Los socialistas navarros están cómodos apoyando a Miguel Sanz. Primero, porque éste se va, y por eso mismo les escucha y les deja hacer y creer que hacen, y seguirán haciendo después. Segundo, porque permite al PSN superar la imagen de comportamiento errático que ofreció a raíz de las negociaciones con NaBai tras las elecciones autonómicas de 2007. El presunto aventurismo político, las veleidades pronacionalistas y la falta de principios con tal de gobernar de Fernando Puras -la imagen de Zapatero durante la primera legislatura- son reemplazados por la responsabilidad, el sentido de estado y el compromiso desinteresado con la gobernabilidad de Navarra, valores de Jiménez como nueva imagen de Zapatero en esta segunda legislatura. Y eso, piensan, les dará votos, les restituirá cuanto menos la condición de segunda fuerza indiscutible de la comunidad (disputada por NaBai en 2007) y les hará creíbles como única alternativa de gobierno a UPN. Esta es la lectura que ha hecho Jiménez de los resultados del PSN en las elecciones europeas (obviando el triunfo fantasma del PP y centrándose en el "claro descalabro", según él, que han tenido el resto de formaciones progresistas de la Comunidad foral).
Esa nueva actitud responsable y desinteresada del PSN algo exigía, no obstante: que UPN rompiera amarras con el PP, como un requisito previo para que los socialistas pudieran pactar con UPN; y a ello se entregó Sanz, no sin cierto desgarro, pues al navarrismo oficial se le llena la boca sentando la doctrina del "pacto" y él tendrá que cargar, en su retirada política, con haber roto de manera “unilateral” el pacto (según le espetó el PP, lo que puso en marcha la maquinaria de UPN precisamente para contrarrestar esa idea, como ya se ha comentado). Pero alguien tenía que sacrificarse en el altar de la patria navarra. Visto desde el otro lado, tampoco se debe juzgar con dureza a Sanz. Al fin y al cabo, dándole otra pasada al tema, Sanz no hizo sino inspirarse en el Rajoy que tras las elecciones generales de 2008 realiza algunas reflexiones y números, y extrae determinadas conclusiones (hay que sumar votos para ganar al PSOE, y para ello hay que hacer esto y lo otro, moderarse y centrarse). Sanz sacó su lapicero y lo mismo: el entendimiento estable con el PSN es la única alternativa segura de futuro para Navarra.
Todo esto, argumentado por unos y otros desde la idea de la excepcionalidad navarra, plantea algunas dudas y paradojas a la luz de los propios acontecimientos políticos más recientes del País Vasco. Refundado el PP en Navarra (como no podía ser de otra manera una vez roto el pacto con UPN) y producido el cambio político en Euskadi como consecuencia de un pacto histórico entre socialistas y populares vascos, defendido también en mor de la excepcionalidad vasca, no se acaban de entender bien las repetidas y tajantes declaraciones de los dirigentes del PSN después de las elecciones europeas advirtiendo a los regionalistas de UPN de que si se decantan por las tesis de su presidenta Barcina, ello puede hacer peligrar la estabilidad del gobierno navarro, pues cualquier guiño o aproximación de UPN al PP dificulta mucho el entendimiento con el PSN. "Si alguien quiere abrocharse a ellos, nos está diciendo que no quiere tener ningún tipo de acuerdo con nosotros" (Jiménez). En las actuales circunstancias, esto exige alguna explicación más que decir que el PP sólo ha venido a Navarra a crispar.
UPN como partido tendrá que demostrar su capacidad de cambio tras la llegada de Barcina a la presidencia. Pues no se debe obviar que el discurso navarrista que ha abanderado hasta ahora UPN produce ciertos reparos desde la lógica democrática: por esencialista y excluyente, en la medida que da a entender (como si fuera una premisa evidente) que una parte considerable de Navarra y de ciudadanos navarros -aquellos que son culturalmente vascos y que formulan de manera menos simplista que UPN la cuestión de la identidad- no tienen derecho a existir, presumiendo de antemano su contagio por el nacionalismo vasco radical: como si fueran simples apestados. Desde sus orígenes UPN ha sido un partido antinacionalista vasco hasta la médula, pero cuyo discurso paradójicamente no es menos nacionalista, pues apela también a un pueblo abstracto, exponente de una unanimidad substancial, que niega la pluralidad real, y que aspira a encarnar el poder en exclusiva.
