El difunto confesor del rey hizo algunas confesiones políticas cuyo secreto acaba de ser desvelado (El Mundo, 14-II-2009). Las revelaciones del buen fraile son de bastante sentido común, por contundentes que parezcan en algunos aspectos. Así, en su opinión sobre el actual presidente Zapatero no se andaba con rodeos: “no diré si es listo o torpe, bueno o malo... Es un inmaduro”. No hay duda de que transmite una opinión personal, y si puede llamar la atención es porque contrasta ciertamente con las sorprendentes alabanzas que llegó a hacer en público el rey sobre Zapatero no hace mucho. Pero es una opinión certera, la compartiera o no con don Juan Carlos (que fallar, podemos fallar todos, nos arrepintamos o no).
Que Zapatero sea un inmaduro no le disculpa que esté poniendo patas arriba el patio español. No obstante, para ser un inmaduro, hay que reconocerle algunos logros. Uno no menor es ver cómo Felipe González y Garzón trabajan para él. Da igual que el ex presidente González –dicen- no le pueda ver, y le ponga a caldo en privado ante quienes todavía quieran escucharle, pero a la hora de la verdad, ahí está, sirviendo a Zapatero. Motivos tiene en el fondo. Zapatero ha conseguido rehabilitarle.
El sino de la Historia quiso que el descomunal y trágico atentado del 11-M, que precedió a la derrota del PP en 2004, y que ha pesado como una losa en toda la última legislatura, criminalizando políticamente a ese partido y a Aznar (lo que supuso un duro fardo para su sucesor, Rajoy), liberase para siempre al PSOE (internamente y ante los españoles) del recuerdo traumático de aquellos años finales de Felipe González, felizmente recuperado como protagonista por Zapatero en la campaña electoral de 2008.
Zapatero, si le apuran, presume de haber puesto a González al frente de la Comisión de sabios europeos que intenta dirimir el futuro constitucional de la Unión (después del fracaso de Giscard d’Estaing), y Felipe presume de sí mismo en cuanto tiene ocasión, como ha hecho recientemente en la campaña para las elecciones gallegas. Da igual que su antigua bestia negra Garzón también esté echando una manita para que el candidato del PP Núñez Feijóo, que roza la mayoría absoluta, no tenga que enfrentarse únicamente al socialista Pérez Touriño y sus amigotes nacionalistas, sino al vendaval levantado por el juez-político de la Audiencia Nacional contra el PP.
Todo vale para detener a la derecha. El “no pasarán” siempre ha movido a Felipe González (que aún lo utilizó a la desesperada en 1996, para evitar su derrota ante Aznar). Y si la ayuda del juez Garzón sirve para “criminalizar” realmente al PP, y al propio Aznar (ahora que Bush, Irak y el 11-M han sido desmontados como telón de fondo del debate público), esa revancha de la historia bien puede sanar antiguas heridas (aunque sea a base de avivar viejos rencores).
Inmaduro o caradura, Zapatero no ha tenido empacho en exigir hoy a Rajoy en el Congreso “respeto a la fortaleza de nuestro Estado de derecho”, como respuesta a la petición de destitución del ministro de justicia Bermejo, que le había hecho el líder de la oposición, por haber ido a cazar con el juez, una fiscal y el comisario general de la policía judicial. Esa fortaleza del Estado de derecho (a prueba de bombas –terroristas– y presuntas prevaricaciones –de algunos políticos y jueces) es la que le hace “capaz de mantener la plena independencia de los jueces en la que creo”, ha afirmado Zapatero. Otro motivo para creer, ahora que lo del pleno empleo (motivo para creer en la campaña de 2008) se ha demostrado que había que entenderlo al revés.
Da igual la filtración de sumarios, aunque pueda causar indefensión a personas físicas o dañar seriamente a personas jurídicas (tan vitales para la democracia como el principal partido de la oposición). Da igual que un juez pueda actuar con intencionalidad política en etapa preelectoral. De hecho, se va inhibir ante la presencia de aforados entre los posibles imputados (en cualquier caso, no antes de que se hayan celebrado las elecciones del 1 de marzo). Da igual que con todos sus antecedentes, un juez que se pasó a la política (con Felipe González) y volvió despechado a la judicatura (contra Felipe González), pueda ser elevado a la presidencia de la Audiencia Nacional, como al parecer pretende el interesado y el PSOE. Eso sí que pondría a prueba la fortaleza del Estado de derecho español. Es obvio que cuando se politiza la justicia (y de eso sabe mucho el PSOE, que ha cambiado las reglas en la eleccion misma de los miembros del Consejo General del Poder Judicial), se acaba judicializando la vida política (y de eso Garzón sabe un montón).
