En un rincón de la península ibérica, un pequeño partido (Unión del Pueblo Navarro, UPN) celebra hoy su VIII Congreso. Es el congreso de la sucesión, pero también el de la ruptura con el PP y el de la división interna, aunque sólo se enfatice lo primero: Yolanda Barcina será elegida nueva presidenta del partido en sustitución de Miguel Sanz, protagonista el pasado otoño de la ruptura de UPN con el PP, y empeñado ahora en que el partido no se debilite. Para ello nada mejor que el antiguo virrey Don Miguel permanezca en la ejecutiva del partido, hecho nada frecuente en la vida de las organizaciones democráticas y que será posible gracias a la reforma de los estatutos de UPN sometida a votación.
En octubre Barcina dijo que no se presentaría a la presidencia de UPN si se producía la ruptura del pacto que unía a UPN con el PP (de forma muy ventajosa para el primero) desde 1991. Los regionalistas navarros estaban y están gobernando en Navarra con el permiso y los apoyos puntuales del PSOE-PSN, pues a pesar de ser el partido más votado UPN no dispone de mayoría absoluta y cabía otra fórmula alternativa de gobierno tras los resultados de las eleccciones autonómicas de 2007: una coalición entre los socialistas navarros y los nacionalistas vascos (representados por NaBai). UPN tenía que agradecer el favor, y en pro de la reciprocidad sus órganos rectores decidieron abstenerse en la votación de los presupuestos generales del estado, en Madrid, contraviniendo la política general del PP y el sentido del pacto que le unía a este partido (por el cual el PP era la voz de UPN en Madrid y UPN la voz del PP en Navarra, hasta el punto de que el PP renunciaba a presentarse como tal en Navarra en todo tipo de elecciones y no contaba siquiera con organización propia en el territorio foral).
El PSN negó que hubiera exigido esa contrapartida para continuar apoyando al Gobierno Sanz, pero la crisis navarra ahondaba aún más la crisis general del PP generada por la ofensiva de los críticos (Esperanza Aguirre y sus muchachos) contra Rajoy, y todo lo que fuera debilitar al adversario era ganancia para el PSOE. Rajoy entendió que UPN se lanzaba de manera deliberada a la ruptura con el PP, y con buena lógica le advirtió que, de contravenir el voto de los populares en las Cortes, los regionalistas serían responsables de una "ruptura unilateral del pacto", expresión propia del lenguaje foralista, que acusó UPN.
Sanz parecía disfrutar en esa tesitura, como si estuviera haciendo política de la grande, mientras Barcina desaprobaba sus maneras, o eso es lo que decía a sus allegados, y hasta se presentó como la que había intentado reconducir in extremis la situación con el PP, negociando sin éxito con la secretaria general Cospedal. Sin embargo, no tardó, en contra de lo manifestado inicialmente, en anunciar que optaría a la sucesión de Sanz. ¿Por qué lo hizo, siendo como era, por muchos títulos, la candidata natural a presidir el PP de la refundación en Navarra? Porque irse al PP, dijo, es lo que les gustaría a los socialistas: ella sabe que arrastra votos y con ella en el PP la fractura de UPN sería mayor y podría dejar al PSN como partido más votado. Ella sólo piensa en UPN. Responsabilidad.
Pero por otra parte, ella es ambiciosa, y con el PP no podría aspirar de facto a presidir el gobierno de Navarra, que es lo que ella quiere, y de inmediato, en cuanto se vaya Sanz. Dejar la alcaldía de Pamplona para estar de comparsa en el Parlamento foral o de simple consejera, pues no. Y volver a la universidad le aburre. ¿Qué hacer? Pues quedarse en UPN e ir a por todas, y si fracasa, siempre podrá empujar la puerta del PP. Interés personal.
