viernes, 26 de junio de 2009

Gobierno enredado

Hay comedias de enredo y hay situaciones de enredo general que son sinónimo de crisis permanente de quien las padece, y que a nadie pueden hacer gracia. Es lo que sucede con el gobierno de Zapatero. Obsesionado con borrar las diferencias entre lo público y lo privado, y en convertir todo el espacio público en ideología, esta constante presión hacia la ideologización, por mucho que se disfrace de un anticuado concepto de "secularización", está encaminada a conseguir una ficticia unidad de pensamiento y acción, que tiene poco de pensamiento porque no pasa de fórmulas cuya evidencia depende de un punto de vista partidista, y que por eso mismo lejos de orientar la solución de los problemas reales, acaba por enredarlo todo. Zapatero sueña con inventar la izquierda del siglo XXI y no ha hecho sino representar la vieja figura del jefe de la democracia rousseauniana, deseoso de señalar al pueblo el camino recto que ha de seguirse, y de armar su voluntad, como antaño la iglesia pretendía conducirlo y llenarlo todo. Lástima que esa fatua "religión civil" de Zapatero, como la de Rousseau, sea escasamente respetuosa con el verdadero pluralismo.

La democracia de Rousseau solo era imaginable en comunidades sencillas y en ausencia de verdaderos problemas y diferencias dentro de la sociedad. Zapatero parece disfrutar estatalizando la censura moral (decretando las pautas de comportamiento aceptables) o ejerciendo de ideólogo jefe. Nada debe quedar fuera del control político del estado, controlado a su vez por el partido gobernante, y dentro de éste por personas de la estricta confianza del jefe, con independencia de sus méritos y capacidades. La confianza es el mérito, de la que depende la fuerza y el valor, por más que el valor probado no asegure el éxito. Bajo estas premisas la política de Zapatero se ha convertido en un enredo monumental. Lo que se advierte en los últimos días, tristemente es la parte más cómica.

Los propios excesos de los socialistas explican que anden enredados entre ellos, y que Zapatero duerma mal. La vicepresidenta De la Vega y la ministra de defensa Chacón tienen las espadas en alto con motivo de la polémica suscitada por las actividades del director del CNI Alberto Saiz, que no se sabe bien con qué fondos paga sus jornadas de pesca transoceánica y con qué personal limpia su piscina privada, tan despreocupados y desocupados andan nuestros espías en la actualidad. Para que no se confundiera el CESID con el CSIC se creó el CNI y ahora tenemos la Inteligencia por los suelos y hecha unos zorros, todos espiando a todos y el propio director (protegido de la vicepresidenta contra el criterio de la ministra) denunciando la "rebelión interna". Bastante tiene Chacón con sus propios errores (retirada de Kosovo, gripe A, espías judíos en el Líbano) como para que ahora esta guerra de espías españoles acabe por laminarla políticamente, con lo cerca que estuvo ella de llegar a la vicepresidencia y ser la mano derecha de Zapatero, su protector, en sustitución de la obispa laica. Enredos de espías y de mujeres, a cuál más destructivo de "imágenes fabricadas" (o prefabricadas).

De imagen no anda tampoco muy sobrada Leire Pajín. Está empeñada en ser senadora porque la número tres de un partido tiene que tener algún empaque parlamentario, y se queja de los enredos del PP para su designación autonómica por Valencia. Pero el mayor lío lo tiene ella dentro de su partido después del fracaso en las elecciones europeas. De ahí que vaya a someterse a un cambio de imagen que se antoja como todo un plan de reeducación, ante el cual habrá quien siga planteándose si no es más sencillo cambiar de número tres. Más en la cuerda floja anda Chaves con el asunto de las subvenciones a su hija. Las pruebas documentales publicadas casi le han echado la soga al cuello, y así no hay quien pueda solucionar el espinoso problema de la financiación autonómica, que además no lo va a resolver él sino en todo caso la vicepresidenta Salgado, que es quien maneja el presupuesto, al menos sobre el papel. Triste consuelo es ver al PP enredado con el caso Gürtel y a su tesorero Barcenas en el Supremo, porque -con independencia del fallo judicial- va tener menos consecuencias políticas que el caso Chaves.

