Garzón se inhibe y El País se exhibe. Ayer el periódico censuraba que la dirección del PP aplicase “de forma arbitraria” su código ético, citando los artículos concretos que hablan de renuncia al “puesto público”, “investigación interna” y de “expulsión inmediata” en caso de “apertura de cualquier procedimiento jurisdiccional” (artículos 8 y 9). El autorizado intérprete da a entender que dichos artículos debieran afectar a algunos altos cargos de Valencia y Madrid, Camps entre ellos, pues al fin y al cabo tanto ellos como algunos alcaldes (que sí han presentado su renuncia o han sido apartados) se habrían aprovechado del partido o de su cargo público para “obtener lucro, trato o favor personal o beneficio para sí o terceros” (artículo 10). Doble rasero dentro del PP con sus ovejas negras. El partido que presumía de impoluto, y que, no obstante, mantiene la querella por prevaricación que ha presentado contra Garzón.
No se sabe si hay más reproche o decepción ante la falta de ética del PP. Si los jueces son, por definición, independientes, el superjuez Garzón todavía mucho más. Y como el procedimiento jurisdiccional existe, ahora le toca al PP cumplir, que a pesar de que sean todos unos corruptos, queremos fiarnos ciegamente de su inocencia pensando que van a aplicar, al pie de la letra y sin dilación, el código ético de que presumen. Siendo los malos muy malos y los buenos muy buenos, la política de atajos resulta altamente beneficiosa pues permite cobrarse rápidamente las piezas más codiciadas. Antes de que El País apelase al código ético, los socialistas valencianos ya habían solicitado a Rajoy la suspensión de Camps y Costa. Ni que fuera una estrategia sesuda destinada a hacer rodar cabezas (las más preciadas y peligrosas entre los enemigos del nuevo régimen).
Fácil, demasiado fácil para que el PSOE remonte el partido en la Comunidad Valenciana. Hay que sudar un poco más la camiseta, como lo han hecho Rajoy y Feijóo en Galicia. Cuando se pierde la pelota, hay que intentar recuperar el balón corriendo por todo el campo. Está bien presionar al adversario, pero sin caer en el juego sucio. Cuando la única esperanza de ganar reside en la actuación de un árbitro casero y con amplio historial de decisiones polémicas, mal asunto. Que fue Garzón el juez que cenó y cazó con el dimitido Bermejo, y con el comisario general de la policía judicial (viejo conocido de los años noventa con motivo de la detención de Luis Roldán y repescado por Zapatero en 2004), del que depende la unidad que elaboró los informes “esgrimidos” por el juez en vísperas de la jornada electoral del pasado 1-M para ampliar las sospechas sobre las finanzas generales del PP.
Cuando el círculo es demasiado estrecho estos detalles importan. Como es preciso aclarar la cuestión de las famosas facturas de los trajes de los señores Camps y Costa, que Garzón da por buenas el auto pero que después él mismo reconoce como falsas, y que tanto sueño están quitando a los españoles. Ahora que Garzón se inhibe, esperemos a que los Tribunales de Justicia Superior de Madrid y Valencia entren al fondo del asunto, y que nadie pierda la cabeza antes de tiempo. En ningún sentido. Se equivoca Esperanza Aguirre, intentando sobrevivir en la confusión, al afirmar que el espionaje y la operación Gürtel han disparado las expectativas electorales del PP de Madrid. El legalismo y el culto a la ley, así como la apelación a una ciudadanía activa y virtuosa, constituyen una herencia saludable de la Revolución Francesa. También, la guillotina, y esta última indudablemente hay que ponerla en reserva.
No se sabe si hay más reproche o decepción ante la falta de ética del PP. Si los jueces son, por definición, independientes, el superjuez Garzón todavía mucho más. Y como el procedimiento jurisdiccional existe, ahora le toca al PP cumplir, que a pesar de que sean todos unos corruptos, queremos fiarnos ciegamente de su inocencia pensando que van a aplicar, al pie de la letra y sin dilación, el código ético de que presumen. Siendo los malos muy malos y los buenos muy buenos, la política de atajos resulta altamente beneficiosa pues permite cobrarse rápidamente las piezas más codiciadas. Antes de que El País apelase al código ético, los socialistas valencianos ya habían solicitado a Rajoy la suspensión de Camps y Costa. Ni que fuera una estrategia sesuda destinada a hacer rodar cabezas (las más preciadas y peligrosas entre los enemigos del nuevo régimen).
Fácil, demasiado fácil para que el PSOE remonte el partido en la Comunidad Valenciana. Hay que sudar un poco más la camiseta, como lo han hecho Rajoy y Feijóo en Galicia. Cuando se pierde la pelota, hay que intentar recuperar el balón corriendo por todo el campo. Está bien presionar al adversario, pero sin caer en el juego sucio. Cuando la única esperanza de ganar reside en la actuación de un árbitro casero y con amplio historial de decisiones polémicas, mal asunto. Que fue Garzón el juez que cenó y cazó con el dimitido Bermejo, y con el comisario general de la policía judicial (viejo conocido de los años noventa con motivo de la detención de Luis Roldán y repescado por Zapatero en 2004), del que depende la unidad que elaboró los informes “esgrimidos” por el juez en vísperas de la jornada electoral del pasado 1-M para ampliar las sospechas sobre las finanzas generales del PP.
Cuando el círculo es demasiado estrecho estos detalles importan. Como es preciso aclarar la cuestión de las famosas facturas de los trajes de los señores Camps y Costa, que Garzón da por buenas el auto pero que después él mismo reconoce como falsas, y que tanto sueño están quitando a los españoles. Ahora que Garzón se inhibe, esperemos a que los Tribunales de Justicia Superior de Madrid y Valencia entren al fondo del asunto, y que nadie pierda la cabeza antes de tiempo. En ningún sentido. Se equivoca Esperanza Aguirre, intentando sobrevivir en la confusión, al afirmar que el espionaje y la operación Gürtel han disparado las expectativas electorales del PP de Madrid. El legalismo y el culto a la ley, así como la apelación a una ciudadanía activa y virtuosa, constituyen una herencia saludable de la Revolución Francesa. También, la guillotina, y esta última indudablemente hay que ponerla en reserva.
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