
España es el problema, Europa la solución. La mente orteguiana ha nutrido de forma vigorosa el europeísmo español que, una vez recuperado con fuerza durante la Transición, se manifiesta cada vez más hueco. Como si bastara declararse europeo, para que la contribución española al proyecto de Europa fuera efectiva, y los problemas inherentes al mismo desapareciesen. El pensamiento mágico que tanto gusta a Zapatero, poco tiene que ver evidentemente con Ortega.
Zapatero se adelantó entre los primeros a refrendar la Constitución europea, sin que mediara en España debate ni pedagogía alguna para su conocimiento (fue algún periódico y no el gobierno quien se encargó de repartir a la ciudadanía ejemplares de la constitución para su conocimiento antes de votarla). Tampoco se han escuchado agudas reflexiones al líder mundial español tras el fracaso posterior de ese proceso de aprobación en algunos países de mayor pedigrí europeo. Y no parece que durante esta campaña de las elecciones europeas tenga previsto el PSOE ilustrarnos sobre la problemática del Tratado de Lisboa.
Aunque cueste reconocerlo, tenemos poco que decir de Europa, y en Europa. Nuestras energías se desgastan mirándonos hacia dentro, y aún no andamos sobrados de educación política. Hacemos responsables a la crisis mundial y europea de nuestros males, y en un acto sin duda de desesperación ya únicamente somos capaces de contemplarnos en el espejo europeo para querer homologarse con algunos países en materia de aborto. Cuestión que ni siquiera figuraba en el programa del PSOE de las pasadas elecciones generales, pero que ahora se antoja urgente y acuciante: pasar de la despenalización del aborto (en determinados supuestos) a su reconocimiento como “derecho”, “para que ninguna mujer que aborte tenga que ir a la cárcel en España” –Bibiana la ministra dixit (como si las cárceles españolas estuvieran llenas por ese motivo).
Zapatero se adelantó entre los primeros a refrendar la Constitución europea, sin que mediara en España debate ni pedagogía alguna para su conocimiento (fue algún periódico y no el gobierno quien se encargó de repartir a la ciudadanía ejemplares de la constitución para su conocimiento antes de votarla). Tampoco se han escuchado agudas reflexiones al líder mundial español tras el fracaso posterior de ese proceso de aprobación en algunos países de mayor pedigrí europeo. Y no parece que durante esta campaña de las elecciones europeas tenga previsto el PSOE ilustrarnos sobre la problemática del Tratado de Lisboa.
Aunque cueste reconocerlo, tenemos poco que decir de Europa, y en Europa. Nuestras energías se desgastan mirándonos hacia dentro, y aún no andamos sobrados de educación política. Hacemos responsables a la crisis mundial y europea de nuestros males, y en un acto sin duda de desesperación ya únicamente somos capaces de contemplarnos en el espejo europeo para querer homologarse con algunos países en materia de aborto. Cuestión que ni siquiera figuraba en el programa del PSOE de las pasadas elecciones generales, pero que ahora se antoja urgente y acuciante: pasar de la despenalización del aborto (en determinados supuestos) a su reconocimiento como “derecho”, “para que ninguna mujer que aborte tenga que ir a la cárcel en España” –Bibiana la ministra dixit (como si las cárceles españolas estuvieran llenas por ese motivo).

Las primeras declaraciones del PSOE ante las manifestaciones del domingo que han recorrido distintas ciudades españolas en contra del aborto, han insistido en que es el PP la mano que mece no se sabe qué cuna en este caso. Qué paradoja ver a un ministerio llamado de la igualdad afanarse en la defensa del aborto como un derecho de las mujeres. La titular de ese ministerio inútil ha pasado de comunicarse inicialmente con un lenguaje pictográfico (mostrando carteles simplistas en sus comparecencias públicas) a proferir frases ininteligibles como que el propósito de la reforma de la ley del aborto es proteger no se sabe qué cosa viviente hasta que pueda ser independiente de la madre. Si eso no se comprende hablando de aborto, menos aún ha conseguido explicar la niña ministra lo fundamental: cómo se entiende –desde una perspectiva socialista– que en nombre de la igualdad se ignore o se vaya directamente contra los débiles y los más desprotegidos, que en este caso son evidentemente los no nacidos.

Se equivoca el PSOE si piensa que la solución a los males de Zapatero, no ya de España, es el aborto. El aborto no aporta bien a nadie. Su apuesta por hacer del aborto un argumento de las elecciones europeas, buscando la salida de los obispos y del PP en procesión, es un error. No han faltado voces duras y discrepantes en sus propias filas, como la de Rodríguez Ibarra, peso pesado de la vieja guardia felipista, proponiendo que la reforma planteada de la ley del aborto se lleve a votacion dentro del Consejo Federal del PSOE, antes de trasladar el debate a la sociedad española, y que se someta luego a referéndum. Ni más ni menos. Más allá de errores, lo que viene a manifestarse es una gran carencia moral y politica en esa curiosa amalgama de europeismo y aborto.

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