domingo, 3 de diciembre de 2017

Sentido de pertenencia


Si algo salta a la vista en Navarra es su carácter liminar, lo cual implica renunciar a cualquier planteamiento absoluto o trivial a la hora de referirse a ella. Decir que Navarra es Navarra es decir muy poco realmente. Las mismas características del solar navarro hablan de su gran diversidad natural, entre el Pirineo y la depresión del Ebro, entre las Españas húmeda y seca. Territorio de encrucijada, ‘puerta de Europa’ para otras comunidades españolas y ‘puerta de España’ para otros países europeos –como gustaba repetir el geógrafo Alfredo Floristán Samanes–, Navarra se presenta como una tierra heterogénea cuya unidad se funda precisamente en la riqueza y complementariedad de aptitudes y recursos, también humanos, afirmados en la historia. Los sucesivos aportes de vascones, romanos y musulmanes, de aragoneses y castellanos, de españoles y franceses han forjado el ser y el existir navarros. La Navarra de ayer y de hoy no se entienden sino como un cruce de culturas en un medio natural atractivo y diverso.

Navarra es un gran espacio de frontera que –según plantea la convocatoria del próximo congreso de la SEHN– exige atender constantemente a su situación ideal entre lo viejo y lo nuevo, lo de fuera y lo de dentro, lo admitido y lo extraño. El hecho diferencial navarro es el mestizaje. La ambigüedad, la hibridez, la propia dificultad para apreciar los límites de la frontera hacen de Navarra un gran umbral de convivencia que lejos de diluirlo ha reforzado el propio sentimiento de identidad navarro, y facilita que se integren en él otros niveles de pertenencia. El Barómetro del Parlamento de Navarra 2016 –elaborado por la UPNA– ponía de relieve el peso del sentimiento navarro como identidad única (45,1%) frente a quienes se consideraban exclusivamente españoles (8,9%), vascos (5,4%) o europeos (5,1%). Combinando identidades únicas y mixtas, el valor más amplio del sentimiento navarro (80,6) era muy superior al vasco (34,1), español (24,3) o europeo (5,1).

Otros estudios –como los paneles de tendencias de CoCiudadana– establecen cómo tras la familia y los amigos, el ‘apego a la tierra’ destaca particularmente entre las prioridades navarras, muy por encima del trabajo, el tiempo libre, el tejido asociativo o la política. Asimismo, los informantes consultados atribuyen como primeras características de la idiosincrasia de los navarros el ser ‘amantes de su tierra’ y ‘tradicionales’, antes que trabajadores o solidarios. Así, entre los distintos sentimientos (de unidad, coherencia, pertenencia, valor, autonomía, confianza) que componen el sentimiento de identidad, el sentido de pertenencia adquiere en los navarros una dimensión fundamental a la hora de organizar la propia voluntad de existencia, operando sobre los patrones y formas personales de percibir, de recordar, de vivenciar y estructurar el espacio y el tiempo, de anclarse en la propia comunidad.

La historiografía de los últimos siglos o la propia literatura de viajeros han sabido recoger, con colores nativos o desde la mirada del otro, esta cualidad. La obra de Yanguas, o la de Olóriz, Iturralde y Campión –en estos días envuelto de nuevo en la polémica–, o la de Caro Baroja, aceptado por todos, entre muchos otros nombres, insistieron en el valor de las antigüedades navarras, de sus leyendas y tradiciones, del apego a lo local, contribuyendo a reanimar o preservar la identidad cultural sin convertir la diferencialidad de Navarra en una unidad antropológica, lingüística o fisiográfica. Por su parte, la mirada del viajero romántico, una mirada con el alma que adquiere nuevas formas actuales, ha sabido poner siempre el paisaje al servicio de la reflexión, fundirlo con la poesía, penetrar el sentido de los usos y costumbres populares o el misterio de las lenguas propias en convivencia, para no dejarse vencer por el poderoso embrujo del territorio (en el progresivo contraste entre montaña y ribera, del Valle del Baztán al desierto de las Bardenas), contribuyendo esa mirada extraña a reforzar la propia conciencia nativa.

Nada de lo que sustenta el sentido de pertenencia y el propio sentimiento de identidad de los navarros debería utilizarse como instrumento político de división. Pese a las diferencias socioculturales y lingüísticas, la voluntad de seguir siendo navarros (se exprese con ‘v’ o con ‘b’) ha sido una constante en el devenir histórico y político de Navarra. También la capacidad personal y colectiva de transitar y proyectarse desde espacios menores a mundos mayores, lo que lleva a descubrir asimismo numerosas fisuras, confluencias y fugas respecto a cualquier sentimiento de pertenencia primordial. Esto último puede entenderse como una consecuencia más de la liminaridad, que favorece la conciencia de una ‘identidad compuesta’, en la acepción de Maalouf. Pero, sin negar la necesidad de arraigo, es algo que responde al propio sentido de la libertad humana que hace, a la postre, que el individuo sea irreductible a su linaje, a su comunidad o a su nación, que los hombres “ya no pertenezcan a su pertenencia”, en palabras de Finkielkraut.

Publicado en Diario de Navarra (suplemento Marca Navarra)
3 de diciembre de 2017