No todos los hombres saben lo que dicen; y a algunos, sobre todo si son políticos, no se les perdona. Menos desde la derecha, por muy evangélica que del otro lado la supongan. Es lo que le ha pasado a Rubalcaba, después de que se le ocurriese afirmar que "España no puede negar la decisión del parlamento catalán", frase que ha corrido como la pólvora en las últimas 48 horas, y ha armado algunos trabucos, cuando los nervios siguen vivos a la espera de que el Tribunal Constitucional se decida a pronunciar su sentencia sobre el Estatut.
Particularmente solemne en la respuesta al ministro se ha mostrado Alejo Vidal-Quadras, el chivo expiatorio de Aznar cuando éste pacto con Pujol (CiU) en la primera legislatura que gobernó el PP. En una carta abierta (publicada por LaNación.es), el catedrático de Física y actual europarlamentario del PP sale por la tremenda, dando lecciones de metafísica y de moral, cuando reprocha a Rubalcaba que diga "disparates monumentales" y que falte a las "solemnes promesas" realizadas al tomar posesión como ministro y diputado.
Vidal Quadras, a quien nadie puede negar su condición de político inteligente y brioso, se permite recordar lo que Ortega y Gasset, por otra parte, expuso ya con claridad en los debates de la Segunda República. La diferencia entre soberanía y autonomía. La primera, asociada al poder constituyente, y que corresponde en exclusiva -tal y como recoge la vigente Constitución de 1978- al pueblo español en su conjunto, a la nación española, depositaria de esa soberanía indivisa, y de donde nace el derecho a la autonomía consagrado por los Estatutos. La autonomía subordinada, pues, a la soberanía. Esto se puede explicar de muchas maneras (de hecho, en la Segunda República, Azaña difería en el modo de hacerlo de Ortega), pero en lo fundamental, a partir de esas categorías, está claro que no es Cataluña quien puede imponer sus decisiones a España (otra cosa es que deba hacerlo España a Cataluña).
¿Por qué has pronunciado públicamente unas palabras que hacen un daño inmenso a la Nación a la que te has comprometido a servir y que sabes sin ningún género de duda que son falsas?
La pregunta de Vidal-Quadras a Rubalcaba es retórica (sin necesidad de abrir una discusión acerca de lo verdadero y lo falso). "Espero con impaciencia tu respuesta o tu silencio". Seguramente lo segundo, porque el ministro había querido explicarse la víspera. Según el ministro, únicamente se había referido a la incorporación del término nación al preámbulo del Estatut, y a la forma en que figuraba en esa parte del texto, aludiendo a la declaración aprobada por el parlamento catalán sobre el propio "sentimiento" de identidad catalana. La pre-respuesta de Rubalcaba a la pos-pregunta de Vidal-Quadras también es retórica, pues a nadie se le escapa el fondo político del asunto.
Decir que el preámbulo no tiene carácter o valor normativo y que por ello poco importa lo que diga, es un simple bote de humo, más viniendo del ministro del Interior y, a la vez, el miembro más avezado del gobierno. El preámbulo no tiene un puro interés cultural o de contextualización del momento político en que se aprobó la norma y que deba ser recordado. Persigue, como es lógico, iluminar y llenar de sentido político todo el articulado (parte del cual responde evidentemente a la lógica de la soberanía catalana recogida ahí).
Y si no que se lo pregunten a los navarros, que bien que se preocuparon de sentar en el preámbulo del Amejoramiento del Fuero (1982) la doctrina del Pacto, y casi se mueren del susto cuando por error desapareció ese preámbulo de la publicación de la Ley en el BOE (y hubo que volver a publicarla). Ese preámbulo sigue condicionando la política navarra (y las relaciones de Navarra con el País Vasco y con el gobierno de España, en un sentido estas últimas que bien desearían los catalanes en algún aspecto, por más que en el texto navarro no se hable de nación ni de soberanía originaria).
Por ello, y sea cual sea la sentencia del TC, ya que presume Rubalcaba de haberse "currado" en su momento las enmiendas del parlamento español al Estatut catalán, ya podía decirles a sus correligionarios y antiguos socios catalanes que podían ellos también haberse currado en su día algo más el susodicho preámbulo, que para ser una pieza expositiva llamada a la posteridad, bien merecía un poquito más. No ya de estudio previo o de conocimiento de la historia, sino de finura para el uso político de la misma y para su propia escritura.
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