jueves, 24 de enero de 2013

Virtudes cívicas

El cambio de año es momento de balance y de buenos propósitos, por poco que duren. También en política donde lo importante es conocer el rumbo y mantenerlo, como sucede con el gobernaculum de un barco. A tenor de los mensajes solemnes de nuestras autoridades públicas, hundirnos no nos hundimos todavía, pero esa gota de optimismo, muy de agradecer frente a los agoreros de la desgracia, no infunde la confianza y la tranquilidad necesarias.

Para combatir el desánimo colectivo no basta con repetir que la democracia es preferible a cualquier otro tipo de gobierno, ni recordar que la democracia no es el gobierno de los mejores, cuando –según una reciente encuesta– el 95% de los españoles está convencido de que la corrupción política está muy extendida en el país. La regeneración democrática no puede quedarse en retórica que acompaña a cualquier relevo de gobierno, porque el discurso aunque la disimule no transforma ni sana mágicamente la realidad.

Hace 100 años, en plena Restauración, el caciquismo a costa de alimentar un variopinto bestiario político vino a asegurar el funcionamiento del sistema ante las dificultades de la democracia para afirmarse como alternativa en un período de fuertes transformaciones sociales. Hoy, treinta años después del logro de la Transición, la vieja política lejos de haber desaparecido convive con normalidad con la democracia. La actualidad del caciquismo ha saltado en Madrid y Valencia, en Andalucía y Galicia… Cataluña no es una excepción. 

La particularidad catalana es que, coincidiendo con el desafío independentista de Mas, el presunto cortafuegos está contaminado también. Mientras unos aducen la razón de estado para salvar al político inteligente (Duran), otros claman contra una policía incontrolada a la que no se reconoce otro móvil que destrozar a una familia honorable (los Pujol) y a sus amigos políticos. Si el funcionamiento de nuestra democracia tolera con tanta indulgencia el caciquismo y la corrupción, alguna carencia grave tenemos. De conservar las prácticas tradicionales, además de pactos y trapicheos que satisfagan a los presuntos culpables, podrían éstos aceptar para contento del pueblo algún ritual de purificación. 

El estallido del caso Bárcenas, ex tesorero del PP relacionado con la trama Gürtel, a quien se le ha descubierto una cuenta multimillonaria en Suiza, ha terminado de enfangar la política española. No sólo la política, también los medios están en entredicho, especulando con informaciones no contrastadas,  pero de efecto demoledor, aunque algunas no parezcan resistir siquiera la prueba del sentido común. De la corrupción no puede salir ningún beneficiado, aunque no ha faltado quien lo pretenda, situándose de nuevo como posible alternativa 'a lo que sea' dentro de su partido, por mucho que hubiese anunciado su retirada y no pueda considerarse persona ajena al desarrollo de la trama Gürtel en los aledaños más próximos al poder que desempeñaba.

Cuesta hablar de virtudes cívicas. Los clásicos invocaban las virtudes de la amistad y de la piedad -el cuidado de la libertad de un otro relativamente cercano o lejano- no para proteger al político, sino a la comunidad. La fortaleza (firmeza de ánimo en las dificultades), la justicia (saber dar a cada uno lo que le corresponde), la prudencia (capacidad de juicio, decisión y comunicación correctos) y la templanza (equilibrio en la evaluación de las necesidades y moderación en el uso y disfrute de los bienes materiales) son también virtudes cardinales de la política requeridas en el día a día de la gestión de la res pública. Tampoco están de más la veracidad, la generosidad, el altruismo o la solidaridad para el ejercicio del gobierno o la oposición, por no hablar del buen porte y cuidado personal como virtudes políticas saludables.

El problema es que nuestra democracia se ha hecho excesivamente doméstica. De los políticos en camisa hemos pasado a los políticos en camiseta y zapatillas, y con las vergüenzas al aire. A la monarquía le sucede más de lo mismo. Apela a la gran política en el espacio público, pero en el privado S.M. acoge al yerno pródigo entre cuyos trapos sucios sale a relucir ahora la amiga del rey. Así es difícil que las nuevas generaciones puedan apreciar el valor de la monarquía. El viejo espíritu monárquico llegó a entender bien que los reyes no son una familia ‘divina’ ni ‘particular’, sino una familia ‘pública’, y que los errores del trono no sólo perjudican a éste sino a la nación entera, como escribió Chateaubriand. Sean o no todos los componentes de la realeza responsables e iguales ante la ley, que está por ver, de todos se espera -si no genio y talento- al menos dignidad y virtud.

La virtud no tiene precio, pero su ausencia o menoscabo aumenta la volatibilidad del valor de las instituciones, como se ha comprobado en Navarra a propósito de Caja Navarra y su transformación (por paradoja) en Banca Cívica, antes de desaparecer como entidad financiera, donde la depreciación de su capital ha ido en paralelo –para perplejidad y enfado de la ciudadanía– al incremento de las retribuciones de sus directivos y miembros de sus variadas juntas, comisiones y consejos, en aumento también como los antiguos cortesanos.

La falta de transparencia y los apaños entre el poder económico y los políticos, con el amparo de los demagogos, que conduce como tentación permanente a la formación de triarquías oligárquicas, hace ver los peligros de degeneración de la democracia en una sociedad de corte, de los que ha hablado abundantemente Víctor Pérez-Díaz, y que explican el malestar democrático como consecuencia última de la miseria de virtudes cívicas.


Publicado en Diario de Navarra, 26 de enero de 2013
(a excepción del párrafo referido al caso Bárcenas, cuya cuenta multimillonaria en Suiza no había trascendido a la opinión pública cuando el artículo fue enviado al periódico)