En este día sombrío, donde el calendario se empeña en celebrar la Constitución, sin que los ánimos acompañen mucho, lo único novedoso es la presencia del lehendakari vasco en los actos conmemorativos de la carta magna. Lo extraordinario es la normalidad vasca, la bandera política que levanta con decidida voluntad Patxi López desde el PSE, con el apoyo del PP de Basagoiti.
El hecho invita a la reflexión, en un momento en que el gobierno Zapatero anda a la deriva perdiendo crudo, y cuando el chapapote alcanza ya a los principales lugares de la política española. A estas alturas nadie duda de que el más cierto proyecto de Zapatero es la ausencia de todo verdadero proyecto. Los errores de Zapatero no sólo han comprometido su política sino que han puesto en cuestión la cultura política de 1978. Ese ha sido su error más ontológico, si es que no ha sido algo deliberado, y el problema es que ahora, encallados, no sabe como salir de ahí.
No lo sabe él y no se sabe si alguien lo sabe. Queremos creer que el Tribunal Constitucional nos sacará del atolladero del Estatut, auténtico nudo gordiano de la deconstrucción política del espíritu de la Transición a que nos ha sometido Zapatero, alentando de modo irresponsable una auténtica reforma de la Constitución y de la organización del Estado por la puerta falsa de las reformas estatutarias, todo condimentado con el picante del regreso al mito de dos Españas, que de su mano nos retrotrae no ya a los años 30 del siglo pasado, sino a los comienzos mismos de la historia de España, si es que podemos hablar de España en algún momento concreto de la historia de nuestros ancestros.
No es fácil celebrar con un poco de entusiasmo una Constitución en la que el gobierno ni cree ni deja de creer, porque ni siquiera plantea su reforma, pero que sin duda ha contribuido a debilitar estos últimos años. El PSOE actual de "patriotismo constitucional" anda más bien escaso, por mucho que en otros tiempos tocara esa tecla. Claro que tampoco son necesarios muchos ardores guerreros, pero cuando no abundan las ideas, más imprescindible se hace un mínimo de lealtad constitucional.
Un poco de lealtad basta. El ejemplo de Euskadi es elocuente. El escenario más conflictivo –si obviamos ahora el terrorismo– se ha trasladado a otros lares políticos, cuando Ibarretxe había conseguido no hace mucho extenuar hasta a los suyos. A los más pesimistas, que no ven una salida fácil a la actual situación política española, ciertamente enrarecida, con un gobierno desnortado, descoordinado y con signos visibles de nerviosismo y agotamiento, únicamente hay que decirles: ex Euskadi lux.
La luz viene de Euskadi. Cuando parece que no hay solución, o que es imposible convenir nada, en esas circunstancias el consenso, como el río, acaba abriéndose paso precisamente porque no hay más remedio que ponerse de acuerdo. Y el acuerdo más sencillo siempre es cumplir y hacer cumplir la Constitución. La actual, la que se tiene. Es la vía más segura a la normalidad. La normalidad política que anhela –que sigue anhelando, 31 años después– la sociedad española. Es preferible la falta de imaginación a la confusión y el desorden incontrolado.
PS. Por cierto: ¿dónde estaba hoy la presidenta madrileña Esperanza Aguirre, tan deseosa de articular un "discurso nacional" alternativo dentro de su partido? Si los políticos posponen la Constitución a su propio descanso ¿para cuando dejan el sentido de responsabilidad?
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