lunes, 16 de marzo de 2009

Euskadi, voces extrañas (y II)


A principios de la semana pasada el partido socialista le dijo que no al PNV, cuando éste intentó cambiar como si nada el discurso y la estrategia de Lizarra de los últimos diez años por la vuelta a la “normalidad” (entiéndase la idea de la “transversalidad” de hace veinte años, la vuelta a los gobiernos de coalición PNV-PSE de finales de los ochenta y noventa), como si nada hubiese pasado y el tiempo fuera prácticamente inmóvil. Así se percibe, en efecto, el curso político desde la profundidad de la intrahistoria vasca en la que se instala el nacionalismo, donde todo se cuenta por siglos.

El PSE parece que enseguida se ha recobrado de su inicial desconcierto (por no haber logrado el sorpasso y tomado la delantera al PNV en votos) y no ha dejado de manifestarse y comportarse con excesiva naturalidad, como si efectivamente hubiera ganado las elecciones y no dependiera de nadie para poner gobernar, lo que resulta algo extraño. Da por seguro el apoyo del PP, sin ni siquiera referirse a él, como si fuese el PP quien está obligado necesariamente a dárselo (y no el PSE a solicitárselo), porque de lo contrario la responsabilidad de haber malogrado el cambio recaerá (con toda la fuerza de la historia: de la historia no hay quien se libre) sobre los populares.

Los socialistas han expresado con sorprendente e inexplicada claridad su “decisión” de gobernar “en solitario”, con socialistas e independientes, sin plantearse la posibilidad de un gobierno de coalición con el PP. Se acabó la lógica del frentismo y de la exclusión, salvo –según parece- en lo que se refiere al PP, del que curiosamente se puede prescindir o no cuenta en definitiva, puesto que desde el entorno político o intelectual socialista se ve como lo más “natural” las dos cosas: el apoyo de los populares vascos a la investidura de Patxi López y su exclusión del gobierno liderado por el PSE. Por una parte los socialistas no admiten que el PNV sólo hable de frentismo en caso de acuerdo entre los no nacionalistas (y no cuando pactan los nacionalistas entre sí), pero por otra parte admiten esa lógica y se resisten hasta a cualquier formalización de acuerdo con el PP.

El PP también dice algunas cosas extrañas, como la afirmación de Basagoiti de que “es el PP quien quita y pone lehendakari”. A fuerza de ser de Bilbao, el nuevo líder popular vasco parece de Madrid. Tanta chulería política no ha pasado desapercibida ni al PNV, pero algo de razón tiene. Del PP no se puede prescindir si falla (como todo parece) el entendimiento entre socialistas y nacionalistas. La lógica de los números también admite un gobierno PNV-PP, y hasta existe mayor afinidad ideológica si se prescinde de la variable nacionalista. De hecho hoy alguna prensa daba como noticia una oferta generosa que se habría producido del PNV al PP, para que los populares vascos entrasen en un gobierno vasco presidido por ellos. Estas voces secretas por extrañas o infundadas que puedan resultar, fortalecen en cualquier caso la posición negociadora del PP.

De hecho, el PP ha planteado un acuerdo por escrito (como hizo en 1996 con CiU y PNV, a diferencia de la práctica previa de Felipe González en su relación con los nacionalismos), argumentando que no caben "contratos de adhesión", menos todavía atendiendo a los antecedentes de los socialistas, y el PSOE ha comenzado a recular. El gobierno, con independencia de su composición, requiere de una mayoría parlamentaria estable, mucho más en Euskadi, y es lógico que el PP solicite garantías de que su apoyo está orientado a determinadas políticas de cambio (que ha comenzado a precisar, antes de que lo hagan los socialistas, lo que se antoja igualmente extraño, siendo el PSE el partido llamado a liderar el cambio).

Queda aún mucho por ver y oír en Euskadi antes de que se pueda formar un nuevo gobierno. El PP tiene derecho a marcar, y a que se respete, su territorio, pero no debe cometer errores, y puede aprender muchas cosas de los socialistas vascos que deben, en cualquier caso, defender y asegurar una auténtica pluralidad en el País Vasco. Al fin y al cabo, es el PP quien más gana con la nueva situación, tanto si entra como si no entra en el gobierno, y hasta le es más cómodo no entrar y evitar el desgaste en una situación que, sin duda, va a ser de dificultad. Condicionar necesariamente el cambio en Euskadi, y romper la estrategia de Zapatero mantenida en la última legislatura (de entendimiento estable con los nacionalistas para excluir de manera duradera al PP del poder), dejándole en una situación de deblidad política en el Congreso, es de por sí ya mucha ganancia para los tiempos de crisis que corren.

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