España se empeña en ofrecer una imagen diferente de sí misma. Aunque a los españoles les duela, sus políticos trabajan hoy incansablemente para hacer valer el mito, que se creía desaparecido, de Spain is different. Cuesta ver cómo los países de cabeza emprenden la senda de la recuperación económica (Estados Unidos, superando las previsiones más optimistas, ha crecido un 3,5 en el tercer trimestre) mientras España, en la cola, permanece en la recesión (sin que la ministra Salgado se atreva ya a hacer ningún pronóstico: saldremos cuando salgamos). A la miseria económica se suma todavía la miseria política, y eso resulta más difícil de aceptar. El panorama general de corrupción que ofrece España se vuelve contra la clase política en su conjunto y cuestiona abiertamente la calidad de nuestra democracia. Y que, en éstas, dé igual lo que haga o deje de hacer el gobierno, porque toda la atención política se centra en la guerra de poder que vive la oposición, eso ya es insufrible. Más aún por haberse manifestado sin tapujos a propósito del control de la Caja.
En el PP todo el mundo habla en los últimos días de coger el toro por los cuernos y es evidente que eso va a suponer sangre en la arena. La ha vertido ya el ex secretario general valenciano, que se resistía a dejar de serlo, y a estas horas no es ni militante, ante el estupor del propio Camps. Y otros la quieren ver correr en la persona del vicealcalde de Madrid Manuel Cobo, la mano derecha de Gallardón, que fue lanzada contra Esperanza Aguirre, en una sonora bofetada en forma de declaraciones publicadas el pasado lunes en El País, y que han sentado a cuerno quemado en la dirección del PP de Madrid. Las polémicas declaraciones son seguramente inaceptables en la forma pero verdaderas en el fondo, según piensan muchos dentro y fuera del PP. El que se hayan producido no reflejan sino un hartazgo, que admite una lectura más amplia que la estrictamente personal, facciosa o de rencilla partidista. Ese cansancio alcanza a los ciudadanos y -lo que es más preocupante- acaba arruinando el crédito de los políticos sin distinción y de la misma actividad política.
Por ello, aunque resulte cansino o desagradable, hay que aplicar el zoom. Aguirre ha reaccionado exigiendo de la dirección nacional del PP un castigo ejemplar para Cobo por las "injurias" vertidas contra ella, llevando el asunto a su terreno para volver a cuestionar el liderazgo de Rajoy. No hay que engañarse. El fondo del asunto no son las rivalidades de Aguirre y Gallardón en Madrid -aguirristas contra gallardoneros-, sino la hostilidad declarada de Aguirre hacia Rajoy en una continua actitud de negación y desestabilización de la actual dirección del PP y del propio partido. Esa es la auténtica batalla con fuego real. La guerra sucia que ella practica con Rajoy no tolera que se la hagan a ella, por más que nadie haya planteado hasta ahora que se sancione a la presidenta madrileña, que se niega de forma sorprendente a acudir a una reunión cuando es convocada por el líder de su partido si antes no se satisfacen sus exigencias, y promueve manifiestos de alcaldes para presionar a Rajoy. A Aguirre le preocupa más su juego vanidoso que atender a las exigencias del cargo que desempeña, como se pudo comprobar en la entrega de premios del Observatorio Internacional de Víctimas del Terrorismo, donde -después de captar la atención de los medios- se entretuvo durante las intervenciones de Aznar u Ortega Lara en leer y responder los sms que llegaban a su teléfono móvil. Eso la retrata. Lo suyo es la ultrapolítica.
Sabe que a Rajoy le preocupa preservar la unidad del partido, y que no hará nada que pueda hacerla peligrar realmente, lo que ella aprovecha para tensar la cuerda hasta el máximo e insistir en la imagen de debilidad, indecisión y falta de autoridad de Rajoy. O me queréis a mí como comandante en jefe o nos vamos al infierno todos, ese es el designio de Aguirre y a él se orienta la apuesta o el órdago lanzado con Ignacio González en Caja Madrid, situándolo por delante de Rodrigo Rato o Manuel Pizarro (tan "queridos" y tan utilizados por ella como Aznar u Ortega Lara). Esperanza no admite que esté haciendo algo "mal o rematadamente mal", como le gusta decir de los demás, pero es ella la principal responsable del clima insufrible que se respira en el PP y que se ha extendido a la política española. Es necesario un punto y aparte, y si no está dispuesta a ponerlo, otros tendrán que poner el punto final.
Si Aguirre se atreve "hasta el final" con su despropósito en Caja Madrid estará obligando a la dirección nacional de su partido a llegar también hasta el final. Es preferible una gestora que pacifique y rehaga el PP de Madrid, que continuar asistiendo a este lamentable espectáculo, que supera el ámbito puramente interno de un partido político. El futuro y la "normalidad" de España deben estar por delante de los intereses personales o el bien de un partido. Esto, que lo entienden bien los ciudadanos y los militantes sacrificados de cualquier organización política, deben entenderlo también sus dirigentes. Cuando existen fundadas dudas o temores de que una Caja pueda caer en determinadas manos políticas (o lo que es lo mismo, de que el poder económico se ponga directamente a su servicio), mayores razones asisten para no confiar a ellas el gobierno de un partido o de la nación. La suerte está echada. De Madrid al cielo. O al infierno.