La crisis inexistente, según Zapatero, antes de las pasadas elecciones generales, se ha llevado por delante en apenas un año a un gobierno que había sido modelado al capricho de su presidente: nuevos ministerios, reorganización de áreas y secretarías, caras bonitas, etc. Era un gobierno presidencialista que debía correr la mitad de la legislatura para, una vez refrescado con algún cambio después de la presidencia española de la UE, lanzar de nuevo a Zapatero a la Moncloa en 2012. Pues bien, o esta legislatura va a durar muy poco, o algo gordo está pasando.
No hay más remedio que plegarse a la evidencia de la gravedad de la crisis. La que fuera palabra proscrita del vocabulario político de Zapatero, es ahora la más repetida para justificar la propia crisis de gobierno. Se necesita un cambio de ritmo, eficacia contra la crisis económica. Solbes podrá ya dormir tranquilo, sin temor a ser sorprendido bostezando entre reunión y reunión, que verle así era descorazonador, y letal para nuestra economía, tan necesitada de confianza. Quién iba a pensar que la solución de nuestros males se encontraba tan cerca. La discreta Salgado pasa a la primera línea política como nuevo "cerebro gris" económico. Ojalá su ciencia haga milagros, pero en todo caso su buen hacer anterior ya es un aval para esta situación de crisis que aflige particularmente a España. Consiguió que los españoles fumaran menos, intentó también que redujeran el alcohol, y ahora que va a tener la sartén por el mango seguro que consigue que disminuyamos nuestras necesidades y sintamos menos la crisis. Claro, que a base de reducir el consumo no se reactiva la economía, pero ya se le ocurrirá algo.
Ella sola, en cualquier caso, no podrá sacarnos de esto, y los nuevos ministros que se incorporan no sabemos muy bien qué aportan, ni tampoco los que se quedan (la cara de agotamiento de la vicepresidenta De la Vega, condenada a permanecer en el gobierno por el patinazo en Kosovo de quien estaba destinada a sucederla, es ya un poema). Puestos a reconocer la crisis, cabe exigir una cierta coherencia y predicar con el ejemplo. Si el gobierno va a incrementar el gasto público en inversiones, debe reducirlo en gasto corriente. Era la oportunidad y se disponía de un argumento impecable para adelgazar la misma estructura del gobierno y prescindir de algunos ministros o ministras que pintan muy poco y resulta un lujo mantenerlos al frente de carteras desprovistas de competencias reales (Igualdad, Vivienda...), o que han visto muy mermadas las que tenían al rectificarse parcialmente los cambios de estructura anteriores (Ciencia y Tecnología).
Zapatero justificó la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, con la ministra Garmendia al frente, como una clara apuesta por el papel de la universidad y su decisiva aportación a la investigación en el cambio del modelo productivo. Ahora, cuando todos convienen en la necesidad de ese cambio de modelo productivo para salir de la crisis, la Universidad regresa al Ministerio de Educación, pero no la Investigación, lo cual supone una nueva improvisación, y otro golpe más a las universidades (demasiados los que ha sufrido ya bajo Zapatero, dificultando enormemente los trabajos de acomodación a Bolonia), que esperemos no sea mortal, pues separar la investigación de la docencia universitaria es atentar directamente contra uno de los fundamentos más preciados por quienes viven de verdad el quehacer universitario. Esa escisión al precio de situar a un metafísico y ex rector de rectores al frente de la educación no va a poder aportar tampoco gran cosa a lo que se antoja como una cuestión imprescindible: la revalorización de la investigación en humanidades y ciencias sociales, tan despreciada hoy en día, y sin la cual no es posible mejorar el espíritu público. Pero como Zapatero confunde los intelectuales con los titiriteros que le apoyan y ayudan en su alto propósito de revolución moral, esta necesidad se ve cubierta con el nuevo nombramiento de la ministra de cultura, guionista y directora de cine, devota del canon digital y que va a meter en cintura a los pobres cinéfilos piratas que circulan por internet.
Dar refugio en el gobierno a algunos pesos pesados del PSOE y seguir confiando en la propaganda, como lógica predominante que se advierte en la remodelación, resulta bastante increíble y contradictorio, por supuesto, con el imperativo de eficacia frente a la crisis económica. José Blanco puede ser un mago de la comunicación y gestionará sin duda eficazmente la política de inauguraciones de obra pública financiada a través del plan E, pero eso no le convertirá en un buen ministro de Fomento, para lo que se requiere algún que otro conocimiento más. Traer a Madrid a un presidente de la Junta de Andalucía en pleno declive político (el PSOE baja y el PP sube, a punto de cruzarse –esta vez sí- Arenas), puede ser una buena salida para Chaves, pero su posible contribución al gobierno no deja muy bien a Zapatero. Todo lo que pueda aportar como ministro de Cooperación Territorial estará destinado a arreglar los estropicios de la política territorial de Zapatero en la anterior legislatura, y a contener muy particularmente (revestido de la autoridad que pueda hacer valer Chaves como presidente del PSOE) a los catalanes (incluídos los socialistas), a quienes no va satisfacer la sentencia (sea cual sea) del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatut que alentó Zapatero. Ya sólo le falta al presidente del gobierno que su actual soledad parlamentaria se agrave aún más con la rebelión de los diputados del PSC.
Pero lo más increíble de esta crisis de gobierno es que Zapatero se haya nombrado a sí mismo ministro de deporte. Populista fue su promesa de crear un ministerio del deporte (en una respuesta improvisada ante las cámaras a solicitud del seleccionador español de tenis después de ganar España la Copa Davis), y más populista aún su decisión de que el deporte español dependa directamente del presidente del gobierno. Todo un nuevo filón de propaganda para el régimen de Zapatero. Las glorias deportivas nacionales y la ola patriótica de entusiasmo que susciten, serán a partir de ahora mérito indiscutible del guía y conductor Zapatero. Esto no es ya populismo, sino puro fascismo. Que no se dé cuenta él mismo es signo evidente de que sí, de que va a tener razón el difunto confesor del rey, y es verdad que Zapatero es un perfecto inmaduro. Este nuevo gobierno es increíble (y, con estos antecedentes, a poco bien que lo haga, lo parecerá aún más...).
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