Hemos podido atender ya a la voz de los actores en Euskadi, después de la primera impresión de los resultados electorales, y ciertamente se han escuchado algunas voces extrañas. Pero no hay que preocuparse demasiado, es la política vasca.
El PNV ha sido el primero en hablar y en tomar la iniciativa de hacerlo con los demás y el resultado ha sido un poco decepcionante, aunque clarificador. El ex presidente Arzallus fue el primero en hablar de trampa y de farsa en los resultados de las últimas elecciones vascas, y de “golpe antidemocrático” al haberse previamente “barrido” a los que debían haber sido representantes de la izquierda abertzale. Se puede especular con la composición de la cámara vasca de haber concurrido a los comicios las nuevas listas de Batasuna, pero hay algo que no puede pasarse por alto. La izquierda abertzale está presente en el nuevo parlamento vasco a través de Aralar, que ha visto incrementada su representación. Esta es la hora de Aralar, y es de desear que esa apuesta firme por disociar la política de la violencia sea asumida en un futuro próximo por el conjunto del abertzalismo. Resulta por eso sospechoso el silencio del PNV respecto a Aralar, y la preferencia de algunos por Batasuna (sobre todo después de no haber conseguido atraerse sus votos).
Pretender, por otra parte, meter en el mismo saco la actuación preelectoral de Garzón con Batasuna y el PP, como ha hecho Erkoreka, el portavoz del PNV en el Congreso (acusando indirectamente al PSOE de simple cálculo electoralista en la aplicación de la Ley de Partidos), resulta igualmente bizarro y confuso al querer ocultar lo principal: que no se puede relativizar ya cualquier interconexión entre política y violencia. Se está reconociendo en el fondo con esa actitud que resultaba enorme cómodo y beneficioso para el PNV que Batasuna dispusiese de algunos escaños en Vitoria. Un pequeño colchón con el que el PNV podía contar en caso de necesidad para asegurar la Lehendakaritza al candidato Ibarretxe (como ocurrió en 1998 y 2005, y ha recordado en estos días el portavoz del PP vasco Leopoldo Barreda) u para otros menesteres directamente relacionados con los propósitos soberanistas (referéndums anticonstitucionales), sin que el carácter y el uso de esos votos llegase a plantear ningún reparo en términos de legitimidad o de conciencia democrática a los dirigentes del PNV.
Arzallus ha asegurado que personalmente “nunca reconocerá esa situación” y que “ya veremos” hasta cuándo lo hace el PNV. Pues muy poco ha durado. En cuanto han comprobado la escasa receptividad del PSE a su propuesta de gobierno en coalición con ellos, Ibarretexe ha soltado por su boca todo el esencialismo nacionalista, como si expulsara sin poder contenerse la lava de la intrahistoria vasca, asegurando que con independencia de donde esté, el PNV va a continuar dirigiendo Euskadi, ahora y siempre (como lo ha hecho durante los últimos cien años), por los siglos de los siglos, amén. Del argumento de la necesidad de un gobierno fuerte en estos momentos de crisis económica, esgrimido por el PNV en su ronda de conversaciones con los socialistas, se ha pasado a la amenaza de la desestabilización institucional, y a ofrecer un argumento gratis a quienes consideran ineludible tener que desmontar con cuidado el entramado nacionalista para conseguir sacar el País Vasco adelante.
El PNV podrá empeñarse en que no ve proyecto detrás de ese posible acuerdo PSE-PP, más allá del desalojo del nacionalismo del poder, y que se ha engañado a la sociedad vasca. Pero todo lo que ha dicho para argumentar eso, suena cada vez más extraño.
El PNV ha sido el primero en hablar y en tomar la iniciativa de hacerlo con los demás y el resultado ha sido un poco decepcionante, aunque clarificador. El ex presidente Arzallus fue el primero en hablar de trampa y de farsa en los resultados de las últimas elecciones vascas, y de “golpe antidemocrático” al haberse previamente “barrido” a los que debían haber sido representantes de la izquierda abertzale. Se puede especular con la composición de la cámara vasca de haber concurrido a los comicios las nuevas listas de Batasuna, pero hay algo que no puede pasarse por alto. La izquierda abertzale está presente en el nuevo parlamento vasco a través de Aralar, que ha visto incrementada su representación. Esta es la hora de Aralar, y es de desear que esa apuesta firme por disociar la política de la violencia sea asumida en un futuro próximo por el conjunto del abertzalismo. Resulta por eso sospechoso el silencio del PNV respecto a Aralar, y la preferencia de algunos por Batasuna (sobre todo después de no haber conseguido atraerse sus votos).
Pretender, por otra parte, meter en el mismo saco la actuación preelectoral de Garzón con Batasuna y el PP, como ha hecho Erkoreka, el portavoz del PNV en el Congreso (acusando indirectamente al PSOE de simple cálculo electoralista en la aplicación de la Ley de Partidos), resulta igualmente bizarro y confuso al querer ocultar lo principal: que no se puede relativizar ya cualquier interconexión entre política y violencia. Se está reconociendo en el fondo con esa actitud que resultaba enorme cómodo y beneficioso para el PNV que Batasuna dispusiese de algunos escaños en Vitoria. Un pequeño colchón con el que el PNV podía contar en caso de necesidad para asegurar la Lehendakaritza al candidato Ibarretxe (como ocurrió en 1998 y 2005, y ha recordado en estos días el portavoz del PP vasco Leopoldo Barreda) u para otros menesteres directamente relacionados con los propósitos soberanistas (referéndums anticonstitucionales), sin que el carácter y el uso de esos votos llegase a plantear ningún reparo en términos de legitimidad o de conciencia democrática a los dirigentes del PNV.
Arzallus ha asegurado que personalmente “nunca reconocerá esa situación” y que “ya veremos” hasta cuándo lo hace el PNV. Pues muy poco ha durado. En cuanto han comprobado la escasa receptividad del PSE a su propuesta de gobierno en coalición con ellos, Ibarretexe ha soltado por su boca todo el esencialismo nacionalista, como si expulsara sin poder contenerse la lava de la intrahistoria vasca, asegurando que con independencia de donde esté, el PNV va a continuar dirigiendo Euskadi, ahora y siempre (como lo ha hecho durante los últimos cien años), por los siglos de los siglos, amén. Del argumento de la necesidad de un gobierno fuerte en estos momentos de crisis económica, esgrimido por el PNV en su ronda de conversaciones con los socialistas, se ha pasado a la amenaza de la desestabilización institucional, y a ofrecer un argumento gratis a quienes consideran ineludible tener que desmontar con cuidado el entramado nacionalista para conseguir sacar el País Vasco adelante.
El PNV podrá empeñarse en que no ve proyecto detrás de ese posible acuerdo PSE-PP, más allá del desalojo del nacionalismo del poder, y que se ha engañado a la sociedad vasca. Pero todo lo que ha dicho para argumentar eso, suena cada vez más extraño.
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