Antes de las pasadas elecciones generales celebradas en España en marzo de 2008, Zapatero tildaba de catastrofismo las críticas de la oposición a la política del gobierno ante los primeros signos de la tormenta económica. Rajoy era el nuevo profeta del Apocalipsis en España. Ayer, en el debate económico celebrado en el parlamento, Zapatero –que hasta hace nada hacia ejercicios de funambulismo político para no pronunciar la palabra “crisis”– no sólo reconocía sino que insistía en que nos encontramos ante "la peor recesión global de la historia reciente", lo que había obligado a todas las instituciones, incluidas las españolas, a modificar sus previsiones de crecimiento. Rajoy, en turno de contrarréplica, no tuvo más que decir: "¿Quién es ahora el apocalíptico y catastrofista?", y Zapatero se limitó a sonreir.
La crisis es, por supuesto, internacional. Lo que no se sabe muy bien, es por qué raro fenómeno de meteorología económica mundial el paro tiene su particular incidencia en nuestro país. Es un tema inquietante que los expertos tendrán que estudiar (los interesados pueden presentar un proyecto a la convocatoria del ICO para que sea subvencionado y desarrollado cuanto antes), pero entretanto nuestro mercado laboral se degrada, día a día, de forma acelerada. El presidente reconoce que "el Gobierno es el principal responsable de luchar con determinación y acierto contra la crisis", pero sus medidas son como sacos de arena que se lleva la riada destructora (eso sí, llenos de billetes y que habremos de reponer en el futuro cada uno de nuestro bolsillo). Muchos ayuntamientos no saben muy bien qué hacer con su parte destinada a fomentar la obra pública, y por lo que me comentaba hoy un concejal de un municipio del norte, no va a faltar quien destine ese dinero a remozar la propia sede de la alcaldía, que falta le hace (esperemos que el estilo Touriño no prolifere).
El Gobierno es el principal responsable de luchar contra la crisis y, claro está, hay que “aunar esfuerzos e ideas” ante el imponente desafío que tenemos delante. No tiene inconveniente en apropiarse de iniciativas de la oposición (como la reducción del gasto corriente anunciada ayer como gran novedad) al tiempo que desprecia públicamente sus ideas (según Zapatero, nadie de la multitud de interlocutores con que ha hablado, le ha pedido que aplique las medidas de la oposición). Se responde a sus críticas con argumentos que eluden la propia responsabilidad suya como presidente (apelando al monto de la deuda pública de ayuntamientos o comunidades autónomas y, en un gesto de frivolidad política, volviendo a mentar la guerra de Irak y el 11-M, por qué no). Antes que reconocer la incapacidad del ejecutivo, Zapatero prefiere recurrir al populismo para hacer frente al temporal. Seguro que a muchos reconfortará saber que nuestro Gran Timonel pertenece "a una generación que estuvo marcada por el desempleo". Todos uno con él, los sufridores y desamparados por la crisis. Esa es la mayor garantía para "volver a la senda de la prosperidad".
De esta manera espera ofrecer confianza y credibilidad a los españoles. El pone todo lo que sabe para intentar recomponer el circuito roto de nuestra economía. Populismo contra desesperanza. Y ahora a esperar que esa confianza genere inversión, crecimiento y empleo. En cualquier caso, mejor la confianza ciega en él, antes que en una oposición desarticulada, paralizada y puesta bajo entera sospecha por la mirada (no tan ciega, como cabría suponer) de la Justicia. La prontitud con que en la sesión de hoy de control al Gobierno, continuando el debate económico de ayer, el presidente y sus ministros han acudido a este argumento de la oposición ya no catastrofista sino catastrófica, no es menos sospechosa.
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