El político no sólo tiene que ser honesto, sino parecerlo. Y en el teatro de las apariencias en que se ha convertido más que nunca la política actual, si algo no se puede consentir es el despilfarro en tiempos de crisis.
Casi es peor que un caso flagrante de corrupción o de malversación de fondos públicos. Porque si un político no tiene sensibilidad para eso, a nadie le extrañaría que tuviera piel gorda para lo otro, o de que no se enterara de lo que tiene debajo, como se ha dicho últimamente. La cuestión de fondo es una y siempre la misma: el uso que se hace de los fondos públicos, es decir, del dinero de los ciudadanos, del que el gobernante de turno es siempre responsable y ha de dar cumplida cuenta.
Que en plena campaña electoral a un candidato que aspira a repetir en el gobierno, le saquen a relucir un asunto de estos es mala cosa. Pero cuando al aludido sólo se le ocurre decir que es un problema de la oposición carente de ideas que aportar al debate, el tema es mucho más preocupante. Evidentemente constituye una muy mala respuesta, pero todavía es peor que este político y máximo representante del Estado en una Autonomía histórica española se quede mudo cuando se le insta a responder sobre gastos suntuosos: cuatro millones de euros en obras de reformas en la sede oficial de su gobierno bipartito (pavimentos acristalados a 400 euros el metro cuadrado; sillas de encanto británico a 2000 euros la hechizada unidad; ventanales mágicos, que se hacen opacos con la mirada y un mando a distancia: ¡carajo con las meigas!). Hasta tres veces calló el presidente de la Xunta gallega (“siguiente pregunta”, repitió tieso como un palo ante el sanedrín de los periodistas). Tres silencios, tres negaciones de sí mismo. No hizo falta que cantara el gallo, para saberlo.
El señor Pérez Touriño, todo un ejemplo de “austeridad” y “transparencia” (al final, en política, el único discurso que importa es el de los hechos), ha dado un disgusto al estado mayor socialista. Es obvio que ese despilfarro no puede pasar inadvertido a la opinión, y tendrá costes electorales adversos (si es que el eco se difunde realmente entre la población gallega). Son cosas que duelen a los ciudadanos. Del otro lado, el candidato popular, Nuñez Feijóo, se ha apresurado a eliminar de sus listas al número uno por Orense por no estar en paz con Hacienda. Esto le pasa hasta a Obama. Pero sí, la regeneración democrática debe comenzar por las carteras: la de uno y la de todos. Haciendo ostentación, si acaso, de cordura y honradez, sobre todo en tiempos de crisis.
Casi es peor que un caso flagrante de corrupción o de malversación de fondos públicos. Porque si un político no tiene sensibilidad para eso, a nadie le extrañaría que tuviera piel gorda para lo otro, o de que no se enterara de lo que tiene debajo, como se ha dicho últimamente. La cuestión de fondo es una y siempre la misma: el uso que se hace de los fondos públicos, es decir, del dinero de los ciudadanos, del que el gobernante de turno es siempre responsable y ha de dar cumplida cuenta.
Que en plena campaña electoral a un candidato que aspira a repetir en el gobierno, le saquen a relucir un asunto de estos es mala cosa. Pero cuando al aludido sólo se le ocurre decir que es un problema de la oposición carente de ideas que aportar al debate, el tema es mucho más preocupante. Evidentemente constituye una muy mala respuesta, pero todavía es peor que este político y máximo representante del Estado en una Autonomía histórica española se quede mudo cuando se le insta a responder sobre gastos suntuosos: cuatro millones de euros en obras de reformas en la sede oficial de su gobierno bipartito (pavimentos acristalados a 400 euros el metro cuadrado; sillas de encanto británico a 2000 euros la hechizada unidad; ventanales mágicos, que se hacen opacos con la mirada y un mando a distancia: ¡carajo con las meigas!). Hasta tres veces calló el presidente de la Xunta gallega (“siguiente pregunta”, repitió tieso como un palo ante el sanedrín de los periodistas). Tres silencios, tres negaciones de sí mismo. No hizo falta que cantara el gallo, para saberlo.
El señor Pérez Touriño, todo un ejemplo de “austeridad” y “transparencia” (al final, en política, el único discurso que importa es el de los hechos), ha dado un disgusto al estado mayor socialista. Es obvio que ese despilfarro no puede pasar inadvertido a la opinión, y tendrá costes electorales adversos (si es que el eco se difunde realmente entre la población gallega). Son cosas que duelen a los ciudadanos. Del otro lado, el candidato popular, Nuñez Feijóo, se ha apresurado a eliminar de sus listas al número uno por Orense por no estar en paz con Hacienda. Esto le pasa hasta a Obama. Pero sí, la regeneración democrática debe comenzar por las carteras: la de uno y la de todos. Haciendo ostentación, si acaso, de cordura y honradez, sobre todo en tiempos de crisis.
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