miércoles, 1 de abril de 2009

Acuerdo vasco

Este miércoles se ha firmado, como querían los populares, un acuerdo de principios y de políticas, no de puestos, entre PSE y PP vasco, que dé rumbo y estabilidad al próximo gobierno vasco. Aunque también se trata de puestos, pues al fin y al cabo las principales caras del cambio van a ser Patxi López en Ajuria Enea y Arantxa Quiroga en la presidencia del parlamento vasco, y los dos sin saber euskera, para desesperación de los nacionalistas (que hacen de la lengua la quintaesencia de la afirmación de la nación, y de ésta la imperativa necesidad de lograr un estado propio plenamente soberano).

El acuerdo es histórico, sin duda, y los dos contrayentes tienen que estar firmemente decididos a poner todo de su parte para que las cosas vayan bien, porque dificultades las habrá, y muchas ganas de que fracasen las tienen otros. No es un contrato indisoluble, sino por una legislatura, que se puede hacer muy larga, pero estos cuatro próximos años deben hacer historia. Los nacionalistas, bastante callados en los últimos días, han pretendido evitar y deslegitimar el acuerdo hablando de frentismo y de Lizarra constitucional (Gara), pero lo que se abre en Euskadi es un nuevo horizonte de futuro y convivencia que respete tanto la pluralidad como la identidad de los vascos.

La frontera real en el País Vasco sigue siendo la que separa a los demócratas de los violentos. Al PNV, y más como partido democristiano que es, se le puede pedir un tiempo de examen de conciencia, que le haga reparar en los graves errores cometidos durante los últimos años, dolor de los pecados, verbalización de las culpas, al menos en el seno de un serio debate interno que garantice su propósito de enmienda, y el cumplimiento de la penitencia, que constituye su apartamiento temporal del poder. El PNV podría optar por echarse al monte, pero no lo hará porque el monte vasco ya está suficientemente poblado, y porque no puede renunciar como partido a su larga trayectoria democrática. De que responda o no según ese ceremonial de penitencia, dependerá la posibilidad de que recupere en el futuro la confianza fundamental de las clases medias para liderar el País Vasco.

En cualquier caso, con independencia de las fórmulas de Gobierno admisibles dentro de la lógica democrática (y cualquiera de las que puedan producirse después del acuerdo firmado lo es), la política vasca requiere un diálogo y entendimiento entre nacionalistas y no nacionalistas. Euskadi no puede ser gobernada en contra de nadie, y esta debe ser la principal novedad del próximo gobierno. No es una cuestión de simple gobernabilidad, sino de verdadero reconocimiento y respeto de la pluralidad. Las bases políticas y objetivos prioritarios recogidos en el documento firmado apuntan en esa dirección. Y no faltarán seguramente en el próximo gobierno vasco euskoparlantes ni independientes responsables y sensibles al nacionalismo.

En las actitudes anti se reconocen las mentalidades autoritarias o volcadas hacia el pasado. La solución del problema vasco no puede basarse en la desaparición del nacionalismo ni tampoco de aquellos que defienden una idea distinta del país. La política vasca confiere enorme realidad a la idea de la democracia como juego abierto de resultados inciertos. Después de la pugna todos deben extraer consecuencias de los hechos. El PNV, embarcado en la lógica del soberanismo aranista y la autodeterminación, se ha empeñado en la defensa de la identidad vasca al margen del autogobierno actual y de cualquier idea de España. Pero no hay otra alternativa en el País vasco a la lógica del conflicto que la del hecho diferencial.

La sociedad vasca demanda de forma mayoritaria una nueva cultura política donde la violencia no se exprese siquiera a través del lenguaje. La excesiva contraposición en el debate político entre lo cívico y lo étnico acaba por desvirtuar la realidad vasca. El concepto de pueblo como representación colectiva no se reduce a la simple idea de una ciudadanía activa abanderada de la razón abstracta y universal, como tampoco es posible definir la nación cultural sobre la pureza histórica de una raza y lengua originales. Lo histórico es el mestizaje. Ambos extremos, valores cívicos y realidad histórico-cultural diferenciada, se presentan unidos y han de ser defendidos como elementos constitutivos de la identidad y de la pluralidad, de una identidad vasca plural, con la misma convicción y capacidad de persuasión.

El acento en los derechos fundamentales del individuo no puede silenciar la personalidad del País Vasco, ni el énfasis en el hecho diferencial sobreponerse a la garantía efectiva de las libertades de todos y, de modo particular, de aquellos que se ven objetivamente amenazados, y son víctimas de los violentos. La violencia aflige a toda la sociedad vasca, pero no tiene las mismas consecuencias para todos. Reconocer lo obvio no aporta notoriedad al discurso, pero distingue actitudes y sensibilidades políticas. Decir que ahora van a gobernar los que llevan escoltas, como ha afirmado Basagoiti, no es tanto una sinvergonzaría como una vergonzosa realidad.

El nacionalismo democrático es libre de renovar y actualizar su doctrina y objetivos. En todo caso, sobre el PSOE-PSE y el PP vasco recae ahora la responsabilidad desdeñada hasta hoy por el PNV: el discurso legitimador de la autonomía vasca y del Estatuto como referente de una identidad plural, que asegure la correcta institucionalización y vertebración de la sociedad vasca, abierta con naturalidad a otras instituciones y lazos afectivos, de carácter nacional o supraestatal, como son España y Europa.

El riesgo de la sociedad vasca no es tanto de fractura social como de incomunicación política. La sociedad vasca no registra una división irreconciliable entre dos comunidades distintas, sino una acusada fragmentación como consecuencia del nivel alcanzado de diferenciación política y cultural, y que exige de los políticos una mayor responsabilidad y compromiso en el reconocimiento y articulación de esa diversidad. La vía irlandesa como camino hacia la paz no se ajusta a la realidad vasca, e imitar es falsificar, observó Ortega.

La suerte de la Euskadi futura no depende del debate ideológico entre soberanistas y constitucionalistas sino de una praxis política normalizada que conduzca al fortalecimiento de las instituciones vascas. Para ello es requisito indispensable la paz. Pero la paz -como señaló Saint-Exupéry- no es un estado que pueda alcanzarse a través del conflicto: la paz sólo puede establecerse si se funda la paz. Delicious Bookmark this on Delicious

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