domingo, 25 de enero de 2009

El discurso "honoris causa" de Aznar


El martes pasado, día 20, el mismo día que Obama pronunciaba su discurso de toma de posesión como nuevo presidente de Estados Unidos, el ex presidente español Aznar, y viejo amigo del ex presidente norteamericano saliente, era nombrado doctor honoris causa por la universidad privada española CEU Cardenal Herrera. Es la primera vez, si no me equivoco, que el ilustre profesor norteamericano recibe esa mención en España. La programación del evento en tan señalada fecha supongo que no pretendía eclipsar el acto ni el discurso de Obama, pero la coincidencia tampoco debe hacer pasar por alto el discurso de Aznar.

Hay quienes han pretendido desconsiderar en bloque a la institución académica, los méritos de la figura homenajeada y el discurso del ínclito personaje. La universidad en cuestión es considerada como particularmente vinculada al PP, pues no ha dejado de proporcionar algunas cabezas pensantes bien situadas dentro de la organización popular, y de ofrecer su sede como escaparate de no pocos actos del partido. Pero por mucho que pueda molestar a algunos la defensa de las raíces cristianas de Europa, esta universidad hace evocar en su mismo nombre una figura que no puede desvincularse de la generación intelectual española de 1914, Angel Herrera Oria, bien considerado por la España laica, como no tuvo reparo en reconocer Ortega y Gasset. Identificar el reconocimiento de las raíces cristianas de Europa con el tufo confesional es un grueso reduccionismo propio de nuestros laicistas excluyentes y repentinos conversos de Obama, que no han reparado aún en el tono del discurso de aquel mismo día del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Como todo personaje controvertido, Aznar ha tenido grandes aciertos y errores. A pesar del grave desafío nacionalista al Estado que supuso el pacto de Lizarra de 1998, el PP se equivocó al vincular a partir de entonces la derrota (policial) del terrorismo (de ETA) con la derrota (política) del nacionalismo (con la consiguiente criminalización del nacionalismo democrático), forzando al PSOE durante un tiempo a seguirle en su estrategia. Esa apuesta arriesgada, que iba más allá del Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo del año 2000, fracasó claramente y se ha vuelto contra el PP (y sus posibilidades de llegar a acuerdos futuros con el nacionalismo). Asimismo, el propósito de Aznar en 2000 de dar un salto adelante en la Historia de España (el orgullo de ser español y la voluntad de sacar a España del “rincón de la Historia”) incorporaba una lógica que condujo al error de respaldar políticamente la guerra de Irak.
Es evidente que Zapatero ha cometido también grandes errores de cálculo (pacto con los independentistas catalanes, negociación con ETA, negación de la crisis) y que erronea se antoja igualmente la logica simbólica del actual presidente (empeñado en dar un salto atrás en la Historia de España con ánimo de reinterpretarla o reescribirla), pero una cosa no quita la otra. Y si Zapatero no ha reconocido sus errores, Aznar tampoco lo ha hecho, y eso que ha tenido tiempo y ocasión. Es más, su intervención en el pasado Congreso del PP de Valencia fue un ejercicio (para muchos cínico) de autojustificación absoluta de su entero periodo de gobierno, que no hizo sino dar alas al sector crítico contra Rajoy (empeñado en escenificar el cambio que le liberase del yugo que le fue impuesto a raíz del 11-M).

El nuevo discurso de Aznar en Valencia con ocasión de esta concesión del doctorado honoris causa se puede calificar, sin embargo, de impecable. Su evocación y defensa de la política y de los valores de la Transición merece toda la atención. La generación de 1978, en efecto, abrió un "caudal cívico" que ha asegurado a los españoles un "largo periodo de confianza, de ambición compartida y de éxito en común".

"Los españoles entendimos que la convivencia pacífica vale más que el cumplimiento de los objetivos partidarios de cada uno. Aprendimos a ser adversarios políticos porque renunciamos a mirarnos como enemigos". "Necesitamos recuperar una idea compartida de cómo queremos que sea nuestro país en el futuro. Necesitamos recobrar el impulso cívico que nació del pacto de la Transición y que los españoles han venido renovando desde entonces. Es preciso devolver el crédito al espíritu de concordia y el prestigio moral al consenso. Porque hemos pasado de reconocer la pluralidad a impugnar lo que nos une. Hoy se pone bajo sospecha la mera apelación a objetivos compartidos. En nuestro actual mercado político se busca rentabilizar la radicalidad, la exclusión y el extremismo beligerante contra la Constitución". "Estamos en el absurdo de considerar que el único Estado aceptable es un Estado residual". "El mejor futuro de España no llegará con un Estado residual. Es urgente asegurar la viabilidad del Estado autonómico en los términos de nuestra Constitución. La centrifugación del Estado no es una consecuencia del modelo autonómico. Es el resultado de la deslealtad. Como desleal es aprovecharse de la flexibilidad del modelo para forzar su colapso."

El recordatorio de Aznar vale para propios y extraños. Mérito fundamental de Aznar fue, a principio de los años noventa, la refundación y articulación del centro-derecha español (culminada con la dolorosa victoria final sobre el CDS de Adolfo Suárez). Una obra que peligra, fundamentalmente por los movimientos de quienes actúan dentro del PP invocando en la sombra el propio nombre de Aznar, y a quienes él ha podido indirectamente insuflar ánimos con ciertas actitudes de desdén hacia Rajoy (a quien todos se apresuran en responsabilizar de las debilidades del PP y descalifican por sus nuevas apelaciones al "centrismo"). A la vista del espectáculo actual de la Comunidad de Madrid, Aznar debe cuidar mucho más en adelante sus mensajes.

La dirigente del PP que presuntamente mejor expresa los "valores del esfuerzo y la exigencia; del respeto y del reconocimiento de la autoridad; de la búsqueda de la excelencia y la retribución del mérito frente a la gratificación instantánea; de la honradez y el trabajo productivo frente al oportunismo y las trampas", invocados por Aznar en su discurso honoris causa, se ha alzado en los últimos días como presunta amparadora de prácticas que cuestionan o niegan esos mismos valores, lo que sólo cabría explicar como manifestación preocupante de una borrachera de poder (suya o de sus colaboradores más inmediatos), y que habrá que observar atentamente para determinar si es un episodio aislado o responde a una auténtica patología política.

"Hoy, España se encuentra instalada en la crisis económica y social más grave de su historia democrática. De esta crisis nadie va a salir solo. Tenemos que liberarnos de los errores a los que nos conduce la política pequeña. Para España vuelve a ser el momento de la política con visión amplia y sentido histórico".

Estas palabras de Aznar contra la política pequeña comprometen a todos. Al partido y Gobierno de Zapatero, y al PP, que necesita presentarse y ser visto más que nunca por los españoles, sacudidos fuertemente por la crisis, como una verdadera y fiable alternativa.

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