Barcina tomó desde entonces la iniciativa dentro de UPN, pero quedaba por saber si contaba con el apoyo de UPN, o más en concreto si seguía contando con el apoyo de Sanz tras su actuación en la crisis. La burgalesa Barcina o Alberto Catalán, secretario general del partido y convecino de Sanz en la localidad de Corella. Vaya dilema para Sanz y no estaba claro que, a la vista de su deriva localista, no quisiera éste llegar hasta el final. Sanz y Catalán controlan el aparato del partido. Barcina fuera de Pamplona, dicho en plata, no se jala una rosca (de ahí que se haya empleado estos meses en patear a conciencia Navarra). Barcina cogió la delantera y afirmó tajante que no quería bicefalias (Catalán en la presidencia del partido y ella en la del gobierno). Lo que podía despertar más recelos en UPN (desconfianza hacia Barcina por su mayor orientación al PP en aquellos momentos). Órdago.
En octubre Barcina dijo que no se presentaría a la presidencia de UPN si se producía la ruptura del pacto que unía a UPN con el PP (de forma muy ventajosa para el primero) desde 1991. Los regionalistas navarros estaban y están gobernando en Navarra con el permiso y los apoyos puntuales del PSOE-PSN, pues a pesar de ser el partido más votado UPN no dispone de mayoría absoluta y cabía otra fórmula alternativa de gobierno tras los resultados de las eleccciones autonómicas de 2007: una coalición entre los socialistas navarros y los nacionalistas vascos (representados por NaBai). UPN tenía que agradecer el favor, y en pro de la reciprocidad sus órganos rectores decidieron abstenerse en la votación de los presupuestos generales del estado, en Madrid, contraviniendo la política general del PP y el sentido del pacto que le unía a este partido (por el cual el PP era la voz de UPN en Madrid y UPN la voz del PP en Navarra, hasta el punto de que el PP renunciaba a presentarse como tal en Navarra en todo tipo de elecciones y no contaba siquiera con organización propia en el territorio foral).
El PSN negó que hubiera exigido esa contrapartida para continuar apoyando al Gobierno Sanz, pero la crisis navarra ahondaba aún más la crisis general del PP generada por la ofensiva de los críticos (Esperanza Aguirre y sus muchachos) contra Rajoy, y todo lo que fuera debilitar al adversario era ganancia para el PSOE. Rajoy entendió que UPN se lanzaba de manera deliberada a la ruptura con el PP, y con buena lógica le advirtió que, de contravenir el voto de los populares en las Cortes, los regionalistas serían responsables de una "ruptura unilateral del pacto", expresión propia del lenguaje foralista, que acusó UPN.
Sanz parecía disfrutar en esa tesitura, como si estuviera haciendo política de la grande, mientras Barcina desaprobaba sus maneras, o eso es lo que decía a sus allegados, y hasta se presentó como la que había intentado reconducir in extremis la situación con el PP, negociando sin éxito con la secretaria general Cospedal. Sin embargo, no tardó, en contra de lo manifestado inicialmente, en anunciar que optaría a la sucesión de Sanz. ¿Por qué lo hizo, siendo como era, por muchos títulos, la candidata natural a presidir el PP de la refundación en Navarra? Porque irse al PP, dijo, es lo que les gustaría a los socialistas: ella sabe que arrastra votos y con ella en el PP la fractura de UPN sería mayor y podría dejar al PSN como partido más votado. Ella sólo piensa en UPN. Responsabilidad.
Pero por otra parte, ella es ambiciosa, y con el PP no podría aspirar de facto a presidir el gobierno de Navarra, que es lo que ella quiere, y de inmediato, en cuanto se vaya Sanz. Dejar la alcaldía de Pamplona para estar de comparsa en el Parlamento foral o de simple consejera, pues no. Y volver a la universidad le aburre. ¿Qué hacer? Pues quedarse en UPN e ir a por todas, y si fracasa, siempre podrá empujar la puerta del PP. Interés personal.