La independencia de los jueces es lo que piden los jueces actualmente en huelga, hecho inusitado en la historia democrática española. Que se les den los medios necesarios para que puedan realmente trabajar (que parece que no interesa que lo hagan: no acaba de entenderse que se haya destinado en los últimos presupuestos del estado más dinero a la propaganda publicitaria del plan de obras públicas del gobierno que a mejorar la justicia). Medios a todos ellos, no a unos pocos, que parecen desarrollar una actividad frenética, pero cuyos desvelos no están tanto al servicio de los ciudadanos como de los intereses políticos del gobierno.
Que Zapatero sea un inmaduro no le disculpa que esté poniendo patas arriba el patio español. No obstante, para ser un inmaduro, hay que reconocerle algunos logros. Uno no menor es ver cómo Felipe González y Garzón trabajan para él. Da igual que el ex presidente González –dicen- no le pueda ver, y le ponga a caldo en privado ante quienes todavía quieran escucharle, pero a la hora de la verdad, ahí está, sirviendo a Zapatero. Motivos tiene en el fondo. Zapatero ha conseguido rehabilitarle.
El sino de la Historia quiso que el descomunal y trágico atentado del 11-M, que precedió a la derrota del PP en 2004, y que ha pesado como una losa en toda la última legislatura, criminalizando políticamente a ese partido y a Aznar (lo que supuso un duro fardo para su sucesor, Rajoy), liberase para siempre al PSOE (internamente y ante los españoles) del recuerdo traumático de aquellos años finales de Felipe González, felizmente recuperado como protagonista por Zapatero en la campaña electoral de 2008.
Zapatero, si le apuran, presume de haber puesto a González al frente de la Comisión de sabios europeos que intenta dirimir el futuro constitucional de la Unión (después del fracaso de Giscard d’Estaing), y Felipe presume de sí mismo en cuanto tiene ocasión, como ha hecho recientemente en la campaña para las elecciones gallegas. Da igual que su antigua bestia negra Garzón también esté echando una manita para que el candidato del PP Núñez Feijóo, que roza la mayoría absoluta, no tenga que enfrentarse únicamente al socialista Pérez Touriño y sus amigotes nacionalistas, sino al vendaval levantado por el juez-político de la Audiencia Nacional contra el PP.
Todo vale para detener a la derecha. El “no pasarán” siempre ha movido a Felipe González (que aún lo utilizó a la desesperada en 1996, para evitar su derrota ante Aznar). Y si la ayuda del juez Garzón sirve para “criminalizar” realmente al PP, y al propio Aznar (ahora que Bush, Irak y el 11-M han sido desmontados como telón de fondo del debate público), esa revancha de la historia bien puede sanar antiguas heridas (aunque sea a base de avivar viejos rencores).
Inmaduro o caradura, Zapatero no ha tenido empacho en exigir hoy a Rajoy en el Congreso “respeto a la fortaleza de nuestro Estado de derecho”, como respuesta a la petición de destitución del ministro de justicia Bermejo, que le había hecho el líder de la oposición, por haber ido a cazar con el juez, una fiscal y el comisario general de la policía judicial. Esa fortaleza del Estado de derecho (a prueba de bombas –terroristas– y presuntas prevaricaciones –de algunos políticos y jueces) es la que le hace “capaz de mantener la plena independencia de los jueces en la que creo”, ha afirmado Zapatero. Otro motivo para creer, ahora que lo del pleno empleo (motivo para creer en la campaña de 2008) se ha demostrado que había que entenderlo al revés.
Da igual la filtración de sumarios, aunque pueda causar indefensión a personas físicas o dañar seriamente a personas jurídicas (tan vitales para la democracia como el principal partido de la oposición). Da igual que un juez pueda actuar con intencionalidad política en etapa preelectoral. De hecho, se va inhibir ante la presencia de aforados entre los posibles imputados (en cualquier caso, no antes de que se hayan celebrado las elecciones del 1 de marzo). Da igual que con todos sus antecedentes, un juez que se pasó a la política (con Felipe González) y volvió despechado a la judicatura (contra Felipe González), pueda ser elevado a la presidencia de la Audiencia Nacional, como al parecer pretende el interesado y el PSOE. Eso sí que pondría a prueba la fortaleza del Estado de derecho español. Es obvio que cuando se politiza la justicia (y de eso sabe mucho el PSOE, que ha cambiado las reglas en la eleccion misma de los miembros del Consejo General del Poder Judicial), se acaba judicializando la vida política (y de eso Garzón sabe un montón).
La independencia de los jueces es lo que piden los jueces actualmente en huelga, hecho inusitado en la historia democrática española. Que se les den los medios necesarios para que puedan realmente trabajar (que parece que no interesa que lo hagan: no acaba de entenderse que se haya destinado en los últimos presupuestos del estado más dinero a la propaganda publicitaria del plan de obras públicas del gobierno que a mejorar la justicia). Medios a todos ellos, no a unos pocos, que parecen desarrollar una actividad frenética, pero cuyos desvelos no están tanto al servicio de los ciudadanos como de los intereses políticos del gobierno.
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