Zapatero no negocia y ahora ni habla. Qué lejanos quedan los manejos de hace unas semanas por llegar al Pacto de Zurbano, un pacto inexistente donde se excluían de entrada las verdaderas medidas económicas que requiere la trágica y delicada situación de España, sin buscar otra cosa que una coartada política para tapar la frivolidad y dejación de funciones del gobierno. Cuando se producen las presiones externas y no hay más remedio que actuar, Zapatero se olvida del pretendido consenso y ni se molesta en hablar con el principal partido de la oposición o con cualquier otra fuerza política. Se mueve y actúa en solitario sin comunicar ni consultar con nadie unas medidas duras y muy discutibles por el simple hecho de que no vienen acompañadas de otras mucho más razonables y que, en pura lógica, se debían haber adoptado antes o al menos en simultáneo a las propuestas.
Zapatero, que ha presumido de política social progresista, ha hecho lo que no han hecho los gobiernos de derecha o de centro-derecha europeos, y -para colmo de la paradoja- no ha hecho lo que éstos han hecho y han comprendido mejor sus conciudadanos. Ni a Berlusconi ni al dúo británico Cameron-Glegg, que han adoptado posteriormente a Zapatero también medidas fuertes para reducir a lo bruto el déficit público, se les ha ocurrido rebajar el sueldo a los funcionarios (sí congelar, pero no disminuir). No han dudado, por otra parte, en adoptar medidas ejemplarizantes, como la retirada del coche oficial a los ministros en el Reino Unido, que no solucionarán mucho, pero transmiten un mensaje inequívoco de austeridad a la opinión pública. Berlusconi ha reducido en un porcentaje significativo el gasto de todos los ministerios, y ha manifestado la misma voluntad de luchar contra la evasión de capitales de las grandes fortunas que contra la economía sumergida. Igualmente se han reducido las subvenciones a los partidos. Nada de eso ha hecho Zapatero, aunque estaba en su mano, pues en España hay mucho más que cortar por ahí que en otros países, antes de cebarse en los pensionistas saltándose la ley que los protegía.
Esta misma falta de coherencia y de voluntad real de entendimiento es lo que ha hecho de Zapatero el principal problema a estas alturas. Todo el mundo se lo dice, incluso los que le salvan el cuello, como ayer el catalán Duran i Lleida en el Congreso, que se limitó a apretarle la soga al cuello, pero sin dejarle todavía caer. Zapatero ha impuesto unilateralmente, a modo de chantaje, unas medidas que perjudican a los más débiles. Chantaje porque ha endosado a otros la responsabilidad de la convalidación por las Cortes de un decreto que pecaba hasta de graves deficiencias formales, pero que de no aprobarse las consecuencias habrían sido catastróficas. Nadie dudaba de que finalmente el decreto saldría adelante. Por eso, del debate parlamentario de ayer lo de menos eran los discursos. Hasta tal punto que Zapatero ni habló. Su rostro lo decía todo.
Lo importante de la votación de ayer fue comprobar que Zapatero se encuentra solo en lo alto y sin red. El decreto se aprobó por un solo voto de diferencia. Únicamente dispuso de los votos favorables del PSOE. No faltó nadie en su escaño. Hasta los enfermos han tenido que sufrir en sus carnes las consecuencias del proceder de Zapatero. El PP con su anunciado voto político lo hizo en contra, así como las fuerzas de izquierda en quienes Zapatero se había venido apoyando hasta ahora. Entre las medidas abstenciones, la más sustantiva fue la de los diputados catalanes de CiU, que a través de su portavoz han anunciado en cualquier caso que de ningún modo apoyarán los próximos presupuestos generales, poniendo así fecha de finalización a la presente legislatura (como sucediera con Felipe González en 1995 precipitando el adelanto electoral de 1996). No cabe esperar que los grupos cambien su voto de cara a unos presupuestos que necesariamente tienen que acoger las medidas aprobadas ayer. La geometría variable de Zapatero, que ha funcionado a base de concesiones económicamente cuantificables, pierde su eficacia cuando la caja está vacía.
Solo y sin red. Pensar que un cambio de gobierno al término de la Presidencia española europea, nuevamente encabezado por Zapatero y compuesto por sus más fieles puede arreglar las cosas sería un nuevo error, y una manifestación más del personalismo que ciega al actual presidente. España no está para concesiones emotivas de 'culto al jefe', por más que la personalidad del jefe pudiera desear una muerte política rodeado de las personas más cercanas. No hay ni para meter conejos en la chistera de cara al próximo debate sobre el Estado de la Nación previsto para principios de julio, donde -por otra parte- Rajoy inexcusablemente tiene que demostrar que es una alternativa con ideas y fiable. Zapatero tiene ahora que pararse a escuchar y a pensar si es capaz de moverse por el alambre solo y sin red, y si no que se baje de inmediato y ponga fin a este penoso espectáculo, antes de estrellarse en el suelo y de estrellarnos a todos con él.
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