Salgado quiso ser honesta después de las elecciones, confesando ella misma que no hay brotes verdes, por mucho que insistiese en ello el último vídeo propagandístico del PSOE. Y en un alarde de realismo dio unos datos atroces sobre las previsiones del gobierno acerca del futuro inmediato de la economía española. El verdadero mazazo, para el gobierno y para todos, llegaría pocos días después cuando la OCDE anunciaba que sí, que sí hay brotes verdes, pero para el resto, no para España, atreviéndose a facilitar unos datos para el caso español que empeoraban todavía más las previsiones del gobierno, que ya no sabe cuánto puede gastar más, y menos de dónde sacar el dinero para seguir gastando, que es lo único que se le ocurre para dar la impresión de que hace algo.

Lo primero, como era de esperar, ha sido subir los impuestos ligados al tabaco y los combustibles, no tanto por necesidad recaudatoria, dicen, sino para favorecer una vida saludable y el ejercicio sano entre los ciudadanos. De eso sí que sabe Salgado. De lo demás, se ignora quien marca el rumbo. Rodeado de sus fieles escuderos, Zapatero se enfrenta cada día con mayor casancio a su situación de minoría parlamentaria. No se trata ya de recabar votos para sacar adelante determinadas iniciativas que se consideran necesarias, sino que se cambian de un día a otro el sentido de las propuestas, con giros espectaculares, en función de quién este dispuesto a dar su apoyo al gobierno dentro del parlamento, o de qué lobby le plante cara fuera. Con el PSOE se están desarrollando elementos propios de una sociedad corporativista, combinados con otros de una sociedad de corte, que se conjugan mal con un verdadero orden de libertad.

El anuncio de una mayor subida de impuestos a los "ricos", pactada con IU, pero finalmente votada en contra por el propio PSOE porque a CiU no le gustaba y se comprometía a cambio a abstenerse en la votación que más importaba al gobierno sobre la elevación del techo de gasto, constituye por sí mismo un embrollo suficientemente ilustrativo de la situación en que se encuentra el gobierno: falto de rumbo, aún más por la dificultad del PSOE de asegurar la estabilidad parlamentaria del gobierno. Alonso y Madina, al frente del grupo parlamentario, son tan cercanos y a la medida del presidente, que han hecho notar la ausencia de Ramón Jáuregui al día siguiente de su marcha al parlamento europeo. El problema del PSOE es que cada dia el escenario está más enredado y no saben qué decisiones tomar.

Enredado en su discurso ideológico, Zapatero está como inmovilizado, incapaz de acometer ninguna reforma estructural y reaccionando de manera teatral, haciendo gala de un reduccionismo populista de izquierda, ante todo aquel que se atreva siquiera a sugerirlo. Se podrá discutir la naturaleza y el alcance de las reformas, pero no hacer nada es simplemente hundirse. El se permite desoír la opinión de los "expertos", por muy gobernadores del Banco de España o del Banco Central Europeo que sean, porque su responsabilidad es "gobernar a la ciudadanía". Fernández Ordóñez y Trichet no dejan de advertirle, pero Zapatero deforma sus palabras como si tocaran a degüello contra los trabajadores para instaurar el despido libre. El problema es que Zapatero no tiene la maquinita de hacer dinero, y que la solidez del modélico sistema financiero español (que hacía inexcusable la presencia del presidente español en las cumbres internacionales para pregonar sus virtudes) comienza a resquebrajarse, y ya hemos aprobado hoy un fondo para acudir en ayuda o intervenir en cajas y bancos.

Disparar el gasto público de forma imprudente y masiva, actuar de manera irresponsable haciendo que los ciudadanos se endeuden hasta lo imposible, es hipotecar su futuro, no trabajar para ellos. La metáfora del barco que navega con referencia al gobierno o al estado es vieja, pero sigue siendo útil cuando se trata de insistir en la cuestión del rumbo. No basta que el barco se mantenga a flote, debe conservar el rumbo fijado. Zapatero se comporta como un timonel que ni admite que se discuta el destino, ni parece él mismo conocerlo. Lo preocupante no es que dé bandazos o que vaya en zigzag, si hiciera todo lo posible por mantener el rumbo. La impresión que da es que navega en círculo, mal distribuida la carga de la nave y enredado el timón en el mar de sus propias dudas y contradicciones, rodeado de unos pocos marineros, "aprendices profesionales" la mayor parte, más interesados en su propia supervivencia que en realizar eficazmente su trabajo para que la nave y su pasaje lleguen felizmente a puerto.

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