Toda ha cambiado en una semana, pero quién tiene que dar explicaciones no lo ha hecho, porque se ha quedado sin discurso. Un miércoles Zapatero rechaza en su entrevista con Rajoy cualquier medida drástica para atajar el déficit público, y al otro miércoles -el pasado 12- el mismo Zapatero anuncia en el Congreso fuertes medidas y unos recortes sociales sin precedentes, que han hecho enmudecer al propio Zapatero, al gobierno y al partido que lo sustenta, todos decididos a no dar excesivos detalles del plan de ajuste. Mientras, los ánimos se encienden, incluso en quienes eran los perfectos aliados del gobierno, los sindicatos, que tras reunirse rápidamente con el presidente no han tenido más remedio que abandonar el sofá, ponerse el mono y comenzar a preparar pancartas.
La amargura del presidente no es nada al lado de la indignación ciudadana, que rezuma por las redes sociales. De un escenario donde no había crisis, o sólo una crisis internacional que acababa afectando a España, se ha pasado a otro donde la particular situación de España, atacada del síndrome de Grecia, tiene fatales consecuencias para Europa y los mercados internacionales. Lo terrible es que haya sido la presión de la Unión Europea -después de que el Ecofin levantara su escudo para proteger el euro- y la varita mágica (una llamada telefónica) de Obama lo que ha obligado a Zapatero a moverse, incapaz de obrar por sí mismo de manera autónoma y responsable.
Zapatero no atiende al líder de la oposición, ni a las decisiones del parlamento que le han demandado repetidamente con votaciones y propuestas concretas medidas de austeridad del gasto público (como la supresión de ministerios inútiles, puestos al servicio de la propaganda socialista), ni presta atención tampoco a las demandas autorizadas de la sociedad civil. Cuando a base de ingerencias gubernamentales se favorecen en el propio territorio los monopolios, es fácil hablar de criminalidad económica de los especuladores externos para referirse a los movimientos de los inversores aprovechando las oportunidades del mercado. A Zapatero no le va la globalización, por mucho que pregone la alianza de civilizaciones. Zapatero no atiende al mercado, ni a la sociedad, ni a las instituciones y representantes políticos de ese territorio llamado España; pero reacciona, quedando desnudo ante todos, cuando los grandes -o sí o sí- le conminan a hacerlo.
El protectorado español o España bajo tutela es la imagen que se ha difundido estos días, y que no es sino la confirmación de la minoría de edad de Zapatero, arrastrando consigo a un partido que no lo merece, pero incapaz también de reaccionar, tal vez por el mismo hecho de que los acontecimientos se precipiten. Este miércoles negro supone el fin del electoralismo como política de gobierno, lo único que ha sabido hacer hasta ahora Zapatero. El gasto alocado de Zapatero, con sus medidas populistas anticrisis, disparando el déficit (o sea, pretendiendo aún sacar tajada electoral de la crisis), no era la solución sino el problema, cuando al tiempo demoraba temerariamente las reformas estructurales susceptibles de volver a generar crecimiento y riqueza en España. El fin del electoralismo no es mucho consuelo para los parados y los grupos desfavorecidos por las medidas recién adoptadas. Pero ya es algo. Puede ser principio de solución.
Lo que ya no se entendería es que después de estas medidas se dilataran todavía las reformas necesarias para salir de la crisis, por mucho que se opongan los sindicatos, o que puestos todavía a repartir los efectos de la crisis, se confirmara lo que se comentaba en algún medio, en vísperas del miércoles negro, a propósito del Plan Antifraude para los próximos años que el gobierno habría traslado a la inspección de Hacienda: olvidar las grandes fortunas y el sector inmobiliario (donde hay certeza de fraudes gigantescos a Hacienda) para centrarse como objetivos fundamentales para aumentar la recaudación en autónomos, asalariados, parados y pymes, principales agentes de la economía sumergida, por mucho que ésta esté evitando el estallido social.
Valiente recomendación, que dejaría libre de inspección a los grandes patrimonios, pese a la reclamación hecha en ese sentido por el personal de Hacienda, que sugiere mirar los fondos que han ido al extranjero, los capitales en paraísos fiscales, el lavado de dinero negro, las organizaciones empresariales y criminales de los grupos mafiosos instalados en España. El asunto puede dejar perplejo a muchos. Si lo que se precisa es dinero, para qué conformarse con calderilla. Es de suponer que un gobierno socialista ha de tener otras ideas que la explotación de los más débiles y de las sufridas clases medias. Claro que si Zapatero no sabe qué hacer, que pregunte a Obama.
Lo que tenía que pasar, ha pasado. Zapatero llevada meses desbordado y sin pulso. Hoy es un cadáver político que todos, incluido Obama, esperan sea pronto levantado. Pero, antes, cabalgando después de muerto, ha de acometer el arreglo mínimo del roto sobrevenido, una vez más, por sus grandes errores de cálculo.
Lo que tenía que pasar, ha pasado. Zapatero llevada meses desbordado y sin pulso. Hoy es un cadáver político que todos, incluido Obama, esperan sea pronto levantado. Pero, antes, cabalgando después de muerto, ha de acometer el arreglo mínimo del roto sobrevenido, una vez más, por sus grandes errores de cálculo.
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