miércoles, 29 de abril de 2009

Vive la Bruni !


Vive la France ! Vive la Bruni ! Au lendemain du jour où les Sarkozy ont quitté notre pays, nous les Espagnols nous sommes frappés d'un fort sentiment d'absence. Le vide n'existe pas et le réveil nous porte à la plus dingue réalité que pendant deux jours restait heuresement fermée à nos yeux. Quelle fatalité, mon Dieu ! En un ambiente relajado, nuestra mirada se ha paseado ufana por un mundo deslumbrante de formas y colores, de dulces movimientos y suspiros, en un mar de vaporosas sensaciones. Sevilla disfruta con su Feria, pero el resto de los españoles hemos tenido también nuestro momento de fiesta y esparcimiento. El interés mediático de la visita francesa ha recreado el espectáculo de una sociedad cortesana. Por un día, no hay paro ni miedos (ni siquiera a la gripe porcina, que tantas alarmas ha hecho sonar en todo el mundo desde el fin de semana), el vulgo se convierte en invitado invisible de una felicidad inalcanzable, pero que ejerce de bálsamo de sus infortunios.


Sarkozy y Zapatero han recreado los pactos de familia con Francia. Y entre familias anduvo el juego. Las esposas de los presidentes pasean juntas, hablan de sus cosas (una cantante de ópera, la otra de sus mil y un amores) y se reúnen en el jardín de palacio con sus esposos en una escena bucólica del mejor impresionismo francés. El pueblo no puede mirar de frente a sus reyes, ni a las princesas, ni a las primeras damas, pero sí sus culos oscilantes ascendiendo por las escalinatas, fotografiados en primera plana por la prensa supuestamente seria. El contento del pobre es recoger algunas migajas glamourosas del poderoso; y la satisfacción de éste, como manifestó Sarkozy, celebrar el éxito del objeto de su deseo entre los españoles, rendidos en su necesidad a los encantos de Carla Bruni, el nuevo rostro de Marianne, mucho más plebeya y bella que nuestra princesa Letizia (que no acertó la mayor de las veces en la elección de sus vestidos, manifiestan desolados los entendidos de las reglas cortesanas).

Francia nos da la mano, y ello nos basta para sentirnos transportados a lo más alto. Sentimos que nuestro dolor es su dolor, y no agradecemos bastante su implicación en la lucha contra ETA. Francia nos dejó sentarnos junto a los grandes en el G-20, qué privilegio, y ahora nos reitera que intercederá por nosotros para que podamos hacerlo por derecho propio (precisamente cuando nuestra potente economía se deshace como un azucarillo). De lograrlo nunca sabremos cuánto se debe finalmente, si no a la "inteligencia" de Zapatero, al menos a su "brillantez" (que ya se ha aclarado que Sarkozy nunca le señaló como le plus con des cons entre los políticos al uso). Y para que podamos ir más a Francia, aprovechando este clima de entendimiento inmejorable y la buena imagen de España que tienen hoy los franceses, perforemos por ambos lados los Pirineos con el tren de alta velocidad para respirar ese aire culto y refinado que, después de siglos de afrancesamiento (echado a perder por culpa de las veleidades anglosajonas de Aznar), tanta falta nos sigue haciendo.

Es de esperar que el chute francés de estos días tenga algún efecto más duradero. Zapatero, que tan a gusto se siente al lado del petit Nicolas, mucho tiene que aprender de Sarkozy. Francia con él se ha repuesto de esa profunda sensación de decadencia que la paralizaba en los últimos tiempos. Le ha devuelto la ilusión por proyectarse hacia fuera y hacer algo juntos en este nuevo mundo globalizado. España con Zapatero parece más interesada en deshacerse en mil conflictos intestinos. Los franceses son grandes amadores y comienzan por sí mismos, orgullosos de su historia. A los españoles nos puede la pasión, y si nos dejan solos nos acercamos a la frontera del odio, cayendo una y otra vez en lo más vergonzante de nuestro pasado, que -sadomasoquistas- aborrecemos en su práctica totalidad. A Francia se le sube la grandeza a la cabeza, a España la sangría y acaba perdiendo la conciencia de su propia existencia. A Francia le preocupa que la globalización cuestione su lugar en el mundo y su identidad. A España, la lucha interna de identidades le incapacita para responder a los retos de la globalización.

Mais tonnerre, il faut réagir quand même ! El hiperactivo Sarkozy no ha dudado en rodearse de gentes valiosas de todas las procedencias ideológicas para integrarlas en su proyecto, por más que Francia goce de una fuerte tradición de división entre izquierda y derecha. Zapatero, que no es tonto ni brillante sino inmaduro, parece disfrutar con su clan cavando trincheras y entonando el "no pasarán" (grito que no inventó su abuelo republicano sino los franceses en Verdun), lo cual tiene consecuencias: la permanente desligitimación del adversario y el propio debilitamiento de los vínculos de convivencia. No tiene claro lo que es una nación y ni siquiera su proyecto de unidad política, que baila al compás de su estricto interés político (el suyo y el de su séquito guerrero), lo cual impide el normal funcionamiento de una comunidad política, que requiere una conversación política permanente, si se quiere hacer de la política una actividad coherente, y no reducirla a las habilidades de demagogos y manipuladores (y sus trovadores). 

Zapatero confía en la resolución de los problemas internos españoles merced a su encumbramiento personal y el ejercicio de un "liderazgo fuerte" durante la presidencia española de la Unión Europea en 2010, cuyo éxito Sarkozy se ha comprometido también a asegurar. Los tradicionales pactos de familia han implicado una tutela de Francia sobre España. No es mala noticia si esa mayor proximidad no se reduce al ceremonial de la corte ni a los rituales de la seducción que Francia está empeñada en desplegar en la nueva escena mundial con todas sus armas (incluidas las de Carla Bruni), ni se limita tampoco por parte española a la mimética importación de algunas políticas de Sarkozy, sin llegar al fondo de la naturaleza de los verdaderos problemas de España, ni del propio liderazgo democrático en el mundo de hoy. La campaña de las elecciones al parlamento europeo algo nos dirá al respecto, al menos el tiempo que perdure en España el perfume de la Bruni. Au revoir mes amis ! Carla je t'aime moi aussi ! Vive la France !

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