Desde 1932 el PNV celebra, coincidiendo con el Domingo de Resurrección, el Aberri Eguna, el día de la patria vasca. Se trataba y se trata de inmortalizar el "descubrimiento" personal que hizo el fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, de que él era vizcaino y no español, un hecho que se antoja "trascendental" para la "resurrección" de la patria de los vascos. Desde entonces la comunidad nacionalista cumple el ceremonial, aunque a decir verdad la liturgia de la palabra ofrece distintas variantes según el rito de que se trate y quien sea el oficiante.
Este año ETA, a través de Gara, ha transmitido la víspera su particular mensaje de Pascua. En un lenguaje cada vez más siniestro y menos comprensible para el común de los mortales, la organización terrorista vasca no tiene empacho en tildar a Patxi López de "caudillo", negándole cualquier legitimidad democrática. Resulta un sarcasmo que los terroristas hablen del futuro gobierno vasco como el "gobierno del fascismo y de la vulneración de derechos", y no dudan en afirmar que sus integrantes serán "objetivo prioritario de ETA".
El comunicado arremete también contra el PNV, a quien responsabiliza de ser el "máximo responsable del resurgir del españolismo" al haber pretendido los jelkides beneficiarse de la ilegalización de la izquierda abertzale. Niega ese título a Aralar (formación que "será castigada en la historia de este pueblo con adjetivos amargos") y cifra la esperanza vasca en los 100.000 nulos de las pasadas elecciones ("los de la lucha y la dignidad").
ETA construye su particular monumento a la intolerancia. Se muestra dispuesta a "consensuar" (sic) con las "fuerzas democráticas de Euskal Herria" (no se sabe cuáles son entre tantos fascistas) una "estrategia única" para el "cambio político" y para la "solución democrática" al "conflicto". Pero ETA no da margen alguno para el diálogo que no sea la simple aceptación de sus exigencias: el "escenario de autodeterminación". Y mientras tanto "que nadie le pida a ETA que renuncie a la lucha con las armas". Para ETA sólo existen dos proyectos que colisionan: el independentista y el "impuesto" por los estados español y francés. "Entre ambos no hay proyecto político intermedio posible", afirma ETA descalificando el autonomismo de los últimos treinta años, que sólo habría servido para inflar el españolismo.
Es ETA quien cierra la puertas. Su lenguaje es de absoluta negación, un lenguaje diabólico en el fondo y en la forma. ETA es el ángel caído, el poder de la serpiente que alienta el espíritu de la revuelta vasca contra toda autoridad que no sea la suya. A fuego pretende expulsar del paraíso vasco a toda criatura cuyo ideal de vida y de comunidad pretenda desviarse de la norma del nacionalismo excluyente y anacrónico, que no es ya la teocracia aranista sino la utopía libertario-socialista que sedujo hace medio siglo. ETA no ha hecho sino recrear el mito de Satán, muy presente en el imaginario político anarquista desde el siglo XIX.
Por todo ello cabía exigir del PNV una actitud distinta a la manifestada en este Aberri Eguna de 2009. El PNV se ha recreado en su discurso igualmente deslegitimador del próximo gobierno de Patxi López, que "nacerá de la trampa y del engaño", en palabras de Urkullu. Nadie les impide proclamar que su objetivo es el "reconocimiento del derecho de autodeterminación" de Euskadi, pero no es verdad que aquél se enfrente al proyecto del "unionismo" encarnado por PSOE y PP para construir "una España uniforme". Por mucho que puedan coincidir los nacionalistas en los objetivos, sorprende el escaso empeño del PNV por diferenciarse del discurso de ETA. Seguramente el texto presentado por los dirigentes jeltzales este domingo titulado Euskadi, nuestra única patria no responde al sentir de buena parte de los votantes del PNV, cada vez más conscientes -en sus propias carnes- del progreso real, a lo largo de los últimos 30 años, de una identidad múltiple en el País Vasco (las encuestas reflejan que son minoría quienes se sienten sólo vasco o sólo español).
No se trata de pedir a los militantes del PNV, en mor de sus orígenes, que renueven sus promesas bautismales en el Aberri Eguna, prolongando el ritual de la vigilia pascual, que no pocos habrán celebrado previamente. Pero sí es tiempo, en las actuales circunsancias, de renovar la fe demorática y de mostrar la mayor firmeza frente a ETA, sin concederle el menor resquicio de legitimidad. Aun debilitada, anda suelta, y no caben fisuras ni componendas a la hora de decirle con claridad, como en la práctica del exorcismo: Vade retro.
