jueves, 5 de junio de 2014

Tres generaciones


Toda generación se presenta como un sujeto colectivo portador de un tiempo humano y social propio, que predispone a pensar y a actuar de una manera semejante. Por encima del factor biológico, se cuenta una generación allá donde un grupo de hombres y mujeres, relativamente coetáneos, comparten una misma sensibilidad, un estilo y, sobre todo, una misión, porque sin proyecto o empresa histórica no se da formalmente una conciencia generacional. Al ritmo de predecesores, contemporáneos y sucesores, el juego generacional proporciona claves imprescindibles tanto para la comprensión de la gramática o narrativa de la comunidad política como para la explicación del cambio. En el caso de España, dos generaciones han resultado fundamentales para la historia del siglo XX, las de 1914 y 1978, y una tercera, aún por definir en la encrucijada actual, ha de marcar el XXI.

La generación de 1914, cuyo centenario celebramos, liderada por Ortega y Azaña, hizo bandera de una idea democrática y europea de España, imbuida de un fuerte sentido regeneracionista. La crítica de la vieja ‘España oficial’ se acompañó de una voluntad de hacer emerger una segunda España, una ‘España vital’, “una España vertebrada y en pie”, que implicaba una nueva política y nuevos políticos: hombres ilusionados, capaces y ejemplares, comprometidos con la reinstitucionalización de la vida española y la tarea de nacionalización de las masas. Este planteamiento reformista, que era aún posible dentro de la Monarquía de Alfonso XIII, empujaría a la ruptura pacífica cuando el rey pactó con la Dictadura de Primo de Rivera. La Segunda República acabó siendo la hora forzosa de la generación del 14. Y aunque la hipercrítica dirigida hacia el legado de la Transición tienda a contraponer la experiencia democrática republicana con la actual, no es difícil ver la esencial continuidad existente entre los proyectos de las generaciones de 1914 y 1978.

La generación de 1978 ha hecho exitoso el proyecto de modernización y democratización de la generación de 1914. Y ello se ha debido fundamentalmente al pacto Monarquía-Democracia impulsado por el rey Juan Carlos que acaba de abdicar, seguido de un pacto no menos fundamental, el pacto Democracia-Autonomía que aunaba las visiones de Ortega y de Azaña, reconocibles ambas en la doctrina García de Enterría, expresión académica de la mente política de Adolfo Suárez, donde la ‘generalización’ autonómica viene acompañada del principio clave de “autonomías potencial pero no necesariamente iguales” (la ‘particularización’ para atender situaciones también singulares), vulnerado en buena manera por el desarrollo autonómico posterior, pero que salvaguarda el texto constitucional vigente. Tampoco se puede obviar que la reconciliación, la concordia y el consenso abanderados por el rey Juan Carlos y Suárez enlazan con el “paz, piedad y perdón” del último Azaña, marcando así el camino de la transición a la democracia, con aciertos y errores personales y colectivos.

Al igual que fue necesaria la llegada normalizada del PSOE al poder para consolidar la democracia, también es necesaria ahora la sucesión para consolidar la monarquía democrática. En lo más significativo de su discurso de abdicación, el rey apelaba a una nueva generación. La tercera, invitando al próximo rey Felipe a encabezarla, como él lideró con Suárez (y luego con González y Aznar) la de 1978. ¿Para proceder a una Segunda Transición? Para ir de la democracia a la democracia, profundizando en ella. Volver a plantear la alternativa Monarquía o Democracia es un falso debate. Y si se habla de legitimidad, la monarquía después de Franco –dentro del proceso por ella iniciada de devolución de la soberanía al pueblo español– ha sido sometida a referéndum en dos ocasiones, en 1976 y 1978, a diferencia de la historia de las dos repúblicas españolas.

El proyecto del 14, tal como lo formuló Ortega, tiene nueva actualidad. Aquella generación fue desbordada por los extremos y, en cierta manera, la de 1978 también lo ha sido por los nacionalismos y la izquierda radical. Las últimas elecciones europeas así lo han significado. El problema actual no es la forma de Estado ni el papel del nuevo rey, sino cargar de nombres y contenidos el nuevo proyecto de convivencia. La primera irrupción de la tercera generación en el poder, con Zapatero, fue fallida y aceleró el deterioro presente jugando frívolamente con los pilares de la Transición. De ahí la relevancia del proceso interno abierto en el PSOE tras el 25-M. La proclamación de Felipe VI ha de despertar a las fuerzas de centroderecha y centroizquierda llamadas a entenderse para acometer las reformas estructurales, institucionales y constitucionales que precisa este país. El futuro no está en el pasado, pero ha de seguir escribiéndose sin falseamientos históricos desde la moderación. Las palabras del todavía Príncipe de Viana en Leyre, convocando a “ampliar el campo de esperanza”, constituyen las iniciales de la Tercera Generación, dispuesta en su ánimo a dar “lo mejor de sí misma” al servicio de una España “unida y diversa”.

Publicado en Diario de Navarra, 5 de junio de 2014

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