. Sin asimetría no es posible ‘contentar’ al nacionalismo, si es que una reforma del Estado pudiera hacerlo, cosa harto dudosa valorando la lección de la Transición. A no ser que la insistencia actual del PSOE en la reforma federal no tenga más propósito que satisfacer el discurso cortoplacista de la ‘tercera vía’ del PSC en el embrollo catalán.

Que nadie contemple en la posible reforma aspectos sustantivos de la regeneración, como el modelo electoral y de partidos subyacente, por ejemplo, es síntoma de la general ausencia de proyecto. Un tiempo nuevo, un nuevo inicio, volver a empezar, supone un proyecto de renovación que no es hacer tabla rasa, sino preguntarse en que momento del camino nos hemos perdido para no volver a las andadas, primando los simples ejercicios tácticos o aritméticos.

Publicado en Diario de Navarra, 21 de diciembre de 2014