Este año ETA, a través de Gara, ha transmitido la víspera su particular mensaje de Pascua. En un lenguaje cada vez más siniestro y menos comprensible para el común de los mortales, la organización terrorista vasca no tiene empacho en tildar a Patxi López de "caudillo", negándole cualquier legitimidad democrática. Resulta un sarcasmo que los terroristas hablen del futuro gobierno vasco como el "gobierno del fascismo y de la vulneración de derechos", y no dudan en afirmar que sus integrantes serán "objetivo prioritario de ETA".
El comunicado arremete también contra el PNV, a quien responsabiliza de ser el "máximo responsable del resurgir del españolismo" al haber pretendido los jelkides beneficiarse de la ilegalización de la izquierda abertzale. Niega ese título a Aralar (formación que "será castigada en la historia de este pueblo con adjetivos amargos") y cifra la esperanza vasca en los 100.000 nulos de las pasadas elecciones ("los de la lucha y la dignidad").
ETA construye su particular monumento a la intolerancia. Se muestra dispuesta a "consensuar" (sic) con las "fuerzas democráticas de Euskal Herria" (no se sabe cuáles son entre tantos fascistas) una "estrategia única" para el "cambio político" y para la "solución democrática" al "conflicto". Pero ETA no da margen alguno para el diálogo que no sea la simple aceptación de sus exigencias: el "escenario de autodeterminación". Y mientras tanto "que nadie le pida a ETA que renuncie a la lucha con las armas". Para ETA sólo existen dos proyectos que colisionan: el independentista y el "impuesto" por los estados español y francés. "Entre ambos no hay proyecto político intermedio posible", afirma ETA descalificando el autonomismo de los últimos treinta años, que sólo habría servido para inflar el españolismo.
Es ETA quien cierra la puertas. Su lenguaje es de absoluta negación, un lenguaje diabólico en el fondo y en la forma. ETA es el ángel caído, el poder de la serpiente que alienta el espíritu de la revuelta vasca contra toda autoridad que no sea la suya. A fuego pretende expulsar del paraíso vasco a toda criatura cuyo ideal de vida y de comunidad pretenda desviarse de la norma del nacionalismo excluyente y anacrónico, que no es ya la teocracia aranista sino la utopía libertario-socialista que sedujo hace medio siglo. ETA no ha hecho sino recrear el mito de Satán, muy presente en el imaginario político anarquista desde el siglo XIX.
Por todo ello cabía exigir del PNV una actitud distinta a la manifestada en este Aberri Eguna de 2009. El PNV se ha recreado en su discurso igualmente deslegitimador del próximo gobierno de Patxi López, que "nacerá de la trampa y del engaño", en palabras de Urkullu. Nadie les impide proclamar que su objetivo es el "reconocimiento del derecho de autodeterminación" de Euskadi, pero no es verdad que aquél se enfrente al proyecto del "unionismo" encarnado por PSOE y PP para construir "una España uniforme". Por mucho que puedan coincidir los nacionalistas en los objetivos, sorprende el escaso empeño del PNV por diferenciarse del discurso de ETA. Seguramente el texto presentado por los dirigentes jeltzales este domingo titulado Euskadi, nuestra única patria no responde al sentir de buena parte de los votantes del PNV, cada vez más conscientes -en sus propias carnes- del progreso real, a lo largo de los últimos 30 años, de una identidad múltiple en el País Vasco (las encuestas reflejan que son minoría quienes se sienten sólo vasco o sólo español).
No se trata de pedir a los militantes del PNV, en mor de sus orígenes, que renueven sus promesas bautismales en el Aberri Eguna, prolongando el ritual de la vigilia pascual, que no pocos habrán celebrado previamente. Pero sí es tiempo, en las actuales circunsancias, de renovar la fe demorática y de mostrar la mayor firmeza frente a ETA, sin concederle el menor resquicio de legitimidad. Aun debilitada, anda suelta, y no caben fisuras ni componendas a la hora de decirle con claridad, como en la práctica del exorcismo: Vade retro.
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