El presidente español Zapatero anda falto de recursos y no se le ocurre otra cosa que subir los impuestos. Como tampoco anda sobrado de argumentos, ha hecho lo de siempre, intentar cubrir sus carencias con discurso ideológico grueso. Se enfadó con los empresarios antes de las vacaciones por haber roto el "diálogo social", y ahora les responsabiliza de la crisis, del estancamiento de España, que se aleja del horizonte europeo de recuperación.
La crisis primero no existía, después era internacional y por eso afectaba a España. No había entonces más que declararse fiel seguidor de Obama, e imitar las medidas de otros gobiernos, para salir sin más de la crisis y conseguir que los españoles redoblasen su confianza en el líder Zapatero. Era más importante hacer ver que se hacen cosas, que determinar lo que había que hacer realmente. Y de golpe y porrazo el gobierno se ha encontrado con un déficit público y un paro indomable, como ningún otro país, que han hecho sonar todas las alarmas.
A Zapatero lo único que le preocupa es la gestión electoral de la crisis. Por eso reemplazó a Solbes por Salgado, para combatir los efectos desastrosos de la crisis en el plano político, y no propiamente en el plano económico. Ya no se habla de transformación del modelo productivo incentivando el I+D+i, porque se han paralizado hasta los presupuestos del ministerio de Garmendia, que debía impulsar ese cambio.
Se confía todo a un presupuesto de salvación, no económica ni nacional, sino simplemente política y personal. El ritmo histórico de crecimiento del paro y del aumento del gasto en la prestación por desempleo ha armado el discurso del gobierno, forzado a taponar las agujeros creados. Los empresarios critican duramente la anunciada subida de impuestos, porque -en buena lógica económica- es lo peor que se puede hacer en tiempos de crisis si se quiere restablecer la confianza y reactivar realmente la inversión, la producción y el consumo.
Pero parece que eso ya no importa. Zapatero no sabe explicar la fuerte subida de impuestos, su confusión es total al respecto, le ha espetado hasta Libération, nada sospechoso de neoliberalismo. Y es que Zapatero no ha ido más allá de un discurso trasnochado contra los "ricos" y los "poderosos", que no hace sino obviar su propia posición de poder y su política de "despilfarro" (caprichosa en todo caso, como quien dispone de algo que le pertenece y puede dispone de ello sin mayor justificación), y que se ve forzado ahora a rectificar por su misma inutilidad.
Ni a Zapatero ni a Salgado les preocupa que España pueda quedar descolgada de la recuperación económica. La derecha es el enemigo a combatir en esta guerra, la justicia del Estado está más en el lado de los gastos que de los ingresos, la solidaridad con los trabajadores por encima de todo. Zapatero va por libre. Contra la crisis y sus propios errores únicamente ofrece ideología. Cada vez de forma más extravagante e ineficaz. Porque puro envoltorio ideológico es también su proyecto de Ley de Economía Sostenible, cuando no hay detrás ninguna capacidad de poder realizar las inversiones necesarias para hacerla cuanto menos verosímil.
El pseudo discurso "social-revolucionario" de Zapatero para justificar la subida de impuestos hace más palpable el fracaso de su política, por más que puertas adentro llegue a satisfacer a algunos grupos de izquierda, cuyo apoyo pretende recabar el PSOE para aprobar los próximos presupuestos. Puertas afuera, Zapatero manifiesta otro tipo de extravagancia. En Estados Unidos, estos dos últimos días, no ha tenido empacho en afirmar ante la ONU que el cambio climático es el responsable de la recesión (aunque le preocupe más aquél, porque es más devastador que la crisis).
Más incalificable ha sido su aportación a la cumbre del G20 en Pittsburg. Zapatero ha advertido del riesgo de que pueda recuperarse el crecimiento económico sin que se produzca empleo. Como si pretendiera elevar a ley general lo que sin duda será el caso particular de España, con "una situación social muy difícil", y así poder seguir amparando en el contexto internacional la situación española. Al menos, no ha querido defender en este foro sus impuestos social-revolucionarios (que ni siquiera lo son, pues al final gravarán a las clases medias y a las rentas del trabajo). Para esto sirve el imponderable logro histórico de la presencia (provisional) española en el G20.
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