miércoles, 21 de enero de 2009

El discurso de Obama

La toma de posesión del presidente Barack Obama constituye un acontecimiento histórico de primer orden. La asistencia multitudinaria al acto así vino a confirmarlo. El hecho ha producido igualmente un entusiasmo inusitado en nuestro país, en la ciudadanía y, por supuesto, en la clase política y los medios de comunicación. El PSOE lo ha celebrado muy particularmente, como si hubiera accedido a la presidencia norteamericana uno de los nuestros. Sus dirigentes y los medios afines se han apresurado a valorar que el discurso pronunciado por el primer presidente de color no era neoconservador, que Obama, no es Bush. Todo un descubrimiento, qué alivio.

Lo que también está claro, es que Obama no es Zapatero. En lugar de presumir de que Obama le haya citado un par de veces (no ciertamente en el discurso de ayer, aunque igual Zapatero, delante del televisor, esperaba que lo hiciera de nuevo), o de ponerse nervioso pensando en cuando podrán disponer los españoles de la primera foto suya con Obama (el diligente Moratinos nos ha tranquilizado asegurando que será dentro del 2009), más le valdría a nuestro presidente leer con atención el discurso de su nuevo ídolo y, mirándose en ese espejo que tanto le gusta, reflexionar sobre lo que está haciendo él con España.


"Compatriotas: He venido hoy aquí, humilde por la tarea que tengo ante vosotros, agradecido por la confianza que me habéis otorgado, consciente de los sacrificios de nuestros ancestros”.

Ante el desafío que tiene planteado, Obama apela a la Nación, a Nosotros, a la Gente, que “nos hemos mantenido fieles a los ideales de nuestros ancestros, y a nuestros documentos fundacionales”. Zapatero, que comenzó de humilde frente a Aznar, ha acabado cuestionando la nación española, poniendo patas arriba la Constitución, de los ancestros sólo se acuerda de su abuelo, y el único “nosotros” que entiende es el de la lógica partidista.

En “momentos de nubarrones y fieras tormentas”, Obama no tiene inconveniente en llamar las cosas por su nombre (guerra, crisis, paro y otros indicadores). Zapatero está permanentemente abonado al pensamiento mágico: basta cambiar el nombre de las cosas para que una determinada realidad deje de existir.

“Hoy os digo que los desafíos que afrontamos son reales, son serios y son muchos”. No es Zapatero, es Obama. “No serán superados fácilmente o en un corto período de tiempo”. Aquí, sin embargo, preferimos decir que otros se equivocan cuando hacen previsiones más duras que las que el gobierno está dispuesto a admitir, como acaba de hacer doña Leire Pajín con los datos sobre España anunciados desde Bruselas por Almunia (nada sospechoso de querer fastidiar al PSOE), aunque sea siempre Solbes quien se equivoca.

“En este día, nos reunimos porque hemos escogido la esperanza sobre el miedo, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia”.

Pero Zapatero prefiere seguir explotando el miedo, la dialéctica de exclusiones, o acudir a las “falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados”, que censuraba ayer Obama, porque le resultan más rentables electoralmente.

Y esto sólo es el principio del discurso.

“La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno es muy grande o muy pequeño, sino si trabaja, si ayuda a las familias a encontrar empleo con un salario decente”.

Aquí nos sobran algunos ministerios propagandísticos y tenemos serias dudas sobre todo lo demás.

“Tampoco es para nosotros una pregunta si el mercado es una fuerza del bien o del mal”.

Pues para nosotros sí. Y ya hemos hecho un juicio al capitalismo por ser responsable de la crisis. Zapatero lo ha dejado claro. No estamos realmente ante un problema económico sino “cultural”.

“En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falsa la opción entre nuestra seguridad y nuestros ideales”. “Esos ideales aún iluminan el mundo, y no renunciaremos a ellos por el bien de la conveniencia”.

Horror que vuelve Bush.

“No nos disculparemos por nuestro modo de vida, ni bajaremos nuestras defensas y para quienes buscan avanzar en sus intentos por inducir el terror y la matanza de inocentes, os decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no puede romperse, no pueden sobrevivirnos y os derrotaremos”.

No fue ésta precisamente la primera actitud de Zapatero con ETA y las víctimas del terrorismo.

“Nuestros desafíos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero esos valores sobre los que depende nuestro éxito -el trabajo duro y la honestidad, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- esas son cosas viejas. Esas cosas son verdaderas. Ellas han sido la fuerza subyacente del progreso a lo largo de la historia”.

En España, por el contrario, Zapatero hace gala de un relativismo post-68 que se complace en la ausencia de verdades madres y en el derecho absoluto a afirmar la diferencia, sea cual sea, a riesgo de radicalizar el proceso de atomización social y de hacer desaparecer cualquier norma de vocación universal en beneficio de los particularismos. Todos los límites son para él ilimitados. Se afana expresamente en hacer de los “valores” el nuevo campo fundamental de la batalla política. Pero esa aversión a la autolimitación acaba teniendo un precio: la propia insignificancia de la política y de los políticos.

“A las puertas de nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras privaciones, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas, y hagamos frente a lo que traiga la tormenta. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba, rehusamos dejar que este viaje termine, que no volvimos atrás, que no fallamos y con los ojos fijos en el horizonte y con la gracia de Dios, llevamos adelante el gran regalo de la libertad y lo entregamos de forma segura a las futuras generaciones”.

Qué lejana la comparación y qué triste sería tener que convenir en el futuro que en España Zapatero fue en gran parte el problema, e incapaz de arbitrar la solución.

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