Barcina tomó desde entonces la iniciativa dentro de UPN, pero quedaba por saber si contaba con el apoyo de UPN, o más en concreto si seguía contando con el apoyo de Sanz tras su actuación en la crisis. La burgalesa Barcina o Alberto Catalán, secretario general del partido y convecino de Sanz en la localidad de Corella. Vaya dilema para Sanz y no estaba claro que, a la vista de su deriva localista, no quisiera éste llegar hasta el final. Sanz y Catalán controlan el aparato del partido. Barcina fuera de Pamplona, dicho en plata, no se jala una rosca (de ahí que se haya empleado estos meses en patear a conciencia Navarra). Barcina cogió la delantera y afirmó tajante que no quería bicefalias (Catalán en la presidencia del partido y ella en la del gobierno). Lo que podía despertar más recelos en UPN (desconfianza hacia Barcina por su mayor orientación al PP en aquellos momentos). Órdago.
Sanz no ha dudado en seguir apostando por Barcina y mandar recaditos a Catalán para que se estuviera quieto (y renunciara a aspirar a la presidencia de UPN como quería), apelando a la unidad del partido. Barcina, a la postre, es una pieza básica de la operación montada por Sanz sobre la premisa de que el PSN responderá fielmente al paso que ha dado UPN al romper el pacto con el PP. La gran mente estratégica de Sanz parece ignorar la propia situación del PSN, su debate y división interna. Debe confiar en que el nuevo secretario general de los socialistas navarros, Roberto Jiménez, es antinacionalista como él, aunque olvida que ya han pasado unos cuantos por el cargo en los últimos años, y de todas las inclinaciones, lo que (conociendo la evolución del socialismo navarro) puede seguir sucediendo en el futuro
Pero Sanz confía más en la política antigua que en la moderna. A base de chupar sillón del trono en el Viejo Reyno, se ha empeñado en trenzar una red de políticas familiares y de alianzas matrimoniales. Debe haber tilín entre Yolanda Barcina y Roberto Jiménez, y si no que se aguanten, la seguridad del reino está por encima, y hemos de confiar en eso para asegurar la felicidad futura de los navarros. Regionalistas y socialistas unidos por siempre en el gobierno de Navarra. Todo por Navarra. ¡Pobre Barcina, qué sacrificada! Catalán tendrá que conformarse, y gracias, con ser vicepresidente del partido.
La ponencia política de este VIII Congreso de UPN alude a la ruptura con el PP de un modo totalmente impersonal, muy distinto de cómo se suscitó en caliente, sin señalar personas o partidos como responsables de la ruptura, sino solamente circunstancias: la desaparición del mecanismo previsto por la LORAFNA que establecía el acceso automático al Gobierno de Navarra de la formación más votada (razón fundamental de aquel pacto, según UPN), y la "autonomía de los órganos de dirección de UPN para adoptar decisiones sobre asuntos de interés para Navarra". Todo, en la lógica de UPN, acaba siendo de interés para Navarra porque acaba afectando, de un modo u otro, desde el miedo a Euskadi, a lo primordial de Navarra: su territorialidad y diferenciación jurídica. En Navarra no hay más frontera política que la que separa a nacionalistas y no nacionalistas.
UPN se declara mayor de edad para seguir protagonizando sin tutelas de Madrid la política foral, pero no hay ninguna variación en su discurso político, profundamente cansino en el sentir de muchos. Ha llegado la hora de Doña Barcina de Navarra y el momento también de que el PP, recuperadas sus siglas en el único lugar de España donde no las tenía, defina claramente ya, sin mayor dilación, su discurso, estrategia y liderazgo en Navarra, si quiere realmente aportar aire fresco a la política de este pequeño rincón pirenaico. En contra de lo que piensa Sanz, una lectura atenta del cambio reciente en el País Vasco sirve mucho más para críticar la política tradicional y la estrategia reciente de UPN, que para reafirmarlas.
