La resiliencia es un concepto que, procedente de la física, despierta cada vez más interés en los campos de la sociología, la psicología o la educación. Atiende a la capacidad de las personas para afrontar y salir fortalecido de la adversidad, algo que en la actual situación de crisis prolongada, se presenta más necesario que nunca. En Navarra se acaba de constituir una asociación para su promoción y desarrollo. Esperemos que su influencia llegue también a la política, donde al igual que en otros ámbitos, unos sobreviven y otros sucumben, aunque no esté claro que esa diferente suerte obedezca aquí a una clave resiliente en el modo de encarar la vida.
La presidenta Barcina, reforzada tras el fiasco de la comisión de investigación y la moción de censura, ha anunciado su voluntad de volver a ser candidata en las próximas elecciones. Pese a la presión de toda la oposición, lejos de quebrarse, ha recuperado la forma y disposición original. En su discurso de apertura del curso político, hizo referencia a las dificultades atravesadas, al sufrimiento experimentado, a los errores cometidos y a lo mucho aprendido de los mismos. Podrían considerarse, a primera vista, elementos de una política resiliente, pero un chequeo oportuno encuentra enseguida fallos.
La resiliencia en política no ha de contemplarse ni medirse fundamentalmente desde la perspectiva de los políticos sino de los ciudadanos, a quienes se debe la actividad política. Cuando de verdad se es consciente del dolor causado por las medidas de gobierno que había que tomar, pero que el propio descrédito generalizado de la política y de los partidos hacía más sangrantes, es obligado atender en justa reciprocidad a las exigencias ciudadanas que pesan sobre los políticos, aunque fuera como pobre reparación de las intrusiones, equivocaciones y abusos cometidos. Lo que importa realmente no es hacer frente a la adversidad, ni siquiera superarla, sino ser transformado positivamente por ella.
De los cuatro factores de la resiliencia mencionados por Grotberg, la presidenta ha enfatizado el ‘yo soy’ y el ‘yo puedo’, su autoestima, su fortaleza y sus habilidades. Pero ha relativizado el ‘yo tengo’, los apoyos externos, y el ‘yo estoy dispuesto a hacer’, la voluntad de progresar en los objetivos y la oportunidad de recontextualizar los hechos. En este sentido, ha sacrificado su compromiso de renovación del partido en beneficio de la unidad interna, necesaria pero no suficiente y difícil de garantizar mediante simples pactos de salón. UPN ha quedado descolgada y a contra pie en la carrera de la regeneración política, cuando estaba en disposición de tomar la delantera antes del vendaval de las elecciones europeas, que ha forzado a otros a moverse.
Pudiéndose haber adelantado a los acontecimientos, renovado la percepción del partido y legitimado el propio liderazgo de Barcina con un sistema innovador de elección de candidatos que fuera más allá del cabeza de lista, y que estuvo sobre la mesa, UPN ha fallado la ocasión y acabado por reforzar una imagen de cerrazón y resistencia a cualquier cambio, que resulta preocupante y muy poco resiliente. Malograda su propia iniciativa, sólo le queda hacer seguidismo de las dudosas e incompletas propuestas de regeneración del PP que pueden dar la impresión de que la única adversidad contemplada por los políticos es perder el poder o sus privilegios.
El conformismo es contrario a la resiliencia. El afán de superación y de trabajar para ello, con optimismo y esperanza, debe sobreponerse a cualquier discurso perdedor. El éxito político de Podemos, aun comerciando con el desencanto y la protesta, obedece a su propia ambición, al gran anhelo neosesentayochista que transmite (‘seamos realistas, pidamos lo imposible’) y que contiene en sí mismo un mensaje ganador, con mayor expectativa de voto cuanto más evidente resulte la falta de respuesta de los partidos de gobierno. Sólo quien no aspira a romper su propio techo electoral es imposible que lo haga.
Lo único demostrado en Navarra es que el voto del ‘miedo’ no proporciona mayoría absoluta. UPN debe reflexionar sobre ello. Su enemigo efectivo no es el nacionalismo ni el populismo ahora, sino la abstención, que no se vence exacerbando las pasiones políticas ni negando la presencia del otro. Tampoco el ‘odio’ a UPN o a Barcina puede ser garantía de una alternativa de gobierno. La resiliencia implica la disposición a ver con los ojos del otro y a dejarse penetrar también por su mirada, algo básico para poder llegar a acuerdos políticos y cuya ausencia compromete los asuntos más cruciales de la comunidad, como se ha comprobado en el reciente pleno sobre el autogobierno. Cuando los políticos no hacen lo que pueden para transformar las cosas, y se confía en que los ciudadanos no tendrán más remedio que votarles, no se puede responsabilizar a éstos de las consecuencias de sus dejaciones. Resiliencia no es resignación.
Publicado en Diario de Navarra, 14 de septiembre de 2014
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