viernes, 16 de octubre de 2009

Vergüenza, cinismo y mala pata


Las peores sospechas se confirmaron. El espectáculo ofrecido por el PP de Valencia el pasado martes ha sido sencillamente vergonzoso. El que fuese martes y 13 no es razón suficiente que pueda explicar el modo en que se desarrolló la crisis que ha acabado con la destitución del secretario general Ricardo Costa. Se ve que algunos no entendieron bien en que consistía la ceremonia de la humillación, y a quien pretendieron humillar fue a Rajoy. Santa paciencia la de este varón que, al final, claro, tuvo que actuar. Ni Costa ni Camps dieron la talla, que ya debían saber cuál era, después de tanto traje

Fue sorprendente contemplar a Costa -nada dispuesto a abandonar sus cargos- dando instrucciones a la dirección nacional del PP, antes y después de la reunión del comité ejecutivo del PPCV, como si realmente estuviese en una posición de fuerza. El que se lo creyera es muy sintomático de cómo se han hecho las cosas en Valencia. Fue decepcionante la actuación de Camps en este embrollo. Pretendiendo hacer equilibrios para no caer, lo único que ha demostrado es su actual falta de equilibrio personal y su incapacidad política para gestionar una situación como ésta y hacer frente a sus propias responsabilidades. La confusión de ese comité es culpa suya y su falta de resolución, lo que hizo inevitable el contundente pronunciamiento de Génova del día siguiente, haciendo tornar las sonrisas pueriles de Costa en lágrimas amargas. 


Camps está más que tocado, hundido, ánima y políticamente hablando. El hecho de que Rajoy tuviera ayer, en su comparencia pública, palabras de apoyo para el presidente valenciano se puede interpretar de varias maneras. Más que una manifestación de la generosidad del presidente nacional del PP, resulta la prueba palpable de la debilidad de Camps en estas horas, aun entre sus fieles valencianos, que tendrán que prepararse para lo que pueda venir, según se vayan desarrollando los acontecimientos, a tenor de la filosofía expuesta por Rajoy.

Porque lo que ha quedado claro, y no es poco, después de la vergüenza que todos hemos pasado, es que existen responsabilidades políticas las haya o no judiciales. Esta doctrina la ha hecho valer Rajoy frente a Costa, y sirve ciertamente para cualquier otro. El PSOE se resistió a aceptarla en el pasado, cuando se sucedieron los escándalos (de Filesa a los Gal), y ello trajo la judicialización de la política y la politización de la justicia en las que ahora lamentablemente estamos.

Únicamente aceptando la distinción, tan obvia y fundamental, entre la responsabilidad política y la penal tendrá autoridad moral el PP para denunciar los abusos -el uso interesado de las instituciones- por parte del gobierno o de la Fiscalía, que sin duda se han dado a propósito del caso Gürtel, y que pueden acabar invalidando el proceso penal. Aunque para muchos no dijera ni reconociera nada, esto es lo que vino a transmitir Rajoy ayer. Bienvenido sea.

Resulta por ello un particular ejercicio de cinismo el editorial de El Mundo que cargaba contra Rajoy calificando de injusta, falaz y antidemocrática la destitución de un pobre Costa, apartado de sus puestos sin que haya sido imputado. Con esa manera de gestionar la crisis interna del PP, Rajoy "ha cruzado el Rubicón de lo que es inaceptable" y queda invalidado para gobernar, según el diario de Pedro J. (el mismo que durante el tardofelipismo pugnaba por esa distinción de responsabilidades).


Pedro J. sigue jugando a lo suyo. Pero como mentor y consejero de los Costa frente a Rajoy, ayer se sintió también derrotado. Hace un año fue Juan, lanzado por Pedro J. como posible rival del gallego, aunque no llegó a presentarse, en el congreso de Valencia. Ahora Ricardo, tan preocupado por su honor. De nuevo un Costa utilizado por el cazador como auténtico flecha de Camps contra Rajoy.


Vergüenza de todos, cinismo de algunos y mala pata sobre todo para uno. El espectáculo servido por el PP restó prácticamente toda visibilidad al ansiado encuentro de Zapatero con Obama en la Casa Blanca. Todo ocurrió como si el acontecimiento planetario -con todos los truenos y centellas- largamente anunciado por Pajín hubiese tenido lugar en Valencia (en torno a los Kennedy españoles, como se ha atrevido denominar Pedro J. a los hermanos Costa) y la visita de Zapatero a Obama, reducida a escala local, no tuviera mayor rango que la de un alcalde a un gobernador. Al menos, todos contentos esta vez con la foto.

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