El navarrismo oficial tiene que aprender, lo mismo que el nacionalismo vasco, que ningún grupo puede pretender imponer determinados valores culturales y políticos o visiones selectivas de la historia como los verdaderos y exclusivos de la comunidad navarra. Al final cuando se está tanto tiempo seguido en el poder, se pierde de vista lo básico. Hay que abrir las ventanas y ventilar el gobierno, y tantas otras instituciones, que dirigen siempre los mismos, no ya un partido, sino determinados amigos y clientelas. Esta ha sido la principal razón para el cambio en Euskadi y Navarra no es una excepción en esto, y los socialistas lo saben porque no son ajenos a ello.
Ni se entendió el amago de apuesta del PSN por gobernar a todo trance con los nacionalistas en Navarra en 2007, ni se entendería ahora su seguidismo hacia UPN (de ahí que invoquen el argumento de la "bicefalia" de UPN para atacar a los regionalistas al mismo tiempo que los apoyan). Pero los socialistas están atrapados en sus propias redes. Porque la estrategia de confrontación con Barcina en el Ayuntamiento (buscando su reprobación, no se sabe muy bien si por su mala gestión municipal, por ser la nueva presidenta de UPN, por suponerla más cercana al PP, o por las tres cosas a la vez) exige -si quiere ser efectiva- el concurso no sólo de NaBai sino de los concejales de ANV, y esto ya son palabras mayores una vez que, tras el giro de Zapatero, esta formación ha sido ilegalizada y que ETA ha vuelto a matar, como tristemente ha sucedido hoy mismo en la persona del inspector de Policía Eduardo Puelles. Aceptar ese apoyo no es fácil de justificar ni de comprender.
La política navarra demanda nuevos aires y admite por demás -con mayor razón después de la entrada forzada del PP en escena- múltiples combinaciones, como corresponde a una comunidad diversa y plural, como es efectivamente Navarra, donde no cabe soñar con mayorías absolutas. El argumento inicial de Sanz y su entorno dentro de UPN insistiendo en que la ruptura con el PP les iba a beneficiar a ellos porque les quitaría la imagen de derechones, ha quedado en cuarentena después de los buenos resultados del PP en las europeas, y no deja de resultar una afirmación paradójica. Es obvio que la evolución y el crecimiento electoral de UPN supone la existencia de distintas sensibilidades entre sus votantes, pero si alguna formación entronca con la vieja derecha tradicionalista-carlista (por reconvertida que se encuentre hoy al navarrismo oficial) esa es, en efecto, UPN, más aún después de la escisión que sufrió entre sus filas del CDN de Juan Cruz Alli.
El PP de Navarra puede optar por jugar a la derecha de UPN, como querrían los regionalistas, o por situarse estratégicamente en el centro, entre UPN y los socialistas, justamente en el momento en que el futuro del partido de Alli parece más incierto que nunca. Lo segundo desde luego abre muchas más posibilidades de juego político y de acabar resultando decisivos en distintas alternativas de formación de gobierno, con UPN o con el PSN, pues lo que está realmente por ver no es tanto la capacidad del PP para implantarse en Navarra como la de UPN a medio plazo para resistir al avance del PP (¿diez años a lo mucho?). Avance que, sin duda se producirá, si ocupa realmente esa posición de centro y defiende sin ningún tipo de complejos la pluralidad de Navarra, sin pretender rivalizar con UPN en el rancio y cansino discurso antinacionalista vasco, de carácter frentista, que no es necesario ni conveniente para erigirse en el verdadero defensor de las libertades ciudadanas, de la pluralidad y de la idiosincrasia de Navarra. Son los demás, no el PP si sabe jugar sus bazas, quienes se encuentran en la actualidad con un serio problema de discurso o estrategia.
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