Pero Sanz confía más en la política antigua que en la moderna. A base de chupar sillón del trono en el Viejo Reyno, se ha empeñado en trenzar una red de políticas familiares y de alianzas matrimoniales. Debe haber tilín entre Yolanda Barcina y Roberto Jiménez, y si no que se aguanten, la seguridad del reino está por encima, y hemos de confiar en eso para asegurar la felicidad futura de los navarros. Regionalistas y socialistas unidos por siempre en el gobierno de Navarra. Todo por Navarra. ¡Pobre Barcina, qué sacrificada! Catalán tendrá que conformarse, y gracias, con ser vicepresidente del partido.
La ponencia política de este VIII Congreso de UPN alude a la ruptura con el PP de un modo totalmente impersonal, muy distinto de cómo se suscitó en caliente, sin señalar personas o partidos como responsables de la ruptura, sino solamente circunstancias: la desaparición del mecanismo previsto por la LORAFNA que establecía el acceso automático al Gobierno de Navarra de la formación más votada (razón fundamental de aquel pacto, según UPN), y la "autonomía de los órganos de dirección de UPN para adoptar decisiones sobre asuntos de interés para Navarra". Todo, en la lógica de UPN, acaba siendo de interés para Navarra porque acaba afectando, de un modo u otro, desde el miedo a Euskadi, a lo primordial de Navarra: su territorialidad y diferenciación jurídica. En Navarra no hay más frontera política que la que separa a nacionalistas y no nacionalistas.
UPN se declara mayor de edad para seguir protagonizando sin tutelas de Madrid la política foral, pero no hay ninguna variación en su discurso político, profundamente cansino en el sentir de muchos. Ha llegado la hora de Doña Barcina de Navarra y el momento también de que el PP, recuperadas sus siglas en el único lugar de España donde no las tenía, defina claramente ya, sin mayor dilación, su discurso, estrategia y liderazgo en Navarra, si quiere realmente aportar aire fresco a la política de este pequeño rincón pirenaico. En contra de lo que piensa Sanz, una lectura atenta del cambio reciente en el País Vasco sirve mucho más para críticar la política tradicional y la estrategia reciente de UPN, que para reafirmarlas.
Una vez más es de envidiar la claridad con la que enfocas los temas. En este caso, además, comparto muchas de tus opiniones. El esencialismo navarrista que ha caracterizado a UPN desde su origen hace que en ocasiones sus dirigentes eleven sus opiniones políticas al grado de verdades incuestionables. Tienden, de hecho, a identificar su particular modo de ver las cosas con el interés general de los navarros. El juego es simple, pero efectivo: el interés de Navarra es el interés de UPN, luego, los intereses de UPN son los intereses de los navarros.
ResponderEliminarEl problema en este caso es que la partida planteada por Sanz-Barcina no resulta convincente. Hay un claro desajuste entre los intereses de UPN (y los intereses particulares de los dirigentes de UPN) y los intereses de los navarros de modo que el acuerdo UPN-PSN se contempla por amplios sectores de la ciudadanía no tanto como un pacto de gobierno para defender a Navarra de la amenaza nacionalista, sino como un reparto del pastel foral entre dos partidos cada vez más agotados en cuanto a ideas y un verdadero programa político. El PSN parece resignado a jugar un papel de reparto en futuras películas y UPN sigue extrayendo rendimientos políticos de su antinacionalismo (vasco, claro está) y del miedo a Euskadi, gracias a la violencia terrorista.
Yolanda Barcina ha sabido jugar sus bazas para situarse en una posición que nunca habría tenido en el PP (como bien dices), pero sigue mirando de reojo a los populares, con los que, sin duda alguna, se sentiría más cómoda. La apuesta de Sanz por Barcina parece estar motivada más por cálculos electorales (para retener algo del voto de centro-derecha urbano) que por convicciones ideológicas.
Veremos qué nos prepara Barcina, como buena maestra de ceremonias que es, de cara al próximo encuentro electoral y veremos qué sale de la chistera de Rajoy como propuesta del PP de Navarra.