viernes, 9 de octubre de 2009

Ceremonia de la humillación

Estamos toda la semana con lo mismo. Después del refrigerio de las encuestas del domingo, que situaban al PP casi cuatro puntos por encima del PSOE, el levantamiento de una parte del secreto sumarial del caso Gürtel ha sumergido a los populares en una profunda inquietud. Más aún cuando la lectura del sumario debe hacerse a la luz de esas mismas encuestas. Pensar que no hay nada que hacer respecto de ese asunto, porque las encuestas son favorables al PP sería un gran error. Ni Zapatero ni su gobierno tienen credibilidad en estos momentos de crisis general, pero la oposición -según revelan esas encuestas- tampoco. Pensar que eso se debe a un simple problema de liderazgo, personificado en Rajoy, sería otro error. Esa desconfianza tiene mucho que ver con la percepción que tienen los ciudadadanos del caso Gürtel, o mejor, de la falta de respuesta de los dirigentes del partido ante la crisis particular que les atañe, y esto sin duda afecta claramente a Rajoy, que se habría dado cuenta, y que de fumarse un puro estaría ahora que fuma en pipa.

Lo de menos es que Rajoy no tenga responsabilidades en los hechos investigados, porque suya y no de sus barones es la responsabilidad última sobre el partido. Si la credibilidad de Rajoy está en juego es porque la que realmente lo está es la credibilidad de todo el partido. No sirve apelar a que son los años de Aznar los que se encuentran en entredicho, ni sería prudente hacerlo además. Aunque pueda haber dentro y fuera del partido conspiradores que pretenden aprovecharse políticamente de la situación, Rajoy está donde está para actuar como se espera que actúe. En nombre de un partido y del bien que ese partido puede prestar al conjunto de los ciudadanos. La fortaleza y unidad de un partido no puede residir en la negación de hechos incorrectos, irresponsables y escandalosos. Es Ignorar o transigir con las deficiencias de orden operativo moral en la política lo que resulta "políticamente incorrecto", y no lo contrario.

Está bien que un presidente regional del PP asuma la responsabilidad y tome las pertinentes decisiones en los asuntos que le conciernen dentro de su territorio como marcan los estatutos. Aguirre no ha hecho nada que no debiera, ni nada que Rajoy no quisiera, al forzar la separación del grupo popular en la Asamblea de Madrid de los imputados en el caso Gürtel. No ha sido excesivamente resolutiva, aunque ahora se la quiera presentar así, cuando ha esperado no ya a que los implicados estuvieran imputados, sino a conocer realmente los hechos contenidos en el sumario. No ha exigido responsabilidades políticas al margen de las judiciales, sino detrás de ellas. Y será difícil de olvidar el paripé de la comisión de investigación en el parlamento autonómico a propósito del caso de espionaje político, hoy en los tribunales, una simple escenificación que consiguió cerrar el paso a la investigación interna iniciada dentro del partido. Junto a Esperanza Aguirre continúa Granados (número dos del partido y consejero del gobierno de Aguirre), cuando hace tiempo que debería haber cesado.

Como en la ceremonia de la humillación de la Hermandad de la Macarena, de larga tradición, no se trata de optar por el Cristo de la Sentencia o la Virgen de la Esperanza, pues si empeñados están los aguirristas en que nadie les cierre el paso, tampoco pueden pretender ir por delante de Génova. Mientras hagan lo que Génova quiere, todos contentos. Como los valencianos, muy contentos están dice Camps, aunque ellos no quieran hacer ahora lo que dice Rajoy. Pues si el líder valenciano no ejerce ni asume responsabilidades, tendrá que tomar la iniciativa Rajoy, sin que nadie pueda hablar entonces de imposición de Génova. El secretario general del PP de Valencia, Ricardo Costa, puesto en evidencia al levantarse el secreto del sumario, dice que el marrón del Gürtel en Valencia no se lo va comer él sólo. Esperemos. Pero lo que no tiene mucho sentido es que diga que no está dispuesto a entregar su cabeza para dar gusto a las "pretensiones de Génova". Lo hará seguramente por "lealtad" a su jefe. O dimisión o cese.

El recado de Rajoy a Camps no admite dilaciones de ejecución tras el conocimiento del sumario. Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia, así lo ha reconocido. Rajoy puede estar convencido de que se trata de una "trama de corrupción" para aprovecharse del PP y no de una "trama de financiación irregular" del partido, y seguramente tiene razón. Pero para ser creíble tiene que actuar con firmeza respecto a lo más parecido a Filesa de lo que se va sabiendo, y eso es el PP valenciano, para sorpresa no sólo suya. Desde la perspectiva del PP, más preocupante que tal o cual barón pueda darle la espalda a Rajoy, sería que los ciudadanos dejasen de apoyar al partido. Pero pensar que una simples elecciones adelantadas en Valencia pueden ser la solución a la situación creada puede ser más propio de una lógica populista que verdaderamente democrática, máxime si se plantease en términos plebiscitarios de Camps frente a Rajoy. Por mucho fervor popular que despierte la Virgen, o por fuerte que sea la convicción que se tenga en su dimensión como corredentora, la doctrina católica es clara, y nada debe hacer olvidar que el "primero" es Cristo. Eso "el curita" Camps (según se refiere a él el responsable de la trama Gürtel en Valencia) debería saberlo, con independencia del papel que jugara hace un año para atajar la crisis de fe en el liderazgo de Rajoy.

Cuánta resistencia a humillarse. No se puede dar la palabra a los ciudadanos sin que previamente los políticos pidan, de palabra y obra, antes que el voto, perdón a los ciudadanos. Por todo el mal y por todo lo mal que lo han hecho. La ceremonia de la humillación, una estación de penitencia, debe preceder al ritual electoral. Los políticos se resisten a la humillación porque sólo se miran y se buscan a sí mismos, carecen la mayoría de la madurez que debieran, y no toleran la frustración. Su ambición de poder está tan volcada en sí mismos que impiden ellos mismos la necesaria reconciliación con la ciudadanía a través del perdón. Tal es el afán de evitar la humillación ante el sumo sacerdote del propio partido o ante los fieles de la otra iglesia, que se desprecia lo que realmente importa: la ceremonia de la humillación ante los ciudadanos por haber defraudado su confianza. Y eso que si lo hicieran, seguro que conseguirían además muchos más votos. Unos se lo merecen y otros se lo tienen merecido.

2 comentarios:

  1. Con respecto a todo esto de la trama Gürtel y de los sinvergüenzas de nuestros políticos (sean del partido que sean) me gustaría invitarte a leer mi último artículo:
    "NO ES PAÍS PARA HONRADOS"

    http://www.terceraopinion.net/2009/10/11/no-es-pais-para-honrados/

    Un saludo.

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