viernes, 20 de febrero de 2009

De tahúres y carambolas


Entre las frases célebres de la Transición viene a la memoria aquella de Alfonso Guerra refiriéndose al presidente Adolfo Suárez como el tahúr del Mississipi. Se había aprobado la Constitución y el PSOE, dando por finalizado el tiempo del consenso, comenzaba a engrasar la maquinaria para arrebatarle a UCD el poder. Habría que preguntarle ahora a Guerra, como experto jugador que es de la política, cuáles son en su opinión los mejores tahúres y qué opina de la partida que se está disputando.

La culpa la tiene Esperanza Aguirre, que empezó presumiendo en vísperas del Congreso del PP de Valencia, de que ella era una buena jugadora de póker, y eso ha acabado por animar el cotarro dentro de la política española. La metáfora de la política como juego está bien arraigada y es, en el fondo, consustancial a la democracia, que no se entiende sino como el respeto a las reglas del juego. Pero aquí, por mucho que se nos suponga entrenados después de treinta años en la vida democrática, nos sigue pudiendo el vicio de jugar y de hacer trampas, acabamos entendiendo el juego político de manera marrullera, y nos comportamos en cuanto podemos no de manera astuta o disimulada (que en cierto modo es inevitable en política, y gracias a ello se pudo hacer la Transición), sino como auténticos bellacos.


Suárez se consideraba un chusquero de la política, pero sus adversarios le conferían un gramo de grandeza al tenerlo como el tahúr del Mississipi. Nuestros líderes actuales se tienen, por lo general, en mucha mayor estima y no pasan de ser unos tahúres del Manzanares (con todos los respetos para el pequeño afluente que riega la capital). Nos gusta imitar y falsificar lo que creemos que es lo último en política. Cada vez es más notorio que la política se ha convertido en una política espectáculo, sometida a los propios dictados de la imagen, la publicidad y la moda, como ya notó hace tiempo Lipovetsky. El marketing político, la vedetización creciente de los líderes, el embaucamiento de los shows personalizados o la política pop son preocupaciones actuales entre los partidos españoles (máxime cuando se encuentran en campaña electoral permanente).

Pero en España no nos contentamos con eso y nos gusta mezclar lo viejo y lo nuevo, en una particular y perfecta síntesis de propaganda y espectáculo político. En esto es un auténtico experto el PSOE y de los socialistas ha aprendido algún sector del PP. El estar en la capital siempre ayuda. Los nuevos tahúres practican la propaganda revestida de la seducción del juego y el espectáculo, de la apariencia de sinceridad. Son profesionales en crear un ambiente de fantasía empática, que logre conectar con los espectadores, aunque sea a fuerza de explotar las emociones y las pasiones políticas más bajas, sin que importe vulnerar incluso algunas reglas escritas y no escritas del juego democrático. Es una política frívola, sin duda, pero no inocua. Se sacrifica la complejidad discursiva, el discurso político se distiende (en su contenido), pero no se renuncia a la agresividad. La política española se ha hecho inicua y cruel. Más que nunca.


El debate tabernario de ayer en la Asamblea de Madrid fue un espectáculo lamentable. La imagen de los tres máximos tahúres de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, Ignacio González y Francisco Granados, en plena bronca política, no hizo sino reafirmar la sensación de que la primera se halla empeñada en amparar a unos tramposos. Pero no menos sospechoso y ofensivo es el espectáculo que se está dando a propósito de la operación Gürtel o caso Correa, convertido ya en proceso general contra el PP de manera infundada e interesada.

El País, en una nueva filtración del sumario, informaba ayer de que el presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, está “implicado en la trama de corrupción masiva” dirigida por Francisco Correa. Todo se reduce a la frase de una imputada en una grabación aludiendo al pago de 30.000 euros en trajes (lo que resultaría ciertamente alucinante en este estado de las banderías: el pago de sobornos en especie, armarios y armarios de ropa, que puestos a deshacerse del cuerpo del delito es un engorro). La información reconocía que es un "tema menor" dentro de la trama corrupta, que salpica fundamentalmente a la Comunidad de Madrid, pero en un editorial de hoy el periódico eleva el tono acerca de esos “indicios” contra Camps, por quien Rajoy –a su manera– sí ha puesto la mano en el fuego (a diferencia de los dirigentes de Madrid).

Tahúres los tenemos en todos los partidos y dentro del PSOE parecen empeñados en lograr una jugada a tres bandas con carambola incluida. No se contentan con desplazar a Esperanza Aguirre (tocada por méritos propios) sino que van a por todas, y tratan de golpear fuerte al otro bastión del PP donde el PSOE se encuentra electoralmente hundido, haciendo coincidir además el despliegue de esa operación de destrucción del adversario en plena campaña de unas elecciones autonómicas para intentar asegurarse la continuidad del PSOE en el gobierno de Galicia y lograr alcanzarlo en el País Vasco.

La operación sería digna de aplauso en todos los sentidos, comenzando por la denuncia y expulsión de los corruptos, si no fuera tramposa. No se ha oído en estos días decir nada al Fiscal General del Estado por este continuo goteo de filtraciones de un sumario todavía secreto. Sí se ha escuchado, por el contrario, enfatizar al desacreditado ministro que lo importante no es la filtración, sino el delito. Claro, el problema es que la filtración es también un delito que el Fiscal no persigue; y que a nadie parece importarle los daños que ocasiona esa filtración, salvo a los interesados, que se encuentran desprotegidos y ven disminuidos sus derechos.

Por su parte, la obispa laica De la Vega disculpaba hoy tras el Consejo de Ministros a Bermejo y pedía explicaciones al PP, por más que se les esté negando hasta el conocimiento formal de los hechos por los que pudieran ser imputados algunos de entre sus filas, y por supuesto la presunción de inocencia. Se insiste en extender la sospecha a todo el PP, mientras las encuestas van incrementando las expectativas del PSOE. Justamente lo contrario de lo que debe ser un Estado de derecho y las condiciones de la lid política y electoral.

Aunque debemos estar tranquilos, según nos dice Zapatero, porque la fortaleza del estado de derecho es encomiable. No, señor presidente. Si acaso el poder del estado secuestrado por el partido del gobierno, pero no la fuerza del derecho. Eso es lo triste y lo preocupante. De esto, que afecta al espíritu de Montesquieu, no sé si Alfonso Guerra, que decretó hace muchos años su entierro, podrá decir algo a Zapatero.

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